LOS PINOS NUEVOS[1]

(DISCURSO EN CONMEMORACIÓN DEL

27 DE NOVIEMBRE DE 1871)

Cubanos:

Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas: ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia. Esas orlas son de respeto, no de muerte; esas banderas están a media asta, no los corazones. Pido luto a mi pensamiento para las frases breves que se esperan esta noche del viajero que viene a estas palabras de improviso, después de un día atareado de creación: y el pensamiento se me niega al luto. No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna, coléricas y dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la agonía y la ira, ni es llanto lo que oigo, ni manos suplicantes las que veo, ni cabezas caídas las que escuchan,—¡sino cabezas altas! y afuera de esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el sol, después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su copa de oro!

     Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida. La mañana después de la tormenta, por la cuenca del árbol desraigado echa la tierra fuente de frescura, y es más alegre el verde de los árboles, y el aire está como lleno de banderas, y el cielo es un dosel de gloria azul, y se inundan los pechos de los hombres de una titánica alegría. Allá, por sobre los depósitos de la muerte, aletea, como redimiéndose, y se pierde por lo alto de los aires, la luz que surge invicta de la podredumbre. La amapola más roja y más leve crece sobre las tumbas desatendidas. El árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto.

     Otros lamenten la muerte hermosa y útil, por donde la patria saneada rescató su complicidad involuntaria con el crimen, por donde se cría aquel fuego purísimo e invisible en que se acendran para la virtud y se templan para el porvenir las almas fieles. Del semillero de las tumbas levántase impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal, orea la tierra tímida, azota los rostros viles, empapa el aire, entra triunfante en los corazones de los vivos: la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!

     La palabra viril no se complace en descripciones espantosas; ni se ha de abrumar al arrepentido por fustigar al malvado; ni ha de convertirse la tumba del mártir en parche de pelea; ni se ha de decir, aun en la ciega hermosura de las batallas, lo que mueve las almas de los hombres a la fiereza y al rencor. ¡Ni es de cubanos, ni lo será jamás, meterse en la sangre hasta la cintura, y avivar con un haz de niños muertos,[2] los crímenes del mundo: ni es de cubanos vivir, como el chacal en la jaula, dándole vueltas al odio![3] Lo que anhelamos es decir aquí con qué amor entrañable, un amor como purificado y angélico, queremos a aquellas criaturas que el decoro levantó de un rayo hasta la sublimidad, y cayeron, por la ley del sacrificio, para publicar al mundo indiferente aún a nuestro clamor, la justicia absoluta con que se irguió la tierra contra sus dueños: lo que queremos es saludar con inefable gratitud, como misterioso símbolo de la pujanza patria, del oculto y seguro poder del alma criolla, a los que, a la primer voz de la muerte, subieron sonriendo, del apego y cobardía de la vida común, al heroísmo ejemplar.

     ¿Quién, quién era el primero en la procesión del sacrificio, cuando el tambor de muerte redoblaba, y se oía el olear de los sollozos, y bajaban la cabeza los asesinos; quién era el primero,[4] con una sonrisa de paz en los labios, y el paso firme, y casi alegre, y todo él como ceñido ya de luz? Chispeaba por los corredores de las aulas un criollo dadivoso y fino, el bozo en flor y el pájaro en el alma, ensortijada la mano, como una joya el pie, gusto todo y regalo y carruaje, sin una arruga en el ligero pensamiento: ¡y el que marchaba a paso firme a la cabeza de la procesión, era el niño travieso y casquivano de las aulas felices, el de la mano de sortijas y el pie como una joya! ¿Y el otro,[5] el taciturno, el que tenían sus compañeros por mozo de poco empuje y de avisos escasos? Con superior beldad se le animó el rostro caído, con soberbio poder se le levantó el ánimo patrio, con abrazos firmes apretó, al salir a la muerte, a sus amigos, y con la mano serena les enjugó las lágrimas! ¡Así, en los alzamientos por venir, del pecho más oscuro saldrá, a triunfar, la gloria! ¡Así, del valor oculto, crecerán los ejércitos de mañana! ¡Así, con la ocasión sublime, los indiferentes y culpables de hoy, los vanos y descuidados de hoy, competirán en fuego con los más valerosos! El niño de dieciséis años iba delante, sonriendo, ceñido como de luz, volviendo atrás la cabeza, por si alguien se le acobardaba…[6]

     Y ¿recordaré el presidio inicuo, con la galera espantable de vicios contribuyentes, tanto por cada villanía, a los pargos y valdepeñas de la mesa venenosa del general: con los viejos acuchillados por pura diversión,—los viejos que dieron al país trece hombres fuertes,—para que no fuera en balde el paseo de las cintas de hule y de sus fáciles amigas; con los presidiarios moribundos, volteados sobre la tierra, a ver si revivían, a punta de sable; con el castigo de la yaya feroz, al compás de la banda de bronce, para que no se oyesen por sobre los muros de piedra los alaridos del preso despedazado? ¡Pues estos son de otros horrores más crueles, y más tristes y más inútiles, y más de temer que los de andar descalzo![7] ¿O recordaré la madrugada fría, cuando de pie, como fantasmas justiciadores, en el silencio de Madrid dormido, a la puerta de los palacios y bajo la cruz de las iglesias, clavaron los estudiantes sobrevivientes el padrón de vergüenza nacional, el recuerdo del crimen que la ciudad leyó espantada?[8] ¿O un día recordaré, un día de verano madrileño, cuando al calce de un hombre seco y lívido, de barba y alma ralas, muy cruzado y muy saludado y muy pomposo,[9] iba un niño febril,[10] sujeto apenas por brazos más potentes, gritando al horrible codicioso: “¡Infame, infame!” ¡Recordaré al magnánimo español,[11] huésped querido de todos nuestros hogares, laureado aquí en efigie junto con el heroico vindicador,[12] que en los dientes de la misma muerte, prefiriendo al premio del cómplice la pobreza del justo, negó su espada al asesinato! Dicen que sufre, comido de pesar en el rincón donde apenas puede consolarlo de la cólera del vencedor pudiente, el cariño de los vencidos miserables. ¡Sean para el buen español, cubanas agradecidas, nuestras flores piadosas!

     Y después ¡ya no hay más, en cuanto a tierra, que aquellas cuatro osamentas que dormían, de Sur a Norte, sobre las otras cuatro que dormían de Norte a Sur: no hay más que un gemelo de camisa, junto a una mano seca: no hay más que un montón de huesos abrazados en el fondo de un cajón de plomo! ¡Nunca olvidará Cuba, ni los que sepan de heroicidad olvidarán, al que con mano augusta detuvo, frente a todos los riesgos, el sarcófago intacto, que fue para la patria manantial de sangre;[13] al que bajó a la tierra con sus manos de amor, y en acerba hora, de aquellas que juntan de súbito al hombre con la eternidad, palpó la muerte helada, bañó de llanto terrible los cráneos de sus compañeros! El sol lucía en el cielo cuando sacó en sus brazos, de la fosa, los huesos venerados: ¡jamás cesará de caer el sol sobre el sublime vengador sin ira!


Notas (Menos la primera, las demás son del E. del sitio web):

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Invitado por el Club Ignacio Agramonte de Tampa, para tomar parte en una gran fiesta de carácter artístico-literario a beneficio del Club, Martí llegó por primera vez a Tampa a medianoche del 25 de noviembre de 1891. El día 26 pronunció en el Liceo Cubano de esa ciudad el discurso que es conocido por “Con todos, y para el bien de todos”, y el 27, “Los pinos nuevos”, en la velada-homenaje de la Convención Cubana a los estudiantes de Medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871. Ambos discursos fueron tomados taquigráficamente por Francisco María González, lector de tabaquería del taller de Eduardo Hidalgo-Gato, de Cayo Hueso.

[2] Los ocho estudiantes del primer curso de Medicina fusilados en la explanada de La Punta, en La Habana, el 27 de noviembre de 1871, se nombraban: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba (1855-1871), José de Marcos y Medina (1851-1871), Juan Pascual Rodríguez y Pérez (1850-1871), Anacleto Bermúdez y Piñera (1851-1871), Ángel Laborde y Perera (1853-1871), Eladio González y Toledo (1851-1871), Carlos Verdugo y Martínez (1854-1871) y Carlos de la Torre y Madrigal (1851-1871).

[3] Nótese la similitud temática con el pasaje del discurso en honor de Fermín Valdés-Domínguez, en Salón Jaeger’s, en Nueva York, el 24 de febrero de 1894, donde José Martí exclama: “No es de nuestro corazón cubano, ni de nuestro respeto, ni de la dignidad de nuestro concepto de la patria, que solo  excluye la opresión y el crimen, recrudecer la memoria harto vehemente del espantable asesinato; ni convidar, con palabra baja a imprevisora, a la venganza y el odio: ¡triste patria sería la que tuviese el odio por sostén, tan triste por lo menos como la que se arrastra en el olvido indecoroso de las ofensas, y convive alegre, sin más enmienda que una censura escurridiza y senil, con los tiranos que la estrujan, los soberbios que prefieren la dominación extraña al reparto de la justicia entre los propios,—y los cobardes, que son los verdaderos responsables de la tiranía! Verdad es que se padecerá siempre de un profundo dolor, como de hoguera que abrasase el pecho o puñal que se retorciese en las carnes, cada vez que se recuerde el gran crimen, cuando aún se levanta por sobre cada cabeza útil un patíbulo, y el único modo de escapar al del verdugo es someterse al de la honra. Pero la estéril declamación sobre el suceso inicuo, que fatalmente figura entre los crímenes históricos, no sería apropiado tributo a quien realzó su persecución continua de la gran maldad, y su glorioso triunfo, con la moderación propia de las almas fuertes, y el perdón sincero de los arrepentidos,—sin caer por eso con el disimulo de la prudencia, en el olvido inmoral e imposible con que cubre su palidez la cobardía”. (OC, t. 4, pp. 321-322).

[4] Alonso Álvarez de la Campa y Gamba (1855-1871).

[5] Anacleto Bermúdez y Piñera (1851-1871).

[6] “La sublimidad está en el fondo del corazón del hombre, y no se muestra entera hasta que la sacudida no es tan viva que llegue al fondo del corazón. Estos bailarines de hoy, serán sublimes mañana. ¿Quién no recuerda la muerte gloriosa, solo con su rifle y su herida, de aquel estudiante criollo de quien se burlaban los demás porque, por lucir el pie más estrecho, se lo apretaba de noche con cintas?” (JM: “La Meschianza”, Patria, Nueva York, 1o de noviembre de 1892, no. 34, p. 1; OC, t. 2, p. 170).

[7] En este breve pasaje del discurso, expresado de manera más explícita el día anterior en “Con todos, y para el bien de todos” (OC, t. 4, p. 276), al parecer hay una sutil referencia al relato testimonial A pie y descalzo. De Trinidad a [Santiago de] Cuba. 1870-71. (Recuerdos de campaña) del teniente coronel Ramón Roa, publicado en 1890. Esto motivó al comandante Enrique Collazo a dirigirle una carta abierta, iracunda e insultante, a José Martí, quien se vio precisado a responderle de manera categórica y viril. Gracias a la mediación oportuna de amigos comunes el extemporáneo incidente tuvo una feliz conclusión. Véanse, al respecto, de Raúl Roa: Aventuras, venturas y desventuras de un mambí, prólogo de Ambrosio Fornet, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, 1970, pp. 163-176; de Fina García-Marruz: “[La carta de Collazo]”, El amor como energía revolucionaria en José Martí, Albur, órgano de los estudiantes del ISA, año IV, núm. especial, La Habana, mayo de 1992, pp. 222-227; y de Luis Toledo Sande: “‘A pie, y llegaremos’. Sobre la polémica Martí-(Roa)-Collazo”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1986, no. 9, pp. 141-212. (N. del E. del sitio web).

[8] Al conmemorarse el primer aniversario de aquella “hecatombe tristísima y conmovedora” (“En casa”, OC, t. 5, p. 374), Martí publicó en Madrid la proclama “El día 27 de noviembre de 1871”. (OCEC, t. 1, pp. 97-98).

[9] Dionisio López Roberts.

[10] Autorreferencia de José Martí.

[11] Federico Capdevila Miñano.

[12] Fermín Valdés-Domínguez Quintanó.

[13] El 14 de enero de 1887, Fermín Valdés-Domínguez asistió a la exhumación de los restos de Gonzalo Castañón y obtuvo el testimonio por escrito de los señores Fernando Castañón y José Triay de que la tumba del periodista español y coronel de Voluntarios no había sido profanada, lo que demostraba, una vez más, la inocencia de los estudiantes de Medicina.