CRISTINO MARTOS
Era otoño hace años, y llegó a Madrid después del Zanjón, camino de Ceuta, un cubano que se salió del camino.[1] Llevaba un encargo, sobre cierto pleito de Cuba muy ruidoso,[2] para los abogados que lo regían en Madrid, que eran un valenciano cortés, y Cristino Martos. Y Martos quiso ver al cubano para tratar del pleito,—del pleito que no se acaba, que estamos acabando.
La casa era de las nuevas de Madrid, de holgada escalera; y el piso un segundo o tercero.
Dos colosales fotografías adornaban, solas, la sala: el Partenón y el Coliseo. En el despacho que iba a la alcoba, había un obispo; había un cura; había un periodista de alquiler, muy untado y charolado; había un hombre fosco y mugriento, caídos los faldones por los dos lados de la silla, las manos apuñadas sobre la cabeza del bastón, la leontina bailándole; los becerros llenos de polvo; era el general Salamanca.
A las ocho entró el cubano a la cita,[3] con un valenciano bueno, pechudo, de espejuelos; de chistera y capa. Martos estaba en cama, grueso y femenil, el pelo desrizado, la palabra ya cincelada a aquella hora; los quevedos de aro negro redondeándole los ojos. Cuba entera habló allí, Cuba desnuda. Martos decía apenas: quería oír más: oír tanta novedad: oír al criollo libre: él nunca había oído aquello. No. El cubano no se había de ir. “¿Conque ese es el problema irreconciliable? ¿Conque ustedes han criado en la guerra y en el extranjero, y aquí en España a nuestras barbas, esa alma que usted me enseña; esa alma valiente, que me habla en español, pero en que yo no reconozco un alma española? ¿Conque ustedes van aprisa, y en una dirección, y nosotros en otra dirección, y más despacio que ustedes?” Y el cubano pintaba el engaño de la tregua, la vejación del país, la revolución triunfante en los corazones; la iniquidad con que se alzaba al cubano negro contra el blanco por aquellos días,[4] la cárcel de Santander llena de presos llagados, de presos desconocidos, desterrados a oscuras, después del Zanjón. Describía la composición cubana, y la del español. Preveía por el carácter de la política española, y el del español de Cuba, la resurrección revolucionaria. Los intereses son diversos. Los caracteres chocan… “Oh, sí: tiene usted razón”—dijo al fin Martos: “o ustedes, o nosotros”.[5] Las once eran al salir. Todavía quería Martos oír. Afuera, chispeando, el obispo. Y cesantes, y una mujer, y coroneles. Y bufando, de una pared a otra, Salamanca.
El día siguiente fue día famoso en Cortes;[6] el día en que se suspendían las sesiones, en homenaje a María Cristina, que se venía a casar. Martínez Campos presidía el gabinete, que asistió íntegro. De los discursos, amenazantes desde la oposición o confiados desde el gobierno, dos alzaron la casa. Uno arrancó un murmullo, era Sagasta, vestido de frac, que se ponía en pie, con la mano al pecho, que olvidaba la política en la hora de la regia felicidad, que recibía como español a la prometida del rey de España;[7] que con sus manos de adversario rendido ofrecía a la reina joven un ramo de violetas. Las palabras eran finas, sencillas, menudas, fragantes: lo mismo que las flores.[8] El otro discurso fue de luengos párrafos, los quevedos cercaban los ojos, el brazo erguido se alzaba por el aire, el hombre se revolvía, al coronar la frase encaramada, como para clavar la púa con el talón. De la tarde oscura sacaba la profecía para el gobierno vacilante: la profecía de muerte: “¿qué desbarajuste era aquel?” “¿qué poder extraño e ilegítimo sostenía en el gobierno a un militar rebelde cuyo puesto estaba mejor en el triunfo culpable que en la casa de las leyes?” “¿y Cánovas, no juega con el gobierno, no lo ha puesto a que descubra su nulidad, no está ya acechándolo?” El discurso, como una rosa de acero, abría, penosamente, los pétalos bruñidos. La frase se tendía, se echaba por las escalerillas, se recogía silbando, con el ministro adentro. De pronto, sobre la Cámara atónita, baja, tronando, el párrafo cubano. Se ha mentido; se ha obtenido la paz por sorpresa; la paz no está en el país; se gobierna con el odio y el terror; se ha comprado muy caro una tregua muy poco duradera; en los caracteres es donde está la oposición; ¿qué se ha hecho para atraer sinceramente al cubano? ¿qué se ha hecho para sujetar la insolencia del dominador? ¡El discurso, el discurso entero del cubano en la alcoba! Y pide, en la peroración conmovida, piedad para la isla desgraciada.—El rumor agrio, el diputado que se levanta, la protesta escandalizada o sorda, el discurso que acaba en la soledad y el frío.[9] Se le aglomeran, le increpan, se defiende, le siguen pocos al irse.—Al otro día, ni un solo diario, ni el de Martos, ni el de las cortes después, publicaron una palabra, alusión siquiera, del discurso de piedad para la isla desgraciada. Martos ha muerto: “¡O ellos, o nosotros!”
Patria, Nueva York, 14 de febrero de 1893, no. 49, p. 2; OC, t. 4, pp. 429-430.
Otros textos relacionados:
- Emilio Roig de Leuchsenring: “Entrevista de Martí con Cristino Martos, en Madrid, en 1879”, Social, La Habana, diciembre de 1931.
- Ramón de Armas: “Cristino Martos: ‘la política de tratar a Cuba como hermana, y no de tratarla como hijastra’”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1995, no. 18, pp. 171-178.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Como es de notar, se trata del propio José Martí, muy poco dado a hacer referencias directas a su persona. En el libro de Ibrahim Hidalgo Paz: José Martí. Cronología 1853-1895, 4ta ed., La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2018, pp. 62-63, se afirma que, Martí llega desterrado a Santander —en condición de preso— el 11 de octubre de 1879 y al día siguiente el Ministro de Ultramar dispone su traslado a Ceuta, en igual condición, pero como señala en su carta a Miguel F. Viondi, fechada en Santander el 13 de octubre, gracias a los buenos oficios de un “hombre generoso […] Ladislao Setién”, obtuvo su “libertad bajo fianza.—Él era mi fiador […]” (OCEC, t. 6, p. 118). El 22 de octubre, de acuerdo con la Cronología citada, “el gobernador Civil de Santander refrenda su pasaporte para que se dirija a Madrid […]” para entrevistarse con el Ministro de Guerra, general Arsenio Martínez Campos, y el 17 de noviembre “por Real Orden se instruye trasladar al Ministro de Ultramar una comunicación encareciéndole la conveniencia de que se deje sin efecto el traslado del joven cubano a Ceuta. (Tres días después es anulada la disposición sobre su deportación a la colonia africana)”.
[2] Pleito de la testamentaría concursada de Bartolomé Mitjans, por Miguel F. Viondi, a nombre de su viuda Dolores Álvarez. (OCEC, t. 6, p. 119, notas 12 y 13).
[3] Por carta a Miguel F. Viondi, sabemos que Martí en compañía de Facundo de los Ríos y Portilla visitó a Cristino Martos en su casa, el 18 de noviembre de 1879, que por los “quehaceres democráticos” del político español pospusieron la entrevista para el día siguiente, es decir el 19, para tratar sobre la testamentaría y de “otras cosas de que parece desea hablarme”. (OCEC, t. 6, p. 121).
[4] Véase el artículo de José Martí: “El plato de lentejas”, publicado en Patria, el 6 de enero de 1894; OC, t. 3, pp. 26-30.
[5] A esta misma expresión del político español, José Martí se refiere literalmente en su discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868, pronunciado en Hardman Hall, Nueva York, el 10 de octubre de 1889, OC, t. 4, pp. 241-242; y en su artículo “La Revolución”, publicado en Patria, Nueva York, el 16 de marzo de 1894, no. 103, p. 1 (OC, t. 3, pp. 77-78).
[6] La sesión del Congreso de Diputados, en las Cortes, a la que asistió Martí, se celebró el 24 de noviembre de 1879. Acerca del discurso de Cristino Martos le comentó a su amigo Miguel F. Viondi, el 28 de noviembre [de 1879]: —“Y no me pareció Martos en la tribuna aquel político eminente, ni orador extremado que nos pintan. Confirmé de hombre lo que de niño pensé de él. […]. No siempre la palabra obedece a sus propósitos. Imagina más que habla, y no suele imaginar completamente. […]. Pero es hábil, enérgico y cortés.—”. (OCEC, t. 6, p. 124). En un artículo escrito para The Sun (19 de septiembre de 1880), Martí escribe: “Es hijo del talento, del esfuerzo propio y de la fuerza de voluntad […]; el Mefistófeles del rey Amadeo, el gran oportunista […], cree en lo futuro—en lo inevitable […]. Sabe cómo dividir a sus enemigos y cómo seducir a sus más astutos adversarios […]. Pero no tiene ni la tenacidad, ni la grandeza, ni el poder de resistencia que en estos tiempos se necesitan para organizar un pueblo”. (OCEC, t. 7, p. 306).
[7] Alfonso XII. La boda se celebró el 29 de noviembre de 1879. En La Opinión Nacional, de Caracas, el 17 de septiembre de 1881, Martí publicó una crónica para dar cuenta de este suceso. (OCEC, t. 10, pp. 33-37).
[8] Las palabras de Sagasta aparecen publicadas en el Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1995, no. 18, pp. 194-195.
[9] El discurso de Martos también aparece publicado en el número del Anuario aludido, pp. 179-195, precedido por el artículo de Ramón de Armas: “Cristino Martos: ‘La política de tratar a Cuba como hermana, y no de tratarla como hijastra’”, pp. 171-178.