CARTAS DE NUEVA YORK EXPRESAMENTE

ESCRITAS PARA LA OPINIÓN NACIONAL

La revuelta en Egipto.—Interesante problema.[1]

Nueva York, 16 de septiembre 1881.

Señor Director:

No es una simple noticia extranjera, sino un grave suceso que mueve a Europa, estremece a África, y encierra interés grandísimo para los que quieren darse cuenta del movimiento humano,—la última revuelta del Egipto, totalmente vencedora, militar y concreta en apariencia, y en realidad social y religiosa.

     Uno es el problema, dicho brevemente: se tiende a una gran liga muslímica, y a la supresión del poder europeo en la tierra árabe. Arranca de Constantinopla, invade el Istmo, llena a Trípoli y agita a Túnez, la ola mahometana, detenida, no evaporada al fin de la Edad Media.

     Inglaterra y Francia tienen vencido a Egipto: sus representantes manejan, por acuerdo con el jedive, y en representación y garantía de los tenedores de bonos egipcios en Europa, la desmayada hacienda egipcia. A los contratos fraudulentos, para la tierra del fellah,[2] ruinosos y para Europa muy beneficiosos, ajustados en el tiempo infausto del jedive Ismael, seguía una esclavitud poco disimulada, en todo acto nacional, asentida y servida por Riasz Pachá el primer ministro del actual jedive .

     De súbito estalla un formidable movimiento, con ocasión de una orden de cambio de residencia de un regimiento, expedida precisamente para evitar el motín que se entreveía. El motín ha triunfado: el ministerio llamado europeo ha desaparecido: el primer ministro deseado por el ejército ha reemplazado al primer ministro expulso. La victoria ha sido rápida, imponente y absoluta para el partido nacional.[3] Este partido representado por la milicia de Egipto, y triunfador en toda tentativa, acepta sumiso toda ley que de Turquía le venga; mas resiste, como si agitara a quince mil pechos un sentimiento mismo, todo desembarque de tropas cristianas, toda intervención europea; y principalmente, toda intervención inglesa. Aunque se les debía paga de 20 meses, no se han alzado por paga. Aunque aman a su jedive, se han levantado contra él, y obrado y hablado como aquellos nobles de Aragón, que valían uno a uno tanto como el rey, y todos juntos más que el Rey.

     Fue el motín como invasión de mar. Lo encabezó un robusto coronel, dotado de condiciones populares, lleno del espíritu egipcio, muslímico e independiente; hecho al manejo de las armas y a la existencia de los campamentos: Achmet Araby Bey.

     “Caiga ese ministerio, que nos vende a Inglaterra; désenos una Constitución, que ponga en manos de egipcios el gobierno egipcio; auméntese el ejército, garantía de la independencia nacional, a 18 000 hombres”—“O al punto se nos concede esto que pedimos u ocupamos el palacio del virrey”.

     Este, aconsejado de sus ministros y cónsules, se presentó a los amotinados, formados en batalla.

     —¿Qué quieres, Araby?

     Araby, montado en soberbio caballo, blandiendo el acero desnudo, le responde rodeado de brillante grupo de oficiales rebeldes:

     —Queremos ley y justicia. Si nos las das, tú eres el dueño. Si no, tu sucesor está ya listo.

     En su vulgar y pintoresco árabe responde Achmet Araby Bey, y con gallarda cortesía, a cuantos ávidos corresponsales de periódicos ingleses le preguntan:—que hoy, no por sus redactores, sino por sus corresponsales en el extranjero están los periódicos ingleses redactados.

     —¿Están en salvo los europeos en el Egipto?

     —Ni en un cabello les tocaré,—a menos que no desembarquen en nuestra tierra las tropas cristianas.

     —¿Y si desembarcan?

     —Entonces seguirá una matanza general de europeos,—responde Achmet con su cortés manera.

     —Y si desembarcan los turcos?

     —Los turcos son Muslimes.

     —Pero ¿con qué fuerza cuenta este movimiento?

     —Con quince mil soldados egipcios, armados de remington; con seis baterías Krupp; y con 150 000 beduinos armados.

     A Chérif Pachá querían los amotinados por su primer ministro; y Chérif Pachá es ministro. Él ha evitado el conflicto, prologándolo primero, para dar tiempo a una reunión de notables que legalizara su promoción; y lo ha resuelto, aceptando por fin el nombramiento del jedive. Es hombre grave, penetrado de la necesidad de costear hábilmente entre los abismos que al Egipto abre la tradición francesa, que tiende a la posesión por Francia del África del Mediterráneo, y la avaricia inglesa, que quiere el Istmo de Suez, como la llave de su dominio en la India asiática; pero a la par que convencido de la urgencia de salvarse de estos peligros, Chérif permanece completamente fiel a los propósitos de Mehemet Alí, que quiso un Egipto libre, independiente de toda influencia, respetado y poderoso.

     En Chérif Pachá fían, y su voluntad acatan los rebeldes. De él querían solo un nombramiento, y ya lo tienen: el del Ministro de la guerra, que no es por cierto, como hubiera sido a provenir de ambiciones bajas la revuelta, el coronel amotinado, sino Baroudi Pachá. Los notables, postrados ante el virrey, a la vez que apoyaban este nombramiento y aprobaban la elección del reposado, hábil y leal Chérif, le han jurado de nuevo cariñosa obediencia, y se han mostrado afligidos de la conducta de las tropas. Estas, luego de haber triunfado, ceden, y en un afectuoso documento se muestran vasallos fieles, y soldados sumisos, del jedive. Garantizan los notables este vasallaje.

     Mas acaso ¿no se regocija el jedive de verse así compelido, a los ojos de los representantes europeos, y las naciones tutoras, a sacudir yugos y cortar lazos que los miramientos políticos y los riesgos de desacatarlos, le hubieran impedido romper? Los notables acaso ¿no azuzan a la callada lo que públicamente desaprueban?

     El poderoso aliento de independencia y la fatiga de tanta vergonzosa explotación, y tanta intervención extraña y oprobiosa ¿no mueven allí todos los pechos?

     —Y ¿con qué fuerza cuentas tú para resistir a toda Europa? Preguntó al resuelto Achmet el jedive.

     —Con un millón de hombres.

     Porque el aire que encienden con sus plegarias los panislamistas de Constantinopla, sopla abrasador en el Septentrión de África, y empuja el brazo del rencoroso argelino Sheyk Mahmoud[4] contra Francia, y repite por todo el viejo dominio de Mahoma la palabra de reivindicación y de conquista que brota inspirada de los labios del hermoso sirio Abul Huda.[5]

     Presiéntese el acercamiento de la magna lucha entre el afán conquistador de los poderes europeos y el indómito anhelo de independencia de las comarcas africanas. En otro tiempo fue de Francia el ansia vivísima de poseer el Egipto, en tiempos de avaricia, deslumbramiento y gloria militar. Las reminiscencias de aquella política, la posibilidad vaga de regir definitivamente en Túnez,[6]  y los intereses que ha creado el Canal de Suez, apegan aún a Francia a aquella tierra de sus sueños, en que cegaron y murieron, bajo el más atrevido de sus hijos,[7]  sus bravos y aguerridos veteranos.

     Mas el capital y absorbente interés napoleónico se ha desvanecido a la par que ha cobrado fortaleza el interés de Inglaterra, que estima con justicia indispensable a su desafiado poderío en Asia la posesión del canal, y los países por que cruza.

     A la expulsión de los poderes de Europa; al establecimiento de un poder independiente que tendría en sus manos la riqueza inglesa y contendría las conquistas francesas en África; al desconocimiento probable de la fabulosa deuda europea, fuente hoy de pingües beneficios para los grandes banqueros de Inglaterra;—tiende con brío y sin máscara el partido nacional rebelde. Desconoce el derecho de intervención de Francia o Inglaterra. De aquí el riesgo de esta última, la alarma grave, la universal curiosidad, la animadísima batalla librada por la prensa.

     Corren vientos contrarios a intervenciones y guerras, por urgentes que estas parezcan. Como Egipto vive bajo el protectorado de Turquía, quiere Inglaterra, para ganar la batalla sin exponer sus soldados ni agobiar su tesoro, que Turquía comprima la revuelta. Francia, a quien urge su restablecimiento interior, ni permitiría la preponderancia inglesa en Egipto, ni desistiría del dominio de que hoy es copartícipe; pero favorece la ocupación turca por la misma necesidad de sosiego y ahorro que determinan la conducta de Inglaterra. Turquía, por otra parte, lisonjeada por la resuelta acometida y patriótica rebeldía del partido nacional de Egipto, no comprimirá o comprimirá ficticiamente a aquellos que si fueron un día sus enemigos en querellas domésticas, se le acercan y la eligen como madre en la gran resurrección mahometana que en las tierras de cielo de oro y mares de turquesa se proyecta.

     Agravará, pues, para lo porvenir, la situación europea esta solución meramente temporal y transitoria. El problema es vital y severo: para Egipto, airoso y rebelde como sus corceles, problema de vida; para Inglaterra, cuya existencia pende de la de sus colonias, de que es hoy Egipto como arteria aorta, capital problema. Ni Inglaterra puede cejar; ni quiere cejar Egipto. El partido nacional, impaciente y robusto, presenta la batalla, que Inglaterra, no preparada y sorprendida, rehúsa y demora. Envalentonado con este temor, y su victoria de ayer, y el espíritu general de la comarca arábiga, y el tácito aplauso de Turquía, el partido nacional provocará con más aliento el combate por las mismas razones por que Inglaterra lo esquiva. O esta resigna su poder en Asia, o interviene con poderoso ejército, en acuerdo con Francia, que no ha de querer dejarle todos sus derechos, y ahogan juntos con esfuerzo cruento la tentativa de nacionalidad de aquel país bello y mísero, condenado a perpetuo pupilaje.

     Así queda el problema: el ancla británica quiere clavarse en los ijares del caballo egipcio: el Corán va a librar batalla al Libro Mayor:[8]  el espíritu de comercio intenta ahogar el espíritu de independencia: el hijo generoso del desierto muerde el látigo y quiebra la mano del hijo egoísta del Viejo Continente.

M. de Z.[9]

 La Opinión Nacional, Caracas, 10 de octubre de 1881.
[Mf. en CEM]

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2005, t. 10, pp. 69-73.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1]Véase la Nota final “Rebelión nacionalista en Egipto”.

 [2]Del árabe, labrador, agricultor.

[3]La rebelión militar triunfó el 9 se septiembre de 1881 en el Cairo.

[4]Líder independentista argelino.

[5]Islamista sirio.

[6]Véase la Nota final “Conquistas francesas en el norte de África”.

[7]Se refiere a Napoleón Bonaparte.

[8]Se refiere a la Biblia.

[9]Seudónimo que utilizó José Martí para firmar sus escritos enviados a La Opinión Nacional, de Caracas.