CARTAS DE MARTÍ

[…]—Nuestras tierras latinas.[1]—Inquietudes en la América Central.—Lo que piensa hacer el gobierno de los Estados Unidos en la América Central.—Problemas de la América Central, en relación con los Estados Unidos.—Cómo gobernaba Barrios.—México y las repúblicas de Centroamérica.—Los Estados Unidos en Panamá.—Los Estados Unidos en México.—Intereses de los Estados Unidos.—México arregla su deuda y suspende los subsidios acordados a las compañías de ferrocarriles americanas.
—Discusión de este asunto.—Habilidad y lealtad de México.

Nueva York, julio 6 de 1885.

Señor Director de La Nación:

[…]

Por cierto que si en nuestras tierras sucediese que un vicepresidente indicara en público su desaprobación de la conducta del gobierno, parecería esta natural manera de tentar la opinión y ejercer legítimo influjo, una exhibición lamentable de nuestro díscolo espíritu latino. Y de ambicioso y traidor sería lo menos que se adjetivaría al vicepresidente. Pues acá se hace también y no parece mal.

     Acá se hacen también muchas cosas que nosotros hacemos. Es que, en tanto que tengamos en empresas útiles modo apropiado de emplear nuestras inteligencias, estas, enfermizas de puro ociosas, de puro inactivas irritadas, con poco que ver fuera de sí, se vuelven contra sí, y como el alacrán, se hieren con su misma ponzoña. Siempre que se ve mucho, constante, y acaso únicamente un mismo objeto, el objeto llega a parecer deforme. Así nosotros: de puro mirarnos a nosotros mismos no nos conocemos.

     Nuestras tierras son ahora, precisamente, motivo de preocupación para los Estados Unidos, México y la América Central los preocupan.

     ¿La América Central? ¡Quién sabe lo que será de la América Central! ¿México? ¡Quién sabe lo que será del bravo México! El Sunday Herald de Washington lo decía, por boca de un miembro del gobierno[2] que tendrá más o menos que hacer con las miras del Presidente sobre la América Central—“Vale más que se sepa desde ahora”—ha dicho el miembro del gobierno, sin que los periódicos le hostiguen, ni lo duden,—“que aunque no se proyecta plan alguno de anexión, ni ha tomado aún el gobierno en consideración el establecimiento de guarniciones militares permanentes en la América Central, sea lo que quiera lo que las circunstancias demanden, eso será hecho. La política exterior de los Estados Unidos será a la vez guiada por los principios más humanitarios, y en acuerdo con las necesidades de la civilización anglosajona”.

     De esta manera ha hablado el miembro del gobierno, aludiendo a inquietudes próximas en la América del Centro, que en nada por cierto afectarían, ni de cerca ni de lejos, a los Estados Unidos, a quienes, con ser lo que son, no agrada la idea acá concebida, y simplemente absurda, de que México generoso, México sobrecargado de territorio frondosísimo, México con más problemas que modos de afrontarlos, México a quien toda habilidad y energía bastarán apenas para salvarse de los riesgos a que le expone la vecindad de un pueblo acometedor, que lo necesita y no lo ama, llegará a apoderarse, por artes de vecino fuerte, de las repúblicas de la América Central.

     ¿Dónde se vio león con dos cabezas, mirando con la una, todo azorado, al norte, y la otra en la cola, abierto para tragarse al sur?

     ¿Ni cómo asiría México, ahora ni en el cercano porvenir, un territorio tan vasto y escurridizo como el de la América Central, sobrado segura, por otra parte, contra semejante tentativa por el doble interés de los Estados Unidos, ya de que México no adquiera un territorio que pudiera llegar a ser base de una civilización hostil y formidable; ya de que las tierras vecinas del Istmo, caso de salir de sus dueños naturales, vengan a ellos?

     Pues en Panamá, aunque con mesura y apariencias de servicio público, y orden de no hacer más que lo que fuere necesario—¿no ha ido la marina americana más allá de la mera protección de su bandera, puesto que ha impedido con la imposición y la amenaza de la fuerza los actos de uno de los partidos beligerantes en el país, y ayuda con esta actitud y con sus propios buques las operaciones de guerra de otro de estos partidos?[3]

     Pues ahora, ¿a qué vendrá la intervención americana en Centroamérica, fuera de aquella honrosa que quiere evitar sangre y se ha de limitar para no ser sospechada a buenos oficios, caso de que en Guatemala aspirase al poder, lo cual anda aún lejos un partido liberal, moderado, que quisiese rescatar el país de manos de los reaccionarios confusos que a la sombra de Barrios, aun después de muerto lo gobiernan, por haber estado en el poder, so nombre de liberal, cuando Barrios murió, en manos del partido embozadamente religioso, en aquel ensayo grosero de monarquía que el rudo instinto aconsejaba al Dictador, quien, aparentando que desdeñaba la opinión, tenía el oído atento a ella, y no bien se le encrespaban los religiosos, daba de espaldas a los reformadores, y no bien había desacreditado a aquellos lo bastante para no haber de temerles por algún tiempo, se volvía hacia los reformadores, que creían, o por su salvación o interés afectaban creer, que los impulsos liberalescos a que su odio a las clases altas movía a Barrios eran aquel tesón en el moldeo de caracteres, aquel fortalecer la dignidad con respetarla, aquel mirar sesudamente por la cordial unión de todos los elementos limpios, más o menos arrebatados en política, que son los medios únicos de asegurar en un país la práctica de la libertad?

    ¿A qué vendría la intervención americana, siquiera fuese igual a la de Panamá, como ya la anticipa el miembro del gobierno, caso de que Honduras, mal contenta con su jefe actual, deslucido por su incondicional sumisión a los proyectos de Barrios,[4] volviese los ojos, aunque fuesen, como en todo pueblo imperfecto van, acompañados de las manos, a otro jefe de mayor peso y alcance, señalado hace dos años por su resistencia a coadyuvar a la tentativa armada del guatemalteco, de quien fue teniente este jefe, que redimió el haberlo sido con fatigarse a tiempo de serlo?

    ¿A qué vendría la intervención americana, caso de que El Salvador,[5] que ve con malos ojos todo gobierno que le venga de Guatemala, volcase el que ahora tiene, que le ha venido de ella, incapaz de absorber al Salvador por la fuerza, pero capaz aún de gobernarla por medio de un salvadoreño que le prometa no serle hostil en cambio de su alianza?

     Solo estos problemas se abocan en Centroamérica: ¿en qué puede ninguno de ellos afectar a los Estados Unidos, sino en uno que otro ciudadano suyo, que andan allí en número mucho menor que los de cualquiera otra nacionalidad? Pero los pueblos no se forman para ahora, sino para mañana.

    Los Estados Unidos se han palpado los hombros y se los han hallado anchos. Por violencia confesada, nada tomarán. Por violencia oculta, acaso. Por lo menos, se acercarán hacia todo aquello que desean. Al istmo lo desean. A México, no lo quieren bien. Se disimulan a sí propios su mala voluntad, y quisieran convencerse de que no se la tienen; pero no lo quieren bien.

     No parece que reconocen el derecho de México a hacer, sino que le permiten que haga. Apenas México afirma con un acto desembarazado, y siempre hábil y correcto, su personalidad de nación, acá se toma a ofensa y se ve el caso, no por el derecho de México a ponerlo a su interés, sino por el deber de México de no hacer cosa que no sea primeramente en el interés de los Estados Unidos.

     Libremente, sin intervención alguna del gobierno de los Estados Unidos, y estipulando que en caso alguno que resultara de su convenio acudirían a él, contrataron con el gobierno de México, ciertas compañías ferrocarrileras norteamericanas la construcción de vías férreas en México, y de México a los Estados Unidos, favorecidas con crecidos subsidios del gobierno de México.[6]

      El gobierno del presidente González, calculando mal los ingresos futuros del erario, ofreció de gobierno a contratante particular, estos subsidios. Bien pudieron ver, como veía todo calculador juicioso, que México no había de poder, a los pocos años, pagar las subvenciones ofrecidas. El cuidado mismo que ponía en exigir que no se acudiese al gobierno de los Estados Unidos en caso de falta de pago lo indicaba. Escritores ilustres y periódicos famosos de los Estados Unidos lo advirtieron. Grant recomendó la empresa, estimulado por su amigo fidelísimo, el ministro de México en Washington, Matías Romero, que ha hecho el objeto de su vida acercar esta tierra a la suya.

     Deliberadamente, y como empresa privada, entraron las compañías en la empresa de construcción de los ferrocarriles. Los construyeron. Sucedió lo previsto. Hubiera sucedido aun sin los abusos que hicieron pública granjería del erario mexicano en el último tiempo de la presidencia de González.

    Con estos abusos, sucedió más pronto. Advino Díaz al gobierno, y halló a la nación en quiebra. Tenía un déficit en el presupuesto anual. Tenía contra sí veinticinco millones de obligaciones legales. Ni cubrir su presupuesto podía, cuanto más pagar esa deuda enorme.

     Tales eran las subvenciones ofrecidas que, de pagarlas, consumirían todas las entradas naturales. ¿De qué viviría el país? Acaso este no debió ofrecerlas: pero, ¿por qué, libres los contratantes para observar y prever, las aceptaron? Ni el ejército ni el servicio civil estaban pagados, ni podía seguírseles pagando en el número y suma que se les pagaba. Díaz, provisto de poderes amplios por el Congreso, afronta enérgicamente la situación desesperada: reduce los gastos del gobierno; suspende las subvenciones acordadas y aceptadas imprevisoramente durante el gobierno de González; unifica en una emisión de bonos por veinticinco millones a veinticinco años, al seis por ciento anual, los subsidios pendientes hasta la fecha de la unificación y otras obligaciones semejantes; refunde las deudas varias del país en una sola deuda con interés más bajo y uniforme, que será gradualmente de uno, dos y tres por ciento, en el primero, segundo y tercer año, hasta quedar en tres, por $144 000 000, suma total aproximada de la deuda; y aunque importa tanto a México el apoyo de Inglaterra fundado en un derecho real, para sus conflictos futuros con los Estados Unidos, repudia valerosamente la deuda de la intervención y las que dieron pretexto a ella, aunque dos terceras partes de esta deuda están en manos de ingleses, acto de lealtad que debiera inspirar en los Estados Unidos respeto profundo por la buena fe de México, que ni desconoce sus peligros, ni con admirable habilidad deja de precaverse contra ellos, ni cualesquiera que sean los motivos de la aparente cordialidad norteamericana, cesa de pagarlos con la más candorosa nobleza.

     ¿Pues qué camino le queda, tampoco, sino cerrar con exquisito cuidado todo camino de reclamación por el que ante el mundo que observa pudiera decorosamente entrarse una república por otra que la trata con tanta limpieza y gallardía? Obra fina, y por todo punto magistral, están haciendo los mexicanos en sus relaciones con los Estados Unidos. Sobre hierros encendidos están andando; de todas partes oyen voces que debieran acalorarlos y cegarlos: no tropiezan. Acaso se salven.

     Ahora, naturalmente, los tenedores de acciones de los ferrocarriles mexicanos claman. Las acciones han bajado de precio. Por años, la empresa es ruinosa. Mas la reforma mexicana ha empezado en casa; está conforme a la ley y necesidad; pudo y debió ser prevista por los que se expusieron libremente a ella: y si estos entraron a correr este riesgo, a pesar de él, o tal vez por tener ocasión en él de cosas mayores, o porque este riesgo que se preveía pudiera dar a algún político ambicioso ocasión de conquista, merecido tienen por su deslealtad o su codicia el apuro que pudieron prever o acaso desearon.

     Como cien millones de pesos emplearon los norteamericanos en ferrocarriles en México. A ciegas no pudo ser ni sin prever y estudiar sus consecuencias. Así queda, briosamente sentado en México, y en hora todavía oportuna, el problema de mayor interés que presenta acaso la política continental americana. Quien dude de nuestras tierras, para redimirse, para trabajar sus minas, para mejorar sus ciencias, para crear su arte, para crecer de sus mismos infortunios, para mantener la más difícil diplomacia, mire a México.

José Martí

 La Nación, Buenos Aires, 21 de agosto de 1885.
[Mf. en CEM]

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, t. 22, pp. 145-150.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1]Fragmento final de la crónica “Dos millonarios en la penitenciaría”, La Nación, Buenos Aires, 21 de agosto de 1885, OCEC, t. 22, pp. 142-150.

[2]Se trata de William C. Whitney, Secretario de Marina, quien en el primer semestre de 1885 ofreciera varias declaraciones de contenido expansionista aparecidas en el Sunday Herald.

[3]Véase la Nota final Guerra Civil en Colombia e intervención estadounidense en Panamá, OCEC, t. 22, p. 337.

[4]Véase la Nota final Proyectos de Unión Centroamericana, OCEC, t. 22, pp. 342-343.

[5]Referencia al gobierno de Francisco Menéndez, que invadió El Salvador desde Guatemala en 1885 y logró la dimisión del presidente constitucional Rafael Zaldívar.

[6]Tratado Grant-Romero.