No es por pedantería, sino por cariño: cuentan[2] de Toussaint L’Ouverture que no sabía una vez cómo[3] librarse de un bravucón de su ejército, empeñado en ser teniente; y luego que lo hubo recibido muy bien y dispuesto día para la toma solemne de[4] grado, cuando llegó la hora: “¿Sabes latín, por supuesto?”, le preguntó de repente: ¡jamás había sabido el bravo aquel latín! “¿Pues cómo, grande y grandísimo bribón, te atreves a querer ser oficial de mi ejército sin saber latín?”
Y de cierto director de diario cuentan[5] en España, que cada vez que le llegaba un aspirante con deseos de escribir en su periódico, le mostraba una pizarra de esas que llaman frases de estampilla y adverbios en mente, “por mejor decir”, “digámoslo así”, “todos, absolutamente todos”, ―y correas del mismo arnés: “¡Sí V sabe escribir sin usar una sola de estas muletas, lo tomo para mi diario!”
Algo así pasa con muchos periódicos de nuestros países; llenos[6] de noble juventud y excelente intención, pero donde se habla una jerga corriente, que viene a ser un dialecto periodístico, como hay un dialecto poético, y desluce con modismos bárbaros y acepciones inauditas un párrafo bello o una idea feliz.
Bueno está que vayamos dando a la lengua acá en América la distinción, elegancia y profundidad que, aunque lluevan piedras, hemos de decir que aun en España le falta, quitando algún Maragall[7] o Baralt, y Picón o Giner; porque si sale un ingenioso, resulta Varela[8], que va paseándose aprisa de discreto a chabacano; si crítico, un Clarín,[9] con una azumbre del peleón por cada gota del añejo; hay que venir a los cronistas de los Lunes más afrancesados de lo que conviene, para encontrar de vez en cuando esa elegante soltura que en Francia es acaso, con la claridad,[10] lo más[11] original y saliente de la lengua literaria, en España apenas se ve, aun en aquellos que saben más de idioma español, como Pereda y la Bazán.
Bueno es que, para no ir como momia de cuello parado por el mundo vivo, escribamos como los que escriben en nuestro tiempo, pero como los que escriben bien; porque decir, por ejemplo, como leemos en un diario: “ayer tuvo verificativo”, “intimidaron los dos[12] amigos”, “Carrera jugó un gran rol”,[13] “la tropa está bien munida”,[14] es dahomeyano o iroqueño, pero castellano no es. Y la lengua que se habla debe hablarse como lo manda la razón, y como sea la lengua, por lo mismo que se pone uno la ropa a su medida, y no a la del vecino, con el[15] pretexto de que todo es ropa. Ni cuando se escribe una carta se la llena de borrones, porque como quiera es carta.
Ni el que ostenta un jarrón en su juguetero lo tiene de loza burda y mal cocida cuando lo puede tener de fino Sèvres.[16] Pues porque se llevan zapatos ¿hay razón para poner la gala en llevarlos rotos?
La verdad es que con el uso del castellano pasa como con el traje verde que llevaba en Madrid el pobre Pedro Torres, que lo llevaba porque no tenía otro, y aun ese se lo habían regalado, pero se enojaba con quien le sostuviera que a él no le gustaban los trajes verdes. ¡Le gustaban, y “muy mucho”! Lo mismo que con el paraguas, que él no tuvo jamás, y salía a la calle de intento en cuanto empezaba a llover, para demostrar que, “por eso no tenía paraguas, porque le gustaba que le lloviera encima”.
Se ha de hablar el castellano sin pujos ni remilgos, ni puesto que por aunque, ni baturradas de antaño para decir nuestras ideas y cosas de hoy, ni novelerías innecesarias que tiene de antiguo en español sus voces propias y robustas, ni demasiados psicoanalísticas, esencialidades y dinamo-tendencias, que ponen el español pintarrajeado y ahogadizo, como un maniquí de sastrería. El que se atreva con sus elegancias, háblelo con ellas, que no es pecado hacerse los pantalones al cuerpo en lo de Pool,[17] en vez de comprar los hechos a molde, rodilleros y bolsudos, en el Bon Marché; ni una mujer es menos bella y virtuosa porque le corte un traje Félix[18] que porque se lo ponga hecho una infelicidad la madama de la esquina.
Pero no se ha de poner el español, so pretexto de elegancias, entretelado y lleno de capas, lo mismo que las cebollas; ni so pretexto de libertad, se le ha de dejar como payaso de feria, lleno de sobrepuestos y remiendos sin colorín que no sea suyo, usando las voces fuera de su sentido, o traduciendo malamente del francés o inglés lo que de sobra hay modo de decir con pureza en español, o inventando verbajos que corren a la larga entre la gente inculta, y luego acaban, como los realce un poco la imaginación y otro poco el éxito, por echar de la casa al dueño, y decir que los que hablan el español son los que no lo hablan, y ellos, los del “tuvo verificativo”, ellos son los únicos que saben de veras del consorcio supremo entre la lengua castiza y el pensamiento corriente, los que hablan una lengua ejemplar y galana. Esto es como los polluelos del cucú, que echan del nido a picotazos a los hijos legítimos de la que les sirvió de madre.
Cada asunto quiere su estilo, y todos concisión y música que son las dos hermosuras del lenguaje. En lo ligero, por ejemplo, está bien el donaire, que huelga en la historia, donde cada sentencia ha de ser breve y definitiva como un juicio. El orador que marcará a los bribones con su palabra candente como se marca a las bestias, en la tribuna política moderará la voz en una reunión de damas y les hablará como si les echase a los pies flores. El periodista que en una hora desocupada deja correr la pluma, y vagar suelta por entre margaritas y ojos de poetas, la embrazará con lanza, y montará en el caballo de ojos de fuego, cuando le ofenda una verdad querida el periodista enemigo, o como maza la dejará caer sobre los tapaculpas del tirano.
Pero para todos los estados del lenguaje hay una ley común, que es la de no usar palabras espúreas o cambiar la acepción de las genuinas, porque el que unas veces deba ponerse en el lienzo más amarillo y menos otras, no quiere decir que se pinta con cualquier amarillez cogida del camino. No es que no sea bueno ir saliendo de las andaderas arcaicas, lo mismo que de las románticas, y dejar que hablen en joroba los Guerras y Cutandas, que son modelos funestos, o tomen por el vapor de la nariz, y no por el cuerpo, a la quimera de Hugo[19] los hugólatras. Se ha de aspirar por la beldad del lenguaje a la limpieza griega.
Pero el modo de limpiar el lenguaje, y armar guerra mortal contra el hipérbaton que lo tortura, no es poner una barbarie en vez de otra, ni reemplazar las muletillas, volteretas y contorsiones académicas con voces foráneas que sin mucho rebuscar pueden decirse en castellano puro, o con verbalismos de jerigonza, usados y defendidos por los que creen que para ser obreros en piedras finas no hay como no aprender jamás a lapidario.
La ignorancia crea esa jerga, y la judulgencia[20] la acepta y perpetúa, quedando con ella el español, lo mismo que con las amarras académicas, como quedaban los cuerpos de los revolucionarios del año doce[21] en Venezuela, atados hasta el hueso en un cuero húmedo, cuando enroscando la piel y sin cuidarse de la infamia del mundo salía el sol de detrás de las montañas. Acicalarse con exceso es malo; pero vestir con elegancia no. El lenguaje ha de ir como el cuerpo, esbelto y libre; pero no se le ha de poner encima palabra que no le pertenezca, como no se pone en un sombrero de copa una flor, ni un cubano se deja la pierna desnuda como un escocés, ni al traje limpio y bien cortado se le echa de propósito una mancha. Háblese sin manchas.
La Nación, Montevideo, 23 de julio de 1889.
[Copia digital en CEM]
Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2024, t. 32, pp. 199-202.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Este artículo no aparece en la edición de las OC. Fue publicado en Cuba, por primera vez, en el Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1986, no. 9, pp. 36-40, antecedido por una nota del CEM titulada “Un artículo en La Nación, de Montevideo”. El 22 de enero de 1987 apareció en el periódico Granma, con una introducción de Luis Toledo Sande. Puede consultarse también en José Martí: Cónsul de la República Oriental del Uruguay. Documentos, La Habana, Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba y Centro de Estudios Martianos, 2008, pp. 135-138, y en José Martí. Cónsul de la República Oriental del Uruguay, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, pp. 97-100. (N. del E. del sitio web).
[2] Errata en La Nación, mayúscula.
[3] Errata en La Nación: “como”.
[4] Errata en La Nación: “de”.
[5] Errata en La Nación: “cuenta”.
[6] Errata en La Nación: “lleno”.
[7] Errata en La Nación: “Morgal”. Joan Maragall.
[8] Así según la fuente a nuestro alcance. No se ha podido precisar algún Varela. Pudiera tratarse de Juan Valera quien fue un famoso escritor de la época, aunque también pudiera ser José Pedro Varela. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web).
[9] Seudónimo de Leopoldo Alas y Ureña.
[10] Errata en La Nación: “claridad”.
[11] Errata en La Nación: “mas”.
[12] Errata en La Nación: “cos”.
[13] Se añade comilla de cierre.
[14] Errata en La Nación: “munida”.
[15] Ininteligible en La Nación.
[16] Ciudad en las cercanías de París, Francia, famosa por la porcelana que allí se fabrica.
[17] Sastrería o atelier de la época.
[18] Al parecer, referencia al atelier de A. Félix.
[19] Al parecer alusión a la novela El hombre que ríe, de Victor Hugo en la que el protagonista se contrapone como realidad a la quimera: “¿Qué vengo a hacer aquí? Vengo a ser terrible. Soy un monstruo, decís. No, soy el pueblo. ¿Soy una excepción? No, soy todo el mundo. La excepción sois vosotros. Vosotros sois la quimera y yo soy la realidad. Yo soy el Hombre. Soy el espantoso Hombre que ríe. ¿Que ríe de qué? De vosotros, de él, de todo. ¿Qué es su risa? Vuestro crimen y su suplicio os lo escupe en el rostro. Yo río quiere decir: yo lloro”.
[20] En el Anuario del Centro de Estudios Martianos, ob. cit., p. 40, aparece transcrito “indulgencia”. También aparece así en las otras ediciones del texto publicado. (N. del E. del sitio web).
[21] En La Nación, 12.
[22] En la nota introductoria a este texto, publicada en el Anuario antes citado, se afirma que “Rafael Cepeda, quien —a falta de la reproducción fotográfica que no pudo lograr—, nos donó una copia mecanografiada, donde se lee que el artículo apareció el 23 de julio de 1889 y firmado José Martí”. [N. del E. del sitio web. (Las cursivas son del Anuario)].