PROCLAMA DE LA PRENSA

Profanación.—Con una indignación solo comparable a lo infame del atentado, hemos sabido la sacrílega profanación que se ha efectuado en el antiguo cementerio. Unos miserables han roto los cristales que cubrían las lápidas de los nichos que guardan los restos mortales de D. Gonzalo Castañón, vilmente asesinado en Cayo Hueso por los que se llaman defensores de la independencia de Cuba, y de D. Ricardo de Guzmán, que perdió su brazo derecho en acción de guerra, defendiendo como valiente la bandera que había jurado y la integridad de la nación.

     Asesinar a un vivo es una insigne cobardía; pero insultar a un muerto es una infamia que cubre de ignominia eterna a los que se atreven a llevarla a cabo. Sobre sus frentes han echado toda la basura con que han manchado las losas funerarias los que han cometido la profanación, y los que insultan a españoles muertos, teniendo tantos vivos delante, han hecho muy bien en renegar de su sangre y de su origen, porque no cabe en corazones verdaderamente españoles tan asquerosa bastardía.

     En los corazones verdaderamente españoles solo caben valor y nobleza, y ni valor ni nobleza pueden tener los que profanan los sepulcros, los que no respetan los inanimados restos del que asesinó plomo traidor, del que presentó su pecho al hierro enemigo en el combate. La justicia tiene el deber de castigar a los criminales, y un consejo de guerra, compuesto de doble número de capitanes, mitad pertenecientes al ejército y mitad a los cuerpos de voluntarios, impondrá la pena que merecen a los perpetradores del delito; la moral los condena, la historia los llamará asquerosas hienas; los españoles solo sabemos despreciarlos.

     Los directores de los tres diarios políticos que en esta capital se publican han creído que, como españoles y como escritores públicos, debían reunirse para condenar con las mismas palabras el crimen, para tirar al rostro su infamia a los que pretenden escarnecer la gloriosa memoria de quien fue su compañero en el estadío de la prensa, de D. Gonzalo Castañón. Una vez unidos, creen también que faltarían a su más sagrado deber, que no cumplirían con la patria, si no dirigieran su amiga voz a sus hermanos los españoles, a sus compañeros los voluntarios, para recordarles que la fortaleza del alma nunca se prueba tanto como cuando se vencen los impulsos de la más justa indignación, cuando se deja a los tribunales y a la Ley su libre acción, y se hace cumplir lo mandado.

     En santa ira deben arder y están ardiendo todos los corazones españoles; en santa ira arden los nuestros; pero no olvidemos por eso que quien manifiesta más respeto a la Ley es el que más se aparta del que la infringe, y que los buenos españoles, tan altivos, tan generosos, tan hidalgos, no podemos confundirnos jamás con los que, al renegar de la nación y de la sangre, se han despojado de las virtudes que más elevan a la noble raza castellana. Los voluntarios de  la Isla de Cuba, privilegiados representantes en América de la hidalga nación española, continuarán siendo lo que han sido y no pueden dejar de ser, los más decididos defensores de la integridad nacional, del orden, de la Ley y del principio de autoridad. El insultado Gonzalo Castañón os lo pide desde la mansión de los mártires; la patria se lo exige y el mundo los contempla.—Habana 27 de noviembre de 1871.—Juan De Ariza, director del Diario de la Marina.—José E. Triay, director de La Voz de Cuba.—Gil Gelpí y Ferro, director de La Constancia.

Tomado de José A. Baujin y Mercy Ruiz (coord.): “Con un himno en la garganta”. El 27 de noviembre de 1871: investigación histórica, tradición universitaria e Inocencia, de Alejandro Gil, La Habana, Editorial UH y Ediciones ICAIC, 2019, p. 65.