ANTE LA TUMBA DEL PADRE VARELA
Escribe de San Agustín a un amigo de Patria uno de los pocos y excelentes cubanos que han levantado un hogar próspero en la ciudad de San Agustín, ensangrentada hace tres siglos por el frenético y terrible Menéndez, y veneranda hoy para el cubano, porque allí están, en la capilla a medio caerse, los restos de aquel patriota entero, que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo, sin alocarse o apresurarse, ni confundir el justo respeto a un pueblo de instituciones libres con la necesidad injustificable de agregarse al pueblo extraño y distinto que no posee sino lo mismo que con nuestro esfuerzo y nuestra calidad probada podemos llegar a poseer:—los restos del Padre Varela.
“Han llegado, querido comandante —dice la carta— y se han ido con nuestro corazón. En la mesa de trabajar nos sorprendieron, y todo lo dejamos gustosísimos, este puñado de compatriotas que aquí somos, para demostrar al querido Martí y a sus compañeros el entusiasmo con que desde aquí seguimos su obra de resurrección. Me conmovió, comandante, al preguntarles dónde querían ir, oírles decir: ‘Antes que todo, a la tumba del Padre Varela’: y allí fuimos, bajo el sol abrasador: la visita se la contaré con la palabra de uno de nosotros que no sabe mucho de letras, y dijo que le parecía que estaba vivo el Padre. El domingo fue entero para la patria, primero en el almuerzo de casa de Marín, que con todo su patriotismo estaba menos satisfecho que su esposa, que es norteamericana; luego recibieron los huéspedes la visita de la comisión de recolecta para el monumento del Padre Varela, que habló largo con los visitantes, y dejó en sus manos el plan de procurar más sumas para el monumento y perfeccionar el proyecto de él; después hubo conversaciones de trascendencia, con la prensa y la médula de esta ciudad, cuyo senador propuesto se sentó a la mesa de los visitantes; y luego, en un abrir y cerrar de ojos, oyéndole a Martí la historia de lo hecho y la urgencia de lo que hay que hacer, levantamos, con todos los cubanos que somos aquí, el club “Padre Varela”: Marín lo preside, y Hardoy es el secretario; ustedes nos ganaran allá en número, pero a cumplir con nuestro deber, no van a ganarnos: porque aquí estamos de guardia, velando los huesos del santo cubano, y no le hemos de deshonrar el nombre. Muy contentos hemos estado, contentos como pocas veces en la vida, con la visita de estos patriotas puros; pero además les estamos agradecidos, porque se han captado el respeto de todas las personas de valer de la ciudad que los pudieron tratar, y el nombre cubano, que no está aquí desacreditado, ha tenido con esta visita poder bastante para despertar entusiasmo y arrancar ofrecimientos espontáneos a los hombres del país que le pueden ser útil, y que hablan hoy de los visitantes y de Cuba con un respeto que nos es muy agradable oír. Yo sí creo, comandante, que han vuelto los tiempos grandes”.
Patria, Nueva York, 6 de agosto de 1892, no. 22, p. 3; OC, t. 2, pp. 96-97.