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LA POLÍTICA DE ACOMETIMIENTO
Los acometedores de los Estados Unidos y su génesis.—Los mercenarios de ayer y los de ahora.—Los acometedores en Washington y los que los ayudan.—Banqueros privados. —Ministros sombríos.—La política de la sombra.—Dentro, corrupción; conquista, fuera. —Planes perfectos.—“¡Adquirir!”—Último proyecto: compra de los estados del norte de México.New York, agosto de 1885.
Señor Director de La Nación: La política tiene sus púgiles. Las costumbres físicas de un pueblo se entran en su espíritu y lo forman a su semejanza. Estos hombres desconsiderados y acometedores, pies en mesa, bolsa rica, habla insolente, puño presto; estos afortunados pujantes, ayer mineros, luego nababs, luego senadores; esta gente búfaga, de rostro colorado, cuello toral, mano de maza, pie chato y ciclópeo; estos aventureros, criaturas de lo imposible, hijos ventrudos de una época gigante, vaqueros rufianes, vaqueros perpetuos; estos mercenarios, nacidos, acá como allá, de padres perdidos al viento, de generaciones de deseadores enconados, que al hallarse en una tierra que satisface sus deseos, los expelen más que los cumplen, y se vengan con ira, se repletan, se sacian en la fortuna que viene, de aquella que esperaron generación tras generación, como siervos, como soldados, como lacayos, y nunca vino; estos tártaros nuevos, que merodean y devastan[2] a la usanza moderna, montados en locomotoras; estos colosales rufianes, elemento temible y numeroso de esta tierra sanguínea, emprenden su política de pugilato, y, recién venidos de la selva, como en la selva viven en la política, y donde ven un débil comen de él, y veneran en sí la fuerza, única ley que acatan, y se miran como sacerdotes de ella, y como con cierta superior investidura e innato derecho a tomar cuanto su fuerza alcance. En Cartago,[3] estos hombres se asentaban en el palacio de Amílcar,[4] se comían sus bueyes y bebían su vino; se revolcaban ebrios, repletos de germen desocupado, al pie de sus rosales olorosos; se echaban vientre a tierra, cubiertos de oro y de perfumes, y luego se alzaban como la esfinge, las palmas de las manos apoyadas en el césped, en los ojos una mirada redonda como la de trilobites, asido entre los dientes el rosal roto: y luego cargados de botín, rugiendo por su soldada, se iban como una plaga, por los campos, a juntarse anca a anca para caer, con las lanzas tendidas y secando a su aliento la tierra, contra la República. La inmigración tumultuosa; la fantástica fortuna que la recibió en el Oeste; la fuerza y riqueza mágicas que surgieron y rebosaron con la guerra, produjeron en los Estados Unidos esas nuevas cohortes de gente de presa, plaga de la República, que arremete y devasta como aquella. El país bueno la ve con encono, pero alguna vez, envuelto en sus redes, o deslumbrado con sus planes, va detrás de ella. Algunos presidentes, como Grant mismo, hecho a tropa y conquista, la aceptan y mantienen, y comercian con ella su apoyo y la accesión de una tierra extranjera. Forman sindicatos, ofrecen dividendos, compran elocuencia e influencia, cercan con lazos invisibles al Congreso, sujetan de la rienda la legislación, como un caballo vencido, y, ladrones colosales, acumulan y se reparten ganancias en la sombra. Son los mismos siempre; siempre con la pechera llena de diamantes; sórdidos, finchados, recios: los senadores los visitan por puertas excusadas; los secretarios los visitan en las horas silenciosas; abren y cierran la puerta a los millones; son banqueros privados.Si los tiempos solo se prestan a cábalas interiores, urden una camarilla, influyen en los decretos del gobierno de manera que ayuden a sus fines, levantan por el aire una empresa, la venden mientras excita la confianza pública mantenida por medios artificiales e inmundos y luego la dejan caer a tierra. Si el gobierno no tiene más que contratos domésticos en que rapacear, caen sobre los contratos, y pagan suntuosamente a los que les auxiliaren en acapararlos. Caen sobre los gobiernos, como los buitres, cuando los creen muertos; huyen por donde no se les ve, como los buitres por las nubes arremolinadas, cuando hallan vivo el cuerpo que creyeron muerto.[5] Tienen soluciones dispuestas para todo: periódicos, telégrafos, damas sociales, personajes floridos y rotundos, polemistas ardientes que defienden sus intereses en el Congreso con palabra de plata y magnífico acento. Todo lo tienen: se les vende todo: cuando hallan algo que no se les vende, se coaligan con todos los vendidos y lo arrollan.
Es un presidio ambulante, con el que bailan las damas en los saraos, y coquetean los prohombres respetuosos, que esperan en su antesala y comen a su mesa. Esta camarilla, que cuando es descubierta en una empresa, reaparece en otra, ha estudiado todas las posibilidades de la política exterior, todas las combinaciones que pueden resultar de la política interna, hasta las más problemáticas y extrañas. Como con piezas de ajedrez, estudian de antemano, en sus diversas posiciones, los acontecimientos y sus resultados, y para toda combinación posible de ellos, tienen la jugada lista. Un deseo absorbente les anima siempre, rueda continua de esta tremenda máquina: adquirir: tierra, dinero, subvenciones, el guano del Perú,[6] los estados del norte de México.
Esto quiere ahora la camarilla, que cree ver en la suspensión del pago de las subvenciones a los ferrocarriles americanos, decretada últimamente como medida angustiosa por México, buena ocasión para estimular el descontento y arriar los apetitos alejandrinos que, como que los llevan en sí suponen en el pueblo norteamericano hacia sus vecinos de lengua española. Esto propone ahora la camarilla: comprar en 100 000 000 de pesos la frontera del norte de México. No han hallado todavía, como hubieran hallado en tiempo de Blaine, el camino del gobierno: la Casa Blanca es ahora honrada. Pero insisten; pero pujan; pero azuzan sin escrúpulos el reconocimiento y desdén con que acá en lo general se mira a la gente latina, y más, por lo más cercana, a la de México; pero acusan falsamente a México de traición, y de liga con los ingleses; pero no pasa día sin que pongan un leño encendido, con paciencia satánica, en la hoguera de los resentimientos.
¡En cuerda pública, descalzos y con la cabeza mondada, debían ser paseados por las calles esos malvados que amasan su fortuna con las preocupaciones y los odios de los pueblos!—¡Banqueros no: bandidos!
La Nación, Buenos Aires, 4 de octubre de 1885.
[Mf. en CEM]
Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, t. 22, pp. 226-228.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1]Segunda parte de la crónica “Cartas de Martí”, publicada en La Nación, de Buenos Aires, el 4 de octubre de 1885, OCEC, t. 22, pp. 224-228. La primera parte se titula “Los secretarios del Presidente” (OCEC, t. 22, pp. 224-226).
[2]Errata en La Nación: “desvastan”.
[3]República de la Antigüedad, fundada por los fenicios en el norte de África, destruida por los romanos en el 146 a.n.e.
[4]En La Nación: “Hamílcar”. Amílcar Barca.
[5]En La Nación: dos puntos y mayúscula a continuación.
[6]Véase “Guerra del Pacífico”.