AL DIARIO DE LA MARINA

Sobre su artículo “Exageraciones”, y un plan supuesto del Partido Revolucionario Cubano

Tarde, y por mano amiga, llega a Patria un artículo del Diario de la Marina, del 11 de octubre, titulado “Exageraciones”, donde, con el motivo visible de una respuesta a La Lucha y La Unión Constitucional, de la Habana, describe “un plan revolucionario del señor Martí”, da por terminados “los ligeros temores” que el plan sorprendido pudo haber inspirado, con el anuncio de “esa satisfactoria noticia a Madrid”, y afirma concretamente sobre la organización revolucionaria en Cuba hechos falsos de que solo toma nota Patria, porque más no es menester, para desmentir en alto la relación toda, como apurada y nimia tentativa de reducir la agitación unánime de Cuba a una intentona foránea, local y descubierta, y para recabar ante la historia el honor de haber dicho siempre la verdad sin miedo,—solo  comparable a la vergüenza de combatir a un adversario noble con la mentira y la alevosía.

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     Para unir en acción común a los cubanos en el extranjero nació Patria, y para salvar la revolución inevitable, por el acuerdo oportuno y sincero de sus elementos útiles, del desorden a que la dejaban ir los que, anunciándola siempre en lontananza, cuando no ofreciéndola encubiertamente, nada hacían para expurgarla ni componerla, o la exasperaban de antemano por su insinceridad y celoso encono con el español, y su pigmeo desdén de los cubanos productores. Se fundó Patria para poner en la revolución aquel espíritu de justicia cuyo desconocimiento en las prácticas de la guerra, de parte de nuestros revolucionarios señoriales, echó en brazos de España más guerrilleros, en el desconsuelo de una aspiración engañada, que los que se ganó por la paga o el terror. Para la política positiva de Cuba, y de Puerto Rico, se fundó Patria, que los elementos indecisos de Cuba, celebrados al fin por los que la corrompen y la invaden, abandonaban al azar tremendo, mientras que en la verdad íntima reconocían, desde las sillas cuadradas de Patria en New York, o las sillas giratorias de los bufetes habaneros, la imposibilidad radical de obtener de España las libertades eficaces que en público convidaban al pueblo cubano, por desusado permiso de la conciencia, a pedir y aguardar con fe. Extinguiérase de nuestra parte la certeza racional de que Cuba quiere la guerra, y la puede, como el más breve medio de ponerse en el dominio urgente de su capacidad, y del bienestar que ya otros pueblos semejantes le disputan, y nos parecería, en nuestra conciencia revolucionaria, no menos que robo el defender la posibilidad de la guerra un día más: nos parecería que las manos de los hombres y los árboles de los caminos, nos gritaban: “¡ladrones!” Patria se creó para tener dispuesta toda la suma de guerra posible, y tenerla ofrecida al país, sin más prisa que la que suele necesitarse en especiales ocasiones para salvar una obra santa de la rivalidad o la traición. Y esta obra, de afirmación toda, excluye el debate, agrio y moratorio, que la afearía o perturbaría. ¿A qué palabras, en tiempo de hechos? Lo que se hace es lo que queda, y no lo que se dice. La lengua es fofa, y el brazo es membrudo. Ni en Cuba hay más que un enemigo que combatir. El cubano monstruoso que lealmente sirva a España, no es enemigo de contar, por su gran rareza, y por lo enorme de su delito. Ni el español es enemigo en Cuba, ya porque el arraigado y bueno que es de suyo rebelde y liberal, aunque a su modo autoritario y crudo, amará una revolución que lo emancipe de los poderes que en su patria misma anhela destruir; ya porque los soldados forzosos, abanderados en los últimos veinticinco años con las ideas humanitarias, no son obstáculo suficiente, ni los logreros de profesión, para rechazar la arremetida franca y de alma cordial, de los cubanos libres. El enemigo único en Cuba es la ingénita cobardía, ayudada en estos últimos tiempos con el feo interés, de los cubanos agrupados en los usos menores de la inteligencia por igual desamor a la mudanza y al sacrificio, a quienes es inútil tratar de convencer de aquello de que su conciencia les tiene convencidos, y a cuyo pavor o comodidad el ejemplo de la abnegación ajena solo mueve a plebeya ira. Como a hermanos los tratará la revolución, y ellos, incapaces de su grandeza, la negarán en lo que le saben de más puro, o la morderán como comadres, o se sentarán, inicuos, en sus consejos, para clavarle, con la mano de la amistad, el puñal sonriente. Y esa porción inevitable de la naturaleza humana, que en todos los pueblos con unos u otros nombres aparece,—con el de afrancesados en España, con el de francos en Córcega, con el de imperialistas en México,—esa suma fatal de resistencia a la creación que demanda desacomodo y desinterés, solo se vence a fuerza de empuje de los desinteresados,—a fuerza de empuje, de olvido y de amor. Por eso Patria desdeña controversias insinceras e inútiles, y solo levanta de su propia voluntad los casos de hecho, para que se la deshonre y confunda si miente, como levanta hoy las aserciones del Diario de la Marina, en justo castigo de la ignorancia desleal, o de la mendacidad censurable.

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     He aquí en lo que a Patria atañe, el relato del Diario de la Marina.

     Lo que ha ocurrido en este asunto, es que se tuvo noticia en el Gobierno de que algunos elementos, muy escasos en número y sin contar con el apoyo de persona alguna significada y de arraigo e influencia, siguiendo instrucciones enviadas desde Nueva York por el señor Martí—el cual aún no se ha querido convencer de lo bien hallado que el país entero se encuentra con la paz—se agitaban en un pueblo de la provincia de Santiago de Cuba, pretendiendo encontrar apoyo para un levantamiento separatista.

     El Gobernador general, que conocía esos manejos y el estado de la opinión pública, se limitó a dar las órdenes oportunas a las autoridades de aquella región, y a poner los hechos, significando la poca importancia que revestían, en conocimiento del Ministerio de Ultramar.

     Las instrucciones que dichas autoridades recibieron fueron tan oportunas y tan bien ejecutadas, que sin recurrir a precaución extrema alguna, ni siquiera a hacer ningún alarde de fuerza inusitado, ni menos a adoptar medidas de carácter personal, desaparecieron los  ligeros temores que había hecho concebir la estéril agitación de los que secundaban las instrucciones del señor Martí en aquella provincia; y pudo el Gobernador general anunciar esa satisfactoria noticia a Madrid, cumpliendo el mismo elemental deber que le había impulsado anteriormente a comunicar los informes que recibiera de sus delegados en Santiago de Cuba.

     Los agitadores acostumbran siempre a exagerar los recursos con que cuentan, y uno de sus medios de acción consiste en fingir el concurso de elementos lejanos, para decidir a aquellos otros cuyo apoyo se busca. Esta tarea la realizaron en diversas regiones de esta isla algunos agentes del señor Martí, pretendiendo hacer creer en Puerto Príncipe,[1] por ejemplo, que las provincias de Santiago de Cuba y de Santa Clara secundarían cualquier movimiento, y en estas últimas, que Puerto Príncipe y la Habana no aguardaban más que la iniciativa de las otras para levantarse en masa.

     El plan es infantil, más que infantil es burdo; pero la autoridad no debe quedar jamás desprevenida, pues si es imposible realizar hoy ningún movimiento importante en sentido sedicioso, no es difícil que una veintena de hombres que no tienen nada que perder y sí la esperanza, aunque sea infundada, de ganar algo, se lancen engañados por falsas promesas, en el camino de la insurrección. Testigos de ello las recientes intentonas de Purnio[2] y de Lajas.[3]

     En estas circunstancias, el Poder público no debe perder su serenidad, pero tampoco debe descuidar medida de precaución alguna de las que dentro de los recursos ordinarios tiene a su alcance. Una intentona anunciada y aun pregonada, cuyos menguados recursos se conocen, no puede inspirar temor, porque es lo más probable que fracase antes de nacer; pero siempre debe encontrar a la autoridad prevenida para destruirla al primer amago.

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     De ese relato, que Patria copia íntegro, para rechazarlo íntegro, solo tres afirmaciones importa levantar. No es verdad, sino falsedad absoluta, que el señor Martí haya enviado instrucciones para un levantamiento separatista en Santiago de Cuba, ni que jamás haya solicitado allí de elemento alguno, ni en ninguna otra parte, más que opinión y consejo, o declaración precisa de participación revolucionaria, en los casos siniestros en que se ha usado sin razón de determinado nombre, o so capa de guerra se ha entrado en ella para averiguarla y acabarla. No son los veinte mil soldados de España, que es número diez veces menor del que perdió en la primer guerra de Cuba, lo que pudiera contener, o perturbar, en cualquier hora propicia, el alzamiento de la Isla; sino la traición quien puede únicamente ganar batallas incompletas a la revolución que la esquiva y persigue, y que conoce, hombre por hombre, sus métodos y recursos. Es falso que el señor Martí haya rebajado una misión tan vasta como la que el Partido Revolucionario le impone,—la misión de preparar con todos los elementos de Cuba una guerra generosa para una república sincera,—a la escurridiza y culpable instigación de un alzamiento en un pueblo aislado. Se reta al Diario a que exhiba las pruebas de lo que sin ellas osó afirmar; y puede en alto decirse que no hay, en la Isla toda, un hombre solo a quien importune o solicite de guerra el Partido Revolucionario. Si lo hay, muéstrese. Exhiba un documento, denuncie una conversación. La revolución cubana no anda de mendiga. Acepta: y solo pide a los que la aman y conocen. Y obedece al país para quien se hace. Vana es, en verdad, y gastada, la tarea, en que andan manos que debieran emplearse en más puros oficios, de exhibir como mero aventador de uno u otro rescoldo que dejó la guerra, al Partido Revolucionario, cuyo objeto confeso, con métodos claros que desafían la menor prueba de hecho en contra, es tener compuesta en el extranjero, a disposición del país, la guerra que él en su esclavitud y condición de isla no puede ordenar, y ligar desde estas preparaciones todos los elementos justicieros de Cuba, para que a la pelea imprescindible suceda la república que en su plenitud llevará asegurada su moderación. Intentona no es lo que se agita en Cuba, sino el honor y la razón del país, que se siente otra vez fuerte, y solo puede sofocarse, durante breve tiempo, por el miedo justo a la traición que le anida en las entrañas. Testigo preparado, el Partido Revolucionario aguarda el mandato de su pueblo. Si Cuba puede, él puede. Si Cuba espera, él esperará. Para la revolución, esperar es crecer. Désele descanso, y arremeterá mejor. La impaciencia es cualidad de los hombres ínfimos, a quienes perturba la pasión del éxito. El desinterés espera, hasta triunfar de tal modo que le quepan en los brazos sus enemigos. Los fuertes, ni ofenden ni solicitan. Si hay un solo cubano a quien el Partido Revolucionario haya instigado a la guerra, muéstrese. Es falso que el señor Martí haya instigado un alzamiento particular y reciente en un pueblo de Santiago de Cuba.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Nombre antiguo de la ciudad de Camagüey, Cuba.

[2] Véase Alzamiento de los hermanos Sartorio.

[3] Véase Alzamiento de Cruces.