EL REMEDIO ANEXIONISTA
Un buen oído oye en la sombra los pasos de los tejedores silenciosos, y podría ahora un buen oído, en las cosas cubanas, notar como un esforzado aleteo, y como una empeñosa consulta, del lado de los tejedores. Lo cual es un excelente augurio para los partidarios de la independencia cubana. Cuando los mantenedores de la dominación española en Cuba, sean nacidos en Cuba o en España, acuden con tesón estéril, renovando en pequeño los trabajos anexionistas que nunca volverán a tener las proporciones que un día por otras causas tuvieron,—a reanimar, y tratar de cerca la solución de la anexión; cuando, con el desmayo de una política que no ha podido descubrir los medios de realizar lo que se propone, que está gravada con su origen esclavista y que no cuenta con el poder del sentimiento público, procuran por gestiones parciales,—sin garantía ni probabilidad de que la gestión pudiera llegar a comprender los elementos enconados que habrían de unirse en ella,—la alianza del poder extranjero anexador, que ni por su política interna, ni por el origen esclavista de la idea de anexión, ni por el mero estado de deseo en que flota en él la idea, puede condensarla en proyectos prácticos y medios viables antes de que estalle por su exceso la angustia de la Isla; cuando los enemigos de la guerra de independencia en Cuba, por el horror y trastornos económicos de la guerra vuelven los ojos a un aliado extranjero que no ha hallado más medios hasta hoy para adelantar las vagas pretensiones de anexión que aconsejarnos el empezar por hacer por la guerra nuestra independencia; cuando se acude con más viveza que la usual a la política de anexión, aunque sea por meros tanteos de cautela, de importancia y fuerza totalmente inferiores a la pasión y urgencia de los problemas de la Isla,—la señal es segura de que la Isla, aun en lo que tiene de más prudente y tibio, está convencida de la imposibilidad de hallar acomodo con España, y busca salida de ella. Esta disposición de ánimo en el país es la que conoce y declara el Partido Revolucionario Cubano; y puesto que la idea de anexión, como remedio político, no pasa, ni de parte de Cuba ni de parte de los Estados Unidos, de meros acercamientos, más o menos misteriosos, entre una decena de personas que la ven con simpatía,—acercamientos que no parece que puedan llegar, por las hostilidades de la política interna y la vaguedad actual de la idea en el Norte, y por la resistencia que a su hora se organizaría sin duda dentro y fuera de Cuba,—a la realidad compleja y laboriosa de solución política en el término necesariamente breve en que la Isla, por conservación propia, ha de tentar alguna solución:—puesto que el remedio anexionista no está,—cuenta aparte de sus muchos obstáculos,—en el grado de precisión, y madurez necesario para acudir como solución inmediata al problema inmediato de la Isla,—el deber patente e ineludible de los cubanos, y del alma de ellos que se mueve hoy con el nombre de Partido Revolucionario Cubano, es acudir a la solución más preparada y posible, a la solución popular e histórica, a la solución natural e inevitable a que acude el país a falta de otra cercana, a la solución que el mismo poder anexador, con frialdad dolorosa, considera fatal e ineludible para iniciarse en su gracia,—la guerra preliminar de la independencia. Parece natural hacerla de una vez, si de todos modos tenemos que hacerla. Luego veremos, con el hecho de habernos levantado en armas en la misma generación en que sucumbimos, y de haber triunfado si esta prueba plena de capacidad nacional no altera las únicas bases firmes de la idea anexionista: la creencia honrada de muchos cubanos en la ineptitud de Cuba para su propia redención, y la opinión de ruindad constitucional e irredimible incompetencia en que nos tiene el pueblo de los Estados Unidos, por ignorancia y preocupación, por la propaganda maligna de los políticos ambiciosos, y por el justo desdén del hombre libre al esclavo.
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De dos fuentes vino en Cuba, limpia una y otra envenenada, la idea de la anexión, que no ha desaparecido aún, porque al temor piadoso de la guerra se junta en muchos cubanos la incredulidad en nuestra actitud, fomentada por el fracaso aparente, y no verdadero, de la guerra; ni está para desaparecer, porque, en la agitación natural y sana con que se entregará a la libertad, hasta calmar el primer hervor, nuestro pueblo nuevo, y en el miedo y disgusto con que los hombres autoritarios y los acaudalados verán el bullicioso bautismo político de una república sincera, la intriga de la anexión será el recurso continuo de los que prefieran la unión desigual con un vecino que no cesará de codiciarnos al riesgo de su propiedad o a la mortificación de su soberbia. Obraría muy de ligero quien creyese que la idea de la anexión, irrealizable e innecesaria como es, desaparecerá de nuestros problemas por su flojedad esencial, por la fuerza de nuestros desdenes, o por el brío de nuestra censura. La naturaleza impalpable de los fantasmas les permite flotar vagamente, y escapar a la persecución. La idea de la anexión, por causas naturales y constantes, es un factor grave y continuo de la política cubana. Hoy con la mejor voluntad de muchos anexionistas sinceros, demora la independencia;—con lo que sin querer la sirve, como sirve todo lo natural, porque le da más tiempo a apretar y robustecer sus factores,—y entre otras cosas—a limpiar el debate político del encono innecesario entre hombres que buscan con igual buena fe, aunque con caracteres de temple diverso, el bien de la patria. Mañana, por causas menos atendibles de nuestra política interior, perturbará nuestra república,—con lo que la servirá también, porque el miedo de dar razón a los timoratos o ambiciosos que nos acusen de ineptitud para el gobierno, moderará los ímpetus de un país que, en el alboroto de su mayoría, pudiera tratar de ejercitarla con exceso. La idea de la anexión es un factor político, menos potente hoy que nunca, y destinado a impotencia permanente; pero como a factor político se le ha de tratar a la vez que se demuestre su ineficacia, y con el respeto que toda opinión franca merece, porque la sustenta de buena fe más de un cubano sincero, temeroso de la ineptitud radical en que a su juicio nos deja la colonia, y confiado por raciocinio singular sin duda, en que los que hemos de saber gobernarnos como nación, en Estado libre de la Unión Americana, no sabremos, por el simple hecho de no estar unidos a un pueblo de carácter y hábitos diversos, gobernarnos como nación. Mas el raciocinio, no por singular deja de ser libre. No inspira respeto ciertamente, sino coraje, el hábito de servidumbre en algunos hombres tan arraigado que les quita toda confianza en sí, y, aliado a la soberbia, llévales hasta suponer en los demás la impotencia que en sí propios reconocen. Mueve a impaciencia, y no a respeto, la ignorancia dorada que niega a nuestra propia familia de pueblos la virtud que por sus mismas culpas se comprueba; y admira desde el libro impasible la organización y carácter de un país cuya naturaleza verdadera desconoce. Pero el único modo de quitar razón a los cubanos, y a los españoles, que de buena fe creen en nuestra incapacidad para el gobierno propio,—aunque creen en la capacidad tan luego como nos liguemos con un pueblo diverso del nuestro, y que tiene sobre nuestro país miras distintas de las nuestras, miras de factoría y de pontón estratégico,—es demostrarles, con nuestra organización y victoria, que no todos los cubanos se contentan con fiar a Cuba al capricho del azar, o a la política de espera de una república que se declara ya agresiva, y nos comprende, como puesto de defensa necesaria, en su plan de agresión: que los cubanos saben disponer a tiempo el remedio inmediato a un mal inmediato,—la guerra generosa de independencia en un país que está abocado a ella en todos los instantes, y cuya angustia urgente no le da tiempo a esperar que se pongan de acuerdo, en Cuba y en los Estados Unidos, los elementos anexionistas cuya energía ha llegado solamente, en medio siglo de trabajo, a enviar a Cuba una expedición infeliz[1] en los días en que la mayoría esclavista de los Estados Unidos necesitaba un Estado más que asegurase el poder político vacilante de los mantenedores de la esclavitud.
Patria, Nueva York, 2 de julio de 1892, no. 17, pp. 1-2; OC, t. 2, pp. 47-50.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1]Debe tratarse de una de las dos expediciones organizadas por el militar venezolano Narciso López desde el territorio de Estados Unidos, con el apoyo de ciudadanos norteamericanos partidarios de la anexión de Cuba a ese país, que pudieron desembarcar en las costas cubanas, el 19 de mayo de 1850, por Cárdenas, y el 12 de agosto de 1851, por la costa norte de Pinar del Río. Ambas expediciones fracasaron rápidamente por la falta de apoyo popular entre los cubanos de la región y la gran concentración de tropas coloniales movilizadas para combatirlas. (N. del E. del sitio web).