LA MUERTE DEL “BUEN POETA VIEJO”:

DE WALT WHITMAN.

(fragmento)

Allá, como una luz, en la casita blanca de Camden, se fue la vida dolorosa de aquel cuerpo[1] que pareció a Lincoln el de mejor equipo de toda la casta americana. Walt Whitman iba entonces, después de la guerra donde estuvo de enfermero a llevar a los “camaradas” de los hospitales el placer de que les podía comprar con los ahorros de su cuarto de soltero: iba robusto, de fieltro militar, con el bigote y la perilla del Sur, y el cuello entero al aire. Ahora vivía en la silla de la enfermedad, del consuelo de las cartas de Inglaterra, que lo proclama poeta grandioso, y de la caridad de sus amigos: en las manos tenía el báculo siempre: la melena de los setenta y tres años, marco imponente de la cara leonina, le caía rizada por los hombros: allí estaba, viendo venir “el cercano, curioso, sombrío, incierto espectro: ¿y volveré a quedarme en esta vida, viejo, lento, cotorrón, con la voz cascada que chilla y parlea, o se abrirán los cielos y los soles?” Allí estaba, poniendo en su ritmo extraño, entre hebraico y aborigen, su pensamiento desnudo y como descoyuntado, sin miedo a palabra de hombre ni a visión femenina: tal un águila, en un cuarto de mujer, ahora clava y desgarra un pañuelo de seda,—ahora rompe de un picotazo el vaso de cristal y sube al aire la potente esencia,—ahora alza la cortina, y le ve a la hermosa el sueño.

     De padre de Inglaterra y madre de Holanda nació el niño que besó La Fayette; que vio campo y trabajo desde que abrió los ojos grises; que entró en el pensamiento por el plomo de las cajas de im­primir, que fortaleció la adolescencia con su empleo de maestro ambulante de casas campesinas, que en las ciudades prefería a la amistad de los magnates la de los guías de los ómnibus, que al caér­sele de enfermedad las riendas a un cochero amigo se las alzó por todo Broadway para ganarle el jornal a la familia, que de la dignidad de cabecera de un gran diario bajó a ganapán por la culpa de poner en verso rugoso su admiración libre del génesis, perenne y amor vívido de la naturaleza; que en la guerra escogió el oficio de dar ternura y medicina a los heridos; que del puesto rehecho de periodista mayor salió para acompañar al hermano pobre y moribundo por las montañas y los prados donde el aire fragante renueva la vida; que al volver de la peregrinación por los lagos y árboles gigantescos, se anunció de maestro de obras y cepilló madera con sus manos; que del oficio mezquino de la gobernación, de que lo echó una vez por la culpa de su poesía un secretario paviculto, salió a la limosna de su casa de familia, donde le llevó el pan de enfermo la admiración inglesa; que en los últimos días de sol de su vida natural iba hilando los metros abruptos donde hierven desnudos el hombre y la mujer, a ver cómo encajaban las piedras colosales de las sepulturas de puertas de gra­nito donde dice, con letras acuchilladas, “Walt Whitman”.

El Partido Liberal, México, 8 de abril de 1892.

Tomado de “Carta de José Martí. La inmigración y los estudiantes de las universidades”, Otras crónicas de Nueva York, investigación, introducción e índice de cartas de Ernesto Mejía Sánchez, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1983, pp. 194-195.


Nota:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Whitman falleció el 26 de marzo de 1892 en Camden, Nueva Jersey, Estados Unidos.