BOLETÍN
Francisco de Paula Vigil.—El cristiano y la curia.
—José de la Luz y Caballero.
Hay allá en el Perú una bellísima comarca, lozana y exuberante, llena de árboles y flores, que los antiguos naturales llamaron Tacna, y que con este mismo nombre fue, feliz cuna primero y luego ascético regazo, del muy grande y muy ilustre Francisco de Paula Vigil.
Apartados en México de aquellos lugares que debieran, por la comunidad en el origen y semejanza en el desarrollo y el objeto, estar unidos a nosotros con apretada amistad, acontecen en las repúblicas del Sur trascendentales sucesos, llegan estos a nosotros en forma lenta y descuidada, y en el olvidar de cosas útiles y darse a diaria vida, no nos parece tan grande el suceso, ni aquí podemos conocer su justa importancia y cabal medida.
Vigil acaba de morir en el Perú, y con él vase de la tierra un cuerpo, mas no la doctrina de razón y de luces que conoce y ama su patria afortunada. Es la de Vigil vida extrahumana y mística, vivo que tuvo siempre puestos los ojos en el fondo puro de sí mismo, la mano caritativa en la mano de los menesterosos, la previsión en la fortuna de su patria, y el pensamiento en las altezas presentidas que miden por nuestra pequeñez la grandeza y la excelencia poshumanas.
Vigil tuvo desde niño gustos de soledad. Su ánimo grande necesitaba un grande espacio. Es vivir andarse perpetuamente preguntando sobre cómo el ser íntimo augusto se acomoda a los ajenos extravíos y dirige los suyos propios. Pasan los años en querer pasar rápidamente sobre ellos. Examínase todo: desconténtase el ánimo noble de sí mismo y de lo que ve: necesita lo ilímite invisible y lo busca en lo visible ilímite: tiene ansia de lo extenso, y satisface un tanto su ansia con la contemplación y con el culto. Hay una religión: la inconformidad con la existencia actual y la necesidad, hallada en nosotros mismos, de algo que realice lo que concebimos. Hay muchas religiones: las formas de estas inconformidades y necesidades vagas, perpetuas y sublimes. En la única amó y pensó Vigil. Él necesitó el culto, y se hizo templo en Tacna. Él justificaba la religión, y la hubiera creado, a no haberla ya impura e imperfecta.
Va diciéndose con todo esto,—que no quiere dar más que idea brevísima de lo que fue—que era Vigil muy amante de la ciencia y del estudio, del que hizo hábito tal, que llegó a extenuar sus fuerzas y a ocupar todas las horas de su vida.
No era extraño oír a las buenas y hospitalarias gentes de Tacna, cosas raras y maravillosas de aquel joven melancólico y austero, a quien tenía toda la comarca como santo. Imaginaban ellos que la santidad es el colmo de la humana perfección, y así llamaban sin dudar a las virtudes y al dominio misterioso que aquella alma pacífica ejercía. La curia, en tanto, lo lanzaba de su seno, y tenía como mal hijo de Dios al que los habitantes de su comarca tenían como augusto enviado suyo.
Y es que rechaza las miserias temporales el que en sí siente estos afanes puros que se informan en el ansia de morir y en el deseo de otra vida, y con más fuerza las aleja de sí el que tiene para ellos culto sin tacha y sin error, culto vago y tenaz de suave esperanza y de resignado sufrimiento y a estas nobles altezas ve mezclado, como cabeza y corazón de ellas, el hábito del dominio, mantenido por errores, ambiciones y soberbias. Esto es lo católico de Roma, y Vigil era lo justo y lo cristiano. La forma atrevida y corrompida desconoce la esencia pura que ha abrumado y ha roído. El cristianismo ha muerto a manos del catolicismo. Para amar a Cristo, es necesario arrancarlo a las manos torpes de sus hijos. Se le rehace como fue; se le extrae de la forma grosera en que la ambición de los pósteros convirtió las apologías y vaguedades que necesitaron para hablar a una época mitológica Jesús y los que propagaron su doctrina.
Perseguido tenacísimamente por los secuaces de la doctrina ultramontana,[1] tomó la contemplativa vida de Vigil hábitos más prácticos: volvió los ojos hacia su pueblo engañado: lo vio en manos de los sacerdotes católicos: lo veía abatido y extenuado por la costumbre del servilismo y la obediencia: sintió herida en sí la independencia humana, y ni a su pluma ni a su palabra dio descanso en la dificilísima tarea de devolver a todo un pueblo abrumado el respeto y la conciencia propia. Como Lázaro, está muerto un pueblo que por sí propio no vive: recuérdase a un Mesías cuando hay alguien que lo sacuda, lo conmueva, lo anime y lo levante. ¿Hizo más alguien que Vigil? Vigil hizo en el Perú toda esta obra.
Difícilmente podía atacar la curia aquella vida sin manchas. Todo crece con el cultivo, y la razón llega con el ejercicio a punto de lucidez y lógica invencibles: en vano luchaba el clero contra aquel espíritu clarísimo, entregado a la inquisición y predicación de la verdad. Hacían los católicos víctima al Perú de sus soberbias excitadas; escribió Vigil La defensa de los gobiernos contra las prescripciones de la curia romana, libro en toda la América leído, lleno de raciocinio vigoroso, de intento honrado, y de inflexibles deducciones, que a los hombres de ánimo liberal fortalecieron en sus doctrinas, y a los católicos hicieron dudar y vacilar.
Y así anduvo el justo de Tacna por la tierra: reanimando a los débiles, despertando a su pueblo, dando ejemplo con sus virtudes, dando vigor con su palabra. Con sus caridades consolaba a los pobres: con su predicación tenían también consuelo los pobres de espíritu. Ha muerto ahora, y Lima entera ha acompañado a la tumba a aquel que vive más después que ha muerto. Un pueblo era su cortejo fúnebre: todos allí se sentían hijos del que había animado aquel cadáver.
Murió hace algunos años en La Habana un hombre augusto. Él había dado a su patria toda la paciencia de su mansedumbre, todo el vigor de su raciocinio, toda la resignación de su esperanza. También iba allí un pueblo a consagrar un cadáver.
Los niños se agruparon a las puertas de aquel colegio inolvidable; los hombres lloraron sobre el cadáver del maestro: la generación que ha nacido siente en su frente el beso paternal del sabio José de la Luz y Caballero.
Muere ahora en Lima otro espíritu puro, más ascético, no más sabio; más activo, no más abnegado. También su patria siente vivo en sí al ilustre hombre que ha muerto: también los hombres que nacen se sienten guiados de la mano por el que acaba de morir: también oirán los niños hablar de un hombre salvador: también veneran allí la casa solitaria de la hermosa Tacna, donde en perpetuo trato con el cielo adquirió un justo las fuerzas y la luz.
Así se es hombre: vertido en todo un pueblo.
Revista Universal, México, 26 de agosto de 1875.
[Mf. en CEM]
Tomado de José Martí: “Boletín. Francisco de Paula Vigil”, Revista Universal, México, 26 de agosto de 1875, OCEC, t. 3, pp. 92-94.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] El ultramontanismo fue una tendencia defensora de la preponderancia del poder papal, originada en la Edad Media, a partir de las pugnas entre Enrique iv de Alemania y el papa Gregorio vii. Durante el siglo xix caracterizó a la facción más tradicionalista del catolicismo, opuesta a toda reforma filosófica y política.