CIRCULAR A LOS JEFES
CUARTEL GENERAL EN CAMPAÑA
La Isla de Cuba, en virtud del trabajo general y respetuoso que inició el Partido Revolucionario Cubano, se ha levantado de su libre voluntad y después de largo y previo acuerdo con el apoyo ordenado del exterior, para conquistar, con una guerra enemiga de la devastación innecesaria y de la violencia inútil, su independencia absoluta de la dominación española.
Jamás la revolución que ha estallado en Cuba pensó en admitir ni en oír siquiera,—por la incapacidad radical de España y por la insuficiencia patente para Cuba del mayor extremo de libertad española,—proposición alguna de España, directa o indirecta, que tendiese a abatir las armas cubanas con algo menos que con el reconocimiento de la independencia del país.
Cuantos brazos se han alzado para extirpar el gobierno extranjero, han firmado antes la obligación de sustentar, hasta caer, la guerra por la independencia definitiva.
Un pueblo americano como Cuba, con carácter y elementos de vida propios, capaz de gobernarse por la cultura y laboriosidad de sus hijos, y unificados después de la esclavitud en el sacrificio de la guerra, no puede continuar en la servidumbre innecesaria de un pueblo lejano como el español, de espíritu diverso, abocado a una división próxima y cuya viciosa existencia nacional depende principalmente de la explotación pública y secreta de nuestra Isla.
Meros cambios del nombre de los Consejos españoles del gobierno en Cuba, ni ninguna otra reforma, pueden mudar el hecho innegable de la absoluta ineptitud de España para privarse de los recursos pingües que por vías públicas o individuales, tan corrompidas como corruptoras, deriva de la Isla. La ayuda lamentable de un grupo escaso de cubanos al propósito español de reducir o localizar la guerra suponiéndola, por labios serviciales de hijos del país, tendencias locales o de otra especie, indignas de refutación, y radicalmente diversas del espíritu vasto y grandioso que le conocen de sobra los que de público lo niegan,—no es más que un error tan punible como será oportuno el arrepentimiento de él, o la resistencia natural, y siempre arrollada, de los hombres tímidos al sacrificio, y de los hombres egoístas a los deberes de la humanidad.
Ni el gobierno de España, ni nadie en su nombre, puede ofrecer sinceramente a Cuba concesiones que España por su Constitución nacional, no puede confirmar, que en su mayor extensión no bastarían a las dotes superiores y al grado de desarrollo del país, y que solo con indignación, y como insulto verdadero, puede oír la dignidad cubana.
La guerra por la independencia de un pueblo útil y por el decoro de los hombres vejados, es una guerra sagrada, y la creación del pueblo libre que con ella se conquista es un servicio universal. El que pretende detener con engaño la guerra de independencia, comete un crimen.
En esta virtud, la Revolución, por sus representantes electos, vigentes hasta que ella se dé nuevos poderes, en descargo de su deber intima a Vd. que, en el caso de que en cualquier forma y por cualquier persona se le presenten proposiciones de rendición, cesación de hostilidades o arreglo que no sea el reconocimiento de la independencia absoluta de Cuba,— cuyas proposiciones ofensivas y nulas no pueden ser más que un ardid de guerra paro aislar o perturbar la Revolución,—castigue V. sumariamente este delito, con la pena asignada a los traidores a la Patria.
Saludan a V. y a las fuerzas a su mando en Patria y Libertad.
El Delegado El Gral. en Jefe
JOSÉ MARTÍ MÁXIMO GÓMEZ
[Cerca de Guantánamo] 26 de abril 1895
Patria, Nueva York, 23 de mayo de 1895, no. 163, p. 1.
OC, t. 4, pp. 135-137. Cotejada con el manuscrito original.
Tomado de José Martí: Epistolario; compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Plá; prólogo de Juan Marinello, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. V, pp. 171-172.