Manuel de Zequeira y Arango (1764-1846)

Nació en La Habana el 28 de agosto de 1764 y falleció en la misma ciudad el 19 de abril de 1846. Pertenecía a una familia adinerada y de prestigio nobiliario dentro de aquella sociedad colonial, lo que le permitió realizar estudios en el Seminario de San Carlos y, posteriormente, abrazar la carrera militar. Como tal, participó en campañas bélicas en la vecina isla de Santo Domingo, siempre en defensa de la monarquía hispánica, hecho que rememoró en algunos de sus versos.

     En Cuba se vinculó a los esfuerzos progresistas del capitán general Luis de las Casas y de la Sociedad Económica de Amigos del País, y llegó a ser nombrado, en 1800, redactor del Papel Periódico de la Havana, cargo en el que se mantuvo durante un lustro, lleno de polémicas y presiones que obstaculizaban sus propósitos de que la literatura un lugar importante de la publicación. Nombramientos oficiales lo llevaron más tarde a asumir responsabilidades militares y civiles en tierras continentales del entonces Reino de Granada (hoy día Colombia), hasta que en 1817 regresó de nuevo a su Isla natal.

     Zequeira fue quizás el primer ejemplo cubano de lo que hoy conocemos como “hombre de letras”, ganado por un ansia inextinguible de comunicarse con sus lectores a través de la letra impresa. No solo fue un asiduo versificador, sino un prosista notable para aquella época, empeñado en dejar constancia de la vida habanera a través de textos que rondan el costumbrismo y a veces hasta el testimonio, cuando no la prosa poética, como su muy elogiado “El relox de La Habana”.

     La lista de publicaciones periódicas en las que colaboró incluye prácticamente a todas las existentes entonces, y poseyó un virtuosismo especial al escoger infinidad de seudónimos para firmar sus textos, muchos de los cuales aún permanecen sin poder ser identificados.

     Como poeta, Zequeira fue un neoclásico atado a convencionalismos epocales e íntimamente ligado al pensamiento reformista del momento, que lo lleva a reflejar fielmente hechos e ideas.[1] Se destaca un matiz criollista que ya preludia sendas futuras que recorrerá la poesía cubana.[2] En ocasiones nos brinda también alguna muestra de surrealismo esquizofrénico, como sus décimas “La ronda”,[3] anticipadoras del estado mental en que transcurrieron sus últimos años, pues en 1821, cuando desempeñaba un cargo militar en Matanzas, enloqueció. En 1829 sus Poesías fueron recogidas y editadas en Nueva York “por un paisano suyo”: Félix Varela.

[Tomado de Poesía cubana de la colonia, selección, prólogo y notas de Salvador Arias, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2002, pp. 15-16. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web)].

     Otros textos relacionados:

  • Cintio Vitier: “[Manuel de Zequeira y Arango]”, “Segunda lección. Condiciones estéticas en que se inicia nuestra poesía. El marco bucólico y la visión arcádica. Ganancias de la silva descriptiva”, Lo cubano en la poesía(1958), en Lo cubano en la poesía. Edición definitiva, prólogo de Abel E. Prieto, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1998, pp. 47-49.
  • Fina García Marruz: “Manuel de Zequeira y Arango. (En el bicentenario de su nacimiento)”, Hablar de la poesía, La Habana, Editorial de Letras Cubanas, 1986, pp. 234-301. (Revista de la Biblioteca NacionalJosé Martí, La Habana, enero-junio de 1965).

Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] “En Zequeira, en una forma enajenada y a veces grotesca, comienza la sacralización de nuestra poesía”. [José Lezama Lima: “Prólogo a una antología” (Antología de la poesía cubana, La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1965, 3 t.), La cantidad hechizada, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2014 (edic. digital), p. 279].

[2] “No […] puede decirse que fuera Zequeira un poeta cabal, en la plena posesión de su persona lírica, sino más bien un poeta embrión, un poeta nebulosa, un poeta prehistórico, y esto mismo lo sitúa naturalmente en el principio no cronológico sino simbólico, en ese ámbito prenatal y caótico que le corresponde como a nadie en la historia de nuestra poesía”. (Cintio Vitier: “Poetas cubanos del siglo XIX. Semblanzas” (1968), en Obras 3. Crítica 1, prólogo de Enrique Saínz, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2000, p. 207).

[3] “Es para mí uno de los más verídicos momentos que puede ofrecer nuestra poesía y yo me decidiría a afirmar que si se hiciese una selección de veinte de nuestros mejores poemas, La ronda tendría que ser incluido entre ellos. Si la enajenación rodeó con frecuencia a Zequeira, podemos afirmar que en ese poema logró configurar una secuencia poética que comienza por prescindir de las formas habituales del racionalismo y de la causalidad. Es un asombro sin tregua que este neoclásico, armado a veces de los utensilios retóricos del siglo XVIII, a veces de los más deleznables y perecederos, nos ofrezca ese poema que parece situarse en un tiempo meramente poético, liberado de toda circunstancia cronológica”. (“Prólogo a una antología”, ob. cit., p. 280).