A MARÍA MANTILLA MIYARES

Y mi hijita ¿qué hace, allá en el Norte, tan lejos? ¿Piensa en la verdad del mundo, en saber, en querer,—en saber, para poder querer,—querer con la voluntad, y querer con el cariño? ¿Se sienta, amorosa, junto a su madre triste? ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e independiente de la vida, para ser igual o superior a los que vengan luego, cuando sea mujer, a hablarle de amores,—a llevársela a lo desconocido, o a la desgracia, con el engaño de unas cuantas palabras simpáticas, o de una figura simpática? ¿Piensa en el trabajo, libre y virtuoso, para que la deseen los hombres buenos, para que la respeten los malos, y para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido? Eso es lo que las mujeres esclavas,—esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse,—llaman en el mundo “amor”. Es grande, amor; pero no es eso. Yo amo a mi hijita. Quien no la ame así, no la ama. Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento, y respeto.[1]¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa en mí?

     Aquí estoy, en Cabo Haitiano,[2] cuando no debía estar aquí. Creí no tener modo de escribirte, en mucho tiempo, y te estoy escribiendo. Hoy vuelvo a viajar, y te estoy otra vez diciendo adiós. Cuando alguien me es bueno, y bueno a Cuba, le enseño tu retrato. Mi anhelo es que vivan muy juntas, su madre y ustedes, y que pases por la vida pura y buena. Espérame, mientras sepas que yo viva. Conocerás el mundo, antes de darte a él. Elévate, pensando y trabajando. ¿Quieres ver como pienso en ti,—en ti y en Carmita? Todo me es razón de hablar de ti, el piano que oigo, el libro que veo, el periódico que llega. Aquí te mando, en una hoja verde, el anuncio del periódico francés a que te suscribió Dellundé. El Harper’s Young People[3] no lo leíste, pero no era culpa tuya, sino del periódico, que traía cosas muy inventadas, que no se sienten, ni se ven, y más palabras de las precisas. Este Petit Français[4] es claro y útil. Léelo, y luego enseñarás. Enseñar, es crecer.—Y por el correo te mando dos libros, y con ellos una tarea, que harás, si me quieres; y no harás, si no me quieres.—Así, cuando esté en pena, sentiré como una mano en el hombro, o como un cariño en la frente, o como las sonrisas con que me entendías y consolabas;—y será que estás trabajando en la tarea,[5] y pensando en mí.

     Un libro es L’Histoire Générale,[6] un libro muy corto, donde está muy bien contada, y en lenguaje[7] fácil y limpio, toda la historia del mundo, desde los tiempos más viejos, hasta lo que piensan e inventan hoy los hombres. Son 180 sus páginas: yo quiero que traduzcas en invierno o en verano, una página por día; pero traducida de modo que la entiendas, y de que la puedan entender los demás, porque mi deseo es que este libro de historia quede puesto por ti en buen español, de manera que se pueda imprimir, como libro de vender, a la vez que te sirva, a Carmita y a ti, para entender, entero y corto, el movimiento del mundo, y poderlo enseñar. Tendrás, pues, que traducir el texto todo, con el resumen[8] que va al fin de cada capítulo, y las preguntas que están al pie de cada página; pero como estas son para ayudar al que lee a recordar lo que ha leído; y ayudar al maestro a preguntar, tú las traducirás de modo que al pie de cada página escrita solo vayan las preguntas que corresponden a esa página. El resumen lo traduces al acabar cada capítulo.—La traducción ha de ser natural, para que parezca[9] como si el libro hubiese sido escrito en la lengua a que lo traduces,—que en eso se conocen las buenas traducciones. En francés hay muchas palabras que no son necesarias en español. Se dice,—tú sabes—ilest, cuando no hay él ninguno, sino para acompañar a es, porque en francés el verbo no va solo: y en español, la repetición de esas palabras de persona,—del yo y él y nosotros y ellos,—delante del verbo, ni es necesaria ni es graciosa. Es bueno que al mismo tiempo que traduzcas,[10]—aunque no por supuesto a la[11] misma hora,—leas un libro escrito en castellano útil y sencillo, para que tengas en el oído y en el pensamiento la lengua[12] en que escribes.[13] Yo no recuerdo, entre los que tú puedes tener a mano, ningún libro escrito en este español simple y puro. Yo quise escribir así en La Edad de Oro; para que los niños me entendiesen, y el lenguaje tuviera sentido y música. Tal vez debas leer, mientras estés traduciendo, La Edad de Oro.—El francés de L’Histoire Générale es conciso y directo, como yo quiero que sea el castellano de tu traducción; de modo que debes imitarlo al traducir, y procurar usar sus mismas palabras, excepto cuando el modo de decir francés, cuando la frase francesa, sea[14] diferente[15] en castellano.—Tengo, por ejemplo, en la página 19, en el párrafo no. 6, esta frase delante de mí: Les Grecsont les premiers cherché á se rendre compte des choses du monde.—Por supuesto que no puedo traducir la frase así, palabra por palabra.—“Los Griegos han los primeros buscado a darse cuenta de las cosas del mundo”,—porque eso no tiene sentido en español. Yo traduciría: “Los griegos fueron los primeros que trataron de entender las cosas del mundo”. Si digo: “Los griegos han tratado los primeros &”, diré mal, porque no es español eso. Si sigo diciendo[16] “de darse cuenta”, digo mal también, porque eso tampoco es español. Ve, pues, el cuidado con que hay que traducir, para que la traducción puede entenderse y resulte elegante,—y para que el libro no quede, como tantos libros traducidos, en la misma lengua extraña en que estaba.—Y el libro te entretendrá, sobre todo cuando[17] llegues a los tiempos[18] en que vivieron los personajes de que hablan los versos y las óperas. Es imposible entender una ópera bien,—o la romanza de Hildegonda,[19] por ejemplo,—si no se conocen[20] los sucesos de la historia que la ópera cuenta, y si no se sabe quién es Hildegonda, y dónde y cuándo vivió, y qué hizo.—Tu música no es así, mi María; sino la música que entiende y siente.—Estudia, mi María,—trabaja,—y espérame.

     Y cuando tengas bien traducida L’Histoire Générale en letra clara, a renglones iguales y páginas de buen margen, nobles y[21] limpias ¿cómo no habrá quien imprima,—y venda para ti, venda para tu casa,—este texto claro y completo de la historia del hombre, mejor, y más atractivo y ameno, que todos los libros de enseñar historia que hay en castellano? La página al día, pues: mi hijita querida. Aprende de mí. Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y mi pueblo a las espaldas:—y ve cuántas páginas te escribo.

     El otro libro es para leer y enseñar: es un libro de 300 páginas, ayudado de dibujos, en que está, María mía, lo mejor—y todo lo cierto—de lo que se sabe de la naturaleza ahora.[22] Ya tú leíste, o Carmita leyó antes que tú, las Cartillas de Appleton.[23] Pues este libro es mucho mejor,—más corto, más alegre, más lleno, de lenguaje más claro, escrito todo como que se lo ve. Lee el último capítulo, La Physiologie Végétale,—la vida de las plantas, y verás qué historia tan poética y tan interesante. Yo la leo, y la vuelvo a leer, y siempre me parece nueva. Leo pocos versos, porque casi todos son artificiales o exagerados, y dicen en lengua forzada falsos sentimientos, o sentimientos sin fuerza ni honradez, mal copiados de los que los sintieron de verdad. Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia,[24] en la vida del mundo, en el orden del mundo,[25] en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas,—y en la unidad del universo, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día. Es hermoso, asomarse a un colgadizo, y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender en esa majestad continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia a que se sacrifica,[26] y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil. Es como la elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no el costo. La elegancia del vestido,—la grande y verdadera,—está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y[27] quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor.—Y esa naturalidad, y verdadero modo de vivir, con piedad para los vanos y pomposos, se aprende con encanto en la historia de las criaturas de la tierra.—Lean tú y Carmita el libro de Paul Bert: a los dos o tres meses, vuelvan a leerlo; léanlo otra vez, y ténganlo cerca siempre, una página u otra, en las horas perdidas. Así sí serán maestras, contando esos cuentos verdaderos a sus discípulas, en vez de tanto quebrado y tanto decimal y tanto nombre inútil de cabo y de río, que se ha de enseñar sobre el mapa como de casualidad, para ir a buscar el país de que se cuenta el cuento, o—donde vivió el hombre de que habla la historia.—Y cuentas, pocas, sobre la pizarra, y no todos los días. Que las discípulas amen la escuela, y aprendan en ella cosas agradables y útiles.

     Porque ya yo las veo este invierno, a ti y a Carmita, sentadas en su escuela, de nueve a una del día, trabajando las dos a la vez, si las niñas son de edades desiguales, y hay que hacer dos grupos, o trabajando una después de otra, con una clase igual para todas. Tú podrías enseñar piano y lectura, y español tal vez, después de leerlo un poco más;—y Carmita una clase nueva de deletreo y composición a la vez, que sería la clase de gramática, enseñada toda en las pizarras, al dictado, y luego escribiendo lo dictado en el pizarrón, vigilando porque las niñas corrijan sus errores,—y una clase de geografía, que fuese más geografía física que de nombres, enseñando como está hecha la tierra, y lo que alrededor le ayuda a ser, y de la otra geografía, las grandes divisiones, y esas bien, sin mucha menudencia, ni demasiados detalles yankees,—y una clase de ciencias, que sería una conversación de Carmita, como un cuento de veras, en el orden en que está el libro de Paul Bert, si puede entenderlo bien ya, y si no, en el que mejor pueda idear, con lo que sabe de las cartillas, y la ayuda de lo que en Paul Bert entienda, y astronomía. Para esa clase le ayudarían mucho un libro de Arabella Buckley,[28] que se llama The Fairy-Land of Science, y los libros de John Lubbock,[29] y sobre todo dos, Fruits, Flowers and Leaves y Ants, Bees, and Wasps. Imagínate a Carmita contando a las niñas las amistades de las abejas y las flores, y las coqueterías de la flor con la abeja, y la inteligencia de las hojas, que duermen y quieren y se defienden, y las visitas y los viajes de las estrellas, y las casas de las hormigas. Libros pocos, y continuo hablar.—Para historia, tal vez sean aún muy nuevas las niñas. Y el viernes, una clase de muñecas,—de cortar y coser trajes para muñecas, y repaso de música, y clase larga de escritura, y una clase de dibujo.—Principien con dos, con tres, con cuatro niñas. Las demás vendrán. En cuanto sepan de esa escuela alegre y útil, y en inglés, los que tengan en otra escuela hijos, se los mandan allí: y si son de nuestra gente, les enseñan para más halago, en una clase de lectura explicada—explicando el sentido de las palabras—el español: no más gramática que esa: la gramática la va descubriendo el niño en lo que lee y oye, y esa es la única que le sirve.—¿Y si tú te esforzaras, y pudieras enseñar francés como te lo enseñé yo a ti, traduciendo de libros naturales y agradables?—Si yo estuviera donde tú no me pudieras ver, o donde ya fuera imposible la vuelta, sería orgullo grande el mío, y alegría grande, si te viera desde allí, sentada, con tu cabecita de luz, entre las niñas que irían así saliendo de tu alma,—sentada, libre del mundo, en el trabajo independiente.—Ensáyense en verano: empiecen en invierno. Pasa, callada, por entre la gente vanidosa. Tu alma es tu seda. Envuelve a tu madre, y mímala, porque es grande honor haber venido de esa mujer al mundo. Que cuando mires dentro de ti, y de lo que haces, te encuentres como la tierra por la mañana, bañada de luz. Siéntete limpia y ligera, como la luz. Deja a otras el mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano:[30] pon un libro,—el libro que te pido,—sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres.—Trabaja. Un beso. Y espérame.

Tu             
J. Martí

Cabo Haitiano, 9 de abril, 1895

[Cotejado por manuscrito original en el Centro de Estudios Martianos].

Tomado de José Martí: Testamentos. Edición crítica, presentación de Salvador Arias, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, pp. 59-65.

Otros textos relacionados:

  • Herminio Almendros: “Leyendo una carta a María Mantilla”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, Departamento Colección Cubana, Consejo Nacional de Cultura, 1969, no. 1, pp. 207-216.
  • Salvador Arias: “La última carta de José Martí a su ‘hijita querida’”, Revista Cultural Lotería, Panamá, julio-agosto de 1998.

Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Nótese la similitud temática con la carta a su hermana Amelia de 1880, OCEC, t. 6, pp. 226-228 y con la carta a Carmen Mantilla de 9 de abril de 1895, EJM, t. V, p. 150. (N. del E. del sitio web).

[2] Cabo Haitiano. Ciudad capital y puerto del departamento del Norte, de Haití, en la costa del Atlántico. Fue la capital de la colonia francesa de Saint Domingue hasta 1770.

[3] Harper’s Young People. An Illustrated Weekly. Semanario publicado por la editorial neoyorquina Harper’s & Brothers, desde el 4 de noviembre de 1879 hasta el 23 de abril de 1895. A la semana siguiente, cambió su nombre por el de Harper’s Round Table, y su periodicidad a mensual a partir del 30 de noviembre de 1897. El último número conservado es de octubre de 1899. El periódico se orientaba a niños y niñas, y privilegiaba los relatos sobre ciencias naturales, tecnología e historia. También incluía cartas y dibujos de sus pequeños lectores.

[4] Le Petit Français Ilustré. Journal des écoliers et des écoliéres. (El pequeño Francés Ilustrado. Periódico de los alumnos y de las alumnas). Semanario para niños, editado en París por Armand Colin et Cié., que circulaba los sábados. Se publicó desde 1889 hasta 1905, cuando cambió de nombre. Cada ejemplar se componía de doce páginas, a dos columnas ilustradas, e incluía artículos, una tira de dibujos y una página de variedades (juegos, adivinanzas y curiosidades). Hacía un uso esmerado de la lengua francesa para favorecer su aprendizaje por los niños y los adolescentes entre los diez y los dieciséis años de edad. (Colaboración de Paul Estrade).

[5] Tachado a continuación “y”.

[6] L’Histoire Générale. Pasan del centenar los libros de tal título y no se ha podido precisar a cuál se refiere Martí.

[7] Tachado a continuación “limp”.

[8] Tachado a continuación “y la”.

[9] Tachado a continuación “que”.

[10] Las sílabas “duzcas” escritas encimas de tachado: “duces”.

[11] Tachado “s” al final de esta palabra.

[12] Tachado a continuación “a”.

[13] Esta palabra escrita debajo de tachado: “traduces”.

[14] Tachado “n” al final de esta palabra.

[15] Tachado “s” al final de esta palabra. Tachado a continuación “de La”.

[16] Tachado a continuación “de”.

[17] Tachado a continuación “en”.

[18] Tachado a continuación “donde”.

[19] Al parecer, Martí se refiere a una romanza de la ópera Ildegonda, primera pieza de Emilio Arrieta, estrenada en 1849 en el conservatorio de Milán, lugar en donde había estudiado el compositor. Ildegonda obtuvo muy buena acogida de la crítica y gran éxito del público y fue representada en los principales teatros de Europa, entre ellos el San Carlos, de Lisboa, y el Real, de Madrid. Pascual Arrieta, más conocido por Emilio, su tercer nombre (1823-1894), fue un prolífico y afamado zarzuelista, cuya pieza más conocida, Marina, fue convertida posteriormente por él mismo en una ópera. Aunque no ha podido precisarse qué personaje histórico tomó Arrieta para Ildegonda, pues existen algunas beatas y santas medievales que responden a ese nombre, castellanizado como Hildegunda, entre ellas parece coincidir más con los propósitos de Martí en esta carta —que lo llevan a escoger, entre otras muchas posibilidades esta romanza con base histórica, pero prácticamente desconocida en nuestra época—, una beata nacida en la diócesis de Colonia hacia el siglo XII, que acompañó a su anciano padre a visitar los Santos Lugares, para lo cual se vistió de hombre y se hizo llamar el hermano José. Muerto su padre en el camino, ella siguió sola su ruta hacia Jerusalén, viviendo de la caridad pública, hasta que se estableció en Espira, donde dirigió un establecimiento de enseñanza hasta su muerte, ocurrida en 1188. Sin llegar a ser canonizada, fue objeto de veneración local.

[20] Tachado a continuación “a”.

[21] Tachado a continuación “en”.

[22] Martí se refiere al libro titulado Curso de enseñanza científica (cien­cias físicas y naturales), del fisiólogo y político francés Paul Bert (1833-1886), quien fuera ministro de Instrucción Pública y llevara a cabo interesantes investigaciones científicas. Ocupó el puesto de Residente General en Annam y Tonkin (Viet Nam). Véanse, al respecto, A. Schlachter: “El último libro que regaló Martí”, Bohemia, La Habana, 14 mayo de 1993, pp. 64‑66, y Martí en las ciencias, La Habana, Editorial Científico‑Técnica, 1995, pp. 11‑17; y Luis Ernesto Martínez González: “José Martí y un libro de ciencias para niños:  el ‘segundo prontuario científico’ de Paul Bert”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2019, no. 42, pp. 337-348. (N. modificada ligeramente por el E. del sitio web).

[23] La casa editora Appleton, con sede en Broadway 548 y 555, publicaba en vida de Martí una amplia línea de textos para el aprendizaje de distintas lenguas. Para el español, tenía la llamada Cartilla de Guiteras, fechada en 1878, con dieciocho páginas, que se vendía al precio de cinco centavos el ejemplar. El conocido pedagogo y escritor matancero Eusebio Guiteras y Font (1823-1893) también tradujo para la misma editora un método elemental de aprendizaje del francés para hispanoparlantes. Al final de la Cartilla de Guiteras se encuentra un catálogo de publicaciones de la editora en esa línea, bajo el título de “School and College Text-Books. Modern Foreign Languages”, en donde también figura, sin nombrar al autor, un Child’s First Book (for Spanish), que era vendido a $1,50 la docena. Con motivo de la muerte de Guiteras, Martí le dedicó un sentido artículo en Patria, el 28 de diciembre de 1893, no. 92, p. 3, en donde expresa: “En sus libros hemos aprendido los cubanos a leer”. (“Eusebio Guiteras”, OC, t. 5, pp. 270-271).

[24] —“[…] ¿Ni qué mayor poesía que la que, a manera de selva amazónica, va surgiendo ante los ojos a la lectura de un libro científico, en que se revela la grandiosidad, armonía y espíritu de la naturaleza?” [JM: Fragmentos, OC, t. 22, p. 141. (N. del E. del sitio web)].

[25] Véanse, al respecto, “El poeta Walt Whitman”, El Partido Liberal, México, 17 de mayo de 1887, OCEC, t. 25, p. 280; “Universidad sin metafísica”, La Nación, Buenos Aires, 22 de noviembre de 1889, OC, t. 12, p. 347; y “Poesías y artículos de Arsenio Ezguerra”, Patria, Nueva York, 6 de agosto de 1892, no. 22, p. 3; OC, t. 7, p. 425. (N. del E. del sitio web).

[26] Tachado “n” al final de esta palabra.

[27] Tachado a continuación “el”.

[28] Annabella Burton Buckley (1840-1895). Naturalista británica, conocida también por el apellido de su esposo, Fisher. Entre sus principales obras se hallan A Short History of Natural Science (1876), Life and her Children (1880) y Winner’s in the Life’s Rose (1882). The Fairy-Land of Science apareció en 1878, y su segunda edición fue publicada en 1885 por la editorial McGill de Nueva York.

[29] John Lubbock (1834-1913). Científico británico. Trabajó y fue socio en el banco paterno; fue electo al Parlamento en 1870, representando en él a la Universidad de Londres por veinte años. Miembro de numerosas comisiones gubernamentales y asociaciones científicas. Autor de muchos trabajos sobre arqueología, historia natural e historia, como Prehistoric Times, Origin of Civilization, Origin and Metamorphoses of Insects, British Wild Flowers in their Relation to
Insects, Pleausures of Life, Fifty Years of Science, The Beauties of Nature.
Muchas de esas obras tenían un propósito de divulgación científica. Lubbock fue quien propuso dividir la Edad de Piedra en las épocas Paleolítica y Neolítica. El libro mencionado por Martí se titula Flowers, Fruits and Leaves (1886).

[30] Frank Sorzano. No se ha podido conocer quién fue. Pudiera tratarse de Francisco Sorzano, abogado y tío materno de Manuel Mantilla, el esposo de Carmen Miyares.