HISTORIA ÍNTIMA DE LA POLÍTICA NORTEAMERICANA
Nueva York, mayo 5 de 1888.
Sr. Director de El Partido Liberal:
Jamás hubo ejemplo tan patente de la esterilidad del genio egoísta, como el orador magnífico que ha muerto ayer,[2] el comisario imperial de Grant, el cismático en la presidencia de Garfield,[3] el enemigo implacable de Blaine, el más gallardo y literario de los oradores de los Estados Unidos, Roscoe Conkling. Era majestuoso de persona, y de andar tan arrogante que no pudiendo compararlo Blaine con exactitud a un pavo real, porque cuidaba de sus pies tanto como del resto de su atavío, le llamó pavo, “pavo olímpico, pechirredondo[4] y supereminente”[5] en el debate febril en que estalló con furia la rivalidad sorda de los dos caudillos del Partido Republicano en la Casa de Representantes.[6]
La rivalidad de estos dos hombres, más que los pretextos políticos con que la encubrían, mantuvo en división tan honda a los republicanos que ni la muerte del uno será bastante tal vez para que se decidan a unirse a sus adversarios aquellos que año tras año han tenido por bandera cuanto pudiese ofender y desprestigiar al otro. Pero ¿qué es por desdicha la política práctica, más que la lucha por el goce del poder? ¿No se vio Conkling mismo, después de treinta años de imperioso y absoluto caudillaje, abandonado por casi todos sus amigos, cuando, seguro de su triunfante reelección por la Legislatura, renunció al[7] puesto de senador,[8] en cuyo privilegio se creyó desdeñado por Garfield y por Blaine que propusieron al Senado un colector de aduana hostil a Conkling, prescindiendo de pedir la venia al Senado, como es aquí costumbre en todos los nombramientos de importancia en los estados? No bien lo vieron reñido con el poder que da los puestos, los más cansados de su dominio y los más serviles de naturaleza votaron contra su jefe y representante de treinta años, y en pro del senador grato a la Casa Blanca!
Los rencores de Conkling están clavados, como penachos de batalla, en la historia de los Estados Unidos. Su apoyo solía salvar, y su silencio derrotar. Su oratoria era fastuosa y rizada como su cabellera, ya resonante y con visos de carmín y oro, como aquellos clarines de pendón carmesí que paseaban en las fiestas feudales los heraldos de a caballo, ya incisiva y ligera, como un puñal con alas. Se opuso a Washburne, y le cerró el camino a la presidencia. Se opuso a Blaine, y con sus ataques derrotó su candidatura en dos convenciones,[9] y con su retraimiento le impidió triunfar en la campaña contra Cleveland. Se opuso a Garfield, y murió Garfield. ¿Cómo surgió, cómo influyó en el poder, cómo dirigió la política, cómo salió limpio de un gobierno corrupto, cómo muere, a pesar de sus faltas, rodeado de estimación,[10] este hombre extraordinario? Su vida es una lección solemne, y un capítulo interesantísimo de la política norteamericana.[11]
Desde la adolescencia, rodeado en la casa paterna de abogados, políticos y jueces, se revelaron a la vez en el hermoso niño de Utica[12] las condiciones extraordinarias que habían de sacarlo por encima de la masa común, y la determinación de mostrar a los hombres su capacidad y voluntad de gobernarlos. Él no buscaba para sí riqueza sino preeminencia; mas si con la habilidad que disimulaba en vano no se hubiera puesto del lado de los que gozaban del mando y distribuían sus beneficios, ni la fuerza de su mente ni el prestigio de su oratoria hubieran bastado para que los hombres mantuviesen por tan largo tiempo en triunfo al que los ofendía con el alarde constante de la superioridad, crimen involuntario de quien la posee, que el hombre apenas perdona a los que saben emplearla en su bien sin enseñarla demasiado.
No están por fuerza excluidas de las regiones del gobierno las virtudes; por más que los espíritus briosos que persiguen en la tierra el bien ideal, se complazcan y brillen con más luz donde las transacciones y silencios que en el gobierno son esenciales no entraben o amengüen la defensa de las ideas que salvan o de las criaturas que sufren. Pero a Conkling, que nació con los ojos puestos en la presidencia, y vio en su espíritu claro y ambicioso la confirmación de aquella aristocracia de la naturaleza que él creía violada por la constitución de la República; a Conkling no lo sedujeron, como al generoso Wendell Phillips, las delicias secretas y premios ocultos de defender a los humildes, sino las pompas del combate ostentoso en las asambleas donde el poder es el premio de los que encuentran en ellas séquito fácil, porque ocupan sus talentos en la defensa siempre socorrida de los intereses. La historia salda estas cuentas, consagrando a los que lidian por el hombre, y olvida a los que lidian por el poder.
No era de los que recibían de la naturaleza el don de pensar como la obligación de emplearlo en el servicio de sus semejantes, sino como el título de su derecho a hacerse servir de ellos. Cruzó por la República con paso imperial. No tomaba opinión de la masa, sino que le echaba su opinión. Su política tenía por objeto principal vencer, aún antes que a sus enemigos, a sus rivales. No vivía en el mundo de las ideas, sino en el de los empleos. Y fuera de aquellas ocasiones en que la importancia de los problemas nacionales levantaba naturalmente hasta la grandeza a los que tenían en sí algún grano de ella, la oratoria grandilocuente de Conkling empleó sus artes, desató sus rayos, desencadenó sus olas, en asuntos de interés propio o en interés de partido, mezquino y pasajero, tal como la quimera de Rabelais[13] que en el vacío chispeaba y caracoleaba, o como quien echa manto bordado de exquisita púrpura sobre una estatua de paja de maíz. El lenguaje es humo cuando no sirve de vestido al sentimiento generoso o [a] la idea eterna.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Errata en El Partido Liberal: “Conklyng”. Véase la crónica “Muerte de Roscoe Conkling”, publicada en La Nación, de Buenos Aires, el 19 de junio de 1888. (OCEC, t. 28, pp. 183-193).
[2] Conkling falleció el 18 de abril de 1888.
[3] José Martí parece aludir a la renuncia de Conkling a su puesto de senador en 1881. Véase la nota 12 de esta crónica.
[4] Errata en El Partido Liberal: “pechinenondo”.
[5] Martí traduce y recrea libremente las palabras insultantes de James G. Blaine contra Conkling, pronunciadas en la Cámara de Representantes el 30 de abril de 1866: “The contempt of that large-minded gentleman is so wilting; his haughty disdain, his grandiloquent swell, his majestic, super-eminent, overpowering turkey-gobbler strut has been so crushing to myself and all the members of this House that I know it was an act of the greatest temerity for me to venture upon a controversy with him”.
[6] Cámara de Representantes. El debate ocurrió el 30 de abril de 1866.
[7] En El Partido Liberal: “el”.
[8] Roscoe Conkling renunció a su cargo en mayo de 1881 en protesta por la designación que hiciera el presidente Garfield, al influyente y bien remunerado cargo de cobrador de la Aduana del Puerto de Nueva York, en detrimento de su propio candidato.
[9] Conkling se opuso a la nominación de Washburne en la Convención republicana de 1880, en la que apoyó a Grant. También fue contrario a las nominaciones de Blaine para la candidatura presidencial del Partido Republicano en las convenciones de 1876 y 1880.
[10] Se añade coma.
[11] José Martí ya abordó una idea similar en las crónicas “La muerte del presidente Arthur. Estudio político” y “Muerte del presidente Arthur. Análisis de carácter”, publicadas en El Partido Liberal y La Nación, el 19 de diciembre de 1886, y el 4 y 5 de febrero de 1887, respectivamente. (OCEC, t. 25, pp. 39-52 y pp. 92-104).
[12] Ciudad de Estados Unidos de América.
[13] François Rabelais. Alusión a la frase de su obra satírica clásica Pantagruel, Libro II, Capítulo VII: “La más sutil pregunta: si una Quimera, revoleteando en el vacío puede devorar segundas intenciones, debatida durante diez semanas ante el Consejo de Constance”.