Moisés. Principal figura bíblica del Antiguo testamento. Liberador y legislador hebreo, fue el guía del pueblo de Israel ante el dominio de los egipcios.[1]  —En marzo de 1881, José Martí pronuncia un discurso sobre Moisés en el Club del Comercio de Caracas. La pieza oratoria no se conserva, pero sabemos de su existencia por el “deslumbrado testimonio[2] que dieron sus amigos venezolanos”. “Tuvo que ser, como todos los suyos, un discurso de profunda significación política en que la figura del profeta liberador de su pueblo debió arder como la zarza ardiente[3] que no se consume en toda la inagotable futuridad de su mensaje”. 

(Cintio Vitier: “Demandando a la vida su secreto”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1988, no. 11, p. 351). [Tomado de OCEC, t. 24, p. 401. (Nota modificada por el E. del sitio web)].


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] “[…] Se ha de tener el arado a la puerta, y la sociedad literaria en la covacha. // Así se nutre de savia la nación y le entra vida sana a la poesía, que es de lo más bello del mundo […]. Cada cual es su Moisés, y lleva en el pecho la roca que da agua”. (JM: “En los Estados Unidos. El 4 de Julio”, La Nación, Buenos Aires, 16 de agosto de 1889, OC, t. 12, p. 263. Las cursivas son del E. del sitio web).

[2] “En una de aquellas sesiones oratorias sirvió de tema el pueblo de Israel, y con lenguaje expresivo y sublime narró el orador las maravillas de aquel pueblo excepcional. Creíamos que no era posible decir cosas más hermosas y poéticas, pero cuando el orador se considera en la cumbre del monte Nebo y presenta al pueblo israelita y a Moisés contemplando la tierra prometida, su elocuencia fue nueva, sorprendente, y lo sublime parecía poco ante aquel espíritu transfigurado por el poder cuasi divino de las ideas. Con cuánto dolor nos dijo que Moisés, a los noventa años de vida, joven sano, sin haber perdido uno solo de sus dientes, a presencia de la tierra de promisión, iba a morir, teniendo a la vista, casi al alcance de la mano, la felicidad acariciada en prolongados años de inconcebible peregrinación por arenales y desiertos llenos de peligros. Aquellas patéticas figuras conmovían el corazón, aparecían con vida y movimiento y llevaban al alma generosos y sublimes ideales”. (Juvenal Anzola: “José Martí” (1903), Revista Cubana, La Habana, Ministerio de Educación, Dirección de Cultura, julio 1951-diciembre 1952, vol. XXIX, p. 165).

[3] “La zarza ardiendo que ve Moisés no es mitológica, sino terrenal e inmediata, pero a la vez, en su misma fibra incandescente, revela otra cosa. La revelación o el símbolo utiliza aquí lo real y cotidiano, no solo para explicarlo sino también para explicarse. El tiempo y la eternidad, los sucesos de la familia y de la especie, las experiencias personales y el drama de la redención, se interpenetran y fecundan, en un incesante nacimiento de símbolos trascendentes”. (Cintio Vitier: “Poesía como fidelidad”, Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, 1956, año XIII, no. 40, p. 27).