A DOÑA LEONOR PÉREZ CABRERA
[A bordo del vapor Mascotte] Mayo 15 de 1894
Madre querida:
Ud. no está aún buena de sus ojos,[1] y yo no me curo de este silencio mío, que es el pudor de mis afectos grandes y mi modo de queja contra la fortuna que me los roba y como venganza de esta fatal necesidad de hablar y escribir tanto en las cosas públicas, contra esta pasión mía del recogimiento, cada vez más terca y ansiosa.
Pero mientras haya obra que hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar. Preste cada hombre, sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí. ¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quien pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?
Ahora voy al Cayo,[2] por unos cuantos días y de allí sigo mi labor, más pura, madre mía, que un niño recién nacido, limpia como una estrella, sin una mancha de ambición, de intriga o de odio.[3] Y vea—¿cuántas veces no se lo he dicho?—por qué no puedo escribirle.
A otros puedo hablar de otras cosas. Con Ud. se me escapa el alma, aunque Ud. no apruebe con el cariño que yo quisiera, sus oficios; y a esa tierra infeliz donde Ud. vive no le puedo escribir sin imprudencia, o sin mentira. Mi pluma corre de mi verdad: o digo lo que está en mí, o no lo digo. Luego, este hablar de sí mismo tan feo y tan enojoso. Déjeme emplear sereno, en bien de los demás, toda la piedad y orden que hay en mí. Y crea, porque es lo cierto, que en nada pudiera su hijo estar mejor empleado. Ni nada, aun en lo egoísta, hubiera podido adormecer mejor mi bárbara, mi inacabable pena. Muerde, muerde, no me la puedo arrancar del costado.[4]
De Uds. sé sin cesar, más de lo que quiero yo que sepan de mí porque no les llegarían más que angustias. Esa Carmen no escarmienta: o es que es muy buena y por eso padece tanto. ¿Llegaré a tiempo para alegrarles un poco la casa?
Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor.[5] Siento que jamás acabarán mis luchas. El hombre íntimo está muerto y fuera de toda resurrección, que sería el hogar franco y para mi imposible, adonde esta la única dicha humana, o la raíz de todas las dichas.[6] Pero el hombre vigilante y compasivo está aún vivo en mí, como un esqueleto que se hubiese salido de su sepultura; y sé que no le esperan más que combates y dolores en la contienda de los hombres, a que es preciso entrar para consolarlos y mejorarlos. Solo los infelices que llegan pocas veces al poder y suelen llegar con demasiada ira, tendrán paces conmigo. La muerte o el aislamiento serán mi premio único:—y si vivo, la autoridad de mi conciencia, en los rincones de la gente buena y el trabajo, de que podré sacar siempre un migajón para mi hermana Carmen.
Allí dejo a Carmita en Central Valley, que es un cesto de colinas, donde, en verano al menos, se puede vivir en pobreza alegre. Pasé allá unos días, con el hijo de Gómez, que me va sirviendo de hijo; y no volveré por allá en algún tiempo. Solas llegaron la madre y las hijas,[7] en una fiera nevada; pero ya les ha salido flor a los manzanos y a los cerezos; y tienen su cría de pollos y su acre[8] de hortalizas. No he conocido humildad y honradez como la de Carmita. Ahora le veré a Manuel; que volvió de sus paseos por el aire y aprende a tabaquero; para que se ejercite en la hermandad del hombre y en el decoro del trabajo. ¿Y ese gentil Oscar,[9] que quisiera yo tener junto a mí, y ese Mario[10] fundador, que ha de ayudarme a hacer un lindo pueblo de campo, y ese Alfredo paciente, leal y administrativo? Si empiezo a recordar, se me acongoja el alma, y llega turbia y ensangrentada al trabajo que tiene que hacer esta misma noche. Callo.
Sí, quisiera que me escribiesen todos, por el vapor de vuelta a Tampa, donde estaré, bajo sobre, a Ramón Riveray Rivera[11] , Ibor Factory, Tampa.
Y que me escribiesen sin pena, como si me estuviesen viendo todos los días. Yo las estoy viendo siempre, a mi Chata romántica, a mi Carmen digna, a mi dolorosa Amelia, a mi sagaz Antonia: yo no ceso de verlas un instante. Un rayo dejó una vez mudo a un hombre; ¿y no quieren que haya enmudecido yo?
A usted, madre mía, ni una palabra. La quiero y la sufro demasiado para eso. Toda la verdad y la tristeza de su hijo
[OC, t. 20, pp. 458-460].
Tomado de José Martí: Epistolario, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Plá, prólogo de Juan Marinello, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. IV, pp. 138-140.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Efectivamente, doña Leonor era atendida por el doctor Juan Santos Fernández Hernández. En el libro de anotaciones de la consulta de enfermedades oculares (cuaderno 70) de ese notable oftalmólogo, con fecha de julio 6 de 1894, se lee la siguiente anotación, en las páginas correspondientes a Leonor Pérez de Martí: “Le hago una pupila artificial, después del accidente de la hemorragia, meses después”.
[2] Cayo Hueso (Florida).
[3] Véanse, al respecto, los ensayos de Fina García Marruz: “La fuerza divisora del odio: consecuencias históricas”, “Amor y fundación” y “La guerra sin odios”, El amor como energía revolucionaria en José Martí (1973-1974), Albur, órgano de los estudiantes del Instituto Superior de Arte, núm. especial, La Habana, mayo de 1992, pp. 119-130, 130-138 y 139-145, respectivamente. (N. del E. del sitio web).
[4] “Llevo al costado izquierdo una rosa de fuego, que me quema; pero con ella vivo y trabajo, en espera de que alguna labor heroica, o—por lo menos difícil, me redima”. (JM: “Carta a Manuel Mercado”, [Nueva York, entre el 24 de marzo y el 12 de abril de 1885], OCEC, t. 22, p. 317). Nótese la similitud temática también con el verso “El bárbaro laúd de la agonía” del poema “Redención”, Poemas en cuadernos de apuntes, OCEC, t. 16, p. 34. (N. del E. del sitio web).
[5] “Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón”.
(JM: “I”, Versos sencillos, Nueva York, 1891, OCEC, t. 14, p. 301).
[6] ―“V. será feliz y yo sé por qué.―Ya yo no lo seré, porque al comenzar a rodar, se me quebró el eje de la vida―”. (JM: “Carta a Manuel Mercado”, New York, 16 de septiembre [de 1882], OCEC, t. 17, p. 344). En el poema VIII de Versos sencillos, Martí asevera: “Corazón que lleva rota / El ancla fiel del hogar, / Va como barca perdida, / Que no sabe a dónde va”. [OCEC, t. 14, p. 311. (N. del E. del sitio web)].
[7] Carmen y María Mantilla Miyares.
[8] Unidad de superficie equivalente a 4046,856 m² y a 0,4046856 hectáreas. (N. del E. del sitio web).
[9] Oscar García Martí, hijo de Leonor, Chata y Manuel García Álvarez.
[10] Mario García Martí, también hijo de Leonor y Manuel.
[11] Debe tratarse de Ramón Rivero Rivero, que vivía en Tampa. No debe confundirse con Ramón Rivera, quien se había establecido en Cayo Hueso y su segundo apellido era Monteresi. (N. del E. del sitio web).

