Rafael Montoro Valdés (1852-1933)
Escritor, orador y político cubano. Desde su infancia, por motivos de salud, viajó por Francia, Inglaterra y Nueva York. De regreso a Cuba en 1866 ingresó en el colegio de San Francisco de Asís, donde contó con Juan Clemente Zenea, Enrique Piñeyro y Antonio Zambrana entre sus maestros. Su primer escrito impreso, “La pena de expulsión”, fue publicado en Ejercicios Literarios cuando solo tenía 14 años de edad.
Entre 1868 y 1878 vivió en España, y allí comenzó los estudios de derecho, y trabajó en el Ateneo Científico y Literario de Madrid[1] junto con Castelar, Azcárate y Cánovas del Castillo, entre otros. Con el cubano José del Perojo fue uno de los introductores en la vida intelectual peninsular del neokantismo, mediante sus colaboraciones en las páginas de la Revista Contemporánea. Escribió además para la Revista Europea, El Norte y El Tiempo, y fue secretario de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.
Regresó a Cuba al terminar la Guerra de los Diez Años y fue uno de los fundadores del Partido Liberal Autonomista, del cual se convirtió en su principal ideólogo frente al independentismo y de cuya dirección central fue siempre integrante. Colaboró frecuentemente en el órgano autonomista, el diario El Triunfo, y participó en las veladas de la Revista Cubana y de varias instituciones culturales y científicas, en las que se fue creando justa fama por su oratoria.[2] En 1884 obtuvo la Licenciatura de Derecho Civil y Canónico en la Universidad de La Habana. Fue electo diputado ante las Cortes españolas en 1886. Desempeñó el cargo de Secretario de Hacienda en el breve gobierno autonomista de 1898.
Durante los primeros años de la república fue ministro plenipotenciario de Cuba en Inglaterra y Alemania bajo el gobierno de Tomás Estrada Palma. Candidato a la presidencia de la República por el Partido Conservador, en 1908. Participó en la redacción del informe de la Cuarta Conferencia Internacional Americana, presentado a Manuel Sanguily, en su condición de secretario de Estado, en 1911. Fue secretario de la Presidencia bajo el gobierno de Mario García Menocal, y de Estado durante la presidencia de Alfredo Zayas. Dirigió en 1916 los Anales de la Academia Nacional de Artes y Letras, de la que fue miembro desde su fundación en 1910. Fue electo académico de número de la Academia de la Historia en 1926. Cultivó la crítica literaria[3] y los estudios sociológicos, económicos y políticos. Publicó centenares de escritos en publicaciones cubanas como El Palenque Literario, La Autonomía, El Fígaro, Diario de la Marina, Excelsior y El País.
[Tomado de OCEC, t. 6, p. 243. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web)].

Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Véase el estudio de José María Chacón y Calvo: “Don Rafael Montoro, Ateneista”, Boletín de la Academia Cubana de la Lengua, La Habana, julio-septiembre de 1952, pp. 314-347.
[2] En El Progreso, de Guanabacoa, el 23 de marzo de 1879, hablando de sus dotes oratorias, Martí escribió: “Ocupó después la tribuna—y la ocupó completamente—Rafael Montoro. Limpísima palabra, caudal inagotable, potente raciocinio, vigoroso análisis, notabilísima potencia para examinar, presentar y deducir, he aquí a Montoro. Idealista a lo Hegel, dio rudos golpes de maza a las calurosas afirmaciones de Dorbercker. Sentó su teoría artística, y la aplicó a las diversas artes bellas ‘que surgen admirables—dijo—después de todas las filosofías que las razonan’. Trajo la teoría a las obras dramáticas; estudió estas en su formación, en su ejecución, en su objeto. No trató bien a Courbet. No halló razón a los realistas. Dio vida a la clara estética de su maestro. Y concluyó opinando que es del genio, y no de la repetición de lo visible, la obra artística. No hubo manos que no aplaudieran aquella improvisación correcta, analizadora, nutrida, siempre levantada, nítida siempre, siempre serena. Bien dijo el literato Canalejas lo que dijo en Madrid del orador cubano”. (“La velada del viernes”, OCEC, t. 6, pp. 57-58).
En ese punto, Medardo Vitier asevera: “Como orador, su puesto se halla, entre los cinco o seis más importantes en lengua española. Sus piezas no exhiben retoricismo de mal gusto. Las limpió de exuberancias tropicales. Elegancia, armonía, pero no lluvia de metáforas ni adjetivación profusa, que debilita en vez de vigorizar el discurso”. (“Rafael Montoro”, Apuntaciones literarias, La Habana, Editorial Minerva, 1935, pp. 122-123). Véase, además, de este mismo autor el texto “Rafael Montoro”, Estudios, notas, efigies cubanas, La Habana, Editorial Minerva, 1944, pp. 241-244).
[3] Véase el ensayo de Cintio Vitier: “La crítica literaria y estética en el siglo XIX cubano”, Obras 3. Crítica 1, prólogo de Enrique Saínz, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2000, p. 320-322.