José María de Heredia Girard (1842-1905)

Poeta francés, nacido en Santiago de Cuba,[1] “primo y homónimo del insigne cantor del Niágara”.[2] Estudió en La Habana y París. Su obra está muy influida por los parnasianos. En 1893, publicó Los trofeos, una colección de 118 sonetos y otros pocos poemas sueltos divididos en cinco grupos, cuatro de ellos dedicados a la historia del mundo desde la época helenística hasta el Renacimiento y el último a la naturaleza y al sueño. Su brillantez técnica le valió el reconocimiento como maestro del soneto francés,[3] y fue elegido para formar parte de la Academia Francesa en 1894.

     El 7 de julio de 1894, el periódico Patria, de Nueva York, reprodujo un artículo laudatorio titulado “José María de Heredia”,[4] que apareció en Le Figaro parisino, precedido de unas breves líneas introductorias. Véase el estudio de Carmen Suárez León: “El poeta de origen cubano José María Heredia Girard: una polémica identitaria”, Ensayos del centro, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2009, pp. 105-115. 

[Tomado de OCEC, t. 12, p. 348. (Nota modificada por el E. del sitio web)].


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] “París acepta sin reserva y con amor, y como suyos, a los ingenios extranjeros. Les da su espíritu, y les agradece que lo tomen, y le honren con él […] José [María de] Heredia, de estirpe cubana, es poeta amado en París, y político estimado y activo”. (JM: “Sección constante”, La Opinión Nacional, Caracas, 23 de enero de 1882, OCEC, t. 12, p. 159).

[2] Enrique José Varona: “Un lapidario del verso” (1905), Enrique José Varona: su pensamiento representativo, introducción y selección de Medardo Vitier, La Habana, Editorial Lex, 2da edic., 1949, p. 93.

[3] “La factura de las obras de Heredia es, pura y simplemente, perfecta. Ningún otro poeta francés, ni su mismo maestro Leconte de Lisle, ha dominado más cabalmente la técnica de su arte. Entre los modernos cinceladores de la lengua en que poetizó Heredia hay quienes lo igualan; ninguno lo supera. Por el tino exquisito en la elección de las palabras, por la maestría insuperable en el empleo de los epítetos, por la riqueza de las rimas, por el ajuste cabal de los versos, por la flexibilidad y variedad del ritmo, dentro del resistente y sonoro molde del soneto, su versificación resulta algo tan bello y acabado, que por sí sola es ya una irreprochable obra de arte”. [“Un lapidario del verso” (1905), ob. cit., pp. 93-94].

[4] Patria, Nueva York, 7 de julio de 1894, no. 119, pp. 2-3.