La naturaleza americana, doncella en el istmo, es ya hermosura próvida, y como de amplios senos, en el dominio de Costa Rica, que se levanta por sobre las nubes, con sus troncos de sangre serpeando por el celaje azul, y derrama a las costas encendidas, por lecho siempre verde, el agua ancha y pedregosa de sus reventazones montañesas:[2] como un himno es la república, y cada hijo lleva la azada al hombro.[3] Allá, del lado del Atlántico, por el río Matina,[4] los plátanos son tan altos como la palma real, y es un cubano, que dio su sangre a Cuba, quien cría en la tierra amiga el platanal mejor. Del lado del Pacífico, lo que ha un año era maleza, es vereda ahora, y caserío la soledad, de los cubanos que le sacaron a la selva la semilla,[5] y hay allí quien deje sola a la recién casada, por novia mayor. Con ternura de hijo quiere el cubano bueno a Costa Rica. De las gracias del mundo, Costa Rica es una, con su rocío de ciudades por el valle ameno,[6] cada cual como mosaico en joya, y en la serena población la vida fuerte, con el hijo de médico o de juez, y su raíz en el campo, como todo hombre que quiere ser libre, y el padre al pie de las matas, buscándole al café la flor, o de peón con el cinto plateado, detrás de las carretas. Bancos y hoteles prosperan entre las creencias viejas del país, que viven más por lo ordenadas y agresivas que por lo poderosas; y por vías de luz eléctrica, con los tejados a los bordes, se va al llano común, donde cualquiera puede echar su vaca, y el aire es vida pura, o a la barranca y lomas pintorescas y el muro añoso envuelto en flores. De seda es por dentro, y de canapé de oro, la casa que aún muestra en las afueras la ventana ceñuda y el portón colonial.[7] De tomos de París y de lo vivo americano, está llena, allá al patio, entre una fuente y un rosal, la librería del hijo joven. Y si hay justa de ideas en el salón glorioso,[8] apriétanse a la entrada, para beber primero, magistrados y presidentes, sastres y escolares, soldado y labrador. La cáscara aún la oprime, pero ya aquello es república. Vive el hombre de su trabajo y piensa por sí. Y cae en brazos de todos, el cubano que va a Costa Rica. Pasa un hombre fornido por la calle: ni rechaza ni lisonjea, pero le saludan todos: habla cortés con una ventana suntuosa:—salvó en día y medio el camino de tres, y se lo admiran campesinos y ministros: ponen mesa de patria los cubanos leales, de Oriente y Poniente, y le dan la cabecera: otra marcha, luego de contratos y altas visitas, y ya está en su Nicoya, que era umbría hace un año, abriendo la tierra y moviendo hombres, o alzando ala nueva al rancho señor, de techo y colgadizo, donde le acompaña, venerada, la que lo aguardó en zozobra y le restañó la sangre en los diez años de la guerra.[9] Así vive, en espera, Antonio Maceo.
De la madre, más que del padre, viene el hijo, y es gran desdicha deber el cuerpo a gente floja o nula, a quien no se puede deber el alma; pero Maceo fue feliz, porque vino de león y de leona. Ya está yéndosele la madre, cayéndosele está ya la viejecita gloriosa en el indiferente rincón extranjero, y todavía tiene manos de niña para acariciar a quien le habla de la patria.[10] Ya se le van los ojos por el mundo, como buscando otro, y todavía le centellean, como cuando venía el español, al oír contar un lance bueno de sus hijos. Levanta la cabeza arrugada, con un pañuelo que parece corona. Y no se sabe por qué, pero se le besa la mano. A la cabecera de su nieto enfermo, de un huevecillo de hombre,[11] habla la anciana ardiente de las peleas de sus hijos, de sus terrores, de sus alborozos, de cuando vuelva a ser. Acurrucada en un agujero de la tierra pasó horas mortales, mientras que a su alrededor se cruzaban por el pomo sables y machetes. Vio erguirse a su hijo, sangrando del cuerpo entero, y con diez hombres desbandar a doscientos.[12] Y a los que en nombre de Cuba la van aún a ver, les sirve con sus manos y los acompaña hasta la puerta.
María, la mujer, nobilísima dama, ni en la muerte vería espantos, porque le vio ya la sombra muchas veces, sino en un corazón de hijo de Cuba, que esa si es noche fiera, donde se apagase el anhelo de la independencia patria. Ingratitud monstruosa le parece a tanta sangre vertida, y falta extraña de coraje, porque ella, que es mujer, ha visto al cubano terco y maravilloso,[13] y luego, con el machete de pelea, le ve ganarse el pan. En sala no hay más culta matrona, ni hubo en la guerra mejor curandera. De ella fue el grito aquel: “Y si ahora no va a haber mujeres, ¿quién cuidará de los heridos?”[14] Con las manos abiertas se adelanta a quien le lleve esperanzas de su tierra: y con silencio altivo ofusca a quien se la desconfía u olvida. ¡Que su esposo vea otra sangre en la pelea, y no de la suya! De negro va siempre vestida, pero es como si la bandera la vistiese. “¡Ah! lo más bello del mundo era ver al Presidente, con su barba blanca y su sombrero grande de camino, apoyado en un palo, subiendo a pie la loma: porque él siempre, cuando iba por Oriente, paraba donde Antonio!”[15] Y es música la sangre cuando cuenta ella “del ejército todo que se juntó por el Camagüey para caer sobre las Villas, e iban de marcha en la mañana con la caballería, y la infantería, y las banderas, y las esposas y madres en viaje, y aquellos clarines”.[16] ¡Fáciles son los héroes, con tales mujeres!
En Nicoya vive ahora, sitio real[17] antes de que la conquista helase la vida ingenua de América, el cubano que no tuvo rival en defender, con el brazo y el respeto, la ley de su república. Calla el hombre útil, como el cañón sobre los muros, mientras la idea incendiada no lo carga de justicia y muerte. Va al paso por los caseríos de su colonia con el jinete astuto, el caballo que un día, de los dos cascos de atrás, se echó de un salto, revoleando el acero, en medio de las bayonetas enemigas.[18]
Escudriñan hoy pecadillos de colonos y quejas de vecindad, los ojos límpidos que de una paseada se bebían un campamento. De vez en cuando sonríe, y es que ve venir la guerra. Le aviva al animal el trote, pero pronto le acude a la brida, para oír la hora verdadera, para castigarle a la sangre la mocedad. La lluvia le cae encima, y el sol fuerte, sin que le desvíen el pensamiento silencioso, ni la jovial sonrisa; y sobre la montura, como en el banquete que le dieron un día al aire libre, huirán todos, si se empieza a cerrar el cielo, mientras que él mirará de frente a la tempestad. Todo se puede hacer. Todo se hará a su hora.
En la ciudad, cuando viene a los arreglos de los colonos; a los papeles de cada uno de ellos con el gobierno,[19] para que cada cual sea en su persona el obligado; a vender el arroz, a ver lo de la máquina que llega,[20] a buscar licencia para la casa de tabaco, a llevarse, por carretera y golfo, cuanto trueque en pueblo lindo y animado el claro que con los suyos abrió en el monte espeso,—no hay huésped mejor recibido en el umbral de mármol o en la mesa llana, ni contratante a quien el gobierno vea con más favor,[21] ni paisano a quien con más gusto dieran sus compatriotas de lo suyo, o le fíen la vida.[22] Ni la cólera le aviva el andar, ni rebaja con celos y venganzas su persona, ni con la mano de la cicatriz aprieta mano manchada,[23] ni—como que está pronto a morir por ella—habla de la patria mucho. Se puede, y será. Mientras tanto, se trabaja en la colonia un mes, y se está por San José una semana, de levita cruzada, pantalón claro y sombrero hongo. En el marco formidable cabe un gran corazón. Jamás parece que aquel hombre pueda, con su serena pujanza, afligir u ofender, por sobra de hecho o parcialidad de juicio, la patria a quien ama de modo que cuando habla, a solas con el juramento, de la realidad de ella, del fuego que arde en ella, la alegría le ilumina los ojos, y se le anuda en la garganta el regocijo: está delante el campamento, y los caballos galopando, y se ven claros los caminos. Es júbilo de novio.—Y hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo. No hallaría el entusiasmo pueril asidero en su sagaz experiencia. Firme es su pensamiento y armonioso, como las líneas de su cráneo. Su palabra es sedosa, como la de la energía constante, y de una elegancia artística que le viene de su esmerado ajuste con la idea cauta y sobria. No se vende por cierto su palabra, que es notable de veras, y rodea cuidadosa el asunto, mientras no esté en razón, o insinúa, como quien vuelve de largo viaje, todos los escollos o entradas de él. No deja frase rota, ni usa voz impura, ni vacila cuando lo parece, sino que tantea su tema o su hombre. Ni hincha la palabra nunca ni la deja de la rienda. Pero se pone un día el sol, y amanece al otro, y el primer fulgor da, por la ventana que mira al campo de Marte, sobre el guerrero que no durmió en toda la noche buscándole caminos a la patria. Su columna será él, jamás puñal suyo.[24] Con el pensamiento la servirá, más aún que con el valor. Le son naturales el vigor y la grandeza. El sol, después de aquella noche, entraba a raudales por la ventana.[25]
Patria, Nueva York, 6 de octubre de 1893, no. 80, pp. 2-3; OC, t. 4, pp. 451-454.

Tomado del Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1996, no. 19, pp. 218-221.
Otro texto relacionado:
- Caridad Atencio: “Utilidad y deleite: dos perfiles de próceres cubanos”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, no. 33, pp. 23-30.
- Caridad Atencio: “En Patria: dos insignes retratos de la pluma de Martí” josemarti.cu
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Véase la nota introductoria a este artículo publicada por Pedro Pablo Rodríguez bajo el título “En el centenario del Titán de Bronce”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1996, no. 19, pp. 215-218; y el texto de Caridad Atencio: “Utilidad y deleite: dos perfiles de próceres cubanos”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, no. 33, pp. 23-30.
[2] Martí emplea esta palabra con sentido polisémico. Además de su significado (acción y efecto de reventar), Reventazón es el nombre de un importante río costarricense, uno de los más caudalosos del territorio, el cual nace en las montañas centrales del país, y en parte de su trayectoria corre paralelo a la vía férrea que entonces unía a Puerto Limón con San José. Evidentemente, Martí admiró este río navegable por la zona llana de la región de Limón, pues, por dicho puerto, arribó a Costa Rica el 30 de junio de 1893, y por ese ferrocarril se dirigió hacia la capital.
[3] Alude Martí a la naturaleza agrícola que aún mantenía la sociedad costarricense de aquella época caracterizada por el predominio de una economía campesina de autoconsumo, con abundancia de tierras vírgenes y en la cual crecía entonces el desarrollo de la producción cafetalera para exportar.
[4] Matina. Río de Costa Rica que desemboca a diez millas de estero Salado, por la Boca de Matina, en el Mar Caribe (el lado atlántico, como se dice en Centroamérica). Es navegable por pequeñas embarcaciones. Se forma a unos ciento cincuenta kilómetros de la costa, de la unión de los ríos Chiripa, Barbilla y Zent, y atraviesa una sierra que lleva el mismo nombre. Antes se llamó Carpintero.
[5] Alude Martí a la colonia de patriotas cubanos llamada La Mansión, establecida en tierras vírgenes de la península de Nicoya, en Costa Rica, según la concesión otorgada a Antonio Maceo por el gobierno de esa nación, el 13 de mayo de 1891, y ratificada en las nuevas estipulaciones aclaratorias firmadas el 7 de enero de 1892.
[6] A todas luces Martí se refiere a la meseta central de Costa Rica, con una altura media de mil metros, unos cuarenta kilómetros de anchura y rodeada de cadenas montañosas. en la cual se concentra el grueso de los habitantes del país en numerosas poblaciones y ciudades, entre las que se destacan Alajuela, Heredia y San José, la capital.
[7] Parece referirse Martí al Palacio de Gobierno de San José, pues en la crónica titulada “El domingo en San José” escribió que el exterior del edificio estaba pintado de amarillo claro.
[8] Parece tratarse del Gran Hotel, situado frente al Palacio de Gobierno, en cuyo salón Martí asistió, el 2 de julio de 1893, a un almuerzo ofrecido por hombres de ciencias y letras de la capital costarricense, ante los cuales habló extensamente acerca del idioma, del derecho y el idealismo.
[9] Se refiere María Cabrales Isaac, esposa de Antonio Maceo.
[10] Durante su primera visita a Kingston, Jamaica, del 4 al 12 de octubre de 1892, José Martí conoció a Mariana Grajales, posiblemente el último día de su estancia en la isla, suceso que refirió Martí también en Patria (12 de diciembre de 1893), en un breve texto titulado “Mariana Maceo”, publicado con motivo de su muerte, en el que también escribió que Mariana le atendió con sus manos y le acompañó hasta la puerta de su casa.
[11] Se coma que agrega Obras completas (La Habana, 1963-1973, t. 4, p. 452) y que no aparece en Patria.
[12] Al parecer, Martí se refiere al episodio ocurrido en los primeros días de octubre de 1877, cuando Maceo, a punto de ser capturado herido, se incorporó de la litera en que era conducido, y de un salto montó a caballo y logró escapar. Maceo había recibido múltiples heridas, varias de extrema gravedad, el 6 de agosto, en el combate del Potrero de Mejía, por lo que fue conducido al campamento de Bio, a donde los españoles, al conocer allí su presencia por una delación, enviaron el 27 de septiembre a tres mil soldados para apresarlo, quienes mantuvieron una intensa persecución por más de diez días. En el texto necrológico que publicó en Patria dedicado a Mariana Grajales, Martí contó también esta hazaña como la escapatoria de Maceo y no como un ataque contra sus perseguidores.
[13] En Patria aparece un punto por errata y el texto continúa con minúscula.
[14] Este episodio Martí lo narró después en Patria, el 6 de enero de 1894, en el texto titulado “La madre de los Maceo”, añadiéndole el momento en que Mariana alentó entonces al menor de sus hijos, Marcos, para que fuera a la guerra. El hecho ocurrió el 12 de diciembre de 1870, cuando Antonio Maceo fue herido gravemente en un combate cuerpo a cuerpo al tomar por asalto el campamento español de Nuevo Mundo. En ese encuentro murió su hermano Julio Maceo Grajales, de dieciséis años de edad.
[15] No se abre el signo de admiración correspondiente en Patria. El presidente, a todas luces es Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador de la Guerra de los Diez Años, pues la descripción del texto coincide con la apariencia del Padre de la Patria durante los últimos años de su vida en la manigua. Sin embargo, concordamos con Rafael Ramírez García, que Martí se refiere a Salvador Cisneros Betancourt. [Martí—Maceo. Cartas cruzadas, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2003, p. 19. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web)].
[16] No se abre el signo de admiración correspondiente en Patria. El 30 de enero de 1874, Máximo Gómez recibió en San Diego, Camagüey, los quinientos hombres de Oriente para la columna invasora, entregados por Calixto García, jefe de aquel Departamento militar, en un acto en el que participaron el presidente de la República en Armas, sus secretarios y la Camara de Representantes. Maceo era uno de los jefes seleccionados para ese contingente.
[17] En consonancia con su aprecio por las culturas precolombinas. a las que llamaba naturales o reales por su ajuste con la naturaleza americana, Martí alude al poblamiento de la zona del golfo de Nicoya por los chorotegas o mangues, quienes se extendieron también por la costa del Pacífico de las actuales repúblicas de Honduras y El Salvador. Los chorotegas practicaban la agricultura y la pesca, crearon una escritura jeroglífica, eran hábiles ceramistas y orfebres, especialmente del oro, y alcanzaron una cierta organización política centrada en el cacicazgo de Nicoya, nombre de uno de sus jefes más notables.
[18] Quizás sea una referencia al combate del Potrero de Mangos de Mejía, del 6 de agosto de 1877, cuando Maceo, al ver retroceder a la caballería cubana, se lanzó sobre un grupo dc infantes españoles emboscados en la maleza, cuyas descargas le produjeron gravísimas heridas. La anterior referencia (ver nota 13) a su escapatoria, cuando estaba a punto de ser capturado en su hamaca de convaleciente, hace pensar que Mariana Grajales, en Kingston, y María Cabrales o el propio Maceo, en San José, le narraron detalles del combate y de la huida.
[19] En su condición de firmante del contrato con el gobierno, Maceo se trasladaba frecuentemente de La Mansión, en Nicoya, a San José, la capital costarricense, para atender diversos asuntos relacionados con la colonia.
[20] En febrero de 1892, Maceo había viajado a Nueva York con el fin de adquirir las maquinarias para un ingenio azucarero que proyectaba levantar en la colonia de Nicoya.
[21] Maceo sostuvo una estrecha relación con el presidente liberal costarricense, licenciado José Joaquín Rodríguez; con su yerno y Secretario de Guerra y Marina, general Rafael Iglesias: y con el entonces coronel Juan Bautista Quirós, comandante de la plaza de San José. Durante el serio conflicto entre junio y agosto de 1892 del presidente con cl partido Unión Católica, concluido con la disolución del Congreso y la prisión, destierro y confinamiento de varios opositores, Maceo se mantuvo en San José a solicitud del general Iglesias para contribuir así a evitar la rebelión armada. Sin embargo, tras las elecciones de febrero de 1893 en las que Rodríguez impuso n Iglesias en la presidencia, este varió sensiblemente su actitud hacia Maceo, quien se había negado a apoyarlo en dicha consulta electoral.
[22] La colonia cubana en San José era muy activa en la ciudad. Los acompañantes habituales de Maceo eran Antonio Zambrana, redactor de la Constitución de Guáimaro en 1869 y abogado de Maceo en Costa Rica; los hermanos Enrique, José y Alberto Boix; Eduardo Pochet, propietario de una panadería y en cuya casa solía residir el general; Manuel de Jesús Granda; Enrique Loynaz del Castillo; el general Silverio Sánchez Figueras, combatiente de la Guerra de los Diez Años; Emilio Giró Odio; Luis Olivares; Daniel tIern6ndez. Casimiro Orúe y Adolfo Pena.
[23] Entre las múltiples heridas sufridas en el combate del Potrero de Mangos de Mejía, Maceo recibió un balazo en su mano derecha.
[24] Obsérvese la diferencia de este enjuiciamiento con los criterios vertidos por Martí en su conocida carta a Máximo Gómez del 20 de octubre de 1884, en la cual. al separarse del movimiento revolucionario que lideraba entonces el General, señalaba ambiciones dictatoriales a Gómez y a Maceo.
[25] Evidentemente se refiere a toda una noche de conversación sostenida entre Martí y Maceo, durante la primera visita de aquel a Costa Rica, del 30 de junio al 8 de julio de 1893, cuyo objetivo esencial fue lograr la incorporación del general al movimiento armado que preparaba el Partido Revolucionario Cubano, lo cual fue alcanzado.