A BERNARDA TORO DE GÓMEZ

Manana querida:

Yo solo quiero que estas letras mías le lleguen como prueba de que en las penas que pueda reservarnos este mundo, tienen Vds., por dondequiera que ande yo en pie, un vigilante compañero.

     Toda esa casa es mía, y son mías sus obligaciones. Hemos padecido, y vamos venciendo, y en este instante nos sentimos más seguros que nunca: por todas partes con esa ternura del peligro que Vd. conoce también, siento que van con nosotros, y que las tranquilizo, y que les hablo. Me parece que las voy defendiendo, y eso me da ingenio y fuerza. Vamos cosidos[1] uno a otro, el padre y yo, con un solo corazón, y la mayor amistad y dulzura que da la compañía cariñosa en las cosas difíciles. Entre los compañeros no va una sola alma repulsiva ni hostil. El padre va robusto, y con la fe justa que nos anima a todos: de cuando en cuando, sin que nadie más que yo lo note, vuelve los ojos a las costas donde Vds. viven: y yo lo noto, porque los vuelvo yo también. Vds. son míos.

     De afuera, Manana querida, no tenga temor. Si hacemos lo que pensamos, es en condiciones de la mayor seguridad posible, y de mucha seguridad, porque si no, no se nos lo permitiría hacer: y a esta hora está casi hecho. De adentro, sabemos ya mucho más, y habrá menos riesgos y agonía, y tardaremos mucho menos, que en los diez años de Vd., los diez años que dan tal dignidad, tal majestad, tal obligación, en la vida, a los hijos que le nacieron a Vd. del seno de ellos. El mundo marca, y no se puede ir, ni hombre ni mujer, contra la marca que nos pone el mundo. A Clemencia me le dice que en el lugar donde la vida es más débil, llevo de amparo una cinta azul,[2] y que la hermanita va sentada a la cabecera de mi barco, mirándome y conversando. A Pancho, que la pureza de su último beso me ha hecho un hombre mejor. Y Máximo, que ayudará a sostener la casa; que de seguro ha sentido ya, desde el día del sacrificio de su padre, como que entraba en una vida augusta y nueva, y las llevaba a Vds. de la mano, y era todo hombre. Urbano ardiente y servicial, no se me quita de los ojos, ni Bernardo bueno, que debe seguir aprendiendo a maestro, ni Andrés[3] lindo, que va a pensar de prisa, y necesita, en cuanto crezca más, de mucho estudio de cosas verdaderas; ni la Mariposita,[4] que me he traído pegada al corazón: cierro los ojos, y la veo. ¿Y cree Vd. de veras, Manana querida, que cercada así el alma, va a sucedernos nada, ni al padre, con quien yo voy, y lleva así dos vidas?

     No siento como quien va a correr riesgo; sino como el trabajador, que sale alegre a su trabajo, y trabajara todo el día, y luego vuelve a su casa, al lado de sus hijos y su mujer. Ya yo sé donde tengo hijos, donde tengo hermanos.

     Sientan en las suyas el calor de mi mano. A Clemencia alta, a Pancho padre, a Máximo trabajador, a todos mi ternura. Y a mi Margarita. Y por Vd., Manana, aunque no fuera por él, querré y miraré siempre al compañero de su vida

                                                                                               Su

Martí

Un recuerdo a las tías.[5]

[A bordo del vapor Nordstrand en Inagua] 11 de abril [de 1895][6]

[OC, t. 20, pp. 481-482. Según los compiladores, copia mecanografiada consultada alrededor de los años 1975-1976, en el Archivo Máximo Gómez del Archivo Nacional, Fondo Donativo/Caja241/n. 61. No se ha localizado el original].

Tomado de José Martí: Epistolario, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Plá; prólogo de Juan Marinello, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. V, pp. 156-157.

Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] En una carta al general Máximo Gómez, desde New Orleans, el 15 de julio de 1894, Martí refiriéndose a Panchito Gómez Toro, que le ha acompañado, fiel e incansablemente, en una gira de proselitismo revolucionario por varios países, le escribe: “Ha estado cosido a mí estos dos meses, siempre viril y alto”. [EJM, t. IV, p. 221. (La nota y la cursiva son del E. del sitio web)].

[2] Esta cinta de seda de color azul fue hallada, entre otras pertenencias, en su cadáver, cuando cayó combatiendo en Dos Ríos, acompañada de una breve nota: ¡Martí!:// No tengo más recuerdo que darte; así [que] quito esta cinta de mi cabello, que tiene el fuego de tantos pensamientos y uno de los colores de nuestra bandera. Eso solo llevarás de tu hermana,// Clemencia (DJM, p. 477). Según el historiador Rolando Rodríguez, la cinta azul, el cortaplumas y la escarapela —que se dice había pertenecido a Carlos Manuel de Céspedes— quedaron en poder de José Ximénez de Sandoval, el coronel español al mando de la tropa enemiga, que repartió las otras pertenencias, y algunas cartas y documentos fueron a engrosar los archivos militares españoles. [Rolando Rodríguez: Dos Ríos: a caballo y con el sol en la frente, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2002, p. 105. (N. del E. del sitio web)].

[3] Los nombres de Urbano, Bernardo y Andrés, corresponden también a hijos del matrimonio Gómez-Toro.

[4] Debe referirse a Margarita Gómez Toro.

[5] Regina y María de Jesús, hermanas del general Gómez.

[6] Manana y Clemencia respondieron, por separado, esta carta el 12 de junio y el 15 le escribió Panchito. Aún la familia Gómez-Toro desconocía, o se resistía a creer, el triste desenlace de la caída en combate de Martí, “de cara al sol”, en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895. Véanse en DJM, pp. 484-485, 486 y 487, respectivamente. (N. del E. del sitio web).