A MANUEL MERCADO
Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir; ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía, y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo—de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.[1] Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas[2] han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias pa alcanzar sobre ellas el fin. Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos, —como ese de Vd., y mío,—más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal q. los desprecia,—les habrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato de ellos. Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas;—y mi honda es la de David. Ahora mismo, pues días hace, al pie de la victoria con que los cubanos saludaron nuestra salida libre de las sierras[3] en que anduvimos los seis hombres de la expedición[4] catorce días, el corresponsal del Herald, q. me sacó de la hamaca en mi rancho, me habla de la actividad anexionista, menos temible por la poca realidad de los aspirantes, de la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide[5] sin fe la autonomía de Cuba, contenta solo de que haya un amo, yankee o español, que les mantenga, o les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante,—la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país,[6]—la masa inteligente y creadora de blancos y de negros.[7] Y de más me habla el corresponsal del Herald, Eugenio Bryson:—de un Sindicato yankee,—que no será,—con garantía de las Aduanas, harto empeñadas con los rapaces bancos españoles, pa q. quede asidero a los del Norte,—incapacitado afortunadamente, por su entrabada y compleja constitución política, para emprender o apoyar la idea como obra del gobierno.[8] Y de más me habló Bryson,—aunque la certeza de la conversación q. me refería, solo la puede comprender quien conozca de cerca el brío con que hemos levantado la revolución,—el desorden, desgano y mala paga del ejército novicio español,—y la incapacidad de España pa allegar, en Cuba o afuera, los recursos contra la guerra q. en la vez anterior solo sacó de Cuba:—Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender este q. sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los E. Unidos a rendir la Isla a los cubanos.—Y aun me habló Bryson más: de un conocido nuestro, y de lo q. en el Norte se le cuida, como candidato de los Estados Unidos, pa cdo. el actual presidente desaparezca, a la presidencia de México. Por acá, yo hago mi deber. La guerra de Cuba, realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas, a que solo daría relativo poder su alianza con el gobierno de España, ha venido a su hora en América, para evitar, aun contra el empleo franco de todas esas fuerzas, la anexión de Cuba a los Estados Unidos,[9] que jamás la aceptarán de un país en guerra, ni pueden contraer, puesto que la guerra no aceptará la anexión, el compromiso odioso y absurdo de abatir por su cuenta y con sus armas una guerra de independencia americana.—Y México—¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo, a quien lo defiende?[10] Sí lo hallará,—o yo se lo hallaré. Esto es muerte o vida, y no cabe errar. El modo discreto es lo único que se ha de ver. Ya lo habría hallado y propuesto. Pero he de tener más autoridad en mí, o de saber quién la tiene, antes de obrar o aconsejar. Acabo de llegar. Puede aún tardar dos meses, si ha de ser real y estable, la constitución de nuestro gobierno, útil y sencillo. Nuestra alma es una, y la sé, y la voluntad del país; po estas cosas son siempre obra de la relación, momento y acomodos. Con la representación que tengo, no quiero hacer nada que parezca extensión caprichosa de ella. Llegué, con el General Máximo Gómez y cuatro más, en un bote, en que llevé el remo de proa bajo el temporal, a una pedrera desconocida de nuestras playas; cargué, catorce días, a pie por espinas y alturas, mi morral y mi rifle,—alzamos gente a nuestro paso; siento en la benevolencia de las almas la raíz de este cariño mío a la pena del hombre y a la justicia de remediarla; los campos son nuestros sin disputa, a tal punto, que en un mes solo he podido oír un fuego; y a las puertas de las ciudades, o ganamos una victoria, o pasamos revista, ante entusiasmo parecido al fuego religioso, a tres mil armas;[11] seguimos camino, al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar, conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas.[12] La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara[13] sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana,—la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los revolucionarios.[14] Por mí, entiendo que no se puede guiar, a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho de los corazones. Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas: y las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, solo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad.—Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros.
Y ahora, puesto delante lo de interés público, le hablará de mí. Ya que solo la emoción de este deber pudo alzar de la muerte apetecida al hombre que, ahora que Nájera no vive donde se le vea, mejor lo conoce y acaricia como un tesoro en su corazón la amistad con que Vd. lo enorgullece. Ya sé sus regaños, callados, después de mi viaje. ¡Y tanto q. le dimos, de toda nuestra alma, y callado él! ¡Qué engaño es esta, y qué alma tan encallecida la suya, que el tributo y la honra de nuestro afecto no ha podido hacerle escribir una carta más sobre el papel de carta y de periódico que llena al día! Hay afectos de tan delicada honestidad,[15]
[Cotejado con la fotocopia del manuscrito original]
Tomado de José Martí: Testamentos. Edición crítica, presentación de Salvador Arias, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, pp. 73-76.
Otros textos relacionados:
- Enrique H. Moreno Plá: “La carta que Martí no terminó”, Patria, La Habana, mayo de 1964.
- Pedro Pablo Rodríguez: “18 de mayo de 1895. La última carta de Martí a Manuel Mercado” (2000), Al sol voy. Atisbos a la política martiana, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2012, pp. 126-131.
- Gustavo Robreño Dolz: “En silencio ha tenido que ser…”, Granma, La Habana, 18 de mayo de 2011.
- Rodolfo Sarracino: “El pensamiento estratégico de José Martí en su testamento político”. Disponible en: http://www.josemarti.cu
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] A pesar de que en las frases siguientes Martí se refiere a la discreción necesaria de sus actos en cuanto a estos propósitos antimperialistas, trató el tema en más de uno de sus escritos públicos (como en el artículo “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, publicado en Patria el 17 de abril de 1894) y privados (como en la carta a Federico Henríquez y Carvajal del 25 de marzo de 1895).
[2] Lectura dudosa. Pudiera decir “logradas”.
[3] Se refiere al combate librado el 25 de abril de 1895 por José Maceo junto al puente de Río Hondo, en la zona de Guantánamo, cuando iba al alcance de Martí y Gómez, y se le atravesó una columna española a la cual batió a la vista de ambos jefes revolucionarios.
[4] La noche del 11 de abril de 1895, en medio de un torrencial aguacero, en un bote de remos bajado del vapor alemán Nordstrand, en el cual habían partido de Cabo Haitiano el día anterior, junto a Martí llegan a Cuba, el mayor general Máximo Gómez Báez (1836-1905), el general Francisco Borrero Lavadí, Paquito (1846-1895), el coronel Ángel Guerra Porro (1842-1896), César Salas Zamora (1868-1897), y el dominicano Marcos del Rosario Mendoza (1864-1947). Desembarcaron en La Playita, punto de la costa sur cercano a Cajobabo, en el municipio de Baracoa, en la región más oriental de Cuba. [TEC, p. 82. (Nota ligeramente modificada por el E. del sitio web)].
[5] En el original “piden”, tachada la “n”.
[6] En una carta al general Máximo Gómez, fechada en Nueva York, el 20 de julio de 1882, Martí le asevera: “Y aún hay otro peligro mayor, mayor tal vez que todos los demás peligros. En Cuba ha habido siempre un grupo importante de hombres cautelosos, bastante soberbios para abominar la dominación española, pero bastante tímidos para no exponer su bienestar personal en combatirla. Esta clase de hombres, ayudados por todos los que quisieran gozar de los beneficios de la libertad sin pagarlos en su sangriento precio, favorecen vehementemente la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Todos los tímidos, todos los irresolutos, todos los observadores ligeros, todos los apegados a la riqueza, sienten tentaciones marcadas de apoyar esta solución, que creen poco costosa y fácil. Así halagan su conciencia de patriotas, y su miedo de serlo verdaderamente. Pero como esa es la naturaleza humana, no hemos de ver con desdén estoico sus tentaciones, sino de atajarlas”. [OCEC, t. 17, pp. 328-329. (N. del E. del sitio web)].
[7] En una carta a Eudaldo Tamayo Pavón, de 30 de abril de 1895, José Martí le escribe: “En Cuba hay toda la masa nacional necesaria para componer un pueblo durable y útil, y su único obstáculo es el que la persecución de sus amos, y el espíritu indeciso o señorial de una parte de su clase culta, a los amos hoy ligada, opone a la ordenación franca de esta alma buena y poderosa”. [EJM, t. V, p. 198. (N. del E. del sitio web)].
[8] Desde 1805, bajo la presidencia de Thomas Jefferson, distintos gobernantes y sectores de la sociedad norteamericana se plantearon la adquisición de Cuba. A lo largo del siglo, Estados Unidos ofreció comprarle la Isla a España en varias ocasiones: en 1848, en 1854, en 1859, en 1869, y finalmente en 1896. Las gestiones a que se refiere Martí, indican la creciente influencia de los sectores financieros en la política de Estados Unidos, interesados en el control de las aduanas de la Isla, mecanismo, por cierto, empleado posteriormente más de una vez para provocar las intervenciones y las ocupaciones norteamericanas en diversos países de la América Central y el Caribe.
[9] “[…]—es imposible salir a cosechar el fruto, a que tiende la mano la patria impaciente, sin que salga al paso, terca y muda, la confianza injustificada, como solución actual de un problema actual, de la anexión de Cuba a los Estados Unidos,—que es en unos honrado deseo de que Cuba sea libre sin sangre,—y en otros, odio legítimo a la tiranía española, y adoración rudimentaria por lo externo y aparente de un progreso que nos echa de su carro, y nos proclama indignos de entrar en él, aunque nosotros nos empeñamos en subir al carro de donde nos echan,—y en otros es la creencia, respetable y sincera, aunque errónea, de que con sus elementos revueltos no podría la Isla libre vivir con seguridad,—y en algunos, en los menos sin duda, es la costumbre del yugo, que no les deja vivir sin él, y necesitan ponerse uno cuando salen de otro,—o la soberbia de tener a los demás por incapaces, por sentirse incapaces ellos,—o el miedo de aparecer ahora combatiendo una solución de que les puede venir mañana autoridad y beneficio. Pero ¿no tendríamos derecho como hijos de la misma madre, a pedir a estos hermanos, empeñados en llamar a un médico que no viene, que no se opongan a que venga otro médico del país que ha de conocerle mejor la enfermedad, antes de que, por falta de médico a tiempo, esta madre del alma se nos muera? ¡Sueña, sueña el que crea que cuando la madre llame a sus hijos, a que la salven de morir, no estarán todos a su cabecera, anexionistas o no, curándola, besándole la mano, vaciándole su sangre en las venas, fieles, arrodillados!” [JM: “Discurso en la velada del club Los Independientes”, Hardman Hall, Nueva York, 16 de junio de 1890, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1969, no. 1, p. 326. (N. del E. del sitio web)].
[10] En su carta solicitándole la entrevista al presidente mexicano Porfirio Díaz, el 23 de julio de 1894, Martí sustenta su solicitud del modo siguiente, lo cual evidencia la significación que otorgaba a la política mexicana en relación al problema de la independencia de Cuba y su alcance americano y universal:
Los cubanos no la hacen [la independencia] para Cuba solo, sino para la América; y el que los representa hoy viene a hablar, en nombre de la república naciente, más que al jefe oficial de la república que luchó ayer por lo que Cuba vuelve a luchar hoy, al hombre cauto y de fuerte corazón que padeció por la libertad del Continente, que la mantiene hoy con la dignidad y unidad que da a su pueblo, y que no puede desoír, ni ver como extraños, a los que a las puertas de su patria, en el crucero futuro y cercano del mundo, y frente a una nación ajena y necesitada, van a batallar por el decoro de nuestra América. Trátase, por los cubanos independientes, de impedir que la Isla corrompida en manos de la nación de que México se tuvo también que separar, caiga, para desventura suya y peligro grande de los pueblos de origen español en América, bajo un dominio funesto a los pueblos americanos. Véase la carta al general Porfirio Díaz, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1991, no. 14, p. 13.
[11] Se refiere a un hecho ocurrido en el campamento del mayor general Antonio Maceo, en Banabacoa, a media hora del ferrocarril de Santiago de Cuba. La revista tuvo lugar el 6 de mayo de 1895, al día siguiente de la entrevista de La Mejorana entre Martí, Gómez y Maceo. Martí habló a las tropas y uno de los asistentes, Mariano Corona, antes de que fuera publicada esta carta a Mercado, escribió diciendo que se le había escuchado “con admiración bíblica”.
[12] Véanse, al respecto, las cartas a Carmen Miyares y sus hijos, de 28 de abril, a Gonzalo de Quesada y a Benjamín Guerra, de 30 de abril, y al mayor general Antonio Maceo, de 3 mayo de 1895. [EJM, t. V, pp. 192, 201 y 227, respectivamente. (N. del E. del sitio web)].
[13] José Martí alude a la Cámara de Representantes, cuerpo legislativo formado por los patriotas cubanos al crear la República en Armas el 10 de abril de 1869 en el poblado de Guáimaro. La Constitución allí aprobada daba amplias facultades a la Cámara, incluida la deposición del Presidente, y para muchos esas atribuciones contribuyeron decisivamente a las divisiones entre los patriotas y al cese de la Guerra de los Diez Años sin alcanzar la independencia ni la abolición de la esclavitud.
[14] Las ideas expresadas indican a las claras, por un lado, la disposición de Martí a deponer su jefatura del movimiento patriótico como Delegado del Partido Revolucionario Cubano ante el organismo de gobierno que se constituyese en los campos de Cuba, y, por otra parte, revelan a las claras el tema central tratado y los puntos de vista acordados en la reunión de la finca La Mejorana, efectuada el 5 de mayo de 1895 entre José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo.
[15] Aquí se interrumpe el manuscrito. En la primera edición de las Obras completas de Martí preparadas por Gonzalo de Quesada, se señala que, según el testimonio de Máximo Gómez, el Maestro interrumpió la escritura cuando llegó el general Bartolomé Masó al campamento. Esta carta inconclusa fue ocupada por los soldados españoles que registraron el cadáver de Martí y entregada al jefe de la columna, coronel José Ximénez de Sandoval, quien la pasó al jefe de la división, general Juan Salcedo, y este al mando superior de la Isla, donde, de un hijo de Arsenio Martínez Campos, teniente del ejército español, llegó a poder del cubano Enrique Ubieta, entonces capitán del ejército colonialista en la Isla, quien terminó la contienda con el grado de coronel. Tras la derrota española en 1898, Ubieta quedó en Cuba y publicó la fotografía del escrito en el semanario habanero El Fígaro, año XXV, no. 8, 1909, p. 92, revista que volvió a reproducir la imagen en su edición del año XXIX, no. 34, de 1913, p. 379. Posteriormente Ubieta reprodujo el texto y la imagen de la carta en su libro Efemérides de la Revolución cubana, Librería e Imprenta La Moderna Poesía, La Habana, 1920. Esa fotocopia es la que se ha conservado, pues el original se ha perdido.