EL APÓSTOL Y EL CAUDILLO

AL OTRO DÍA DE LA MEJORANA [1]

Asomaba el sol; la mañana fresca y diáfana, convidaba a dejar la hamaca para aspirar el aire puro y odorífero, en medio de aquella vegetación espléndida.

     No estábamos en marcha. El campamento, situado a orillas de un arroyuelo y a la sombra de un cacaotal, se despertaba lentamente, rumorando el viento un saludo a la nueva aurora.

     Los patriotas celebraban el día de tregua; hablaban, gesticulaban, reían, y a pulmón pleno cantaban algunos puntos y décimas cubanos.

     A las nueve llegó un correo con la noticia; los que no pudimos ir el día antes a la célebre entrevista de La Mejorana, íbamos a experimentar una emoción suprema; íbamos a conocer, sobre el terreno de la protesta armada a Martí, el apóstol, y a Gómez, el caudillo, a quienes escoltaba el entonces brigadier y glorioso vencedor de Arroyo Hondo,[2] José Maceo.

     La buena nueva corrió enseguida, como un reguero de pólvora, por todo el campamento. Los toques de corneta ensordecían el espacio; el movimiento era general; los asistentes ensillaban los caballos; los coroneles de regimiento transmitían sus órdenes, y las compañías con sus respectivos capitanes a la cabeza, formaban en una ancha calle de árboles, para hacer pasar entre ellas, al sonido marcial de los clarines, a los dos próceres de la revolución.

     —“¡A caballo!”, dijo el general Antonio Maceo.

     Y seguido de sus ayudantes de campo y su Estado Mayor, partió a galope a recibir a los ilustres huéspedes.

     La entrevista fue cordialísima y entusiasta; el recibimiento, indescriptible. El general Maceo, revisando sus fuerzas, pasaba ante ellas dando vivas a los generales Gómez y Martí, vivas que los patriotas “de la vereda y de la manigua”, como dijo en hermosa frase el orador guerrero, recibían con estruendoso júbilo, agitando al aire la enseña tricolor, que parecía más bella al rozar con sus pliegues las hojas de los árboles.

     Martí habló el lenguaje del patriotismo, y sus frases iban cayendo como bálsamo alentador en el corazón de cuantos lo escuchaban.

     Nadie le interrumpió, se le oía como oyeron los hebreos las máximas de Cristo con la adoración bíblica, con fanatismo de idólatras.

     Cuando concluyó, brotó el volcán; ¡Vivas! a Cuba, a Gómez, a Maceo, a Martí, repercutieron por largo rato en aquellas montañas, como la protesta gigantesca de un pueblo heroico que iba al sacrificio, con la frente alta y la conciencia limpia, a luchar por la libertad de su país.

     El entusiasmo fue delirante, la excitación inmensa; si en aquel instante España, con todos sus soldados, se hubiera atrevido a presentarse en aquella fiesta del patriotismo y del honor, desde entonces se hubieran vuelto rumbo a Europa los chacales de la conquista.

     Después habló el general Gómez: realzó las cualidades del gran Maceo, y recomendó la   disciplina como la condición que más debía estimar el soldado cubano, tomándola como divisa en su lucha contra los españoles.

     El entusiasmo se manifestó de nuevo con todo su vigor; el ejército le vitoreó, honrándose.

     Acto seguido se dio la orden de marcha. El general Gómez tenía vivo empeño en llegar cuanto antes a las legendarias tierras del Camagüey, donde le esperaban con impaciencia.

     Breves instantes hablaron él, Martí y Maceo, a caballo, y a la sombra de una hermosa majagua, sobre el giro que habían de tomar las primeras operaciones en Oriente y el Príncipe. Después se abrazaron con efusión, en presencia de las fuerzas, que celebraron con gritos de júbilo y alborozo aquel abrazo revelador.

     Un toque de corneta anunció la despedida…

     Rumbo al oeste, seguidos de pequeña escolta, marchaban Gómez y Martí en dirección a Camagüey. Se les despidió con el alma. No olvidará jamás el general Gómez aquella expresión de admiración y cariño que le ofreció el pueblo de Oriente.

     Un ayudante se le acercó a Maceo, y le dijo:

     —General, ¿cómo es que el general Gómez va hasta Camagüey con tan poca fuerza?

     Maceo se volvió hacia el ingenuo interlocutor, y dando paso a una sonrisa en la que vagaba la expresión de una convicción íntima, exclamó con énfasis:

     —El general Gómez lleva consigo un gran ejército: su estrategia.

Mariano Corona[3]

Fragmento de De la manigua (Ecos de la Epopeya), Santiago de Cuba, 1900.

 Revista Cubana, La Habana, Ministerio de Educación, Dirección de Cultura, vol. XXIX, julio 1951-diciembre 1952, pp. 435-437.

Tomado de Yo conocí a Martí, selección y prólogo de Carmen Suárez León, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2012, pp. 33-35.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1]Véase la carta de Mariano Corona al director del periódico Patria, Patria, Nueva York, 10 de junio de 1895, año III, no. 165, pp. 1-2.

[2]El 25 de abril de 1895 las tropas cubanas, al mando de Periquito Pérez y José Maceo, obtuvieron un resonante éxito militar en el combate Arroyo Hondo, donde se enfrentaron a las fuerzas españolas del coronel Copello, que se encontraban emboscadas a la espera de la expedición de Martí y Gómez.

[3]Mariano Corona Ferrer (1869-1912). Periodista cubano. Fundador de El Cubano Libre, periódico mambí. Al finalizar la Guerra de 1895 ostentaba el grado de Comandante del Ejército Libertador.