A GONZALO DE QUESADA Y ARÓSTEGUI

[Nueva York] Nobre. 12/89

Mi muy querido Gonzalo:

Estoy muy triste para hablarle de cosas de nuestra tierra, aunque debiera, puesto que la causa de mi tristeza son ellas, y la pena de no poder creer como V. que no tengan la significación que presumo, para mí llena de peligros y dolorosa, los planes en que no me debo entrar de “aquí estoy”, porque nadie me ha llamado, y que no sé cómo pudiera yo mudar, ni entender de modo que me permitiese ayudarlos, arrancando, como arrancarían, de una confianza que yo no puedo compartir. No es, Gonzalo, que tenga yo recetas que todo lo curen, ni quiera yo hacer las cosas por mí, ni que me muevan celos, como casi me decía Vd., sin saber quién soy, al fin de su carta. Es que vivo por mi patria, y por su libertad real, aunque sé que la vida no me ha de alcanzar para gozar del fruto de mis labores,[1] y que este servicio se ha de hacer con la seguridad, y e1 ánimo, de no esperar por él recompensa. Pero lo que soy, lo soy,—y no me deslumbro, ni me desvío, ni cedo por interés alguno de renombre pasajero, o popularidad demasiado costosa, o autoridad futura, a lo que creo que, so pretexto de acelerarla, pone en riesgo, tal vez mortal, la libertad de mi país. Cambiar de dueño, no es ser libre. Yo quiero de veras la independencia de mi patria; pero no creo que esos planes de garantía, con Morenos[2] por raíz, ayudan a la independencia, a no ser como medio para beneficiar con ella a los que no tienen interés en verla lograda, sino en impedirla. Y al fin hablé de lo que no quería, pero se lo debía; para que no tuviera a mal mi silencio. A José Ignacio le he de escribir agradecido, porque se lo estoy de veras por su última referencia cariñosa a mí,—y para mandarle La Edad de Oro, pero no le hablaré de esas cosas, por no parecerle intruso, aunque con toda la verdad de mi alma le ayudaría si viese yo que ando errado en lo que pienso, y le hablase de cuanto él quiera en estas cosas, porque no tengo yo patente de querer a Cuba, y el ser sincero, y no quiere decir que solo yo lo sea. Lo que no deseo es mentir, ni aparecer entrometido.

     Antier tuve el gusto de ver en mi oficina a su excelente padre, que se me parece al mío, por la pasión con que lo quiere. De veras que me da gusto verle tan amoroso y complacido con el hijo que todos le queremos, y de quien él habla con una ternura que va publicando su nobleza. Y le ofrecí enviarle la carta a Nin,[3] la misma noche, y escribirle a Vd.; pero estoy como con menos vida de la necesaria, y con mi odio cada día mayor a la pluma, que no vale para clavar la verdad en los corazones, y sirve para que los hombres defiendan lo contrario de lo que les manda la verdadera conveniencia, que está en el honor, y nunca fuera de él.

     Me es muy grato que me lo quieran ya también en casa del señor Sáenz Peña, aunque ni por ser ellos quienes son, ni Vd. quien es, me sorprende. Tampoco, Gonzalo, me sorprende lo de la pregunta sobre la Luisiana. ¿Pues no se ha venido hablando en el paseo, entre los mismos delegados, de la posibilidad y conveniencia de anexar a Cuba a los E. Unidos? Para todo hay ciegos, y cada empleo tiene en el mundo su hombre. Pero el Sr. Sáenz Peña sabe pensar por sí, y es de tierra independiente y decorosa. Él verá, y sabrá lo que hace. Trabájele bien, que este noviciado le va a ser a V. muy provechoso, y de utilidad acaso decisiva.—¿Tiene en su lista de diarios al Post de New York,—el Post del mes pasado y de este? Lo de México, y todo lo del Congreso, y lo de las lanas, y el libro de Curtis,[4]  lo pone según su modo de ver, con superior claridad. Le sobra un poco de desdén; pero no tiene idea completa de estas cosas el que no lo lea.

     Ya sabe Nin que V. lo debe ver, y sabe que es mi amigo.

     Olvidaba decirle que de Washington viene, por más de un conducto, el rumor de que en el Congreso se intenta tratar, en el interés norteamericano, el asunto de Cuba. ¿Es que andan tentando la opinión? A mí mismo han venido a preguntarme, como si les fuera desconocido el modo indirecto con que se pudiera poner ante el congreso esta cuestión.

     Vd. es hábil y sagaz de naturaleza, y bueno, que vale más que eso. Con esto último me contentará más que con todo; y para fortalecer las otras cualidades útiles, tiene ancho campo ahora. No está muy acompañado en el suyo, pero está siempre consigo

su amigo

J. Martí

[OC, t. 6, pp. 120-122. Cotejada con el manuscrito original].

Tomado de José Martí: Epistolario, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Plá; prólogo de Juan Marinello, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. II, pp. 153-155.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Martí presentía desde la más temprana juventud que su vida sería breve (véase la carta a doña Leonor Pérez, escrita en la cárcel, el 10 de noviembre [de 1869], OCEC, t. 1, p. 44). En carta a Manuel Mercado desde Guatemala, el 29 de septiembre de 1877 (OCEC, t. 5, pp. 176-177), Martí le escribe que, afortunadamente, viviría poco, y tendría pocos hijos, y no haría sufrir a su esposa Carmen Zayas-Bazán. A Miguel F. Viondi y a Manuel Mercado, en cartas fechadas en Nueva York, el 24 de abril y el 6 de mayo de 1880, Martí les reitera, con palabras muy similares, que él no cobijaría su casa con el árbol que sembraba. [OCEC, t. 6, pp. 205 y 211, respectivamente. (N. del E. del sitio web)].

[2] Alusión al anexionista cubano Manuel Moreno, miembro de la Legislatura de la Florida, quien patrocinaba un proyecto para conseguir la independencia de Cuba mediante el pago de una indemnización pecuniaria a España, con la garantía de los Estados Unidos.

[3] Alberto Nin Frías, delegado del Uruguay a la Conferencia Internacional Americana.

[4] William Eleroy Curtis. Véase, al respecto, el artículo de Martí titulado “La República Argentina en los Estados Unidos.—Un artículo del Harper’s Montley, publicado en La Nación, de Buenos Aires, el 4 de diciembre de 1887, OCEC, t. 27, pp. 32-40. (N. del E. del sitio web).