RECTIFICACIÓN

IDENTIFICACIÓN FILOSÓFICA CON MI

MAESTRO VARELA[1]

POR JOSÉ DE LA LUZ Y CABALLERO

(Gaceta de Puerto Príncipe, mayo 2 de 1840.
Reproducido en Diario de la Habana, mayo 29 de 1840.
Reproducido en El Correo de Trinidad, mayo 14 de 1840)[2]

     Al Ciudadano del Mundo, residente en Trinidad. ¡Salud!

     Grande es el honor que usted nos dispensa al señor Varela y a mí al insinuar que no obstante nuestra íntima amistad, diferimos en opiniones filosóficas. Pero esta proposición así aisladamente presentada, y sobre todo concebida en los términos en que V. lo ha hecho, merece más de una rectificación. He aquí las palabras del Ciudadano del Mundo:

     “Hasta don José de la Luz y Caballero, que según tengo noticias es quizá más amigo que V. (El Lugareño) del señor Varela, no sigue su filosofía. “Prueba evidente” —añade V. llevando demasiado lejos la consecuencia de su misma premisa— de que no está acorde ni con su método, ni con sus doctrinas filosóficas”.

     Dije que los asertos de V. habían menester más de una rectificación, y lo pruebo al punto. Desde luego no por discrepar yo en algunas pocas opiniones de las del señor Varela, puede asentarse con fundamento que no sigo su filosofía, palabra bajo la cual se encierra todo un sistema de doctrinas. Sabido es que la obra de mi ilustre paisano sirve de texto a mis lecciones en todos los días de la semana, excepto el sábado, y a veces otro más, que consagro exclusivamente a la impugnación de las doctrinas de la escuela ecléctica francesa, valiéndonos de los mismos escritos de su famoso Correo para blanco de nuestra polémica.

     Y vea V. ahora brevemente, señor Ciudadano del Mundo, como soy discípulo de Varela bajo muchos aspectos. Varela derrocó el escolasticismo en nuestro suelo, y yo aplaudo y aplaudiré su ruina. Varela fue nuestro legítimo Cartesio, en más de un sentido, ya por haber destruido el principio de autoridad con el consejo y el ejemplo de palabra y obra, ya por haber introducido en su consecuencia la libertad filosófica de pensar, el verdadero eclecticismo; así es que, no contento con destruir, se empeñó por edificar, y edificar con los materiales de más exquisita calidad que tuviera a su disposición; precisamente con los que sirven hoy de base hasta a aquellas de mis doctrinas en que discrepamos o podemos discrepar. Varela dio el grande, el atrevido paso de introducir la fisiología, elemento indispensable para el estudio completo del hombre en el campo de la ciencia; yo, no como quiera, sigo en esto sus huellas, sino que veo en aquel estudio el porvenir no solo de la filosofía estrictamente tal, sino hasta de la Educación, la Moral y la Legislación.

     Varela fue siempre enemigo declarado de toda Ontología, y yo no ceso de hacerle la guerra a este Proteo, sea como fueren las formas especiosas y aún venerandas bajo las cuales procura presentarse.

     Varela columbró primero y más que nadie en este país la importancia de las ciencias físicas, no ya solo para los adelantamientos materiales de la sociedad, sino para dirigir y robustecer al entendimiento en todo género de investigaciones, y muy particularmente para el progreso de la Filosofía racional, o propiamente dicha. Yo tengo por excusado demostrar que abundo en semejantes principios, por ser notorios mis conatos por la difusión de este género de conocimientos, que hacen falta especialmente a una gran parte de nuestra juventud, que dedicada exclusivamente a la Jurisprudencia, carece de criterio para juzgar de infinitos casos que se le presentan después en el vastísimo campo de las transacciones humanas; falta que es también causa principal de que cundan entre nosotros muchos de los errores de que están plagadas las obras de los metafísicos, y señaladamente de los nuevos pseudo-eclécticos, inclusos los mismos que son los fisiologistas de la escuela.

     Por último, y por no prolongar más esta reseña, Varela no satisfecho con emancipar nuestro entendimiento, no satisfecho con lo que parecía sustancial, queriendo hacer la reforma efectiva, se ocupó también del instrumento, y a manera de Julio César nihil actum reputans, si quid superesset agendum,[3] cortó también las trabas que encadenaban la exposición de las ciencias a los signos de una lengua muerta, aunque idolatrada y poseída por él (¡más mérito!) en un grado, de que todavía no pueden formar idea los que solo juzguen por sus escritos en aquel idioma divino, a pesar de la elegancia y aticismo que los distinguen; pues para graduar su fuerza, era necesario haber experimentado en el dulce comercio con este dulcísimo varón, la soltura y facilidad con que manejaba en la conversación familiar la lengua de Marco Tulio y Terencio. Yo, aunque tan aficionado a él. Y como el que más a la robusta lengua del Lacio, a esa lengua de hombres que eran hombres, no he menester decir (¿y quién puede ya poner en duda semejantes principios, mediando el siglo xix?) que sacrificaría todas mis aficiones en gracia de proporcionar el vehículo más fácil y expeditivo para la difusión de los conocimientos.

     Y con esto me parece sobradamente rectificado el primer aserto del Señor Ciudadano del Mundo: pasemos a la otra rectificación prometida.

     “Prueba evidente, añade V., de que no está acorde (el que escribe) ni con su método, ni con sus doctrinas”. En primer lugar, tacho la consecuencia, pues, de que difieran dos individuos en algunas y hasta en muchas opiniones en el vasto campo de una ciencia, no se infiere en buena lógica que discrepen hasta en el método; y tan no hay repugnancia que aún en las ciencias de peculiar experimentación, v.g. en la Química, siguiendo todos sus cultivadores el mismo método de apelar al laboratorio, y aún obteniendo a veces los mismos hechos, se suscitan las más acaloradas controversias acerca de las inducciones que de los mencionados datos quieren sacarse, toda vez que esa operación es obra de la causa de cada uno, y ha lugar por lo mismo al tot capita, tot sententiae:[4] testigos las empeñadísimas contiendas que median hoy mismo entre el famoso químico sueco Berzelius[5] y uno de los primeros de Francia, que es Dumas.

     En segundo lugar[,] muy probable es se haya figurado el señor Ciudadano del Mundo, que por traer el señor Varela su Lógica y Moral antes de la Física en sus Lecciones de Filosofía, y haber yo sostenido, y, a mi parecer, probado, que las ciencias físicas deben estudiarse previa e independientemente de las llamadas morales, difiramos completamente en la cuestión de método u orden en la enseñanza. Y a fe que en esta parte ha tenido motivos para juzgar así el señor Ciudadano, que no encontrará en mí más que justicia e imparcialidad. Pero voy a exponer con brevedad lo que media en el particular, y espero dejar completamente satisfecho mi propósito de rectificar el segundo concepto de V.

     Bien podría ser que el señor Varela no estuviese en aquella época (hace más de 20 años) en mis ideas acerca de la cuestión de método; pero aunque lo estuviera, no se hallaba en su mano exclusivamente alterar el orden general de los estudios en aquel tiempo, así en el mismo Seminario de San Carlos, como en la Real y Pontificia Universidad, de quien pendía y pende ese establecimiento.[6]  Verdad es que los estatutos del Colegio daban mucha más amplitud que los de la Universidad al profesor para hacer alteraciones y mejoras, y nuestro patriótico y celoso maestro se aprovechó de tan precisa circunstancia para realizar cuantas reformas pudo en obsequio de la juventud estudiosa del país. ¿Qué más? Traspasó los límites del estatuto en más de una reforma importantísima y trascendental, como queda probado, luchando y siempre luchando, que nada grande se consigue sin lucha, y apoyado a veces por las insinuaciones y consejos del grande Espada (unicuique suum),[7] cabeza suprema del Seminario y cabeza nacida para todo.

     Diversas, empero, han sido las circunstancias en que yo me he encontrado respecto a la cuestión de orden en los estudios. Puede decirse con verdad, que no he tenido sino querer y lograr. Tratábase efectivamente de establecer Cátedras de Filosofía en los Colegios de San Fernando, y San Cristóbal por los años de 1833, y como por la Real disposición del caso se cometiese al siempre lamentado señor don Francisco de Arango y Parreño, a título de Comisionado especial para el plan de estudios, la inspección y sanción interina de cuanto propusiesen al intento los directores de dichos establecimientos, que lo eran a la sazón don Narciso Piñeyro del primero y el que habla del segundo, aprovechamos la coyuntura los promoventes de proponer cuantas mejoras y reformas juzgamos útiles, entre ellas, la precedencia, no preferencia del estudio de la Física en el curso de Filosofía, según los ramos que en nuestro suelo lo constituyesen; y con tanto más aliento aprovechamos la coyuntura cuando estábamos seguros de la aprobación del ilustrado señor Arango sobre cuanto redundase en beneficio del país, objeto incesante de sus desvelos en su larga carrera pública. Tuvo la fortuna la consabida mejora de obtener no ya su mera aprobación, sino su más decidido aplauso, como no hay quien lo ignore al presente; y menos en Puerto Príncipe, después de la polémica allí promovida en principios de 1838 por el señor Rumilio[8] y continuada por el Dómine[9] en la misma Gaceta del Camagüey con el que traza estos toscos renglones.

     Pero sea de ello lo que fuere, sepa el señor Ciudadano del Mundo que me cabe la honra de contar hoy al señor Varela entre los decididos partidarios del método de enseñar Física primero que Psicología, según me lo ha manifestado expresamente en carta escrita meses hace desde Nueva York,[10] y que no tengo ahora a la vista; por más señas que en ella me agrega, si la memoria no es infiel, “que era en todo de mi opinión, y acaso también por otras razones (ni quito ni pongo) que no había yo alegado” o cosa semejante; pues recuerdo el espíritu más que la letra.

     Así que, creyendo haber llenado mi propósito de rectificar el equivocado concepto en que labora el señor Ciudadano del Mundo respecto de mis opiniones filosóficas en cotejo con las de mi ilustre maestro, concluyo esperando de su justificación se sirva aplicar al caso la preciosa máxima tan oportunamente invocada por El Lugareño, por ese patriota a toda prueba, que todo se vuelve hidalguía y buena intención, de sapientis est mutare consilium,[11] y sepa el Ciudadano, y sepa el mundo, que al rendir el modesto Lugareño aquel testimonio de su celo al esclarecido Varela, no hizo más que ceder a un sentimiento profundo de gratitud, de justicia, de amor a su suelo; pues mientras se piense en la tierra de Cuba, se pensará en quien nos enseñó primero en pensar.[12] José de la Luz

Habana, 20 de abril de 1840.

P.S. Para que se cerciore el señor Ciudadano y todo el mundo de que no soy ciego respecto a la obra del señor Varela, a pesar de mi aprecio por ella y amistad por él, lea algunos artículos publicados en estos días por Filolezes[13] en el Diario de esta ciudad.[14]

Tomado de La polémica filosófica cubana. 1838-1840, ensayo introductorio (“Para una teoría crítica de la emancipación cubana”), compilación y notas de Alicia Conde Rodríguez, La Habana, Ediciones Imagen Contemporánea, 2000, 2 vol., vol. II (1840), pp. 691-696.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Título de Roberto Agramonte.

[2] Señor Redactor de la Gaceta de Puerto-Príncipe.

Puerto-Príncipe, 28 de abril de 1840.

Muy señor mío: Acompaño a V. un artículo que me ha remitido de la Habana mi muy querido amigo y deudo don José de la Luz Caballero, quien pospone el placer de publicarlo en aquella ciudad, a los sentimientos amistosos de defender al amigo Lugareño en su propio terreno, el Camagüey, donde se ha suscitado la cuestión con el Ciudadano del mundo. Quedo de V. S. S. S. Y amigo Q. B. S. M. – A. de O. [Anastasio de Orozco.]

[3] “si le quedaba algo por hacer, pensaba que no había hecho nada”.

[4] “hay tantas opiniones como individuos”.

[5] Jöns Jacob Berzelius (1779-1848).

[6] Hoy mismo el señor Ruiz que profesa en el Seminario y en Carraguao, principia el curso en el primer establecimiento por la Lógica, y el segundo por la Física.

[7] “a cada cual lo suyo”.

[8] Manuel Castellanos Mojarrieta.

[9] Miguel Storch.

[10] “Acuérdome que cuando [Luz] me escribió que enseñaba la Física, antes que la Lógica, le contesté que encontraba en ello una ventaja… enseñándoles al mismo tiempo Lógica sin que lo perciban” (Carta de Varela a M. G. del Valle de octubre 22 de 1840) (Alfredo Zayas).

[11] “es de sabio mudar de parecer”.

[12] Quiere decir Luz que ante todo nos enseñó a pensar; pues el primero que nos enseñó a pensar fue José Agustín Caballero. (Roberto Agramonte).

[13] Amante de la verdad. Uno de los seudónimos utilizado por José de la Luz y Caballero para firmar algunos de sus textos escritos durante La polémica filosófica.

[14] Véase este volumen. (N. de la E.).