Para rendir tributo, ninguna voz es débil—para ensalzar a la patria, entre hombres fuertes y leales, son oportunos todos los momentos;—para honrar al que nos honra, ningún vino hierve en las copas con más energía que la decisión y el entusiasmo entre los amigos numerosos de Adolfo Márquez Sterling.
A mí, que de memorias vivo; de memorias y esperanzas,—por lo que tienen de enérgicas las unas y de soberbias y prácticas las otras,—a mí, que no consentiré jamás que en el goce altivo de un derecho venga a turbármelo el recuerdo amargo del excesivo acatamiento, de la fidelidad humillante, de la promesa hipócrita, que me hubiesen costado conseguirlo: a mí, átomo encendido, que tiene la voluntad de no apagarse, de un incendio vivísimo que no se extinguirá jamás sino bajo la influencia cierta, palpable, visible, de copioso, de inagotable, de abundantísimo raudal de libertades: a mí han querido encomendarme los numerosos amigos del bravo periodista, que, con esta voz mía, que en el obligado silencio cobra fuerzas, para que nada sea bastante luego a ahogarla en mi garganta, dirija al enérgico hombre de combate el amoroso aplauso con que los espectadores de las gradas, que más que las holguras de la vida, quieren tener viva la dignidad, viva la libertad, vivo el decoro, ven “como”[2] en la abierta liza, por sobre todas las espadas que se cruzan, movilísima, flamígera, brillante, luce y se agita siempre el arma ruda del más franco, del más afortunado, del más brioso y loado caballero.
No es este un hombre ahora: cuando en los hombres se encarna un grave pensamiento, un firme intento, una aspiración noble y legítima, los contornos del hombre se desvanecen en los espacios sin confines de la idea.
Es un símbolo, un reconocimiento, una garantía. Porque el hombre que clama, vale más que el que suplica: el que insiste hace pensar al que otorga. Y los derechos se toman, no se piden: se arrancan, no se mendigan. Hasta los déspotas, si son hidalgos, gustan más del sincero y enérgico lenguaje que de la tímida y vacilante tentativa.
A este símbolo saludamos, a la justicia y al derecho encarnados en su obra, que nos han sido tributados: al tenaz periodista, al observador concienzudo, al cubano enérgico, que en los días de la victoria no la ha empequeñecido con reminiscencias de pasados temores, ni preparaciones de posibles días; que en los días de nuestra incompleta libertad, conquistada, de nadie recibida, ha hablado honradamente con la mayor suma de libertad y de energía posibles.
Si tal, y más amplia y completa, hubiera de ser la política cubana: si hubieran de ponerse en los labios todas las aspiraciones definidas y legítimas del país, bien que fuese entre murmullos de los timoratos, bien que fuese con repugnancia de los acomodaticios, bien que fuese entre tempestades de rencores:—si ha de ser “algo”[3] más que la compensación de intereses mercantiles, la satisfacción de un grupo social amenazado y la redención tardía e incompleta de una raza que ha probado que tiene derecho a redimirse;—si no se ha extinguido sobre la tierra la raza de los héroes y a los que fueron suceden los héroes de la palabra y del periódico; si al sentir, al hablar, al reclamar, no nos arrepentirnos de nuestra única gloria y la ocultamos como a una pálida vergüenza—por soberbia, por digna, por enérgica, yo brindo por la política cubana.
Pero si entrando por senda estrecha y tortuosa, no planteamos con todos sus elementos el problema, no llegando, por tanto, a soluciones inmediatas, definidas y concretas: si olvidamos, como perdidos o deshechos, elementos potentes y encendidos; si nos apretamos el corazón para que de él no surja la verdad que se nos escapa por los labios; si hemos de ser más que voces de la patria, disfraces de nosotros mismos; si con ligeras caricias en la melena, como de domador desconfiado, se pretende aquietar y burlar al noble león ansioso, entonces quiebro mi copa: no brindo por la política cubana![4]
En tanto que se eleva y fortifica, brindemos admirados por el talento que recorta asperezas, fortifica pueblos, endulza voluntades; por el talento redentor, sea cualquiera la tierra en donde brille; por el talento unificador que tiene aquí sacerdotes y apóstoles; y especial y amorosamente, por el brioso justador que con lustre del lenguaje, público aplauso, cívico valor y pasmo de los débiles, ha sabido encarnar en tipos felicísimos, a punto de concebidos, populares, nuestras desdichas, clamores y esperanzas.
Saludemos a todos los justos; saludemos dentro de la honra, a todos los hombres de buena voluntad; saludemos con íntimo cariño al brillante escritor que nos reúne; al aliento y bravura que lo animan; y a la patria severa y vigilante, a la patria erguida e imponente, a la patria enferma y agitada que inflama su valor.[5]
La Discusión. Diario democrático, La Habana, 26 de abril de 1879.
Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2009, t. 6, pp. 59-61.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1]La Discusión presenta así estas palabras de Martí: “El Sr. Martí, nuestro querido amigo pronunció el primer brindis en la reunión que tuvo lugar en los salones altos del Louvre. He aquí sus palabras”. El discurso fue pronunciado el 21 de abril de 1879.
[2]Comillas en La Discusión.
[3]Ídem.
[4]Y Martí, según se asegura, unió a sus palabras la acción de quebrar efectivamente su copa.
[5]En La Discusión, se publica a continuación el brindis pronunciado por “el Sr. Izquierdo” en el mismo banquete. En su discurso alude “por coincidencia, digna de respeto” a la ausencia de Nicolás Azcárate a la celebración. El texto está firmado por X.