Ha pasado por México rápidamente —tal vez a la hora en que estas líneas aparezcan habrá ya partido— un gran artista, un excelso tribuno, un poeta centelleante, un magno espíritu, José Martí. Aquí dejó hace diez y siete años, robustas amistades y altas admiraciones que han crecido. Esta es su tierra, porque él no es de Cuba nada más, él es de América. —¡Álzate y ve de gente en gente enardeciéndolas!— le dijo Dios, y ha ido, profeta, apóstol, misionero sacerdote y conquistador, de pueblo en pueblo. ¡Oh errante caballero de la libertad… buen caballero! ¡Cómo te ha azotado la ventisca y requemado el sol y sacudido el Océano! Los jóvenes poetas, prontos a partir en góndolas de cerezo bien oliente, forradas de raso y con cojines amoldados a voluptuosos cuerpos de mujer, le decían al son de las alegres mandolinas: —¡Vente con nosotros!
En el calado balconaje del palacio, asomaban a verle damas muy hermosas, con los brazos desnudos para sentir mejor la ondulante caricia de la vida, y la gentil garganta requiriendo cien collares de besos; por entre los dedos se les resbalaban y caían como de frescas epidermis despegados, fragantes pétalos de rosa, y de entre el mohín provocativo de los labios brotaba este saludo, este perfume de salud divina: —¡Sube! ¡Amamos! ¿Por qué, trovador, no hechizas a los nocturnos ruiseñores con tus cantos? Entornada está la celosía… el Señor está lejos, guerreando, y todos los sueños de amor están despiertos en los dormidos ojos negros que te espían. ¿Por qué, mozo apuesto, disfrazado de viejo peregrino, no te acercas al ruedo y te desentumes junto a las brasas crepitantes del fogón, y cuentas a los ojazos zarcos asombrados de mujeres, niños, los milagros y peripecias de tus viajes? ¿Por qué, paje, no saltas del escabel de plata repujada a las rodillas de la reina que te mima?
Pudo poner la planta en el muelle cojín y la mano en el hombro de la patricia veneciana; pudo pisar la gradería color de rosa del palacio o subir por la escala de áurea seda; pudo sentarse en el sitial de cuero junto al doméstico fogón… y “puso el pie en la nube que partía”, y allá va, ventiscos y relámpagos, con la vista clavada en una estrella. ¡Oh, errante caballero de la libertad!, tu bandera dice ¡EXCELSIOR![2]
El Universal, México, 22 de julio de 1894. (Tomado de Boyd G. Carter: “Martí en México: 1894”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1972, no. 4, p. 357).
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Bajo el título “El Delegado” que da cuenta del viaje de Martí a México, Patria reproduce íntegramente este artículo. [Patria, Nueva York, 4 de agosto de 1894, no. 123, p. 1. (N. del E. del sitio web)].
[2] “¡Más alto!”, en latín. (“Excelsior” es también el título de “la poesía más celebrada de Longfellow”, “en todas partes conocida […] verdadero canto de batalla de los humanos” (OCEC, tt. 9 y 13, pp. 277 y 41, respectivamente), en el que el último verso de cada estrofa termina con esa palabra. Además, Martí se refiere a este poema en su novela Lucía Jerez, OCEC, t. 22, p. 278). (N. del E. del sitio web).
[3] Seudónimo de Manuel Gutiérrez Nájera.