CORRESPONDENCIA PARTICULAR

DE EL PARTIDO LIBERAL

LA MUERTE DEL EXPRESIDENTE ARTHUR[1]

ESTUDIO POLÍTICO

Sumario.—Ojeada sobre la constitución interior de un partido político en los Estados Unidos.—La asociación en política.—Los logreros públicos.—Cómo puede un hombre elevarse por la intriga a la presidencia de los Estados Unidos.—Caudillos rivales.—Blaine y Conkling.—Hayes.—Análisis del carácter de Arthur.—Elección y muerte de Garfield. —Orígenes de la muerte de Garfield.—Transformación de Arthur en el gobierno.—Tentativas vanas de reelección.—La Casa Blanca en su tiempo.—Muere de despecho.—Su persona, su tiempo y su política.—¡Aquí también se sube por cábalas y se piden destinos para ahijados![2]

New York, noviembre 25 de 1886.

Señor Director de El Partido Liberal:

Apenas pasa día sin que haya aquí un suceso curioso o extraordinario. En país ninguno trabajan las fuerzas sociales con más claridad e ímpetu. Pugnan el arte y la literatura por hacerse una apariencia americana con retazos europeos. Se divide la iglesia católica con ocasión del considerable crecimiento del partido de trabajadores que sigue a Henry George en su empresa de convertir la tierra en propiedad de la nación. Una joven de veinte años, hermosa y honesta, cruza en un casco ovalado los rápidos[3] del Niágara, el mismo día que un aprendiz de impresor[4] se deja caer al Río Este desde lo alto del Puente de Brooklyn. Llega de Europa asombrado de lo egoísta y hueco de la vida en ella, el joven brahmán hindú, Babu Mohini, que sabe grandemente de filosofía y viene de ser muy celebrado entre los teósofos de Francia, Alemania e Inglaterra donde hay templos de teosofía, cuyos devotos no comen nunca carne, como Babu Mohini. Los veteranos de Brooklyn levantan un monumento al tambor niño,[5] que de los voluntarios de la ciudad fue el primero en morir cuando la guerra del Sur: y al mismo tiempo el Sur consagra el lugar[6] donde nació Jefferson Davis, consagrando en él una suntuosa iglesia[7] con imponentes ceremonias. En una iglesia de Brooklyn se reúne un congreso de mujeres,[8] delegadas por las sociedades amigas del indio en los diversos estados, para proteger lo que queda de gente india y salvarle sus tierras de cultivo y sus derechos de hombre. Un estado más del Oeste concede a la mujer el derecho de sufragio libre.[9] Dos señoras de distinción son nombradas miembros con sueldo de la Junta de Instrucción Pública en la ciudad de New York. La Patti canta. Los estudiantes de una universidad[10] representan en griego ante un teatro repleto de curiosos la magnífica farsa de Aristófanes,[11] Los acarnios. Todo New York se agolpa a las puertas de un templo convertido en teatro para admirar ese cuadro que de un suelo levanta el pensamiento a los tiempos perdidos del gran arte. El Cristo ante Pilato del húngaro Munkácsy,[12] un Cristo que brilla de su propia luz, sin halo milagroso, ni belleza convencional, ni más divinidad que la natural del alma humana.[13]

     Pero en lo visible, el suceso de más significación ha sido la muerte de Chester Alan Arthur, que no hace todavía dos años era presidente de los Estados Unidos.

     Solo resisten el vaho venenoso del poder las cabezas fuertes. El espíritu despótico del hombre se apega con amor mortal a la fruición de ver de arriba y mandar como dueño: y una vez que ha gustado de este gozo, le parece que le sacan de cuajo las raíces de la vida cuando le privan de él. Otros mueren, como murieron Greeley y Hancock,[14] de desear la presidencia: Chester Alan Arthur murió de tener que abandonarla. Dicen los que le vieron en los días últimos de su poder, que era extraño y enfermizo el brillo de sus ojos, que había llanto profundo en su alegría forzada, que los desgajamientos de la caída se le veían en el color del rostro. Él no creyó que había de abandonar tan pronto la Casa Blanca. Él quiso continuar como propietario en el asiento a que había subido en una hora trágica como sustituto.[15] Él había sacrificado su lealtad para con sus valedores más generosos y fieles, en la esperanza de conquistar[16] por los actos con que se apartaba de ellos el renombre de imparcial que debía asegurar su elección de presidente en la inmediata campaña. Blaine le puso en el hombro su garra formidable, y con la candidatura le arrancó literalmente la vida. Aquel atlético y amigable caballero, fuerte como ninguno en cenas y galanterías, comenzó a morir del corazón enfermo el día en que supo que Blaine y no él, era el candidato de su partido para la presidencia. Se le entró por alma y cuerpo como un tósigo aquel perfume de mujer hermosa que en los años de su gobierno desvaneció a Washington.

     No mueren nunca sin dejar lecciones los hombres en quienes culminan los elementos y caracteres de los pueblos; por lo que bien entendido, viene a ser un curso histórico la biografía de un hombre prominente.[17] En la elevación de cada hombre, por más que pueda parecer injusta y casual, hay causas fijas y de gran cuantía, ya residan[18] por fuerza original en el encumbrado, ya dominen por fuerza nacional en el pueblo que lo encumbra: todo gobernante representa, aun en las formas más extraviadas y degradantes del gobierno, una fuerza activa y considerable, visible u oculta. Y cae, cualesquiera que sean su poder y aparato legal, cuando esta fuerza cesa, o él cesa de representarla. No hay en los pueblos cosa más real que sus gobiernos.

     Las repúblicas tienen como excrecencias de su majestad y gusanos de su tronco, sus callejuelas y sus pasadizos. Y así como en las horas de tormenta el instinto seguro del pueblo le lleva a elegir por guía el águila que cruza[19] con más serenidad el aire, sucede en las horas de calma, cuando las águilas reposan, que las ambiciones, hábiles de suyo y agresivas, se entran por donde duerme la verdadera grandeza, que solo da cuenta de sí cuando un peligro digno de ella viene a despertarla. Así aconteció que muerto Lincoln, quien hasta en la forma de la mano llevaba puesta por la naturaleza la insignia del poder, fue la política del Partido Republicano cayendo, de Grant a Hayes, en las rivalidades y apetitos por donde se pudren y perecen los partidos triunfantes. El Sur, domado, no inspiraba miedo. El Norte, próspero, solo pensó en gozar de la victoria. Y como los hombres necesitan de pelea, tan pronto como los republicanos no tuvieron enemigo contra quien pelear, pelearon entre sí, por el provecho los más viles, y los de espíritu superior por el triunfo. No había durado bastante la guerra para que el prestigio de los militares afortunados o valerosos predominara en el ánimo del país sobre el cariño y orgullo con que mira por sus libertades; y la fama de Grant, única que ofuscó el albedrío de sus conciudadanos, se deslucía en los oficios respetuosos de la paz, que repelen justamente la disciplina y arrogancia necesarias en la guerra. La idea misma que produjo al Partido Republicano, descansó después de haber vencido: con Lincoln, en quien resplandeció más vigorosamente, pareció morir lo mejor y más alto de ella. Y puesta para muchos años la mesa del poder, quedó entregado el partido vencedor, con toda la gloria y recursos del triunfo, a la gula de los interesados y a los celos de los espíritus brillantes e inquietos que tienen gozo sumo, y meramente ambicioso, en demostrar a los hombres su capacidad para mandarlos. Ese aspecto de la república creó a Arthur.

     Claro está que en un país de pensamiento, solo por las sorpresas de la guerra puede subir un hombre inculto al poder; y que por mucho a que lleguen los manejos ruines de los políticos de oficio, solo va creciendo al amparo de ellos ante la opinión el que más la corteja con más prudencia y gracia y no desfigura con la brutalidad del deseo manifiesto sus intenciones de cautivar para sí la simpatía pública. ¡Hasta puede decirse con razón que el vulgo prefiere a aquellos en quienes halla sus defectos propios, siempre que no los exhiban con tal desvergüenza que le quite la capacidad de publicar su apoyo![20] Y si a ese suave modo y cauta vestidura se une un grano de aquel valer esencial y genuino que lleva a los hombres en los instantes críticos a olvidar su interés por el de una idea generosa, he aquí que la persona política se condensa y consagra y queda en puesto para las más altas empresas, si los lances de partido, diestramente aprovechados, le llevan hasta ellas.

     Arthur vino de quien suele engendrar los presidentes en los Estados Unidos: de un sacerdote protestante; fue buen padre, puesto que en su tiempo y país no reñían como riñen en otros, el[21] ser buen padre y el criar a su hijo para abogado. Y el futuro presidente empezó su vida de hombre por esa santa tarea que parece preparar bien para la paciencia y justicia que requiere el gobierno, la enseñanza; siendo cosa curiosa que Arthur hubiese sido de director de la misma escuela en que dos años después entró a enseñar caligrafía James A. Garfield, por cuya muerte había de venir con el correr del tiempo a ocupar la presidencia. Sirvan esos modelos de castigo a los mozos que no hallan sabor al aprendizaje llano, y apenas barbados, quieren todos empezar en la vida de pontífices! Así anda el mundo, empedrado de Ícaros.[22] —Precisamente se pagó los estudios de abogado con los quinientos pesos que ahorró trabajando como maestro de escuela. Ya titulado se estableció en New York; y como parece que sí hay hombres que enamoran a la fortuna, sucedió que a los pocos meses de tener su estudio abierto se le deparó uno de esos casos que ungen una vida.—Vino un bribón de Virginia con ocho negros esclavos, de paso para Texas; levantó el juez la cuestión de que por pisar estado libre eran en él libres los siervos; y Arthur abogó por los negros, frente al Sur que aullaba y ganó el caso en el tribunal inferior, y lo volvió a ganar en el tribunal superior contra la elocuencia y habilidad de O’Conor:[23] ¡pues hubo lenguas que no se saciaron al defender por la paga a los dueños de los negros! No hay espectáculo, en verdad, más odioso que el de los talentos serviles. Otro caso vino después a coronar este. Echaron de un tranvía a una pobre negra, y Arthur obtuvo entre grandes celebraciones la decisión que por primera vez autorizó a los negros en New York a entrar en todas partes por derecho propio a nivel de los blancos. Y esa fue la acción superior y generosa que mantuvo a Arthur, a pesar de sus compadrazgos y cábalas, en la dignidad de persona pública.

     Aquella victoria le puso alas para la vida: y la seda del trato, que es aquí muy escasa, y lo arrogante [y] pulcro de su persona, le abrían las puertas con facilidad extraordinaria. Pero más que por estas condiciones se ganaba amigos por su aire de jovial franqueza, tan seductora para los hombres como la austeridad les es temible, y por cierta facilidad más dichosa que envidiable, de parecer como que necesitaba la guía ajena y se sometía a ella de buen grado: y así, haciendo como que obedecía, fue de cumbre en cumbre, tomando rango entre los que mandaban. Desde estudiante se le conocía ya ese poder; porque era tal su capacidad para dirigir sin que se lo sintiese, que él, que no hablaba nunca en los debates de sus compañeros, resultaba ser para todo lo de voto y mando un caimacán de cuenta. Quien lisonjea, manda.

     Así, galante y suelto, se vino deslizando desde los oficios humildes de la política hasta su empleo más alto: y como tenía el arte de dividir con sus asociados la buena fortuna que sacaba de la asociación, y de trabajar ostensiblemente en beneficio de la camarilla a que pertenecía, esta no le escatimaba su apoyo, ni se encelaba de verlo ir subiendo entre todos aquellos a quienes se prestaba a servir: tanto que su habilidad suprema fue la de perfeccionar el sistema de la asociación para provechos políticos, y, convirtiendo a los que pudiesen ser sus rivales en sus cómplices, recoger en sí sin excitar sospechas, el poder que iba logrando para la asociación con ayuda de ellos. Privada su naturaleza de aquella ciega generosidad e ímpetu heroico que levantan sobre el nivel común a las almas mayores, comprendió a tiempo que domina a los hombres el que aparenta servirlos, y tiene más seguro el mando aquel que no deja ver que lo desea, ni lastima la ambición, orgullo o decoro de sus émulos con el espectáculo de su presunción y soberbia. ¡Y de ambición ha muerto ese hombre de apariencia tan suave que nadie hubiese dicho que de eso muriera! Pero le[24] iba ayudando su misma pequeñez, porque, por mucho que él desease, no se atrevía a alzar la mira más allá de aquellos de que en sí se creía merecedor, y se contentaba con predominar por su gentil manera y reconocida astucia en las intrigas e influjo de la política de su ciudad y estado, siéndole de gran auxilio su figura hermosa, la cautela con que escondía sus fines,[25] el gallardo abandono con que esparcía entre amigos sus ganancias, y esa indiferencia formidable que suele llegar a parecer una virtud, cuando no es en verdad más que el refinamiento del egoísmo. Sin nada que le preocupase más que su propia fortuna, no veía en las cosas públicas con la ira o la fe que ciegan a otros, sino iba sobre firme a lo que le convenía particularmente, y su misma frialdad y descuido de los intereses humanos le daban aquella calma infecunda que suele pasar entre los políticos miopes por espíritu de conciliación y sensatez. Y todas esas facultades menores las extremó y usó con tal cordura, que por su excelencia en ellas, que son parte viva de la política de la nación, y por representarlas más cabalmente que otro alguno, llegó a subir, en una época de política menor, al puesto de donde una bala trágica lo llevó a gobernar la república.[26]

     Toda la historia de Arthur está en la de las intrigas políticas de su partido. Nunca adelantó por sí, sino como representante de la camarilla en que servía. Cada caída o triunfo suyo, y cada acto notable de su existencia, no es un suceso de orden nacional, en que las ideas choquen y luzcan, sino de orden interno de partido, en que las personalidades rivales se arrancan el provecho y la honra diente a diente. Ya en los puestos, verdad es, se ganaba la voluntad por su moderación caballeresca, el blando modo con que suavizaba su energía, su bondad personal, que fue[27] sincera, y aquellas gracias corteses y llaneza digna que añaden tanto al mérito, y llegan a disimular su ausencia, y a suplirlo. Pero si con sus subordinados era afectuoso, y en el manejo de los fondos públicos irreprochable, nunca dejó de servirse del influjo que con esto mismo obtenía, para ir trenzando[28] una organización política tan fuerte y estrecha, que no había en el estado distrito donde no tuviese de agente un empleado suyo, ni convención en que no sacara triunfantes a sus candidatos, ni cábala posible sin su voluntad, ni elección segura sino por sus manos. Él, como John Kelly entre los demócratas, se servía de los empleados públicos para favorecer en las elecciones, y mantener en oficios lucrativos al partido que les conservaba los empleos. Como una red tenía extendido, en la ciudad primero y luego en el estado, este sistema, y lo que en otros parecía repugnante por lo ofensivo de los modos o el escandaloso provecho que sacaban de su habilidad, en Arthur estaba disimulado por la apuesta sencillez con que llevaba sus victorias, y porque no se echaba en diamantes y leontinas insolentes el fruto de ellas, sino las apetecía por lo que vigorizaban a su partido, y le acreditaban en él de jefe de hombres.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Véase la crónica “Muerte del presidente Arthur. Análisis de carácter”, publicada en La Nación, de Buenos Aires, el 4 y 5 de febrero de 1887, que trata el mismo tema. (OCEC, t. 25, pp. 92-104).

[2] Se añade signo de admiración.

[3] Errata en El Partido Liberal: “crápidos”.

[4] Lawrence M. Donovan.

[5] Clarence C. McKenzie.

[6] Condado de Christian, Kentucky.

[7] En 1886, viejo y agotado, Jefferson Davis visitó Hopkinsville para donar la propiedad de su residencia familiar, que un grupo de admiradores habían adquirido para que este la entregara a la Iglesia de Bethel, construida en 1816. Una placa registra el hecho.

[8] La Asociación Nacional India de Mujeres, unida al Comité de Boston para la ciudadanía india y a la Indian Rights Commission, solían reunirse en el Lago Mohonk, estado de Nueva York, todos los años durante un fin de semana de otoño para evaluar críticamente la política del gobierno hacia los indios. Habitualmente preparaban su intervención en una iglesia protestante de Brooklyn Heights, la Dutch Reformed Presbyterian Church.

[9] Ningún estado del Oeste aprobó el derecho del sufragio femenino durante la década del ochenta del siglo XIX.

[10] Universidad de Pensilvania. El 14 de mayo de 1886, en el teatro de la Academia de Música de Filadelfia, alumnos de esa universidad representaron el teatro de farsas de Aristófanes, Los acarnienses, frente a profesores, investigadores y académicos de las universidades de Harvard, Yale, Princeton, Cornell, y John Hopkins. Fue un éxito total que se repetiría en años siguientes.

[11] En El Partido Liberal: “Aristóphanes”.

[12] En El Partido Liberal: “Munckazy”. Mihály Munkácsy.

[13] Véanse las crónicas “El Cristo de Munkácsy” y “El Cristo del gran pintor Munkácsy”, publicadas en La Nación y El Partido Liberal, el 28 de enero de 1887 y el 21 de diciembre de 1886, respectivamente. (OCEC, t. 25, pp. 53-61 y 62-70).

[14] Errata en El Partido Liberal: “Haucock”. Winfield Scott Hancock.

[15] Tras la muerte de James A. Garfield, el 19 de septiembre de 1881, lo sustituyó en la presidencia.

[16] Errata en El Partido Liberal: “conquistas”. Se sigue la lección de La Nación.

[17] Nótese la similitud temática con las crónicas “Muerte de Roscoe Conkling” y “El orador Roscoe Conkling”, publicadas en La Nación, de Buenos Aires, el 19 y el 9 de junio de 1888. (OCEC, t. 28, pp. 183-193 y 208-218). (N. del E. del sitio web).

[18] Errata en El Partido Liberal: “recidan”.

[19] Errata en El Partido Liberal: “cruzo”.

[20] Se añade signo de admiración.

[21] Errata en El Partido Liberal: “al”.

[22] Se añade punto.

[23] En El Partido Liberal: “O’Connor”. Charles O’Conor.

[24] Errata en El Partido Liberal: “se”.

[25] Se añade coma.

[26] Referencia al asesinato del presidente Garfield cuando Arthur era vicepresidente de Estados Unidos. Garfield recibió dos balazos, ninguno mortal, pero el tratamiento médico sin asepsia le provocó una peritonitis causante de la muerte.

[27] En El Partido Liberal: “por”. Se sigue la lección de La Nación.

[28] Errata en El Partido Liberal: “trenando”. Se sigue la lección de La Nación.