A FEDERICO HENRÍQUEZ Y CARVAJAL

Sr. Federico Henríquez y Carvajal.

Amigo y hermano:

Tales responsabilidades suelen caer sobre los hombres que no niegan su poca fuerza al mundo, y viven para aumentarle el albedrío y decoro, que la expresión queda como vedada e infantil, y apenas se puede poner en una enjuta frase lo que se diría al tierno amigo en un abrazo. Así yo ahora, al contestar, en el pórtico de un gran deber, su generosa carta.[1] Con ella me hizo el bien supremo, y me dio la única fuerza que las grandes cosas necesitan, y es saber que nos las ve con fuego un hombre cordial y honrado. Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entraña de nación, o de humanidad.[2] Y queda, después de cambiar manos con uno de ellos, la interior limpieza que debe quedar después de ganar, en causa justa, una buena batalla. De la preocupación real de mi espíritu, porque Vd. me la adivina entera, no le hablo de propósito: escribo, conmovido, en el silencio de un hogar que por el bien de mi patria, va a quedar, hoy mismo acaso, abandonado. Lo menos que, en agradecimiento de esa virtud puedo yo hacer, puesto que así más ligo que quebranto deberes, es encarar la muerte, si nos espera en la tierra o en la mar, en compañía del que, por la obra de mis manos, y el respeto de la propia suya, y la pasión del alma común de nuestras tierras, sale de su casa enamorada y feliz a pisar, con una mano de valientes, la patria cuajada de enemigos. De vergüenza me iba muriendo,—aparte de la convicción mía de que mi presencia hoy en Cuba es tan útil por lo menos como afuera,—cuando creí que en tamaño riesgo pudiera llegar a convencerme de que era mi obligación dejarlo ir solo, y de que un pueblo se deja servir, sin cierto desdén y despego, de quien predicó la necesidad de morir y no empezó por poner en riesgo su vida. Donde esté mi deber mayor, adentro o afuera, allí estaré yo. Acaso me sea dable u obligatorio, según hasta hoy parece, cumplir ambos. Acaso pueda contribuir a la necesidad primera de dar a nuestra guerra renaciente forma tal, a que lleve en germen visible, sin minuciosidades inútiles, todos los principios indispensables al crédito de la revolución y a la seguridad de la República. La dificultad de nuestras guerras de independencia y la razón de lo lento e imperfecto de su eficacia, ha estado, más que en la falta de estimación mutua de sus fundadores y en la emulación inherente a la naturaleza humana, en la falta de forma que a la vez contuviese el espíritu de redención y decoro que, con suma activa de ímpetus de pureza menor, promueven y mantienen la guerra,—y las prácticas y personas de la guerra. La otra dificultad, de que nuestros pueblos amos y literarios no han salido aún, es la de combinar, después de la emancipación, tales maneras de gobierno que sin descontentar a la inteligencia primada del país, contengan—y permitan el desarrollo natural y ascendente—a los elementos más numerosos e incultos, a quienes un gobierno artificial, aún cuando fuera bello y generoso, llevara a la anarquía o a la tiranía.[3]—Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar.[4] Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber.[5] Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio: hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra: si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella: si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Quien piensa en sí, no ama a la patria; y está el mal de los pueblos, por más que a veces se lo disimulen sutilmente, en los estorbos o prisas que el interés de sus representantes ponen al curso natural de los sucesos. De mí espere la deposición absoluta y continua.[6] Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir, callado. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa,[7] y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo.[8] Vea lo que hacemos, Vd. con sus canas juveniles,—y yo, a rastras, con mi corazón roto.

     De Santo Domingo ¿por qué le he de hablar? ¿Es eso cosa distinta de Cuba? ¿Vd. no es cubano, y hay quien lo sea mejor que Vd? ¿Y Gómez, no es cubano? ¿Y yo, qué soy, y quién me fija suelo? ¿No fue mía, y orgullo mío, el alma que me envolvió, y alrededor mío palpitó, a lo voz de Vd., en la noche inolvidable y viril de la Sociedad de Amigos?[9] Esto es aquello, y va con aquello. Yo obedezco, y aun diré que acato como superior dispensación, y como ley americana, la necesidad feliz de partir, al amparo de Santo Domingo, para la guerra de libertad de Cuba. Hagamos por sobre la mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andino.

     Me arranco de Vd., y le dejo, con mi abrazo entrañable, el ruego de que en mi nombre, que solo vale por ser hoy el de mi patria, agradezca, por hoy y para mañana, cuanta justicia y caridad reciba de Cuba. A quien me la ama, le digo en un gran grito: hermano. Y no tengo más hermanos que los que me la aman.

     Adiós, y a mis nobles e indulgentes amigos. Debo a Vd. un goce de altura y de limpieza, en lo áspero y feo de este universo humano. Levante bien la voz; que si caigo, será también por la independencia de su patria.

                                                            Su

José Martí

Montecristi, 25 marzo 1895[10]

[Cotejado por manuscrito original en el Centro de Estudios Martianos].

Tomado de José Martí: Testamentos. Edición crítica, presentación de Salvador Arias, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, pp. 23-25.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Esta carta no ha sido localizada. En su libro Martí en Santo Domingo, el historiador dominicano Emilio Rodríguez Demorizi afirma que el documento se perdió, y expone algunas de las gestiones realizadas por él para localizarlo. El propio Federico Henríquez y Carvajal escribió en su obra Martí, que el general cubano José María Mayía Rodríguez fue portador de una carta suya dirigida a Gómez y Martí. Gómez escribió su respuesta el 12 de marzo de 1895, y Martí demoró la suya trece días más. En una conferencia dictada en 1919, Henríquez y Carvajal afirma que “una carta mía para ambos, dirigida a Martí, acompañaba al donativo”. (Se refiere a un giro pagadero por dos mil pesos oro enviado al gobernador de Montecristi por el presidente dominicano Ulises Heureaux, Lilís, para ser entregado a Gómez y a Martí para la expedición a Cuba). Y agrega Henríquez y Carvajal con respecto a su carta a Martí, presumiblemente escrita con posterioridad al 2 de marzo de 1895, fecha del giro de Lilís: “En sus líneas a vuela pluma, proponíale yo este dilema: ¿su puesto estaba dentro o fuera de Cuba?”

[2] “Hay hombres solares y volcánicos; miran como el águila, deslumbran como el astro, sienten como sentirían las entrañas de la tierra, los senos de los mares y la inmensidad continental”. [(JM: “Extranjero”, El Federalista, México, 16 de diciembre de 1876, OCEC, t. 2, p. 298). (N. del E. del sitio web)].

[3] Estos análisis acerca de los problemas afrontados por las naciones hispanoamericanas después de la independencia y la manera en la cual habría de organizarse la república cubana, desde la propia guerra para sortear esas dificultades, son temas esenciales de la reflexión política de Martí, que aparecen desarrollados, entre otros escritos, en Nuestra América —publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York, el lro. de enero de 1891—, en su artículo “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”.—publicado en el periódico Patria, el 17 de abril de 1894— y en el Manifiesto de Montecristi, fechado el mismo día de esta carta, en la ciudad dominicana de Montecristi, donde Máximo Gómez tenía una casa y de donde salieron ambos hacia los campos de Cuba.

[4] Contaba Sotero Figueroa que cuando sus más cercanos colaboradores y amigos le hicieron, respetuosamente, la observación acerca de la conveniencia de que permaneciera en Nueva York, Martí les respondió con una convicción que no admitía réplica: “Tendría triste concepto de mí mismo, si yo me quedase aquí, cuando mis hermanos están derramando su sangre por la causa que yo he predicado. Los irreflexivos que calumnian gratuitamente, no tendrán ocasión de decir que yo lancé a mi pueblo al sacrificio y me quedé fuera del alcance de las balas enemigas”. [“¡Inmortal!”, Patria, Nueva York, 25 de junio de 1895, no. 167, p. 2. (N. del E. del sitio web)].

[5] Compartimos la sagaz observación de la historiadora Hortensia Pichardo, quien en su libro José Martí, lecturas para jóvenes, señala que en esta frase Martí usa “triunfo” en su sentido original del latín, como la fiesta que se organizaba en Roma a los generales después de una gran victoria, y “agonía”, en su sentido griego como luchas, combate.

[6] En carta a Tomás Estrada Palma, desde Montecristi, el 16 de marzo de 1895, Martí también le reitera: “Espere de mí, seguro, los más amargos sacrificios”. (N. del E. del sitio web).

[7] “Salvar el honor de [esta] nación no era importante solo para nuestra América —incluida Cuba— y el resto del mundo. Se trataba de frenar nada menos que la expansión con que el imperio se encaminaba a desencadenar guerras de rapiña y quebrantar una vez y otra la paz. El logro deseado por Martí habría sido redentor incluso para el mismo pueblo norteño: lo habría librado de vivir en una potencia agresora, que sembraría cada vez más terror en el planeta por medio de las armas y la economía, y que se valdría de una maquinaria cultural y propagandística igualmente poderosa”. [Luis Toledo Sande: “José Martí, revolucionario en todas partes”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2019, no. 41, pp. 81-82. Véase el ensayo de Pedro Pablo Rodríguez: “Salvar el honor de la América inglesa. Estados Unidos dentro del programa revolucionario de José Martí”, De las dos Américas, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2002, pp. 216-232. (N. del E. del sitio web)].

[8] Esta idea del significado de las Antillas para asegurar la independencia latinoamericana, salvar las mejores tradiciones democráticas en los propios Estados Unidos y contribuir así al equilibrio del mundo, para evitar el choque de intereses en América entre las potencias europeas y Estados Unidos, constituye uno de los conceptos medulares del pensamiento político martiano y sustento de su estrategia continental de liberación nacional. Similares reflexiones aparecen, entre otros de sus escritos, en el artículo “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, en el Manifiesto de Montecristi y en la última carta a Manuel Mercado, incluida en esta edición.

[9] Entre la mañana del 17 y la medianoche del 18 de septiembre de 1892, Martí y Federico Henríquez y Carvajal permanecen juntos casi todo el tiempo durante los recorridos del cubano por la capital dominicana. Visitan el Instituto de Señoritas que dirige Salomé Ureña, que en esos momentos no se encontraba en la ciudad; pasan por la imprenta y librería García y Hermanos, donde Martí conoce al historiador José Gabriel García; se encuentran personalmente con el poeta José Joaquín Pérez y con Jaime R. Vidal, a quienes el Apóstol obsequió y dedicó sendos ejemplares de sus Versos sencillos; visitan a Francisco Gregorio Billini y se entrevistan con el ministro de Relaciones Exteriores, Ignacio María González, quien ofrece una comida a Martí y lo acompaña en varias visitas a otras distinguidas personalidades de la ciudad. También estuvieron con un grupo de otros amigos, en la Catedral Primada de América, donde le fueron mostrados a Martí los que se aseguraba entonces eran los restos de Cristóbal Colón. En la noche del 18 de septiembre de 1892, Martí estuvo en la Sociedad de Amigos del País, de Santo Domingo, especialmente convocada para homenajearle. José María Pichardo abrió la velada con un saludo en nombre de la Sociedad; posteriormente, Federico Henríquez y Carvajal presentó al Apóstol y a continuación habló el propio Martí. Le continuó el escritor dominicano Manuel de Jesús Galván, autor del libro Enriquillo, a quien Martí agradeció sus palabras. A seguidas habló Francisco Henríquez y Carvajal, y obsequió al cubano un libro de poesías de Manuel Rodríguez Objío. Finalmente, Martí volvió a intervenir. Terminado el acto en la Sociedad, Federico Henríquez y Carvajal, junto a José Joaquín Pérez y Jaime Vidal, acompañaron a Martí a su alojamiento para que recogiese sus pertenencias, y luego le despidió al abordar la goleta Quisqueya, rumbo a Barahona, desde donde siguió viaje Martí hacia Haití. Esa fue la última vez que se abrazaron ambos, pues en sus dos viajes siguientes a República Dominicana, en 1893 y 1895, Martí no volvió a visitar la capital y no coincidió nuevamente con el “amigo y hermano” dominicano.

[10] Véase la valoración que Eugenio María de Hostos hace de esta carta en el artículo “El testamento de Martí”, publicado en Santiago de Chile en 1895. [Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1992, no. 15, pp. 302-303. (N. del E. del sitio web)].