LA CRISIS Y EL PARTIDO REVOLUCIONARIO CUBANO

Las casas que se levantan sobre puntales de papel, se vienen abajo en cuanto sopla un viento pasajero: el viento, vencido, azota en vano la casa que se levantó, como los árboles, sobre largas raíces. El pródigo, que cuenta con el azar y vive a la loca, desaparece deshonrado o befado, en cuanto baja la espuma que lo cargaba por el mundo: el previsor, que gasta en lo necesario y niega a los pícaros la bolsa, que no reparte entre timadores el sudor del trabajo virtuoso, ese mide de antemano la ola y el vendaval, y pone a la patria por sobre su cabeza, donde no se la alcance el vaivén de la marejada, ni la aturda la alarma de los hombres. Es la patria lo que se lleva por sobre la cabeza; es la esperanza de toda la vida; es el clima feliz y el pueblo de generosidad donde el amor de la tierra, y la firmeza del suelo nativo, y la abundancia del corazón criollo consuelen y remedien las desigualdades de la fortuna, que en la soledad de la tierra extraña de tal manera afligen y perturban que la casa amenazada, envuelta en la nube sombría, no ve por encima, con su luz nueva e invencible, el sol del porvenir. Los que están en el taller del sol, no tienen miedo a la nube. Mientras más sea la agonía en la tierra extranjera, más se ha de trabajar por conquistar, pronto, la tierra propia. El Norte ha sido injusto y codicioso; ha pensado más en asegurar a unos pocos la fortuna que en crear un pueblo para el bien de todos; ha mudado a la tierra nueva americana los odios todos y todos los problemas de las antiguas monarquías: aquí no calma ni equilibra al hombre el misterioso respeto a la tierra en que nació, a la leyenda cruenta del país, que en los brazos de sus héroes y en las llamas de su gloria funde al fin a los bandos que se lo disputan y asesinan: del Norte, como de tierra extranjera, saldrán en la hora del espanto sus propios hijos. En el Norte no hay amparo ni raíz. En el Norte se agravan los problemas, y no existen la caridad y el patriotismo que los pudieran resolver. Los hombres no aprenden aquí a amarse, ni aman el suelo donde nacen por casualidad, y donde bregan sin respiro en la lucha animal y atribulada por la existencia. Aquí se ha montado una maquina más hambrienta que la que puede satisfacer el universo ahíto de productos. Aquí se ha repartido mal la tierra; y la producción desigual y monstruosa, y la inercia del suelo acaparado, dejan al país sin la salvaguardia del cultivo distribuido, que da de comer cuando no da para ganar. Aquí se amontonan los ricos de una parte y los desesperados de otra. El Norte se cierra y está lleno de odios. Del Norte hay que ir saliendo. Hoy más que nunca, cuando empieza a cerrarse este asilo inseguro, es indispensable conquistar la patria. Al sol, y no a la nube. Al remedio único constante y no a los remedios pasajeros. A la autoridad del suelo en que se nace, y no a la agonía del destierro, ni a la tristeza de la limosna escasa, y a veces imposible. A la patria de una vez. ¡A la patria libre![1]

     Pero pudiera afligirse el corazón de los cubanos buenos, temiendo que el desorden y oscuridad que ven en torno suyo invada o trastorne la revolución a que han de fiar su esperanza única. Pudiera el padre cubano, que ve ya su mesa sin mantel, creer que la patria se queda sin pan y sin sal, lo mismo que su casa. Pudiera el fiel patriota, porque le falta a él de pronto el óbolo que dar, creer sin razón que a todos los cubanos esparcidos por el mundo les falta el óbolo a la vez, y que se les ha caído la cintura a los que en el silencio prudente lo tienen ya todo ordenado para la salvación incontrastable. Ese sería un grande error. Hay dos cosas totalmente distintas: la pobreza que por causas independientes de la revolución pueden padecer los cubanos, y la marcha firme e independiente del Partido Revolucionario.

     A causas independientes de la revolución, y que ella no puede evitar, se debe la pobreza de los Estados Unidos, de que los cubanos residentes en ellos vienen a padecer. El Partido Revolucionario, con las fuerzas de los cubanos de todos los destierros, y con la representación de todos, va a conquistar la patria que hoy les falta, porque ese es el modo único de dar asilo permanente a aquellos de sus hijos que escogieron para vivir un país que no puede ya con la población que se ha echado encima, y del que todo hombre previsor debe ir buscando refugio en tierra más cordial o despoblada,—o en su propia tierra. De los Estados Unidos no vive el Partido Revolucionario, y la crisis de los Estados Unidos solo le alcanza en el dolor con que ha de ver la pobreza de sus cubanos y de sus puertorriqueños,—dolor que lo espolearía, si necesitase espuela, para bracear con más vigor, aun contra los clamores de los suyos, y robar a la mar y a la tiranía un suelo donde los antillanos vivan en seguridad y el miedo de la miseria no acorrale y rebaje a los hombres. A pasos seguros ha ido adelantando el Partido Revolucionario, y no ha dado un paso solo, sin tener bien firme el de atrás. Avanzar puede, no retroceder.

     Con los esfuerzos de los cubanos todos se ha levantado en el Partido Revolucionario una organización a la que, por dicha de los cubanos, no puede detener en su marcha regular y asegurada la penuria de que padezca un grupo especial de los cubanos del destierro. El Partido Revolucionario no tiene una sola raíz, sino todas las raíces que le vienen de la unanimidad del deseo de independencia en las comarcas varias donde anhelan por ella, con entusiasmo renacido, los cubanos. La fuerza y la victoria del Partido Revolucionario están en el acuerdo entre sus propósitos y métodos con la situación actual del país, en la unión estrecha y decidida entre la revolución de la Isla y la de la emigración, en la concordia abnegada de todos los jefes que con su falta de avenimiento pudiesen debilitar la guerra, en el cariño justiciero que une a los elementos antes desconfiados del pueblo de Cuba, en el fervor y confianza con que se juntan en él las emigraciones todas, en el respeto que a la Isla merecen el orden y hermandad de los trabajos totales y uniformes, y en la reducción de los gastos cursantes del Partido a una pequeñez tal, y tan prevista y segura de antemano, que en esta crisis del Norte, que pudiera aturdir al imprevisor, ni le falta al Partido nada de lo que le es necesario, ni interrumpe el movimiento regular de una sola de sus ruedas, ni tiene por qué temblar, desde hoy hasta el día probable en que con los cubanos de la Isla reanude, con el ímpetu de la primera vez y con experiencia mayor, el empeño de fundar en el afecto y el decoro una república donde la desigualdad y desamor no enconen las pobrezas de la vida, donde por fin puedan hallar los cubanos el refugio que en tierra extranjera no ha bastado a crearles el trabajo de un cuarto de siglo. ¡A la patria libre! ¡Al remedio único y definitivo! Para la guerra democrática y juiciosa de la independencia fue creado el Partido Revolucionario, y no se desviará de su objeto, que es hacer con democracia y con juicio la guerra de independencia. La crisis por que los Estados Unidos atraviesan no le quita uno solo de los elementos de su fuerza,—ni su conformidad con la situación del país,—ni la unión en espíritu y detalle del país revolucionario y las emigraciones,—ni la concordia asegurada de nuestros jefes ilustres,—ni la justicia y cariño con que se juntan en él los elementos diversos del pueblo de Cuba,—ni el alma religiosa en que se confunden, con renovado ímpetu, todas las emigraciones,—ni el aplauso de la Isla al orden revolucionario que se le hace ver,—ni la economía que permite, en una hora de crisis, hacer cuanto ha de hacerse, sin que se pierda una sola hora, ni se detenga una sola rueda. ¡A la patria libre! ¡Al remedio único y definitivo! La pobreza actual es una obligación mayor, es una prueba más de la necesidad de andar de prisa, y de acabar de una vez. Se cae la casa del destierro. El Partido Revolucionario, aunque el clamor de los suyos le despedace el corazón, no se quedará cobarde donde no hay remedio para ellos, ni se pondrá a curar con dedadas de caldo la agonía, ni faltará por el aturdimiento de una hora al deber solemne y superior del porvenir:—él irá, como buen padre, a buscar para sus hijos, en los dientes de la misma muerte, una casa de donde no tenga que echarlos la miseria.

[José Martí]

Patria, Nueva York, 19 de agosto de 1893, no. 75, pp. 1-2; OC, t. 2, pp. 367-370.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1]“¿A qué, tiranía de España, te abandonamos, si hemos de encontrar en una república americana todos tus horrores? ¿Por qué tuvimos amor y confianza en esta tierra inhumana y desagradecida? No hay más patria, cubanos, que aquella que se conquista con el propio esfuerzo. Es de sangre la mar extranjera. Nadie ama ni perdona, sino nuestro país. El único suelo firme en el universo es el suelo en que se nació. O valientes, o errantes. O nos esforzamos de una vez, o vagaremos echados por el mundo, de un pueblo en otro. […] ¡Otra vez, cubanos, con la casa a la espalda, con los muertos abandonados, andando sobre la mar! Cubanos, ¡a Cuba!” (JM: “¡A Cuba!”, Patria, Nueva York, 27 de enero de 1894, no. 96, p. 2; OC, t. 3, p. 54).

A José Dolores Poyo, fidelísimo colaborador, Martí lo apremia para que desde las páginas de El Yara: “Dé y vuelva a dar, con la pluma que quema y restalla, sobre la necesidad de conquistarse casa propia”. (JM: “Carta a José Dolores Poyo”, Tampa, Florida [18 de enero de] 1894, t. IV, p. 25). Véase el artículo de El Yara, “A Cuba, sí”, reproducido en Patria, Nueva York, el 16 de febrero de 1894, no. 99, p. 2.