Los hombres van en dos bandos En relación a la oposición binaria bien contra mal, simbolizada en la expresión martiana “dos bandos”, sirvan de muestra los siguientes fragmentos:

     “Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen. Y la pelea del mundo viene a ser la de la dualidad hindú: bien contra mal. Como con el agua fuerte se ha de ir tentando el oro de los hombres. El que ama, es oro. El que ama poco, con trabajo, a regañadientes, contra su propia voluntad, o no ama,—no es oro. Que el amor sea la moda. Que se marque al que no ame, para que la pena lo convierta. Por española no hemos de querer mal a Santa Teresa, que fue quien dijo que el diablo era el que no sabía amar”. (JM: “Albertini y Cervantes”, Patria, Nueva York, 21 de mayo de 1892, no. 11, p. 2; OC, t. 4, p. 413).

     “La tierra, gigantesca y maravillosamente, con sus bravos que caen, sus malvados que hieren, sus altos que asombran, sus tenacidades que repugnan, sus fuerzas que adelantan y sus fuerzas que resisten, sus pasiones que vuelan y sus apetitos que devoran; la tierra pintoresca, circo inmenso de espléndida batalla, en que riñen con su escudo de oro los siervos de la carne, y con su pecho abierto los siervos de la luz; la tierra es una lid tempestuosa, en que los hombres, como ápices brillantes y chispas fúlgidas, saltan, revolotean, lucen y perecen; la tierra es un mortal combate cuerpo a cuerpo, ira a ira, diente a diente, entre la ley de amor y la ley de odio”. (JM: “Garfield ha muerto”, La Opinión Nacional, Caracas, 14 de octubre de 1881, OCEC, t. 9, pp. 67-68).

     “Esperan en el umbral de cada ser humano, dos esposas rivales que lo acarician a la par y se lo disputan; de la elección depende morir bendecido o morir maldito;—perderse como un río turbulento en mar oscuro, o extinguirse, como un astro luciente en mar tranquilo. Una esposa es brillante, y envuelta en manto de sol, y coronada de pámpanos, y lleva en las manos, cuajadas de valiosa pedrería, una copa en que hierven la verbena sutil y la mandrágora, las esencias de Aspasia, las mieles de Himeto, el sombrío y pálido espíritu del loto”. (JM: “James A. Garfield”, La Ofrenda de Oro, La Habana, octubre de 1881, OCEC, t. 9, pp. 86-87).

     “La Revolución [francesa], que parece que con un brazo colosal sacude al mundo, lo alza y lo deja, en la montaña que remata en la síntesis eterna, en un lugar más alto que el que antes de la Revolución ocupaba el mundo de los hombres. Esa es la lucha moderna: la lucha entre los espíritus medrosos, que incapaces de sufrir la luz de un sol más vivo que aquel a que están habituados, quieren volver a sus covachas de antaño,—y los espíritus bravos y juveniles, a quienes no hace mal la luz del sol”. (JM: “Sección constante”, La Opinión Nacional, Caracas, 21 de abril de 1882, OCEC, t. 13, p. 39).

     “Mirando bien se observan dos especies de hombres en perpetua lucha: los que arrancan de la naturaleza, pujantes y genuinos, activos y solitarios, reconocidos y aclamados solo en las grandes crisis, que necesitan de ellos; y los hombres amoldados a la convención, que ocultan su espíritu como un pecado, que defienden y contribuyen a lo establecido, que viven acomodados y dichosos, y en el movimiento social solo son útiles como fuerza saludable de resistencia, en los casos en que un carácter natural, embriagado con el triunfo, se desvanece y afirma en demasía”. (JM: “El general Grant”, La Nación, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1885, OCEC, t. 22, p. 162).

     “Unos están empeñados en edificar y levantar; otros nacen para abatir y destruir”. (JM: “El proceso de los anarquistas”, El Partido Liberal, México, 10 de septiembre de 1886, OCEC, t. 24, p. 200).

     “La gran división que pone de un lado a unos seres humanos, y conserva a otros, como ornamentos, de otro lado, es la división entre egoístas y altruistas, entre aquellos que viven exclusivamente para su propio beneficio y el pequeño grupo de seres que dependen directamente de ellos, egoístas estos últimos en grado menor y con circunstancia atenuante; y aquellos a quienes más que el propio bien, o tanto por lo menos, preocupa el bien de los demás. El avaro es el tipo esencial del egoísta: el héroe es el tipo esencial del altruista”. (JM: “Libro nuevo y curioso”, La América, Nueva York, mayo de 1894, OCEC, t. 19, p. 191).

     “Unos están en el mundo para minar; y para edificar están otros. La pelea es continua entre el genio albañil y el genio roedor. Unos trabajan con la uña y el diente: otros con la cuchara y el nivel”. (JM: “Rafael Serra. Para un libro”, Patria, Nueva York, 26 de marzo de 1892, no. 3, p. 3; OC, t. 4, p. 380).

     “El mundo tiene dos campos: todos los que aborrecen la libertad, porque solo la quieren para sí, están en uno; los que aman la libertad, y la quieren para todos, están en otro”. (JM: “Un español”, Patria, Nueva York, 16 de abril de 1892, no. 6, p. 3; OC, t. 4, p. 389).

     “De odio y de amor, y de más odio que amor, están hechos los pueblos; solo que el amor, como sol que es, todo lo abrasa y funde; y lo que por siglos enteros van la codicia y el privilegio acumulando, de una sacudida lo echa abajo, con su séquito natural de almas oprimidas, la indignación de un alma piadosa. Con esas dos fuerzas: el amor expansivo y el odio represor—cuyas formas públicas son el interés y el privilegio—se van edificando las nacionalidades”. (JM: “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución, y el deber de Cuba en América”, Patria, Nueva York, 17 de abril de 1894, no. 108, p. 2; OC, t. 3, p. 139).