MARTÍ ES LA DEMOCRACIA[1]

Señores:

Sabiendo todos los aquí presentes a qué venimos, de más es ir a grandes explanaciones.

     Se trata de cortar la marcha al carro de nuestra unión, y debernos impedirlo. Se quiere desconocer a las manos poderosas que nos unen, y hay que presentarlas atadas a nuestro corazón.

     Ardiendo en patriotismo nuestro pueblo, falto de libertad y con ansia de llegar a conseguirla, no hemos podido llenar ese deseo, porque si bien es verdad que tenemos hombres valientes, estos no son políticos; y si los tenemos políticos, estos no son generosos: y si los tenemos generosos, estos no son políticos ni valientes: José Martí es valiente, José Martí es político, José Martí es generoso.

     El señor Collazo es un cubano que merece nuestro respeto, porque ha sabido afrontar los peligros de la guerra en servicio de su patria: esto es muy loable. Pero el señor Collazo, desgraciadamente, sufre una equivocación grave, y por eso es violenta e ilegal el arma débil con que pretende herir al señor Martí.[2]

     Debemos decir al señor Enrique Collazo, que seguimos con Martí, porque este ama la verdad, y mal puede transigir con esa política risible y ruin, basada en la preocupación y la mentira. Seguimos con Martí, porque su acción es noble y su palabra es honrada, y mal puede llevarnos nuestros ahorros, el que pone su bolsa, como su corazón e inteligencia, en aras de la patria.

     Martí, constante y sin alardes, sacrifica en honor de la verdad y por el bien de su oprimida patria, todo provecho propio e intereses y pasiones de partido.

     Su política es: que las constituciones de los pueblos, no deben ni pueden ser exóticas, sino nacidas del corazón del país a que se aplican.

     Deplora y combate la existencia de clases desdeñadas o excluidas de derechos, por instinto, y porque la práctica política le advierte, que con las promesas de reparar a las masas que sufren, fácil van los tiranos al poder.

La masa inculta [dice Martí] es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobier­nen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude, y gobierna ella. // En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los fac­tores del país en que se vive. // […] el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derri­ba lo que se levanta sin ella. // Se entiende que las for­mas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolu­tas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la re­pública no abre los brazos a todos, y adelanta con todos, muere la república.[3]

     Estos fragmentos justifican la opinión fija que tenemos de Martí. Su elocuencia es natural, abundante y sencilla. Desecha lo superfluo, sin omitir lo esencial. Su estilo es propio, claro, lacónico y conciso.

     En el conjunto de sus magistrales obras, brillan la exactitud, la modestia, la honradez, la erudición y la elegancia.

     Martí es la Democracia.

     Allí donde más hiere la soberbia con manos inclementes el corazón del inerme agredido, aparecen como bálsamo, llegado en horas de dolor, el pecho franco, la acción reparadora y la palabra vibrante de Martí.

     Es la nave que va en busca de una idea, y no esquiva su proa de la borrasca que le cierra el camino.

     Lleva en sus labios ternuras de mujer, cuando enseña y ayuda al oprimido a romper y desceñirse las cadenas. Su palabra es de hierro cuando ve la cultura y el talento de los hombres al servicio del mal, y grandioso, sin igual y sublime, en los arranques oportunos que le inspira el deber.

     El nombre de José Martí, sin la bendición de la posteridad, ya hay padres que se lo consagran a sus hijos.

     Solo los equivocados, o las manos manchadas por el agio de la mala política que explotan; solo los corazones sin pureza, tratan en vano de echar por tierra la venerable figura de Martí.

     Martí es la Idea,—es la Palabra,—es el Porvenir,—es la Patria.[4]

     Ofender a Martí, es ofender a la Idea; ofenderle es ofender a la Palabra elocuente que nos guía, a la Palabra generosa que nos une; ofender a ese apóstol, es ofender al Porvenir y matar a la Patria.

     Propongo, en conclusión, señores, que protestemos contra la injuria que se nos hace, al creérsenos CIEGOS seguidores de Martí: que reconozcamos como una equivocación grave las apreciaciones del señor Collazo contra el Sr. Martí, y que nos opongamos abiertamente, y en nombre de la Patria, a que dos cubanos útiles llegaren a una lamentable conclusión.

Tomado del Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1982, no. 5, pp. 272-274.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Discurso pronunciado en la reunión de cubanos y puertorriqueños, celebrada en los salones del club La Liga la noche del 21 de enero de 1892, para protestar contra la carta de Enrique Collazo a José Martí. Fue recogido por el autor en sus Ensayos políticos (1892), que José Martí comentó en el artículo “Rafael Serra. Para un libro”, publicado en Patria, el 26 de marzo de 1892, no. 3, p. 3). Acerca de Serra se editó en La Habana un libro de agradecer: Rafael Serra y Montalvo, obrero incansable de nuestra independencia (1975), de Pedro Deschamps Chapeaux. (N. de la R.)

[2] Véase la nota “A pie y descalzo”.

[3] JM: “Nuestra América”, La Revista Ilustrada de Nueva York, 1ro de enero de 1891, en Nuestra América. Edición crítica, investigación, presentación y notas de Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2006, pp. 40, 41 y 46, respectivamente.

[4] Véase, al respecto, el artículo “La Patria es Martí” de Enrique Loynaz del Castillo, publicado en Patria, Nueva York, el 4 de febrero de 1895, no. 147, p. 2.