Recientemente nuestro también compañero martiano, Enrique Moreno Plá, en los números de Patria que corresponden a los meses de octubre y noviembre de este año 1969, reproduce las dos variantes en la redacción de la célebre carta al compañero de Martí y Valdés Domínguez, Carlos de Castro, cuya conducta calificaban de apostasía.[11] Y al final de su artículo, donde expone estas variantes, pregunta: “¿Cuál de las dos versiones es la verdadera?” Y comenta seguidamente: “Probablemente ninguna de las dos”.[12]

     Más recientemente aún, nos ha señalado también Enrique Moreno, el lapsus en que, asimismo en el artículo Ofrenda de hermano, incurrió Valdés Domínguez al situar al distinguido hombre de letras Anselmo Suárez y Romero asistiendo a las tertulias literarias en la morada de Valdés Domínguez de la calle del Prado, junto con Martí recién llegado de Guatemala,[13] cuando es lo cierto que hacía más de siete meses que Suárez Romero había muerto y se hallaba enterrado en un nicho del Cementerio de Espada.[14]

El 27 de noviembre de 1871 en Fermín Valdés Domínguez

     Dos libros fundamentales escribió Fermín Valdés Domínguez sobre los sucesos del 23 al 27 de noviembre de 1871. El primero, publicado en Madrid en 1873, lo denominó Los Voluntarios de la Habana en el acontecimiento de los estudiantes de medicina; el segundo es su obra bien conocida de todos los cubanos, titulada, El 27 de noviembre de 1871, cuyas dos primeras ediciones se publicaron en La Habana en 1887. Este segundo libro de Valdés Domínguez es una versión ampliada del primero, donde se subsanan errores que se deslizaron en la edición matritense, se añaden nuevos capítulos y el material utilizado aparece reorganizado y en gran parte escrito de nuevo. Tres años más tarde se publicó una tercera edición que vio la luz en Santiago de Cuba (1890) y finalmente salió, ya en la República, la edición postrera, publicada en La Habana en 1909, un año antes de la muerte de Valdés Domínguez (13 junio 1910) a la que este denominó sexta edición.

     Desde la primera edición publicada en La Habana (1887) el autor comienza a dar pie para establecer las contradicciones consigo mismo que se pondrán en evidencia en su última edición (1909). Y desde esa primera edición hasta la última, irá arrastrando un número no muy corto de inexactitudes, que le restan seriedad a su libro, que por otros conceptos es digno de los mayores elogios. Estas inexactitudes de que hablamos, asociadas a otras contenidas en su artículo “Ofrenda de hermano”, una de las cuales ocurre en la narración de un hecho que le tocó muy de cerca, originan una comprensible desconfianza respecto a este médico, escritor, y patriota, como fuente de referencia en materia histórica.

     Veamos a continuación las fallas que más ostensiblemente se advierten en el libro El 27 de noviembre de 1871 en todas sus ediciones.

     1º En el capítulo II al expresar que el capellán del cementerio fue separado de su destino, dice que tardó “cuatro meses en conseguir su reposición”. Debe señalarse que fueron tres meses, no cuatro, los que permaneció el capellán separado de su cargo —diciembre de 1871 y enero y febrero de 1872— lo que se comprueba con el examen de los libros correspondientes del antiguo cementerio de Espada, existentes en el archivo del actual cementerio de Colón, en donde aparece sustituido durante esos tres meses por otro capellán que firma las partidas de entierros. (L. 23 y L. 24 de entierros de blancos, del cementerio de Espada).

     2º En el capítulo III, al presentarse la relación de los miembros del segundo consejo de guerra verbal que juzgó a los estudiantes, el autor declara que desconoce el nombre del sexto vocal veterano. Este capitán se llamaba Eusebio Herrero, según consta en todos y cada uno de los testimonios de condena que se encuentran en el Archivo Nacional, en el legajo 167 del fondo Bienes embargados. Bien es verdad que Valdés Domínguez no era hombre de investigación histórica, y que la omisión de este nombre no influía en el propósito que perseguía al escribir su libro.

     3º También en el capítulo III las cifras que da para el número de sus compañeros condenados a seis y cuatro años de presidio: doce a seis años y diecinueve a cuatro, son erróneas; las cifras correctas son: once a seis años y veinte a cuatro.

     4º La equivocación anterior dimana de otra que pasamos a señalar ahora y que también se halla en el capítulo III. Consiste en que en la relación de los condenados a seis años incluye al estudiante Carlos Rodríguez Mena, el cual fue sancionado no a seis, sino a cuatro años, como consta en la condena oficialmente publicada en la Gaceta de la Habana del 2 de febrero de 1872 y que Valdés Domínguez en 1887 debe haber conocido. La pena impuesta a Carlos Rodríguez Mena, específicamente indicada de modo individual, se encuentra en su testimonio de condena, que es el expediente No. 23 (o su duplicado, No. 32) pertenecientes al legajo 167 que ya se ha citado del fondo Bienes embargados, del Ar- chivo Nacional.

     5º Cuando igualmente en el capítulo III califica a dos de sus condiscípulos como demasiado jóvenes, por lo que solo se les condenó a seis meses de reclusión carcelaria, yerra también, porque de estos dos estudiantes, uno de ellos, Alberto Pascual y Argüelles, ya había cumplido 18 años. Estas edades las tenían muchos de sus compañeros que fueron condenados a cuatro años de presidio. Dichos extremos pueden comprobarse mediante sus partidas de bautismo, cuyas copias están en sus respectivos expedientes de estudios universitarios, existentes en el Archivo Central de la Universidad de La Habana.

     6º Asimismo expresa en el capítulo III que se fijó el máximum de las sentencias de muerte en ocho: “producto que resultaba de quintar los que nos hallábamos presos, excluyendo de nosotros un norteamericano, reclamado por el cónsul de su nación…”. Creemos que la exclusión del estudiante a que hace referencia se debe a otras causas. El citado joven, que se llamaba Octavio Justo Smith y Guenard, era natural de la ciudad de Cárdenas, provincia de Matanzas, donde había nacido el 28 de mayo de 1857. Cuando aquellos sucesos, contaba, por lo tanto, catorce años de edad, aunque en su talón de matrícula del primer año de medicina manifestara tener quince años. Su padre, Carlos Felipe Pedro Smith y Leret era natural de La Habana; su madre Carolina Guenard y Ferrer era la que poseía nacionalidad norteamericana, pues era natural de Nueva Orleáns, estado de la Luisiana en los E.E.U.U. El joven Octavio tenía, pues, de americano nada más que el apellido, y dicha condición solo en las circunstancias donde se requiere un criterio jurídico basado en el jus sanguinis de preferencia al del jus solis. No es muy verosímil, tampoco, que el pusilánime cónsul norteamericano Henry C. Hall, fuese a intervenir en un asunto donde no se trataba de un nativo de los E.E.U.U. Según tradición familiar existente aun en la descendencia Smith, quien movió sus influencias fue el jesuita Rector del Colegio de Belén, de esta capital, donde el joven Octavio había cursado sus estudios de segunda enseñanza y graduado de Bachiller a los trece años. Además, el padre de Octavio, esgrimió el arma de la nacionalidad.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[11] JM: “Carta a Carlos de Castro y de Castro” [A] y [B], La Habana, 4 de octubre de 1869, OCEC, t. 1, pp. 38-39.

[12] Enrique Moreno Plá: “Una fecha centenaria”, Patria, La Habana, octubre de 1969, p. 2.

[13] Martí llegó a La Habana procedente de Guatemala, en el vapor español Nuevo Barcelona, que zarpó del puerto de Trujillo, en Honduras, y arribó aquí el 31 de agosto de 1878. (Diario de la Marina, 3 septiembre 1878, p. 1, cols. 2 y 3.) Además, Gonzalo de Quesada y Miranda, y Orlando Castañeda: Fechas Martianas, La Habana, 1960, p. 12.

[14] Anselmo Suárez Romero murió en La Habana el 7 de enero de 1878. (Parroquia del Espíritu Santo, L. 28, f. 50, no. 158; Cementerio de Colón. Libros de Espada, L. 26, f. 168, no. 584).