Cuéntese en ellas el destierro, el apremio de evadir la vigilancia española —hasta donde fuera posible, porque en su contra actuaron agentes españoles y estadounidenses—[23] y disponer de vías para vincularse con los compatriotas que, como él, se hallaban en los Estados Unidos o en otras tierras. Entre ellos fundó el Partido Revolucionario Cubano y el periódico Patria, y dio los demás pasos decisivos hacia la guerra de liberación en Cuba, sin descuidar la coordinación con quienes permanecían en ella, que sería protagonista y escenario de la lucha.

     Desde Nueva York se le facilitaba asimismo relacionarse —por la prensa, la tribuna, la diplomacia, la actividad literaria, vínculos personales y cuantos otros caminos dignos encontró— con los pueblos de nuestra América, donde su prestigio sería una fuerza revolucionaria. En el cosmopolita mirador neoyorquino se le proporcionaron además fuentes para estar al tanto de mucho de lo más vivo y renovador de la cultura mundial, así en arte y literatura como en ciencia y tecnología y otros saberes. Sobre todo, vivir en las entrañas del monstruo[24] le alimentó la luz con la cual caló en el rumbo de la nación donde se gestaban el imperialismo y, con este, grandes peligros, en primer lugar, para los países situados desde México hasta la Patagonia, incluidas las islas, Cuba entre ellas.[25]

     En estos días, a propósito de la inauguración oficial en La Habana de una réplica de la estatua que rinde tributo a Martí en el Parque Central de Nueva York[26] —a pesar de fuerzas que trataron de impedirlo—, el autor de estas notas ha insistido en algo que sostiene hace años. En los Estados Unidos el revolucionario latinoamericano —y, dentro de eso, cubano, y puertorriqueño, aunque nunca estuvo en esa tierra— no se fraguó como antimperialista solamente por ser defensor de nuestros pueblos. Fue también un revolucionario estadounidense.[27] ¿Acaso hubo allí otro más lúcido y radical que él?

     Salvar el honor[28] de aquella nación no era importante solo para nuestra América —incluida Cuba— y el resto del mundo. Se trataba de frenar nada menos que la expansión con que el imperio se encaminaba a desencadenar guerras de rapiña y quebrantar una vez y otra la paz. El logro deseado por Martí habría sido redentor incluso para el mismo pueblo norteño: lo habría librado de vivir en una potencia agresora, que sembraría cada vez más terror en el planeta por medio de las armas y la economía, y que se valdría de una maquinaria cultural y propagandística igualmente poderosa.

     Contra esa maquinaria urge que prospere la firmeza conceptual y práctica de los pueblos, iluminados por el rechazo que, en quienes quieren ver, genera el imperio. Pero aún hoy ella les facilita en gran medida a los gobernantes de aquel país una de las monstruosidades que Martí denunció en su tiempo: el manejo de su propia opinión pública no como se guía un “corcel de raza buena”, sino una “mula mansa y bellaca”.[29]

     Con voluntad de libertador, Martí valoró las virtudes de grandes disidentes de aquella sociedad, entre los cuales sobresalían el pensador Ralph Waldo Emerson, el activista social Wendell Phillips, el sacerdote católico irlandés Edward McGlynn y otros por quienes profesó admiración y a cuyo conocimiento en lengua española contribuyó. De la escritora Helen Hunt Jackson, otro ejemplo, tradujo entusiastamente la novela Ramona, y tomó la idea que desarrolló en “Dos príncipes”, poema de La Edad de Oro.

     Hay fundamento para afirmar algo que iluminan aportes como el debido al investigador Rodolfo Sarracino en su acarreo sobre los nexos de Martí con el club neoyorquino Crepúsculo:[30] el revolucionario cubano buscaba relacionarse con personas de aquel país que tuvieran potencialidades para, por lo menos —y no era poco—, influir en favor de la causa cubana en la medida en que actuasen contra las lacras internas que marcaban el rumbo del voraz “Norte revuelto y brutal”, como lo llamó Martí en la carta póstuma a su amigo mexicano Manuel Mercado.

     Esa carta, escrita el 18 de mayo de 1895, víspera de su muerte, confirma que él, frente a las pretensiones de los Estados Unidos, se afanaba resueltamente en levantar no solo “trincheras de ideas”,[31] sino hechos prácticos, lucha armada incluida. A Mercado le dice que todo cuanto había hecho, y haría, obedecía al propósito de impedir los planes expansionistas de aquella nación, y, ya en campaña, se siente satisfecho de estar cada día en peligro de dar su vida por el cumplimiento de ese que él consideraba su deber.[32]

     Ciertamente, si algo no cabe decir del proyecto revolucionario de José Martí es que haya perdido su actualidad. Por el contrario, duele que continúe siendo tan vigente. No porque pese reconocerlo, sino porque su vigencia señala que aún la realidad mundial se parece demasiado a la que él rechazó y combatió, y, en consecuencia, se halla muy lejos de ser la que él deseaba, basada en la libertad, la justicia y la equidad.

     Por lo que atañe en particular a los Estados Unidos, ese hecho lo confirma la persistencia de un imperio que sigue siendo esencialmente el mismo, ya tenga un césar “glamuroso” o uno que llega a groserías tal vez inimaginables antes de su arribo a la Casa Blanca. Aquel, armado inmoralmente de un Premio Nobel de la Paz que le sirvió para fomentar guerras, fue, en lo sustancial, tan belicista y tan deportador de inmigrantes como el desfachatado que hoy propicia que se vean más fácilmente aun las que Martí llamó entrañas del monstruo. Como para los pueblos todos, para Cuba la estrategia imperial continúa invariable, ya se encauce por la táctica de la zanahoria falaz o por la del garrote visible.

Luis Toledo Sande[33]

Luis Toledo Sande: “José Martí, revolucionario en todas partes”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2019, no. 41, pp. 78-83.

Otro texto relacionado:

  • Luis Toledo Sande: “José Martí: misterio, realidad y deuda” (www.josemarti.cu)

Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[23] Véase Paul Estrade: “La Pinkerton contra Martí”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 1, La Habana, 1978, pp. 207-221 (Martí en su siglo y en el nuestro, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2008, pp. 53-63); Nydia Sarabia: “Mito y realidad de la Pinkerton” (I-IV), Juventud Rebelde, La Habana, 8-14 de abril de 1986; y Raúl Rodríguez La O: Los escudos invisibles, un Martí descono­cido, La Habana, Editorial Capitán San Luis, 2003.

[24] “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas;—y mi honda es la de David”. (JM: “Carta a Manuel Mercado”, Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, TEC, p. 73).

[25] La unidad política de nuestra América es tema recurrente en la prédica martiana:

“Y llegada la hora de los brindis, que otros diarios más venturosos que La América reseñan, adivinábase, ¡qué más pudiera decirse, ni es necesario decir! que del Bravo al Plata no hay más que un solo pueblo”. (JM: “El centenario de Bolívar en Nueva York”, La América, agosto de 1883, OCEC, t. 18, p. 123).

“Pueblo, y no pueblos, decimos de intento, por no parecernos que hay más que uno del Bravo a la Patagonia. Una ha de ser, pues que lo es, América, aun cuando no quisiera serlo: y los hermanos que pelean, juntos al cabo en una colosal nación espiritual, se amarán luego”. (JM: “Libros de hispanoamericanos, y ligeras consideraciones”, La América, Nueva York, julio de 1884, OCEC, t. 19, p. 286).

“Nuestra patria es una, empieza en el Río Grande, y va a parar en los montes fangosos de la Patagonia”. (JM: “Carta de Nueva York”, La República, Tegucigalpa, 1886, OCEC, t. 24, p. 183).

“¡Nuestra América es una!” (JM: “Congreso de Washington”, La Nación, Buenos Aires, 15 de junio de 1890, OC, t. 6, p. 102).

[26] Véase Eusebio Leal Spengler: “¡Bendito seas, Maestro!” y Jorge R. Bermúdez: “José Martí: del lienzo al bronce”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2019, no. 41, pp. 33-38 y 39-57, respectivamente.

[27] Véase el ensayo de Pedro Pablo Rodríguez: “Salvar el honor de la América inglesa. Estados Unidos dentro del programa revolucionario de José Martí”, De las dos Américas, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2002, pp. 216-232.

[28] “De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir, callado. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”. (JM: “Carta a Federico Enríquez y Carvajal”, Montecristi, 25 de marzo de 1895, TEC, pp. 24-25).

[29] JM: “Galas del año nuevo”, La Nación, Buenos Aires, 18 de marzo de 1883, OCEC, t. 17, p. 36.

[30] Véase Rodolfo Sarracino: “José Martí en el Club Crepúsculo de Nueva York: en busca de la patria de Lincoln”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, no. 30, pp. 201-220; “Martí en el Club Crepúsculo: en busca de nuevos equilibrios”, Casa de las Américas, La Habana, abril-junio de 2008; y José Martí en el Club Crepúsculo de Nueva York. En busca de nuevos equilibrios, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Universidad de Guadalajara, 2010.

[31] “Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedras”. [JM: “Nuestra América (La Revista Ilustrada de Nueva York, 1ro de enero de 1891), Nuestra América. Edición crítica, investigación, presentación y notas de Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2006, p. 35].

[32] “[…] ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo—de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. (“Carta a Manuel Mercado”, Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, ob. cit., p. 73).

[33] Escritor, investigador, profesor y diplomático.