Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.

…Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
Él volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.

…Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
Él volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.

Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!

…Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor![1]

Tomado de José Martí: “Poema IX”,[2] Versos sencillos, Nueva York, 1891, Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2007, t. 14, pp. 312-313.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] “‘La niña de Guatemala’, maravilloso acorde de lo viejo y lo nuevo, une a la delicadeza de su lirismo el comedimiento clásico en la expresión de los sentimientos”. [Manuel Isidro Méndez: “La niña de Guatemala” (Crónica, 10 de junio de 1949), Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1982, no. 5, p. 284]. Fina García Marruz considera que “no es un poema más de Martí; es su poema más confesional, más doloroso”. (Bohemia, 25 de enero de 2013, año 105, no. 2, p. 36).

“Si como héroe tiene un ancho espacio luminoso para su estatua en el claustro de los héroes, como poeta se talló un plinto de piedra berroqueña y se conquistó una siempre fresca corona de laurel castellano. “La niña de Guatemala”, […] es mucho más que un romance hermoso. […] Ese romance puro y sereno, sin embargo, llora sangre. Así, llorando y sangrando de remordimiento desesperado, debió escribirlo Martí que tuvo grandes poderes de atracción con las mujeres, pues sin ser hermoso poseía unos ojos de fuego y una invisible aureola que conmovía los sensibles nervios femeninos. Su bondad total lo salvó de ser un don Juan: su genio y su sentido de la libertad, de los derechos humanos, de ser un conquistador de cualquier especie. Él sabía bien que ‘el amor engendra melodías’ y sembró amor en el verso, en la prosa de centella, en cuanto ideal se le cobijó bajo la noble frente magnética”. [Juana de Ibarbourou: “La poesía de Martí”, Memoria del Congreso de Escritores Martianos (febrero 20 al 27 de 1953), La Habana, Publicaciones de la Comisión Nacional Organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario y del Monumento de Martí, Imprenta Úcar, García, s. a., La Habana, 1953, pp. 632-637].

Véase el artículo de Alfonso Herrera Franyutti: “A cien años de La niña de Guatemala. Una historia y un poema”, Panorama Médico, México, septiembre de 1978. (N. del E. del sitio web).

[2] Véanse, al respecto, los poemas titulados “María”, Versos de circunstancias, OCEC, t. 15, pp. 153-157 y 158-159. (N. del E. del sitio web).