LA NIÑA DE GUATEMALA
El primer número de Archivo José Martí reproduce un comentario de esta poesía, firmado por el profesor de Paul University, Antonio Rubio, donde se advierte que “el orden de las estrofas no corresponde al de los eventos que en ellas se narran”, y que, “más de acuerdo con la cronología de los hechos, sería disponerlas así: 1, 6, 3, 5, 7, 4, 2, 8, 9”.
El comentarista nota incoherencia en el seguimiento de las redondillas; empero el cambio que propone, destruiría la soberbia variedad y graduación de tonos logrados precisamente con esa artística interposición que aparenta romper el hilo del poema.
“La niña de Guatemala”, a la vez que la de su historia nos revela una muy interesante cuestión de forma literaria, que debiera guiar a los que recitan y leen desentonando el lindísimo cuento de amor.
Martí capta enseguida el ambiente trovadoresco que revive aquel tremante episodio de su juventud. Y como sabe que “está además cada época en el lenguaje en que ella hablaba como en los hechos que en ella acontecieron”,[1] y porque lo que se vive se expresa fácil y justamente, con profunda información de los tiempos en que tales amores solían florecer, altísimo poeta, da vida a su obra, no engarzando pedestremente voces arcaicas, sino diversificando con maestría lo viejo y lo nuevo para lograr las sorprendentes armonías intermedias que le infunden perenne belleza.
El poeta recuerda al trovador de épocas remotas, rimando los sucesos culminantes de guerra o de amor, que juglares y soldaderas han de cantar de pueblo en pueblo.
“Unas nuevas os voy a contar que escuché a un juglar en la corte del más sabio rey”, empezaba el francés Raimbaud de Vaqueiras. Con la misma ingenuidad, aunque “a sílabas contadas, que es gran maestría”, se entona de esta suerte el trovador de ahora:
Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
Si el vate de antaño yuxtaponía las cláusulas por lo limitado de su léxico, el de hogaño, que sabe de raíz su lengua, vuelve a la yuxtaposición y, de modo protoplasmático,[2] cierra la redondilla con esta insuperable enunciación del tema:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
En “La niña de Guatemala”, nada está fuera de lugar, y para demostrarlo vamos a transcribirla tal como entendemos su estructura ideológica:
Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.
Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.
…Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
Él volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
…Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
Él volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.
Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!
…Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!
Nótese que se describe el suceso en dos fases, indicando los tiempos del verbo la diferencia de tonos. La inhumación de la romántica niña, se narra en pretérito imperfecto de indicativo, que impersonaliza, restando de la acción al poeta:
Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Lo acaecido antes, lo que motivó la tragedia, se dice en pretérito indefinido, que con su imprecisión da lejanía a los hechos:
…Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
A cada redondilla del sepelio, sigue una de las que comienzan con puntos suspensivos y rematan con el estribillo “murió de amor”, en forma reflexiva.
Estas estrofas, situadas como en un segundo plano, que indican los suspensivos, tal que el coro en las tragedias, tienen por objeto reiterar durante la marcha del entierro, la angustia del poeta.
Considerada así esta hermosa producción, observemos también que se puede leer como dos poemas distintos, con solo agregar la primera, octava y novena estrofas a cualquiera de los grupos que aquí aparecen seccionados.
No hay en la composición desacoplamiento alguno, ni palabras de más ni de menos, y cuando parece que se ahorran, cual en las dos últimas estrofas, con una sola insinuación se logra hacernos tangible la patética y misteriosa escena del enterrador y el poeta ante el cadáver de la desventurada.
“La niña de Guatemala”, maravilloso acorde de lo viejo y lo nuevo, une a la delicadeza de su lirismo el comedimiento clásico en la expresión de los sentimientos.
A quienes tengan en cuenta estos detalles de forma y le den ritmo de coro a las estrofas con suspensivos, les parecerá cosa nueva y mejor el inmortal poema.[3]
Crónica, 10 de junio de 1949.
Tomado del Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1982, no. 5, pp. 281-284.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] JM: “El carácter de la Revista Venezolana”, Revista Venezolana, Caracas, 15 de julio de 1881, OCEC, t. 8, p. 91.
[2] “En efecto, si es como algunos enseñan que ni lo orgánico brotó de lo inorgánico ni esto es una reducción de aquello, sino ambos diferenciaciones de un estado primitivo de la materia, estado inestable y caótico, es muy fácil que ni el verso sea una sistematización de cierta prosa ritmoide, ni la prosa una reducción del verso —pues hay quienes sostienen que el verso fue anterior a la prosa, porque a falta de escritura se fiaban mejor a la memoria con el ritmo las fábulas, consejos y leyendas—sino que prosa y verso sean diferenciaciones sistematizadas de una forma primitiva de expresión protoplasmática, por decirlo así. Es la forma que representan los salmos hebraicos, la de Walt Whitman, y también los versos libres de Martí. No hay en ellos más freno que el ritmo del endecasílabo, el más suelto, el más libre, el más variado y proteico que hay en nuestra lengua. Y más que freno es una espuela ese ritmo; una espuela para un pensamiento ya de suyo desbocado”. (Miguel de Unamuno: “Sobre los Versos libres de Martí”, Archivo José Martí 11, al cuidado de Félix Lizaso, La Habana, enero-diciembre de 1947, pp. 7-8).
[3] “Si como héroe tiene un ancho espacio luminoso para su estatua en el claustro de los héroes, como poeta se talló un plinto de piedra berroqueña y se conquistó una siempre fresca corona de laurel castellano. ‘La niña de Guatemala’, […] es mucho más que un romance hermoso. […] Ese romance puro y sereno, sin embargo, llora sangre. Así, llorando y sangrando de remordimiento desesperado, debió escribirlo Martí que tuvo grandes poderes de atracción con las mujeres, pues sin ser hermoso poseía unos ojos de fuego y una invisible aureola que conmovía los sensibles nervios femeninos. Su bondad total lo salvó de ser un don Juan: su genio y su sentido de la libertad, de los derechos humanos, de ser un conquistador de cualquier especie. Él sabía bien que ‘el amor engendra melodías’ y sembró amor en el verso, en la prosa de centella, en cuanto ideal se le cobijó bajo la noble frente magnética”. [Juana de Ibarbourou: “La poesía de Martí”, Memoria del Congreso de Escritores Martianos (febrero 20 al 27 de 1953), La Habana, Publicaciones de la Comisión Nacional Organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario y del Monumento de Martí, Imprenta Úcar, García, s. a., La Habana, 1953, pp. 632-637]. Fina García-Marruz considera que “La niña de Guatemala”, “no es un poema más de Martí; es su poema más confesional, más doloroso” (Bohemia, 25 de enero de 2013, año 105, no. 2, p. 36).
Véase el artículo de Alfonso Herrera Franyutti: “A cien años de La niña de Guatemala. Una historia y un poema”, Panorama Médico, México, septiembre de 1978.
[4] Manuel Isidro Méndez nació en Navia, provincia de Asturias, el 15 de mayo de 1882; y falleció en La Habana, un 18 de abril, noventa años más tarde. Por tanto, 1982 —centenario de su nacimiento y primera década de su muerte— resulta particularmente apropiado para rememorar a este hombre caracterizado por la honradez y la bondad. Heredero de la mejor España —de cuya fugaz y centelleante República fue un defensor— su vida transcurrió entre aquel país y Cuba, donde fue ganado definitivamente por el fervor martiano: autor de la primera biografía de José Martí —premiada en 1924 por el Real Consistorio Hispano Americano del Gay Saber, y publicada en París al año siguiente— obtuvo en 1939 un premio otorgado en Cuba por el Concurso Literario Interamericano que auspició la Comisión Central Pro-Monumento a Martí, con la obra Martí. Estudio crítico-biográfico, impresa en 1941, y de la cual poco después José Antonio Portuondo afirmó que era “el mejor estudio interpretativo de la vida y de la obra martianas entre nosotros” (Revista Bimestre Cubana, sept.-oct. de 1942). Aún hoy continúa siendo la mejor biografía extensa del héroe. Fue el compilador de unas Obras completas de Martí, en dos volúmenes que Lex editó en 1946 y reimprimió dos años más tarde: los leídos por Fidel en la prisión en que se le mantuvo después del asalto al Moncada. El Anuario del Centro de Estudios Martianos publica en su entrega de 1982 una pequeña muestra de los artículos breves que con la designación genérica de “Sugerencias martianas” dio a conocer en publicaciones periódicas —con sistemáticas pruebas de lucidez y de pasión por Martí— este autor dignísimo a quien solía reverenciarse con el nombre de Don Isidro. (N. de la R.).