AL GENERAL MÁXIMO GÓMEZ

Central Valley, 8 de septiembre, 1894

Sr. Mayor General Máximo Gómez

Mi muy querido General:

Por fin me vinieron las muy ansiadas cartas,[1] aunque con un importantísimo papel de menos, cuyo fin suplo como verá más adelante,—y del placer que me llena solo le diré que,—gracias a Vd. y al orden que sus cartas me permiten poner inmediatamente en nuestras cosas, y a la nobleza y lozanía de lo que me escribe Vd.,—es mi placer tanto como durante mi estancia en México[2] y después de mi retorno era grande mi angustia. Se la expresé en unas líneas que le envié por Cabo Haitiano,[3] y Vd. me habrá querido más por ellas. Solo, además del papel de Mayía, me faltó en sus cartas una cosa,—y es alguna muestra de que ese Pancho querido no me ha olvidado.

     Con un poco de inquietud le escribo, por faltarme aún algún detalle esencial sobre la forma del envío de dinero que tengo dispuesto para mañana, y yo no tengo paz para nada mientras me falta una paja de las que tenga que poner en el haz. Pero dentro de pocas horas, puesto que ahora es de madrugada y a las once se cierra el correo, sabré yo, y diré a Vd., al fin, cómo haya arreglado la remesa. De New York me vine pensando que lo mejor acaso sería enviar a mano la suma; pero no hay la persona, y el riesgo del dinero era más que el de la publicidad, que creo poder evitar.

     En mis líneas anteriores dije a Vd. en sustancia la idea de mi viaje a México[4] que, en las pequeñeces y apuros con que al principio tenemos que hilar, era ver de suplir, como queda hecho, con los pocos cubanos de México lo que de otra parte pudiera faltar de lo calculado, por tropiezo de la contribución o aumento de gastos, a la vez que desalojaba de sus fuertes posiciones en la República a los españoles, muy metidos hoy—y de señores—en los negocios y las familias dominantes,—y con prudente mezcla de súplica y de propio respeto, abrir el camino—con quien debía y lo puede—para un doble objeto: el que, sin revelar nuestra penuria—para que no se nos tenga en poco, quedáramos en actitud de acudir a hora desesperada por cualquier retazo que nos pudiese faltar,—y el que, (por la independencia mostrada, y el pensamiento de política antiyankee que, sin exceso, dejo influyendo grandemente en México y Centro América, y entre estas dos regiones para su mayor paz) nuestra revolución declarada y ya en vías de hecho hallé por esta fuente ayuda amplia y pronta. A eso fui, y creo haberlo obtenido.

     Personalmente, como era necesario, obtuve el auxilio de los de Veracruz; en México cuento con los dos cubanos de valía que hay hoy allí, y de alguna realidad—Carlos Varona y Nicolás Domínguez, y abrí en privado, entre mexicanos de fuerza, la ayuda para mañana, y acaso para ahora, si fallase la de la persona mayor de quien con razón espero y con la cual puede pesar, para lo del momento, menos de lo que pesé—que creo que no será para poco en lo futuro—porque la distancia a que estamos Vd. y yo no me permitió dar a mi gestión el carácter extremo, y como de sorpresa para nosotros mismos, que hubiese justificado una demanda, en apariencia mezquina, a quien con menos llegó a hacer más, y está ya hecho a cosas de la mayor magnitud.—Cumplido ya mi propósito, volé acá, y hallé la situación natural,—que, sobre todo en lo de la Habana,—dejé por unos días como si yo no estuviera aquí, a fin de desenredar la madeja que me hallé, y de irlos salvando de sus impaciencias o celos, y de la cabezada a que unos u otros los llevasen, por esas mismas convenientes dudas. De Costa Rica,—como de seguro le reiterará Maceo en la carta que le incluyo,[5]—él y Flor me decían, y dicen, que solo por la orden de marchar aguardan. En lo del Cayo,[6] ha habido gran trastorno, con la ida de mucha gente por Tampa y Ocala, que requiere cuidado sumo en la concentración, sobre todo porque nuestros mismos amigos han dado entrada, que ya se cierra, a los numerosos agentes—de nombre ilustre alguno—y de la guerra—que están clavados allá para avisar de todo movimiento: pero Serafín está muy aleccionado a estas horas, y yo mismo voy—mientras me creen entretenido en un viaje de exaltación—a arreglar estas cosas con Serafín.[7] De la Habana, me hallé carta desesperada[8] de Collazo, que recibió a su pedido $2 000 inmediatamente, bastantes según él para levantar allí recursos, y ahora acude a mí por todos los recursos necesarios, por no poder alzar allí ninguno, y aún—en el apuro de ser copado, en que sin duda se ha sentido,—llegó a desear, o a sugerir que pudiera ser indispensable, echarse a buscar ayuda por medios que no son necesarios, y ni Vd. ni yo pudiéramos aprobar. Sobre todo lo exaltaba la demora, y encarecía sus peligros, que harto sabemos. Pero eso no era lo inquietante, sino las afirmaciones de Julio que,—sobre la base de una conferencia habida en la Habana entre los compañeros, y el haber fijado en ella el mes de noviembre para el alzamiento,—increpaba sin cesar a Serafín como si tuviésemos olvidados a los de adentro, le decía que él había sido en la conferencia reconocido como jefe, y le pedía inmediatamente dinero. Serafín me dice que envíe a Vd. copia de la respuesta de Collazo,[9] que en esa parte me tranquiliza, y que en todo lo demás, sin más que reiterar yo las instrucciones de Vd. atenderé, enviando enseguida la suma pa. que compre allá el armamento ofrecido, y mostrando la inconveniencia de que se cree adentro una relación peligrosa entre las comarcas, que pudiera caer como una hilera de barajas, y que es innecesaria totalmente, por estar Vd. con cada comarca relacionado directamente, y porque esto daría, en el momento crítico, al movimiento una dirección local, y de extravío seguro, que por la distancia e incomunicación tendría que chocar con la de Vd. Lo de Collazo en aquietar a Julio me ha parecido muy bien, y él quedará contento, y en todo acuerdo de seguro, con la nueva prueba de la remesa. Recibo a un tiempo los hilos de esta dificultad, las últimas cartas de Costa Rica,[10] y las de Vd.,—y esto me permite ordenar en todas partes a la vez la situación. A Collazo le va, por Gato mismo, el dinero para las armas.—A Costa Rica escribo en consecuencia, para que continúen dispuestos.[11]—En Jamaica, ya Vd. ha hecho lo de Torres,[12] a quien dejé sujeto a cualquier orden que desde aquel instante recibiera de Vd., aunque no supiera más de mí,—salvo que, contra su esperanza, no pudiera alzar allí mismo la bicoca que necesita para su plan.—Y la noticia de que Vd. depende, que es la que pide en la carta al Marqués, tardará en ir a Vd. lo que tarde en llegar mi comisionado de respeto e influjo, que en la semana próxima, con las precauciones del caso, sale para el Camagüey, a entregar la carta, activar la contestación, y ver que quien haya de ir se ponga en camino, sin intrusión alguna de parte de él, pero con conocimiento—de lo que le basta y necesita saber, para que no perdamos tiempo precioso. Vendrá a llegar al Camagüey,—cuya decisión real no podrán perturbar los dos o tres acomodados de hoy que procedentes de la guerra quieren ahora estorbarla—como tres o cuatro días después de que reciba Vd. esta carta, y allí pueden hacer lo que deban, en el tiempo mismo que Vd. ha de emplear en los arreglos de ahí. Y yo a ese plan acomodo, con conocimiento pleno de todas las dificultades de detalle que Vd. con tanta justicia me señala, lo que por mi parte tengo que hacer—para distribuir con mesura de avaro, puesto que de otro modo no podría ser, lo que tenemos, entre las tres atenciones magnas. Lo de surtir no parece difícil o tan difícil como otras cosas, que con prudencia creo posible de vencer. Pero tenga tranquilo ese corazón que cada día le conozco y le quiero más. En mí tiene a todo un viejo que no fía al entusiasmo ni al azar sino aquello que inevitablemente, y sobre el pie firme, se ha de dejar a ellos. Recuerde que, fuera de poner a cada uno en el estribo, para que todo sea a la vez, no habrá tentación ni provocación que me arranque medida alguna que no sea en estricta atención a las órdenes de Vd., ni he de permitir, sino de impedir, que los demás se salgan de ellas. Ya Vd. sabe cómo quedo, y lo que voy a hacer.—De Rafael, nada sé, aunque envié mi carta última[13] poco menos que a mano, por su amigo Izaguirre,[14] que me habló de la disposición de él. Dentro de dos días puede venir respuesta suya y a eso espero para poner a Vd. el cablegrama Proteste. Enseguida, paso acá la semana que viene, en finanzas me voy al Cayo,—y vengo ya a esperar.—¡Qué alegría tan profunda, tan grande y tan tierna, cuando pueda darle el abrazo que me ofrece! El tren se anuncia, y salgo para New York, a ver cómo arreglo la remesa de que paso a hablarle.—

     No vino, con la carta en que Vd. me la anuncia, la lista de Mayía. Como Fraga recibió carta de Vd. en que le hablaba de la posibilidad de q. recibiese otras yo por ese conducto, y Pancho no me escribió—creí que acaso venía por Fraga: y no ha venido. ¿Qué hacer en esta situación? Imposible aguardar a otro vapor, e imposible saber lo que la lista decía. Decidí, pues, enviar a Vd. enseguida $3 000 en oro americano, pa. q. Vd. no se vea en inquietud, y ya cuando la lista venga. o V. me responda en la carta que aún me había de venir de Vd., por pronto que el Camagüey ande, haré lo que deba, para que quede detrás de Vd., como la más santa obligación, la suma calculada. Pero anticipando esto le quito a Vd. penas.—Y ahora ¿cómo mandárselo? Si a mano, el riesgo de robo o pérdida y notoriedad, era mucho. Si entregado aquí por cuenta de Chuchú p. q. allí él se lo entregase a Vd. en moneda del país, no recibía Vd. la suma en oro, como me parece que lo deseará.—Lo mejor, hasta este instante—porque aún no llega el jefe de la casa de Jiménez[15] con quien hablé—es enviar la suma en oro a Chuchú, que es casa de cambio, a entregar a la persona que allí le presente el duplicado del recibo, cuyo duplicado en esta misma carta le incluiré a Vd.

     Esto me tiene yendo y viniendo, porque ya sabe que todo lo delicado lo hago por mí mismo, y tengo que acabar bruscamente, sin decirle más que de paso lo muy bella y oportuna que me parece su carta para Patria que ya impresa le incluyo,[16] y en la cual, seguro de que no me lo ha de tener a mal,—y para que no den más los de la Habana de lo que ya dan en la veta de que les llevamos una guerra sin cuartel, que es propaganda que he hallado a mi vuelta muy extendida; como si fuéramos enemigos de las clases cultas,—he mudado un se escarnice por el aborrezca más suave, que notará Vd., y un le por un lo. Esto le va a parecer bien,—y más si desde aquí oyese y viese.—Benjamín le escribe, y me ayuda con toda el alma.—Gonzalo anda de abogado por California, pero llega a tiempo, en pocos días,—y con la clave que tiene él, podré leer lo importante que en clave me envía Vd. al pie de la carta del Marqués.[17]

     Dejo arreglado lo de la remesa, de modo que no haya trastorno. En la casa de acá no saben si allá paga este oro derechos, ni otros detalles. He depositado, pues, en la casa los $3 000 en oro americano con el derecho de que Vd. los cobre allí, con el adjunto recibo inmediatamente, en su equivalencia de moneda del país, si lo desea,—o de que, pudiendo desde el principio disponer de lo que necesite, puesto que el dinero está entregado, lo mande Vd. a buscar en oro por medio de la casa, y con el conocimiento del modo de importación que aquí es imposible obtener.

     Y en todo lo demás, mi General querido, descanse. No hemos de tener tropiezo. Yo callo, preparo, y me dejo caer a última hora. Mis angustias son muchas ¿pero no han sido las de Vd. más? y ¿qué hago yo, comparado con lo que Vd. va a hacer? Si pienso en compañera virtuosa, pienso en Manana; si en hija, en Clemencia, si en hijos, en todos los de Vd. ¡Lo que lo pensaré a Vd.[18]—y lo que lo querré! Ya sabe cómo quedo, y lo que voy a hacer. Mande a

su

José Martí

Sale en la Patria siguiente la carta útil a Peña.[19] Escribo a F. Henríquez.[20]

[OC, t. 3, pp. 248-253. Cotejada con el manuscrito original].

Tomado de José Martí: Epistolario, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Plá, prólogo de Juan Marinello, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. IV, pp. 243-247.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Se desconoce el destino de estas cartas. (N. del E. del sitio web).

[2] Martí visita a México del 18 de julio al 10 de agosto de 1894. Véase Boyd G. Carter: “Martí en México: 1894”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1972, no. 4, pp. 354-358. (N. del E. del sitio web).

[3] Se desconoce el destino de esta carta. Véase Guillermo de Zéndegui: “Cabo Haitiano”, Ámbito de Martí, La Habana, P. Fernández y Cía., 1954, pp. 199-205. N. del E. del sitio web).

[4] Véanse las cartas al general Máximo Gómez, fechadas en New Orleans y Nueva York, 15 de julio y el 30 de agosto de 1894, EJM, t. IV, pp. 221-224 y 237-238. (N. del E. del sitio web).

[5] Se desconoce el destino de esta carta. (N. del E. del sitio web).

[6] Véase “El conflicto en el Cayo”.

[7] Martí arriba a Cayo Hueso, donde residía el general Serafín Sánchez, el 3 de octubre de 1894. (N. del E. del sitio web).

[8] Se desconoce el destino de esta carta. (N. del E. del sitio web).

[9] Se desconoce el destino de esta carta. (N. del E. del sitio web).

[10] Se desconoce el destino de estas cartas. (N. del E. del sitio web).

[11] Véase la carta al general Antonio Maceo fechada en Nueva York el 8 de septiembre [de 1894], EJM, t. IV, pp. 248-249. (N. del E. del sitio web).

[12] General de división Mariano Torres Mora.

[13] Véase la carta a Rafael Rodríguez desde New Orleans de 30 de mayo de 1894, EJM, t. IV, pp. 162-165. (N. del E. del sitio web).

[14] Manuel Izaguirre.

[15] Se refiere a la sucursal en Nueva York de la Casa Jiménez y Haustedt.

[16] Véase la carta de Gómez a D. F. y C., en Patria, Nueva York, 8 de septiembre de 1894, no. 128, pp. 1-2. (N. del E. del sitio web).

[17] Se desconoce el destino de esta carta. (N. del E. del sitio web).

[18] Francisco (Panchito), Máximo, Urbano, Bernardo, Andrés y Margarita Gómez Toro. (N. del E. del sitio web).

[19] de Jesús Peña Reinoso, dominicano que alcanzó el grado de coronel del Ejército Libertador de Cuba en la Guerra de los Diez Años. Véase la carta del general Gómez en Patria, el 15 de septiembre de 1894, no. 129, p. 2.

[20] Se desconoce el destino de esta carta dirigida a Federico Henríquez y Carvajal. (N. del E. del sitio web).