OTRO CUERPO DE CONSEJO

Sin lisonja, sin solicitud, sin llamamiento exaltado al patriotismo, sin el reparto inmoral de la autoridad vanidosa, sin más móvil que el voluntario de la fe sensata en los métodos de amor, energía y prudencia del Partido Revolucionario Cubano, se han ido creando, con la fuerza de lo que nace de sí mismo, los Cuerpos de Consejo, o asambleas locales de los Clubs por donde el Partido Revolucionario Cubano, funge en armonía y mutuos respetos durante esta época de preparación, y deja sentadas para mañana las costumbres de autoridad local dentro de la obra común, que asegurarán a la guerra el auxilio continuo, y libre de querellas, de las emigraciones. Ni una carta se ha escrito, ni una súplica se ha hecho, ni un encargo expreso o disimulado, para crear, no ya un Cuerpo de Consejo, sino un solo club; todo lo que existe es hijo de la razón libre de los cubanos escarmentados y observadores: todo es espontáneo.

     Y más que en ninguna parte ha sido el Partido Revolucionario Cubano cuidadoso de esta libertad local en los países de América, donde por los compromisos oficiales del gobierno, o por olvido piadoso y extemporáneo de la mala obra de España en nuestro continente, pudiera la actividad cubana, en los límites breves de un pueblo menor, parecer ingratitud o intrusión a los países que han abierto a los cubanos los brazos, y cuya alma real, sea cualquiera el parecer, es de todos modos nuestra. El mejor modo de hacerse servir, es hacerse respetar. Cuba no anda de pedigüeña por el mundo: anda de hermana, y obra con la autoridad de tal. Al salvarse, salva. Nuestra América no le fallará, porque ella no falla a América. Pero la sustancia no ha de sacrificarse a la forma, ni es buen modo de querer a los pueblos americanos crearles conflictos, aunque de pura apariencia y verba, con su vieja dueña España, que los anda adulando con literaturas y cintas, y pidiéndoles, bajo la cubierta de academias felinas y antologías de pelucón, la limosna de que le dejen esclavas a las dos tierras de Cuba y Puerto Rico, que son, precisamente, indispensables para la seguridad, independencia y carácter definitivo de la familia hispanoamericana en el continente, donde los vecinos de habla inglesa codician la clave de las Antillas para cerrar en ellas todo el Norte por el istmo, y apretar luego con todo este peso por el Sur. Si quiere libertad nuestra América, ayude a hacer libres a Cuba y Puerto Rico. Pero ¿a qué hablar a nuestra propia familia de interés?: por el clamor de su corazón ama ella y ayuda a los cubanos, y porque el pueblo libre de América que censurase hoy a las Antillas su voluntad de ser libres, se negaría el derecho todo de su propia historia. No son los pueblos de América como los ricos viles que nacieron de la pobreza y se olvidan luego de que fueron pobres. No hay caterva más fétida que esta de los desagradecidos que se abochornan de su origen, y niegan a los demás el auxilio que ellos en su día estuvieron a punto de pedir: debieran ser polvo, estos hombres ingratos, polvo y hoja mala, a que se los llevase el viento: no es nada menos que un criminal quien ve pobreza, y puede ayudarla, y no la ayuda. Sobre cada un hombre debe pesar la carga de todo el universo: y así, el universo familiar responde a su hora al hombre. Los pueblos que salieron de la servidumbre, por voz que les viene de la raíz y por razón de honor y vida, no afligirán a los que luchan por salir de ella.

     Seguro, pues, de la unanimidad americana, y de la obra callada de los cubanos en todas partes, ni azuza ni pide el Partido Revolucionario la creación de cuerpos visibles en los pueblos donde no son de prudencia o no son menester. Ni los promueve ni los esquiva. Pero con el calor en que esta revolución de pericia y amistad ha puesto las almas, es difícil que donde hay un buen puñado de cubanos quede oculto el deseo de demostrar su actividad creciente, su fe en la obra actual, su propósito y compromiso expreso de ayudarla. Cuba está lejos, y es preciso hablarle de lejos para que oiga. Oirá de un lado el clamor de tristeza del obrero al que falta en el extranjero el pan. De otro lado, oirá la voz de aliento de los cubanos que en suelo más seguro le declaran su ayuda en la prueba que comienza. El cubano asediado se viene a tierra en su país, y ya venden las ventanas de los palacios para comer. El hambre de acá afuera pasa: la de Cuba, no pasa. El hambre menor debe ayudar al hambre mayor.—De Veracruz, la tierra donde un barco oportuno que les fue del Norte salvó a la república acorralada cuando el emperador; de Veracruz, casa hermana de todos los cubanos peregrinos, viene la voz de hoy. Un club había allí hace poco. Mandó a ver la verdad, y ahora hay siete clubs. Ya se han reunido en Cuerpo de Consejo. El Presidente es un veterano de nuestras luchas y de nuestras letras, un hombre de idea propia y actividad indomable: J. M. Macías.[1] El Secretario, renuevo erguido de un padre batallador, y abogado de mérito, es Ignacio Zarragoitía.—De todas partes viene su fuerza al Partido Revolucionario: al mandato y encargo de los cubanos de todas partes tiene que obedecer: lo que de una parte se le merme de otra se le aumenta: no teman los pobres que se quede sin hijos la libertad, porque de todas partes le nacen nuevos hijos. Y si se va a generosidad y tesón, a espíritu propio sin narigón ni muletas, a patriotismo genuino sin menta ni cantárida, no hay cubanos que venzan a los de Veracruz.

[José Martí]

Patria, Nueva York, 19 de agosto de 1893, no. 75, p. 2; OC, t. 2, p. 373-374.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] José Miguel Macías Díaz (1832-1905).