LOS EMIGRADOS, LAS EXPEDICIONES Y LA REVOLUCIÓN
EL ALZAMIENTO SUPUESTO DE MARZO
El Partido Revolucionario, creado para salvar a Cuba de los peligros de la revolución desordenada, no puede contribuir, por el óbolo insuficiente de una expedición mezquina y pedantesca, al desorden que tiene el deber de evitar.
El Partido Revolucionario, compuesto por el examen previo y voto libre de los emigrados independientes, aborrece de raíz el concepto pueril y peligroso, y en Cuba de realidad imposible, de las revoluciones personales, de las guerras importadas a un país crítico y rebelde por un fanático ensoberbecido que no consulta ni respeta a su país.
El Partido Revolucionario ha explicado minuciosamente a quienes debe, y a todos a quienes lo debe, dentro y fuera de Cuba, su constitución republicana en el exterior, con el voto por base, y un delegado responsable de su gestión vigilada y corta a los electores; la obra unida y continua, sin un solo obstáculo ni reparo, de todas las emigraciones; su trabajo de tiempo y conjunto, en acuerdo constante y fraternal con el espíritu del país y su representación real, útil y activa; su plan de componer afuera, con verdad y equidad, todos los recursos, y no menos de todos, con que la emigración puede concurrir, a la hora acordada y jamás antes, a la guerra que de las voluntades juntas y ordenadas compone, aun inconscientemente, la isla.
Ha explicado sobre todo el Partido Revolucionario a Cuba—con el vigor de lo que ha de quedar en la historia, y no se puede honradamente desmentir,—la condenación expresa, por parte de los emigrados, de las correrías de carácter personal, sea el invasor evangelista irreflexivo, o principiante vano, o capitán famoso;—del pensamiento temerario y estéril de precipitar a la isla, por un desembarco intruso y violento, a una guerra que el país no desee, que no haya acordado con él, y no arranque con toda la unidad y fuerza necesaria para su triunfo;—del crimen de aprovechar para la gloria privada de un solo hijo de Cuba el desorden revolucionario que todo cubano que no pueda negarlo a sus ojos debe, con cuanto tenga de hombre, y por su fuerza y métodos propios, componer y dirigir.
El Partido Revolucionario ha dicho en Cuba, por cuantos modos lo pudo decir, que existe para allegar los recursos de guerra y política indispensables a la rebelión que muchos anhelan, que pocos dejan de presentir, y que todos confirman, quien con el descontento rebosante, quien con su desesperanza mísera, quien con su fortuna viciosa, quien reconociéndola al negarla;—para preparar la guerra de manera que entren en ella los cubanos todos y las comarcas todas, y se eviten desde la raíz los pujos de redención personal, la lentitud de una organización de paz, la imitación de métodos extranjeros, complicados o primitivos, y los recelos de regiones o de regionarios que esterilizaron y perdieron la guerra pasada;—para impedir el aprovechamiento delincuente del espíritu de guerra, producto y propiedad de los cubanos todos, por un cubano solo, terco, ofuscado o atrevido ladrón, que creara en Cuba un estado de trastorno y muerte, sin pedir venia a los que van a morir.
El Partido Revolucionario ha publicado en Cuba, por su prensa y emisarios, su deber y determinación de no llevar a la isla una guerra culpable, ni un plan incompleto, ni una invasión inapetecida, ni expediciones caprichosas e insuficientes. No se ve como el azuzador de su pueblo, ávido de lanzarlo a una lucha ciega; sino como el ejecutante honrado de un programa de bases públicas y fijas, contra las cuales no se ha alzado voz cubana alguna, de bases en ningún acto ostensible o íntimo de conjunto o detalle traicionadas o desobedecidas, que prohíbe “precipitar inconsideradamente la guerra en Cuba”, “lanzar al país a un movimiento mal dispuesto y discorde”, “llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la isla como su presa y dominio”.[1] Ni reconoce, ni reconocerá, el Partido Revolucionario bandos, ni castas, ni exclusiones entre los cubanos que habitan en Cuba, donde el disimulo más engañoso es impuesto a veces a almas puras y viriles por el riesgo de la prisión y de la muerte, mal oculto bajo la cubierta de los ridículos derechos que hasta ahora han servido a España astuta para distraer, y ver de dividir, a los cubanos y dar pretexto de conformidad y patriotismo cómodo a los tímidos que prefieren la agonía irremediable de Cuba en los vicios de España a la tentativa racional de su renacimiento con la virtud y vicios propios,—a los egoístas que ven en calma el régimen de iniquidad y desastre en que pueden gozar, sin cuenta alguna con el honor, de los beneficios materiales de la fortuna,—y a los pocos que de la guerra creadora, de la única época de realidad y unificación de Cuba, salieron cansados, o heridos en su vanidad, o arrepentidos… ¿aunque dónde, que no se los ve, están esos cansados y arrepentidos?
El Partido Revolucionario, cuya misión previa y transitoria cesa el día en que ponga en Cuba su parte de la guerra que haya acordado con la isla, ni tiene cabeceras que levantar, ni jefes viejos o nuevos que poner sobre los del país, ni pretensiones que serían de un aliento arrolladas por el derecho anterior de la primera república, y el derecho nuevo y supremo del país. No andan sus funcionarios, que solo como funcionarios se miran, arrebatándose una gloria que solo pertenecería, de todos modos, al pueblo virtuoso que diera ocasión para ella; ni pierden el tiempo, preciosísimo para la patria, en picarse la vanidad, en ponerse unos sobre otros, en murmurarse o negarse los méritos, en llevarse el honor del primer desembarco, en prepararse autoridades futuras. Son hombres los funcionarios del Partido de la Revolución, hombres dispuestos a morir por los cubanos que los temen, y los necios que afectan desdeñarlos y a deponerse ante las realidades humanas, ante el poder decisivo del interés, la vanidad, y el largo influjo del lugar y del tiempo. Son los padres de ayer, que vuelven: y sus hijos. Son los encargados de evitar, en vez de permitir o hacer por sí, los desembarcos pueriles y prematuros de héroes inexpertos, las acometidas flojas y parciales que solo pueden aprovechar al gobierno que las desea y fomenta, las expediciones mezquinas y alardeadas de Key West, o de otra parte, bajo el mando de un hombre que por la prueba de su historia, por lo filial de su pasión al país, y por los hábitos mismos de conjunto y cautela de su mente, no podrá nunca caer, ante su conciencia y la historia, en el delito de usar los elementos allegados con la doctrina de la revolución total y bastante, en la empresa de niñez y traición que sería el vaciar sobre Cuba, en un rincón ahogado, una jícara del ejército que no ha perdido aún uno solo de sus gloriosos capitanes. ¡En verdad que semejante idea solo puede ocurrir a un criado español, a un cubano ciego, o a quien aborrezca la revolución de Cuba!
Ni el 20 de Marzo estuvo para estallar en Cuba rebelión alguna; ni ha habido recientemente entre los cubanos de la isla y el Partido Revolucionario trato alguno para fomentar o permitir un movimiento armado que comprometiese por su ligereza y pequeñez el éxito incontrastable de la guerra que se va ordenando en los espíritus, y nada podría estorbar o debilitar sino la precipitación, conveniente solo a nuestros enemigos;—ni estuvo, ni está para salir, de Key West o de otra parte, expedición al mando del Delegado del Partido Revolucionario. Los agentes de España propalen esas villanías y miedos. Los cubanos, niéguenlo. Porque,—aun cuando por la pobreza de la sangre, o el raciocinio insuficiente, o el desafecto señoril a la justicia, o el hábito de la domesticidad, o el desconocimiento del alma cauta y rebelde del país, desame algún cubano la revolución,—debe, si es honrado y bueno, regocijarse de que el ordenamiento de la guerra, que es por lo menos una de las consecuencias probables de la agonía de Cuba, esté a cargo de un Partido de sufragio individual y guía responsable, que aborrece la discordia entre los cubanos; que solo reconoce y recuerda sus virtudes; que tiene por cubano a todo morador respetuoso y útil de Cuba, aunque sea de nacimiento español; que conoce y evita los peligros de desorden, personalismo, localidad, indecisión y demora de la guerra primera; que entiende y mantiene que la guerra en la isla es asunto de jurisdicción de los cubanos de la isla, con quienes debe tratarla y completarla, y de la competencia de los cubanos todos, a quienes convida y solicita; que jamás pondrá a Cuba en riesgo innecesario de una guerra impotente, de mera destrucción y alarma, con la fruslería de una expedición incapaz de levantar en la isla el crédito y fe que darán el poder del triunfo a la revolución; que tiene ante la conciencia y la historia el compromiso de “no precipitar inconsideradamente la guerra en Cuba”, “ni lanzar al país a un movimiento mal dispuesto y discorde”, sino “fundar con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, por una guerra generosa y breve, de espíritu y métodos republicanos, un pueblo nuevo y de sincera democracia, y asegurar, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, la felicidad de los habitantes de la isla”.[2] ¡Y el Delegado del Partido Revolucionario, de un Partido que públicamente cuenta entre sus cabezas a los jefes ilustres de la guerra, saldrá a hurtadillas en una cáscara de pino de las luces de Key West, para echar a la mar, muerta por la mano elegida para su prestigio, la idea revolucionaria!
El gobierno español, necesitado de dar a la guerra que crece el aire de espasmo y locura con que quisieran desvirtuarla sus enemigos puede, por sus ventajas obvias, fomentar semejante juicio del Partido precisamente creado para librar a la guerra de los desórdenes de la escasa preparación, del desdén a la isla y de la intentona personal. Pero los cubanos, como un estratégico famoso, saben que no se ha de hacer nada de lo que desea que hagamos nuestro enemigo. A España le está bien poner de imbéciles a los que se preparan, con orden desusado, a llevar el fuego de su sangre y el peso de su moderación a la guerra espontánea del país. Los cubanos que por preocupación, o error mental, o por reversión terca de la memoria a yerros viejos, o por alarma inmotivada del patriotismo experto, o por olvido caprichoso de las declaraciones del Partido en sus bases públicas, jamás por ningún acto o palabra contrariados, hubieran, si tal puede ser, creído esta patraña española, muden el pensamiento, respeten lo que a respeto es acreedor y amen a los cubanos vigilantes que no quieren ponerse a Cuba de pedestal de una gloria vil,—sino salvarla.
Tomado de Patria, Nueva York, 1º de abril de 1893, no. 55, pp. 1-2; OC, t. 2, pp. 273-277.
Otro texto relacionado:
- JM: “Las expediciones, y la revolución”, Patria, Nueva York, 6 de agosto de 1892, no. 22, pp. 1-2; OC, t. 2, pp. 93-96.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1]JM: “Bases del Partido Revolucionario Cubano”, Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892, no. 1, p. 1; OC, t. 1, pp. 279-280.
[2]Ídem.