PEDRO COOPER, AMIGO DE LOS HOMBRES

Y ¿quién es ese viejecillo, de espalda corva, y alba y lacia melena, que va camino de esa casa grande,—que él ha hecho casa de leer para los trabajadores,—apoyado en su bastón nudoso, y en el brazo de su hija que lo mira con amor? Es Pedro Cooper, amigo de los hombres, que acaba de cumplir noventa y un años. Él ha creado ese Instituto Cooper, para que los pobres lean libros y periódicos, y tengan cátedras de bien sentir y bien pensar, en las que cada sábado se sienta a hablar con aquellos hijos suyos, el trémulo anciano. ¡Cómo lo vitorean los buenos obreros! Defenderían a Pedro Cooper de todo daño, como los habitantes de Harlem defendieron de los soldados de Alba[1] a su ciudad. Es de salir a abrazar hombres, contento de serlo, la defensa de Harlem. ¡Y cómo ríe el anciano, que da ahora a raudales el oro de sus arcas, y que vivió en Nueva York cuando este viejo pueblo de Gotham[2] no tenía más de cuarenta mil vecinos, siempre que cuenta que allí donde ha puesto ahora una fuente para que tengan buena agua los pobres, allí sirvió él de mozo de tienda, y vendió harinas y especias, y caviló en fabricar aquella locomotora de vapor, que fue la primera fabricada en estos pueblos, y que llevó él mismo, gozoso, como mago moderno sentado en su retortas colosales, por los alrededores de la rica Baltimore! La noche es la recompensa del día. La muerte es la recompensa de la vida. Y la vida es una lucha a dentelladas, en que los hombres detractores echan abajo, royendo como gusanos o espadeando como guerreros, las fortalezas que acumulan, para ampararse de la pasión y estar más cerca de lo alto, los hombres creadores,—y en que los creadores, de rodillas, sin miedo a las mordidas del insecto ni a los relámpagos de la espada, abarcan y rehacen sin cansancio las fortalezas que echan en tierra los hombres destructores. Ese Pedro Cooper que va todas las mañanitas, como padre a ver su hijo, a su instituto beneficioso, ha pasado la vida inclinado sobre los abismos, preguntándoles sus secretos; y volviendo, fuerte de sus pláticas con la naturaleza, como impregnado de una luz extraña, que parece luz de luna, a poner paz y amor entre los hombres. Ocho días ha cumplió años,[3] y los mejores de la ciudad fueron a desearle bien y se sentaron a su mesa. ¡No han de decir los poetas que no hay en este tiempo en que vivimos caudales de poesía—sino que son tales las maravillas de este tiempo, que ni el concebirlas ni el narrarlas cabe ya en la mente de un poeta maravilloso! Tal vez la poesía no es más que la distancia.

Tomado de JM: “Una pelea de premio”, La Opinión Nacional, Caracas, 4 de marzo de 1882, OCEC, t. 9, pp. 263-264.

Otros textos relacionados:

  • “Peter Cooper”, La Ofrenda de Oro, Nueva York, mayo de 1883, OCEC, t. 17, pp. 101-104.
  • “Peter Cooper”, La Nación, de Buenos Aires, el 3 de junio de 1883, OCEC, t. 17, pp. 76-82.

Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Fernando Álvarez de Toledo, tercer duque de Alba, sostuvo un sitio durante siete meses, contra los habitantes de esta ciudad holandesa, que estaban insurreccionados contra el dominio español, y a cuya rendición incumplió su promesa de clemencia y desató una terrible represión.

[2] Gotham. Nombre dado por Washington Irving a Nueva York en su serie titulada Salmagundi, comenzada en 1807 con su hermano William y James K. Paulding.

[3] Peter Cooper nació el 12 de febrero de 1791.