JOSÉ MARTÍ: FORJADOR DE PUEBLOS

Hijo de valenciano e isleña de Canarias, el cubano José Martí (1853-1895) es considerado uno de los más importantes pensadores del continente americano. Sus revolucionarias ideas sociales, la profundidad de sus concepciones anticolonialistas, y su ininterrumpido bregar por alcanzar no solo la más absoluta independencia política, sino —además— la no dependencia económica y cultural de la totalidad de Iberoamérica, dan a su pensamiento una sorprendente vigencia, incluso para el análisis y la búsqueda de soluciones a muchos de los problemas que la humanidad todavía enfrenta hoy, en los umbrales mismos del siglo XXI.

     Su valiosísima y extensa obra de producción literaria, por otra parte, le ha convertido en una de las figuras mayores de las letras castellanas de la segunda mitad del pasado siglo, y le ha merecido ser considerado como “el acontecimiento cultural más importante de la América Latina en el siglo XIX”.

     Las ideas de José Martí recogen y continúan las de Simón Bolívar y otros próceres de la lucha hispanoamericana por la independencia. Su acción política está marcada por un siempre presente sentido ético y de justicia social. En Martí ello va definitiva e indisolublemente unido a la defensa y reivindicación de las clases más desposeídas y humildes de los países del sur del continente americano, y sirve, además, de muy firme base a una inclaudicable y sostenida defensa de la independencia nacional y cultural de sus pueblos.

     Desde sus años de adolescente, José Martí inició en la colonia cubana un largo bregar independentista que le condujo de inmediato al presidio político,[1] a los trabajos forzados de la cárcel, y a un exilio de más de dos décadas que comenzó a los 17 años de edad, y se extendió, de hecho, hasta el final mismo de su breve e intensa vida.

     Deportado inicialmente a España (donde permaneció desde 1871 hasta 1874), Martí logró cursar estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad central de Madrid, en el Instituto de Zaragoza y en la Universidad de esta ciudad, donde obtuvo el grado de Bachiller, y los de Licenciado en Derecho Civil y Canónigo, y Filosofía y Letras.

     Su experiencia vital facilitó el conocimiento directo de la realidad continental americana. En México (donde residió durante los años 1875 y 1876) se destacó como periodista y profundo analista de la sociedad mexicana y de las especificidades de la América antes española. Entre 1877 y 1878 se radicó en Guatemala: allí ejerció la docencia universitaria y preuniversitaria. Posteriormente —y por única vez después de su deportación— pudo establecerse en La Habana durante unos pocos meses, hasta que en 1879 fue nuevamente deportado a España por su actividad conspirativa en la organización de una nueva etapa de la guerra de Cuba por su liberación nacional. En 1880 vivió unos meses en Nueva York, y se radicó en Caracas durante la primera mitad de 1881. A partir de ese año se estableció definitivamente en los Estados Unidos, donde continuó laborando en la reorganización de las fuerzas independentistas cubanas. Por su intensa labor política, educativa y concientización entre los más amplios sectores de emigrados cubanos y puertorriqueños —muy particularmente entre los cubanos negros de la emigración revolucionaria establecida en Nueva York— sus propios contemporáneos, le dieron, en vida, los honrosos calificativos con los que posteriormente se le ha caracterizado por su pueblo, y con los que se le designa en Cuba, en las Antillas y en la América Latina aún en nuestros días: el Apóstol y el Maestro.

     Pocas semanas después de reiniciarse, en febrero de 1895, la guerra revolucionaria por lograr la independencia de Cuba y auxiliar a Puerto Rico en la suya propia, José Martí llegaba al extremo oriental del país en una pequeña expedición procedente de otra siempre solidaria Antilla: la vecina República Dominicana. Caía pocas semanas más tarde, el 19 de mayo, en el combate de Dos Ríos, como culminación de una vida en la que su muy definida toma de partido junto a los humildes y desposeídos de su patria caribeña —y de los demás países de la América Latina— había desempeñado un papel determinante.

     Al morir a los 42 años de edad, José Martí había penetrado, con visión sorprendentemente anticipadora —y como verdadero precursor— en la comprensión de las realidades económicas y sociales del continente americano, y de los peligros que sobre la parte sur del mismo ya se cernían en aquellos momentos. Y había podido alentar a sus contemporáneos acerca de:

     1º. La necesidad de que los pueblos latinoamericanos y caribeños lograsen alcanzar su propio desarrollo por vías autóctonas, nacidas de sus propias realidades sociales, políticas y económicas, sin imitar ni copiar fórmulas ajenas y sin transitar caminos que —como el camino históricamente recorrido por la sociedad estadounidense— habían llevado a José Martí a afirmar, aún durante su primera deportación a España, y en fecha tan temprana como diciembre de 1870: “Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!”[2]

     2º. La urgencia de desarrollar una firme resistencia a la penetración económica de la América Latina por los Estados Unidos, para lo cual denunció en su momento, y en la medida que surgían, los diversos mecanismos de penetración y dominio económico que —como diferentes convenios y tratados de reciprocidad que fueron implementados en la época— eran utilizados por los expansionistas estadounidenses, y que Martí fue sistemáticamente detectando. Había definido que, en la América Latina, a pesar de la supuesta independencia política y de haber alcanzado la condición republicana, “la colonia continuó viviendo en la república”,[3] y para poder detener aquella penetración, las repúblicas latinoamericanas debían eliminar las estructuras productivas que venían arrastrando desde los años de dependencia colonial: estas no solo estaban en la raíz de los más graves problemas sociales de aquellos países, sino que generaban, constantemente, dependencia. Y de ahí que “urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”.[4]

     3º. La necesidad de unión estratégica de los pueblos iberoamericanos y caribeños: “Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto”.[5] Este reclamo se convierte en un urgente y dramático llamado a la unidad y la acción conjunta cuando en 1889 adquiere ya un carácter abierto, verdaderamente desembozado, la fuerte ofensiva expansionista del naciente imperialismo estadounidense, al que José Martí alcanzó a llamar por su nombre, y cuyos principales rasgos pudo precisar y caracterizar, muy tempranamente, dentro del contexto internacional de la época.

     En consecuencia, José Martí elaboró (y propuso a lo largo de su extensa y aún poco conocida obra escrita) una estrategia continental para la más auténtica, democrática y autóctona transformación revolucionaria de la América Latina y de las relaciones entre las dos secciones opuestas —el norte, y el sur— del Continente.

     El primer caso o momento en la realización de esta estrategia vendría dado por el establecimiento en Cuba y en Puerto Rico —las últimas colonias españolas en América— de dos repúblicas de absoluta independencia, concebidas para la paz y el trabajo. Tanto la una como la otra estarían organizadas —de acuerdo con las concepciones de José Martí— a partir de buscar y encontrar soluciones propias a los problemas nacidos de sus específicas realidades nacionales, y estarían ajustadas a las características particulares de su sociedad. A su vez, ambas repúblicas —además de servir de propuesta (que no de modelo) para el conjunto de los países latinoamericanos— habrían de ser posible alcanzar el objetivo estratégico continental que rigió la vida y la acción política de José Martí: “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.[6] Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente […]”.[7]

     De acuerdo con ese objetivo, Martí había logrado organizar y fundar en 1892 —entre la emigración revolucionaria antillana radicada en los Estados Unidos, en la República Dominicana, en Jamaica, en Costa Rica, en México y en otros países de América y de Europa, y después de más de una década de laborar por ello— el Partido Revolucionario Cubano: el primer partido político nacido, sin fines electorales, para organizar y dirigir una guerra de independencia, hacer una revolución popular, e intentar alcanzar, como objetivo estratégico mayor, la no dependencia económica, política y cultural de los pueblos de la América Latina.

     En José Martí, toda su acción de transformación social y de liberación nacional y continental, tuvo un firme y sostenido basamento ético (además de económico y social) que le permitió convocar a la guerra por la independencia de Cuba y Puerto Rico, propugnar la transformación integral de la grave situación continental a él contemporánea, y llamar a hacerlo sin odios, y con gran respeto hacia los pueblos de las potencias cuya presencia subordinadora en tierras latinoamericanas y caribeñas Martí aspiraba a impedir, o —al menos— obstaculizar.

     En el caso concreto de los pueblos de España —y así quedaba recogido en los documentos programáticos de la revolución independentista—quedaba claro que

En el pecho antillano no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a asesinar en pechos de hombre la libertad que él mismo ansía. Más que saludarlo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad y bienes que no han de hallar aún por largo tiempo en la lentitud, desidia, y vicios políticos de la tierra propia. Este es el corazón de Cuba, y así será la guerra.[8]

     Para Martí —y al expresarlo, reflejaba el sentir de los cubanos y puertorriqueños por cuya independencia bregaba—: “No es el nacimiento en la tierra de España lo que abomina en el español el antillano oprimido; sino la ocupación agresiva e insolente del país donde amarga y atrofia la vida de sus propios hijos. Contra el mal padre es la guerra […]; contra el transeúnte arrogante e ingrato, no contra el trabajador liberal y agradecido. La guerra no es contra el español, sino contra la codicia e incapacidad de España”.[9]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Véase JM: El presidio político en Cuba, Madrid, 1871, OCEC, t. 1, pp. 63-93.

[2] JM: “[¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!]”, “Cuaderno de apuntes no. 1” [1871-1874], OC, t. 21, p. 16.

[3] JM: “Nuestra América” (La Revista Ilustrada de Nueva York, 1ro de enero de 1891), en Nuestra América. Edición crítica, investigación, presentación y notas de Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2006, p. 44.

[4] “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite [se refiere a la Conferencia Internacional Americana convocada por Washington], urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”. (“Congreso Internacional de Washington I”, La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1889, OC, t. 6, p. 46). // “Y Cuba deber ser libre—de España y de los Estados Unidos”. (“Cuaderno de apuntes no. 18” [1894], OC, t. 21, p. 380).

[5] JM: “Buenos Aires. Agrupamiento de los pueblos de América”, La América, Nueva York, octubre de 1883, OCEC, t. 18, p. 180.

[6] A pesar de que en las frases siguientes Martí se refiere a la discreción necesaria de sus actos en cuanto a estos propósitos antimperialistas, trató el tema en más de uno de sus escritos públicos (como en el artículo “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, publicado en Patria el 17 de abril de 1894) y privados (como en la carta a Federico Henríquez y Carvajal del 25 de marzo de 1895).

[7] JM: “Carta a Manuel Mercado”, Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, Testamentos. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, p. 73.

[8] JM: Manifiesto de Montecristi. El Partido Revolucionario a Cuba (25 de marzo de 1895), La Habana, Centro de Estudios Martianos y Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2008, p. 12.

[9] JM: “Nuestras ideas”, Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892, no. 1, p. 2; OC, t. 1, p. 321.