LAS EXPEDICIONES, Y LA REVOLUCIÓN

Ni el material atrasado, ni el atareo en cosa mayor, dejan a Patria,[1] en días en que es ilícito dormir, tiempo para reseñar en este número, como hubiera querido, los acontecimientos, no todos de naturaleza pública, que acaban de sellar la organización, larga y firme, de los cubanos revolucionarios. Ni el riesgo de los habitantes de Cuba, y el sigilo indispensable en una obra revolucionaria viril, permiten, por dar miel a la vanidad, que se saque al público lo que se ha de quedar para la almohada; puesto que ya es hora de que de todo revolucionario se pueda decir lo que de uno de ellos dijo en la Habana un jefe de policía, y fue que “aquel era el único criollo que no se le había entregado por la boca”. Ni en el estado delicadísimo de composición en que aún andan, y en la guerra después han de andar, los elementos revolucionarios de nuestro pueblo, sería perdonable poner ante el enemigo los modos con que los vamos componiendo, ni comprometer nuestra propia obra con el alarde de un triunfo que solo será verdadero cuando la previsión de unos cuantos sea confirmada por la continua y unánime justicia. No nos hemos de manchar, ni hemos de entorpecer nuestro progreso, con la glorificación de una victoria entre nuestros propios elementos, que supondría tras sí la mortificación de los vencidos, ni con la lisonja funesta a uno solo de nuestros factores, que crearía mañana en la república un peligro mayor que el que nos empeñamos en desarraigar. La república, sin secretos. Para todos ha de ser justa, y se ha de hacer con todos; pero no llegaría al triunfo, o llegaría envenenada, la república que, por apetito de auxiliares, prometiese en la sombra de la candidatura lo que no puede ni debe cumplir a la luz de la victoria. Levantarse sobre intrigas, es levantarse sobre serpientes. En revolución, los métodos han de ser callados; y los fines, públicos. A su hora, y por su propia majestad, irá enseñando el Partido Revolucionario sus conquistas. Por ellas se verá que no rehúye el cubano acaudalado trabajar por su patria con el cubano pobre; —que no vuelve el español bueno y liberal a disponerse a clavar, por el delito de aspirar a crear en las Antillas casa libre al padre, el pecho de sus propios hijos;—que el respeto de un pueblo extraño y poderoso, nunca obtenido por la súplica arrodillada, se consigue, amplio y apasionado, por la determinación visible de lograr la libertad, y la visible capacidad de unir y administrar los elementos suficientes para lograrla;—que los héroes que compraron sus grados en la campaña de la independencia a pura herida, saben a la vez pelear contra el enemigo como militares, y amar y mantener la república como ciudadanos.—República ha sido la Florida el mes último, donde quiera que viven cubanos; república donde bullían los hombres enteros con sus ilusiones encendidas y sus esperanzas guardadas, con los recelos penosos de la verdad social y aquel dolor del destierro y pasión de la patria donde los recelos se descuajan y confunden:—y es lícito decir que pocos pueblos pudieran exhibir mayor cantidad de virtudes constructivas, y menor cantidad de elementos de desorden. Cuanta grandeza necesitamos, cuanta abnegación necesitamos, cuanta sagacidad necesitamos, tenemos.

*

*    *

Y ¿habría de reducirse toda esta obra formidable de creación, esta tarea total y meritoria de incluir en el levantamiento del país la mayor suma de componentes de él, este propósito fundamental de ligar en una revolución amplia y sincera los factores de antecedencia o hábitos opuestos que pudieran luego malograrla o entorpecerla, este afán de ensanchar la revolución inevitable de modo que se asegure el apoyo de los que pudieran vengarse de su parcialidad con el desvío propio de los que nada esperasen de ella,—habría de reducirse esta obra ordenada y filial, que baja hasta las raíces de un pueblo para ir creciendo con él hasta las alturas, esta obra de violencia actual que se compone de manera que ahorre violencias posteriores, esta obra dispuesta, en lo posible humano, para evitar al país, de manejo complicadísimo, los azares de una aventura o el frenesí del entusiasmo,—en una mera calorada de mozos; en una barcada más, de las que carga la ceguedad o la presunción, y descarga el descrédito o el cadalso; en una racha de invasores, sin más bandera que un nombre simpático, y sin el plan cuidadoso que los patriotas verdaderos deben a un país que no tienen el derecho de perturbar hasta que no cuenten con las probabilidades de salvarlo? ¿Habría de caer el Partido que condena expediciones aisladas e insuficientes, y todo lo que no sea la obra de conjunto que necesita nuestro país heterogéneo, y a la vez decidido y reacio, en una expedición aislada e insuficiente? ¿Habría de comprometerse, por el prurito culpable de una expedición personal, la obra nacional y definitiva de la revolución? Para librar al país de lo imprevisto se fundó el Partido Revolucionario Cubano; para someter la aspiración patriótica al bien y voluntad del país, y no para ponerse, so pretexto de gloria, encima de él; para recoger, con mano justa y benigna, los hilos que deja sueltos, al azar o a la desesperación, la incapacidad melindrosa de unos y la paciencia mirífica de otros; para tenerle tesoro y política a la isla, el día en que desbandados de nuevo sus hijos, necesiten, en el destierro y en el bosque, de un tesoro que abrevie el sacrificio, y de una política comprensiva, sin miedos ni adulaciones, que hermosee y acelere la guerra, y contribuya a la paz de la victoria. El Partido Revolucionario Cubano se fundó y prospera, con el fuego intenso e indómito del apostolado, para allegar con orden y cariño, dentro y fuera de Cuba, todos los elementos necesarios en la guerra de independencia a que va forzosamente un país cuya necesidad urgente de vida es mayor que las condiciones falsas, inestables y vergonzosas de existencia que le crea una metrópoli floja y hostil. De los enemigos de la aventura está hecho el Partido Revolucionario Cubano: y no de aventureros. Lo que la Isla mande, se hará. Y pronto. Y bien. Y se está haciendo. Pero esta curiosidad de que los vigilantes más celosos del porvenir de Cuba pudiesen ser, precisamente, los que lo comprometiesen con una intentona parcial y gloriosa; esta maldad de que los que quieren ahorrar a Cuba dolores y sangre innecesarios fueran, precisamente, los que sin consejo ni derecho ni oportunidad abriesen a la loca las fuentes de sangre; esta nimiedad de que los que conocen hombre por hombre el país cubano, y saben cuán difícil es adelantar con alguna ventaja su composición, fueran, precisamente, los que, por un renombre histórico que ya no necesitan, o por una veleidad de gloria a que no tiene derecho un cubano honrado, precipitasen el país a la descomposición de que, solos en el desconcierto político y en las varias formas de la cobardía patriótica, pretenden salvarlo; esta niñez de que los revolucionarios probados de Cuba, empeñados hoy en gran mayoría en la nueva revolución, arriesgaran su obra de conjunto—la obra de fundar por una guerra imprescindible una república viable,—con la calaverada marcial, o la racha ambiciosa, de una expedición insuficiente y vocinglera,—solo puede ocurrir, en verdad, a un buscapárrafos callejero de la prensa noticiosa, o a los agentes que España tiene a sueldo para levantarnos dificultades por el mundo, o a los cubanos culpables, en las cosas de la patria, de ceguera voluntaria o de candor supino.—Para la patria nos levantamos. Es un crimen levantarse sobre ella.

[José Martí]

Patria, Nueva York, 6 de agosto de 1892, no. 22, pp. 1-2; OC, t. 2, pp. 93-96.

Otro texto relacionado:


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Autoreferencia de José Martí.