Miguel Hidalgo y Costilla (1753-1811)

Nació el 8 de mayo en la hacienda de San Diego de Corralejo, en la jurisdicción de Pénjamo, de la intendencia de Guanajuato. Fue hijo de Cristóbal Hidalgo y Costilla y de Ana María Gallaga Mandarte y Villaseñor. A los nueve años quedó huérfano de madre. Realizó los primeros estudios bajo la dirección de su padre, y en 1765 ingresó en el Colegio de San Francisco Javier en Valladolid (hoy Morelia), atendido por los jesuitas. Allí permaneció hasta 1767, año en que estos fueron expulsados de los territorios del imperio español. Se graduó de Bachiller en Letras en el Colegio de San Nicolás Obispo (1770), y de Bachiller en Artes un año después, en la Real y Pontificia Universidad de México. Recibió el grado de Bachiller en Teología, junto su hermano José Joaquín, en 1773, y obtuvo una beca por oposición para realizar estudios canónicos. En 1778 le fue conferido el presbiterado.

     De 1779 a 1792 llevó una intensa vida académica en el Colegio de San Nicolás, donde fue profesor de diversas disciplinas. Dominaba el francés y el italiano, y tres dialectos indígenas. En enero de 1780 fue nombrado rector del Colegio. En 1792, con motivo de los reproches que se le hacían por su carácter adquirido junto a los jesuitas, la lectura de libros prohibidos, la afición al juego y el trato con mujeres, renunció a sus puestos de rector, tesorero y catedrático de teología, y marchó a Colima, a servir un curato. Ya entonces tenía dos hijos, nacidos de sus relaciones con Manuela Ramos Pichardo. Ocho meses después donó al ayuntamiento la casa que había comprado en la Calle Real de Colima, para fundar una escuela gratuita. Fue cura, vicario y juez eclesiástico de San Felipe, en Guanajuato. En 1800 entregó el curato para atender personalmente su hacienda en Jaripeo. Ese año fue denunciado ante la Inquisición por comentar la Historia eclesiástica, de Claude Fleury, pero la acusación fue archivada por falta de pruebas.

     En 1802 ocupó la parroquia de Dolores, en Guanajuato, donde se estableció con su familia, incluyendo a las dos hijas que había tenido con Josefa Quintana. Allí propició el desarrollo de la agricultura y la artesanía. En 1810 hizo construir varias piezas de artillería con el pretexto de dar mayor solemnidad a las fiestas religiosas. Puesto de acuerdo con varios oficiales criollos del Regimiento de la Reina, Ignacio Allende y Juan Aldama, así como Josefa Ortiz, esposa del corregidor local, Miguel Domínguez, el 16 de diciembre de 1810, Hidalgo sublevó al poblado de Dolores y las poblaciones vecinas con una emocionada arenga en contra de las autoridades coloniales, y en defensa de la religión católica y de Fernando VII, ante el temor de que la ocupación francesa de la metrópoli se extendiera a Nueva España.

     La promesa formulada por Hidalgo, desde el principio, de devolver las tierras de la comunidad a sus legítimos dueños, y la desesperación causada por la vertiginosa subida de los precios del maíz, le atrajo ferviente apoyo de los peones e indígenas, convertidos en la fuerza motriz de la primera Revolución mexicana. Junto a los gañanes, trabajadores de las minas y campesinos pobres que seguían el estandarte de Hidalgo —la virgen de Guadalupe, tomada del santuario de Atotonilco—, se incorporaron también, artesanos, intelectuales, miembros del bajo clero e incluso algunos hacendados criollos.

     Con esas fuerzas heterogéneas, que pronto sumarían decenas de miles de hombres, los insurgentes avanzaron hacia el sur. En la ofensiva, el ejército de Hidalgo se apoderó sucesivamente de Celaya (20 de septiembre), Guanajuato (28 de septiembre), cuya ocupación se realizó mediante una incontenible ola de venganza popular, particularmente contra los ricos criollos y españoles que resistían en la Alhóndiga de Granaditas, y continuó hasta Valladolid. En forma paralela, otro grupo de insurgentes tomó Guadalajara y el 26 de noviembre se unió al ejército de Hidalgo.

     En Valladolid, el cura rebelde, vistiendo por primera vez una elegante casaca militar y nombrado Capitán general del Ejército de Redención de las Américas —más adelante también Generalísimo—, abolió la trata de la esclavitud y el tributo indígena. El día 12 de noviembre, Hidalgo había lanzado desde Valladolid un manifiesto donde se defendía del edicto de excomulgación lanzado en su contra por el obispo de Michoacán, llamaba a la unión de todos los americanos y promovía la creación de un Congreso con representantes de todo el virreinato. El punto culminante de esta vertiginosa ofensiva fue la ajustada victoria sobre el ejército realista en la larga y costosa batalla del Monte de las Cruces (30 de octubre).

     Dividido el ejército insurgente tras el revés de Aculco de Querétaro (7 de noviembre), entre los partidarios de Allende y los de Hidalgo, el cura marchó a Guadalajara, donde permaneció mes y medio. Aquí dictó una serie de decretos revolucionarios que confirmaron sus anteriores disposiciones y eliminaban impuestos, estancos y monopolios. Creó entonces El Despertador Americano, periódico del cual se publicaron siete números entre el 20 de diciembre de 1810 y el 17 de enero de 1811, y donde se hizo manifiesta la ruptura total con España. Ese mismo día entablaron combate en Puente Calderón las fuerzas realistas y las patrióticas, y estas fueron derrotadas como consecuencia del estallido accidental de un carro de municiones en el campo insurgente. Hidalgo fue responsabilizado de la derrota por Allende y otros jefes, quienes lo despojaron del mando militar, aunque le conservaron la dirección política y el título de Generalísimo, por la gran influencia que ejercía sobre las masas. Ya a principios de febrero, Allende dictaba las órdenes e Hidalgo marchaba con el menguado ejército insurgente casi en calidad de prisionero. Al llegar a Saltillo renunció públicamente a la jefatura del ejército y rechazó el indulto expedido a su favor por las Cortes Generales Extraordinarias de España.

     En viaje hacia el norte con el fin de recabar la ayuda material y moral de Estados Unidos, los rebeldes fueron víctimas el 21 de marzo de una traición, fraguada por el capitán de milicias Francisco Ignacio Elizondo. Hidalgo fue hecho prisionero con mil trescientos hombres, y sometido a un proceso mixto (eclesiástico y militar) del cual resultó su degradación sacerdotal y su condena a muerte, la cual se cumplió el 30 de julio de 1811. La cabeza le fue cortada y exhibida, junto con las de los tres restantes jefes de la insurrección —Allende, Aldama y Jiménez— en Chihuahua, Zacatecas, Lagos, León y Guadalajara, después de lo cual se las colocó, en octubre de ese año, en los cuatro ángulos de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, de donde las retiró el pueblo mexicano en 1821, en vísperas de consumarse su independencia.

     José Martí destacó en diversas oportunidades la relevancia histórica “del inmortal Miguel Hidalgo y Costilla”,[1] “valeroso sacerdote que alzó enseña terrible ante el pueblo asombrado mexicano, y que sujetó a examen humano los misterios irracionales de las Vírgenes”,[2] especialmente, en el artículo “Tres héroes”, aparecido en el número inicial de su revista para niños La Edad de Oro. Lo hizo similar a Washington (“en la serenidad y terco empuje”, pero destacó su “mayor entusiasmo”)[3] y a Bolívar, porque “Hidalgo fue de esa familia de hombres que sacuden al aire una bandera, miran de frente al sol, y al sol arrancan luz para su gloria, y al aire arrancan el secreto de la independencia de un país”.[4]

     Raúl Roa aseveraba que Hidalgo y Martí “no solo fueron voz y conciencia de su tiempo. Ambos fueron también hijos de un mismo proceso y protagonistas de un mismo drama. Son contemporáneos históricos y pares en calidad humana. Y aún iluminan, guían y pugnan”.[5]

    Véase “‘Soy de Hidalgo la voz’. Miguel Hidalgo en Martí” de Pedro Pablo Rodríguez, Pensar, prever, servir. El ideario de José Martí, La Habana, Ediciones Unión, 2012, pp. 113-123. También el ensayo dedicado a Hidalgo en el libro de Salvador Morales: José Martí: vida, tiempo, ideas, Morelia, Michoacán, Sociedad Cultural Miguel Hidalgo, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y Centro de Estudios Martianos, 2003.

[Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2000, t. 2, pp. 303-305. (Texto modificado ligeramente por el E. del sitio web)].

     Otros textos relacionados:

  • José Antonio Portuondo: “Hidalgo y Martí”, Sexto Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, México, Imprenta Universitaria, 1954, pp. 129-134.
  • Enrique López Mesa: “José Martí en la conmemoración del Grito de Dolores, New York, 1891”, Chacmool, México, 2010, no. 6, pp. 11-14.

Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1]JM: “Boletín. Monumento a Hidalgo”, Revista Universal, México, 13 de mayo de 1875, OCEC, t. 2, p. 40.

[2]JM: “Islas de mujeres”, [marzo de 1877], OCEC, t. 5, p. 42.

[3]JM: “Buenos y malos americanos. Fiestas en parís en honor del general San Martín”, La América, Nueva York, abril de 1884, OCEC, t. 19, p. 118.

[4]JM: “Boletín. El Liceo Hidalgo”, Revista Universal, México, 11 de mayo de 1875, OCEC, t. 2, p. 36.

[5]Raúl Roa García: “José Martí en su Centenario” (1953), Nazareno de espada y paloma, selección de Raúl Roa Kourí y Ana Cairo, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2009, p. 78.