EN EL CENTENARIO DEL TITÁN DE BRONCE
No caben dudas de que Máximo Gómez, Antonio Maceo y José Martí constituyen las tres figuras principales del movimiento revolucionario cubano con posterioridad a la Guerra de los Diez Años. Los dos generales habían alcanzado méritos suficientes durante aquella contienda para ya ser considerados personalidades relevantes dentro de su propio decursar, y Maceo, especialmente, mediante su protesta en Baraguá ante el Pacto sin independencia y sin abolición, se convirtió en todo un símbolo del ideal patriótico.
Mientras a lo largo del decenio de los 80 Martí trabajaba en la emigración neoyorquina tratando de convencer de que la empresa separatista requería de unidad entre los patriotas, de una organización que permitiese la conformidad entre ellos, de una república de justicia social y de una política previsora ante cl expansionismo de los Estados Unidos, Maceo fue un indiscutido líder político y militar, quien acompañó lealmente a Gómez cuando el empeño por reanudar las acciones armadas durante lo que he llamado el Plan de San Pedro Sula,[1] entre 1884 y 1886, y que recorrió buena parte de Cuba en 1890 preparando un vasto movimiento insurreccional, cesado o aplazado con su expulsión de la Isla.
El intento de 1884, inclusive, marcó una zanja entre Gómez y Maceo, de un lado, y Martí, del otro. Bien conocido es el episodio ocurrido a las dos semanas de haber conocido Martí a los dos generales en Nueva York, conducente a su separación voluntaria del movimiento por considerarlo sostenido en ambiciones personales y caudillistas, como le afirmó al dominicano en su célebre carta del 20 de octubre de aquel año.
El distanciamiento martiano, que, a todas luces, repercutió en su capacidad de liderazgo sobre la emigración, evidentemente se hacía sentir aún de algún modo en 1892, cuando el Delegado del Partido Revolucionario Cubano impulsaba la extensión de la organización por los centros de emigrados y se aprestaba a iniciar las labores conspirativas dentro de Cuba. Aunque todavía quedan muchos aspectos por conocer, tanto Gómez como Maceo sostenían cada uno por su lado, sus propias redes conspirativas y de contactos dentro del país, además de gozar del reconocimiento y el apoyo de más de un club patriótico, sobre todo en Cayo Hueso y Jamaica, y en sus lugares respectivos de residencia, República Dominicana y Costa Rica.
Por eso, el Delegado marchó a reunirse con Gómez en septiembre de 1892 para obtener —como la obtuvo— su aquiescencia para asumir la parte militar del nuevo proyecto bélico.[2] Y por similares razones, tras un nuevo encuentro con el dominicano, viajó a Costa Rica para reunirse con Maceo durante los primeros días de julio del año siguiente, visita que, según todos los indicios, arrojó resultados positivos. Se trataba, pues, de incorporar a ambos generales al esfuerzo independentista, conducido ahora por un partido político y el liderazgo de Martí: había que orillar diferencias personales, pero, sobre todo, diferencias de concepción organizativa y quizás hasta de maneras de conducir la república.
La noble y desinteresada voluntad patriótica de ambos generales quedó plasmada en su apoyo a las solicitudes martianas y en la labor coordinada entre los tres hasta el inicio de la Guerra de Independencia, en 1895.
Como parte de ese acercamiento, el Delegado mantuvo una actitud pública de reconocimiento de las capacidades, la significación y la representatividad de Gómez y Maceo, línea de acción en la que se destacan sendos trabajos dedicados a los guerreros que aparecen en el periódico Patria durante 1893.[3]
Incluimos en este número del Anuario del Centro de Estudios Martianos, correspondiente al centenario de la caída en combate del Titán de Bronce, el texto, en edición crítica, acerca de Maceo publicado por Martí en aquel periódico. Saltan a la vista en sus palabras las recientes impresiones de los encuentros sostenidos entre ambos tres meses atrás y el exquisito cuidado del escritor para ofrecer una imagen positiva de Maceo, en plena coincidencia con la proyección y propósitos del Partido Revolucionario Cubano, de tal modo, que cabe preguntarse hasta dónde hubo la intención de Martí de entregar tal imagen para comprometer al propio Maceo con ella.
Obsérvese cómo, en contraste con los planteos de la carta a Gómez del 20 de octubre de 1884, Martí insiste en el sentido fundador de la obra de colonización emprendida por el general en Nicoya, justamente en una república que pretendía entonces continuar su camino por las reformas liberales desde una perspectiva electoral, civilista y no autocrática. Y, sobre todo, apréciese en las últimas líneas la fina y explícita manera de brindar a los lectores un Maceo servidor de la república por fundar en Cuba, más con su pensamiento que con su valor de guerrero, algunas de cuyas hazañas el propio Martí ha referido en el texto en párrafos anteriores.
Se trata, por consiguiente, de trasmitir el mensaje de que Maceo no era un caudillo ni un ambicioso de poder personal autocrático, por lo que tenía plena y destacada cabida en la obra asumida por el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objeto no era “llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio”, como reza en sus Bases. Tal imagen se refuerza con la presentación de las virtudes del General: cariño y amistad en el trato con cubanos y costarricenses, vestir correcto y hasta elegante y no de uniforme, serenidad y templanza en su carácter, patriotismo intachable, actuación luego de un pensar meditado, y hasta expresión pulida y artística. Así, Martí nos muestra que Maceo no era el feroz e inculto guerrero mulato sediento de sangre presentado por la propaganda colonialista, sino que —y de este modo respondía también a las suspicacias, prejuicios y temores dentro del campo patriótico— era todo un hombre de pensamiento capaz y necesario para fundar la república luego del triunfo militar sobre la Metrópoli.
Por otra parte, parece claro que con este texto Martí también buscaba el aprecio de Maceo, como indican las cariñosas referencias a su familia y a la integra dedicación patriótica de esta. El Delegado sabía que tenía que contar con aquel hombre para reiniciar la guerra liberadora por razones tanto militares como políticas, y probablemente comprendió en las charlas sostenidas por ambos en Costa Rica que a él le correspondía insistir en demostrar que no abrigaba recelos por el desacuerdo de 1884 ni que esperaba solo de Maceo la fuerza de su brazo para empujar la futura contienda, sino que le reconocía su lugar cimero en la más alta dirigencia política del pueblo cubano.
En dos palabras, este escrito es un ejemplo no solo del singular estilo de la prosa martiana sino también de las capacidades del escritor para presentar sus ideas y su punto de vista de una manera convincente, apelando por igual a los recursos analíticos y a la sensibilidad y emotividad patriótica de sus lectores.
Se ha tomado el texto de Patria y se ha actualizado la ortografía. En el cotejo y la búsqueda de información para las notas colaboraron las investigadoras del Centro Ana María Álvarez y Maydelín González.
Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1996, no. 19, pp. 215-218.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Programa revolucionario de San Pedro Sula. Con este nombre es reconocido en Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales (1868-1898), La Habana, Instituto de Historia de Cuba, Editora Política, 1996, p. 347. Véase el capítulo VII de la autoría de Pedro Pablo Rodríguez y Ramón de Armas, donde se explica la razón del nombre y se analiza el programa insurreccional en cuestión.
[2] Véase JM: “Carta al general Máximo Gómez”, Santiago de los Caballeros, Santo Domingo, 13 de septiembre de 1892, EJM, t. III, pp. 207-210.
[3] JM: “El general Gómez” y “Antonio Maceo”, Patria, Nueva York, 26 de agosto y 6 de octubre de 1893, nos. 76 y 80, pp. 2-3; OC, t. 4, pp. 445-451 y 451-454, respectivamente.