ENSUEÑOS DE LA PATRIA.
(SOBRE EL LIBRO DE VALDÉS-DOMÍNGUEZ
Y LA PELÍCULA INOCENCIA)
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Lo que sucedió en la capilla
Después de celebrado el segundo Consejo de Guerra, los ocho estudiantes condenados a muerte fueron llevados a la Capilla de la cárcel para que se confesaran y escribieran cartas de despedida a sus familiares, amigos y novias. En la película, el capitán Ramón López de Ayala (interpretado por Jorge Luis López), jefe del pelotón de fusilamiento, les ofrece salvar sus vidas si juran lealtad a España: “Deberían aprovechar esos papeles que están en esa mesa para pedir perdón, confesarse incondicionales a España y a su Rey, es su última oportunidad de salvar sus vidas dignamente. Muestren lealtad a la Corona y serán perdonados. España es benevolente con quienes la obedecen. Es su última posibilidad de ver salir el sol nuevamente”.
Esta escena, una de las licencias que se toman los realizadores del filme, no tiene ningún sentido ni es coherente con los hechos históricos. ¿Quién o quiénes hubieran hecho tal ofrecimiento?, ¿los miembros del segundo Consejo de Guerra que había sido convocado con el propósito exclusivo de enviarlos al paredón, desconociendo lo dictado en el primer Consejo? ¿Qué sentido, entonces, había tenido nombrar un segundo Consejo de Guerra?, ¿volver a lo acordado en el primero? ¿Y la macabra rifa para llegar a ocho, por qué se hizo? En caso de que hubiese ocurrido este ofrecimiento, ¿cómo iban a proceder?, ¿los condenaban a prisión?, ¿los dejaban en libertad? Si los dejaban en libertad, ¿cómo pensaban sacarlos de la cárcel, que se encontraba sitiada, y listos los Voluntarios para linchar al primer estudiante que saliera? En el guión no se tuvo en cuenta que este ofrecimiento rompe la continuidad lógica e histórica de los sucesos de esos fatídicos días. Si se quería sugerir el compromiso político de los estudiantes condenados a muerte con la causa del independentismo, debía haberse hecho de otra manera. Y, de hecho, se hizo, al presentar la actitud digna y, en ocasiones, desafiante, de muchos de los estudiantes, al enfrentarse con valentía a las acusaciones que se les hacían, y a la propia muerte. Pero al introducir esta escena en el filme, se crea confusión sobre lo que realmente ocurrió.
Valdés-Domínguez no habla de esto, nada mencionan los jóvenes en sus cartas, tampoco Le Roy Gálvez en sus notas, ni siquiera el propio López de Ayala, en una carta incluida en el libro de Valdés-Domínguez y que publicó el periódico La Iberia, de Madrid, el 26 de octubre de 1872. Tampoco refiere Valdés-Domínguez que los jóvenes se manifestaran abiertamente contra España, dando gritos de “¡Viva Cuba libre!”, como aparece en el filme. Y es que esto hubiera sido una provocación innecesaria y peligrosa, que hubiera podido proporcionar la excusa ideal a los Voluntarios y a las turbas, como las llama varias veces Valdés-Domínguez, para fusilarlos a todos.
Los Voluntarios, por los documentos consultados, no querían justicia, ni les importaba que los jóvenes se declararan culpables ni que juraran lealtad a España. Pedían a gritos la muerte de los estudiantes. Sabían que eran inocentes de todo: no habían profanado ninguna tumba, no habían rayado el cristal del nicho. Tampoco había pruebas de que alguno de ellos militara en grupos que estuviesen conspirando contra España. El padre de uno de los fusilados, Álvarez de la Campa, antiguo oficial de Voluntarios, en una carta que escribió al Rey de España, fechada el 15 de marzo de 1872, que nunca llegó a sus manos[25] pero que sí circuló por La Habana, plantea:
Temí, por lo tanto, Señor, que la gran calumnia hubiera preparado un motín que desprestigiase el principio de autoridad y, hollando la santidad de las leyes, inmolase a jóvenes inocentes e incapaces de la menor demostración contra la causa de España; porque, hijos de peninsulares una gran parte, figurando algunos en las filas de los mismos Voluntarios, y dando todos pruebas inequívocas de lealtad, puesto que ni emigraron ni fueron a las filas de los insurrectos, a pesar de la seducción y de los esfuerzos que sin duda harían para ello muchos de sus antiguos compañeros que abandonaron las aulas inmediatamente después del grito de Yara, no había razón para sospechar de sus buenos sentimientos ni para presumir remotamente que sus juegos juveniles tuvieran significación política, cuando no hubo voces, ni palabras, ni obras que así lo indicasen.[26]
Califica lo sucedido como un “asesinato jurídico”, y en ningún momento menciona que se les ofreciera salvar la vida si juraban fidelidad a España. Muchos de los cuarentaitrés estudiantes encarcelados eran hijos de españoles. Posiblemente, muchos de ellos eran partidarios de la independencia de Cuba, pero no era de eso de lo que se les acusaba. De hecho, Valdés-Domínguez, que había estado preso por “sospecha de infidencia” junto con Martí, en el momento en que publicó su libro en 1890, era miembro activo del Partido Liberal Autonomista y así lo expresa en varias oportunidades. Eran sospechosos de “infidencia”, eso sí, porque eran jóvenes, estudiantes y cubanos. En todo caso, como escribiera Martí al principio del libro de su amigo, eran “culpables solo de la alegría que en la juventud infunden el espacio y la luz”.[27]
La escena de la confesión
En el filme hay una escena que, para mi gusto, es excesivamente larga y, también, innecesaria: la supuesta confesión de Ángel Laborde. Y utilizo la palabra “supuesta” porque es muy improbable que el sacerdote hubiese revelado lo que en la Iglesia católica se conoce como secreto de confesión. Es una escena ficticia y, a mi entender, no aporta ningún elemento importante a la historia. En la escasa media hora que les concedieron a los muchachos, se confesaron y escribieron brevísimas esquelas a sus familiares y amigos. Hubiera sido, quizás, más interesante y emotivo, escuchar en off algunas de esas desgarradoras misivas. Valdés-Domínguez reproduce diez que le entregaron los familiares de seis de los condenados, una de ellas del propio Ángel Laborde. Doy a conocer algunas:
Mamá, papá, Luis, Victoria, familia, Donata, mis hermanos: adiós. Muero inocente. Me he confesado.
Mis queridos padres y hermanos: hoy, que es el último momento de mi vida, me despido de ustedes, y que se consuelen pronto. Les recomiendo en particular a mi Lola y que ella guarde mi sortija y que la leontina que tiene mi hermano la entregue a Lola. Sin más, échenme la bendición y no olviden mi recomendación.
Anacleto Bermúdez y Piñera
Habana y noviembre de 1871
Lola: acuérdate de mí, tu
Mi queridísima mamá, mi padre y hermanas y ahijada; te dirijo esta para decirte que me excuses de todo lo malo que te he hecho, lo mismo le dirás a mi padre y hermanas […]. En el escaparate que sirve para la ropa de mesa está un dije negro de oro, el cual regálaselo a mi hermana Cecilia. La sortija tuya quiero que vuelva a tu poder como un último recuerdo […]. Os quiere entrañablemente y envía su último adiós, tu hijo que te verá en la gloria.
Cerra:[28] Un pañuelo que tiene Domínguez [Fermín Valdés] cógetelo en prueba de amistad y dale este que te incluyo. Mira si mi cadáver puede ser recogido.
El intento de rescate por parte de un grupo de abakuás[30]
Valdés-Domínguez no menciona el hecho del intento de rescate de los abakuás, pero sí aparece recogido en su libro el incidente, sin que se mencione el nombre de la secta. En el periódico La Quincena del 30 de noviembre, que se publicaba en La Habana los días de salida del correo para España, bajo el título de “Sucesos graves”, se narra lo ocurrido en los trágicos días de noviembre y, en un párrafo, se comenta: “Un incidente tuvo lugar a las once de la mañana del lunes. Apostados detrás de los fosos que se extienden frente a la plaza de la cárcel, un mulato y dos negros dispararon sus revólveres contra los voluntarios, hiriendo a un alférez de artillería, pero perseguidos en el acto, fueron muertos al intentar la fuga”.[31]
También, el investigador e historiador Gonzalo de Quesada, comenta:
¡Y los Voluntarios no contentos con aquella infamia, añaden lo de cinco muertos de la raza de color “recogidos en diferentes lugares de este barrio ―reza el informe del celador de La Punta― los cuales estaban todos heridos de disparos de fuego y bayoneta”, sin que se pueda, como suele suceder siempre en los casos de asesinato oficial, “averiguar quiénes eran los muertos ni los causantes de ellos![32]
En la película hay una escena en la que el jovencito Alonso Álvarez de la Campa habla de la secta abakuá, al saludar a un muchachito negro que dice es su “hermano de leche”. Y en una emotiva y trepidante secuencia, se representa el intento de rescate. Todo parece indicar que el hecho sí ocurrió, pero existe muy poca información y se desconocen los nombres de esos heroicos jóvenes que trataron de liberar a los estudiantes, en una acción generosa y osada, sin ninguna posibilidad de éxito, en medio de una ciudad paralizada por el terror. En ese instante, ese día, no hubo diferencia entre blancos y negros. Fueron, sencillamente, jóvenes cubanos unidos por lazos muy profundos, de amor y solidaridad, que estuvieron por encima de la política, las diferencias de clase, y el miedo a la muerte.
Qué pasó con los treintaicinco jóvenes
que quedaron con vida
El resto de los treintaicinco fueron condenados a reclusión carcelaria: once, a seis años; veinte a cuatro; cuatro a seis meses. Y se les incautaron todos sus bienes. El Consejo firmó la sentencia a la 1:00 pm del lunes 27 de noviembre. Las cifras de las condenas fueron, como todo en ese proceso, arbitrarias. Según Valdés-Domínguez, se tuvieron en cuenta las edades para fijar los años de cárcel: los de mayor edad, cumplirían más años de prisión.
No me detendré en narrar las espantosas condiciones de aquel injusto encarcelamiento ni de los trabajos forzados en las canteras de San Lázaro. Los jóvenes, mezclados con asesinos y criminales, rapados y con cadenas en los pies, fueron sometidos a castigos inhumanos y humillaciones de todo tipo. Afortunadamente, este suplicio duró solo cincuenta días. Valdés-Domínguez no puede precisar qué fue lo que motivó la mejoría de su situación, piensa que fueron: “órdenes superiores, y que estas fueron dictadas gracias a las constantes súplicas de nuestros padres; al clamor, que hasta nosotros llegaba, de toda la prensa extranjera, y a las protestas de los periódicos insulares”.[33]
Enviaron un grupo a la Quinta de los Molinos, que era la residencia de verano de los capitanes generales, a cortar el césped y barrer las alamedas; otros fueron enviados al “Departamental”, a los talleres de cigarrería, zapatería, sastrería y tabaquería. Pero seguían injustamente presos. El 30 de abril de 1872, uno de los estudiantes que cumplía en la Quinta de los Molinos, logró fugarse, lo que implicaba la posibilidad de volver a las canteras. Mientras tanto, la repulsa internacional presionaba sobre la Corona, la prensa inglesa había calificado los sucesos del 27 de noviembre como los “bárbaros asesinatos de La Habana”. La propia prensa española calificó los hechos de “brutales”, “deplorables”, “dura, excesiva y cruel la pena de muerte”, etc.
Finalmente, el 10 de mayo de 1872 llegó a La Habana el indulto, que si bien no era lo que se pedía y que nunca se obtuvo, o sea, la libertad incondicional y el reconocimiento de la injusticia cometida, al menos los salvaba de la cruel prisión. Pero los Voluntarios y la muchedumbre enardecida que los acompañaron siempre, las turbas, no se habían calmado, pues la guerra continuaba y la situación militar seguía tensa en la manigua. Sin embargo, esta vez, las autoridades españolas hicieron lo imposible para proteger la integridad física de los estudiantes y hacer cumplir la ley. Así lo cuenta Valdés-Domínguez:
El día 11 de mayo de 1872 recibió el Comandante del Presidio la orden de ponernos en libertad. Como a las seis y media de la tarde se nos formó en el patio del Departamental y a algunos se nos quitó, en el yunque, la cadena de tres ramales. Tratábase de ponernos en libertad aquella misma tarde; pero pronto, distintos grupos que se formaron en el Prado, y frente al Presidio, indicaron a los jefes de este que era imposible hacerlo. De esos grupos partió la amenaza de arrastrar al primero de nosotros que saliera, y el Ayudante Dr. Anglada, tuvo que contestar severamente a los insultos de que fue objeto porque quiso defendernos. Estos hechos obligaron al Comandante a oficiar al Gobernador Superior Político, para que se dignara ordenarle la forma en que deberá proceder a ponerlos en libertad (frases textuales). El general Ceballos no pensó como Crespo, no creyó, sin duda, justa la indignación de las turbas que se oponían a nuestra libertad, y aquella misma tarde nos volvieron a poner los grilletes, a los que ya nos lo habían quitado y nos reunieron en una galera, sin decirnos cuál era la determinación que se iba a tomar para dar cumplimiento a las órdenes superiores.[34]
Se determinó sacar a los estudiantes de madrugada, vestidos con sus trajes de presidiarios y grilletes puestos, mezclados con más de cien reos, en formación de cuatro en cuatro, camino a las canteras, hasta el pequeño muelle de La Punta. Allí aguardaban dos lanchas. En la mayor montaron a los reclusos (que regresaron a tierra y a las canteras), en la menor a los estudiantes, que fueron conducidos a la fragata de guerra, el buque‑correo Zaragoza. Y fue en la cubierta que se les comunicó que estaban en libertad.
El hijo de Castañón exhuma los restos de su padre.
La búsqueda de los cuerpos de los estudiantes
En la película se expone de forma emotiva, la obsesión de Valdés-Domínguez por demostrar la inocencia de todos los estudiantes, y la injusticia cometida. Desde que llega a España no descansa hasta publicar dos folletos en los que lo demuestra, sin lugar a dudas. Termina sus estudios de Medicina y regresa a Cuba en 1876, para ejercer su profesión, pero en ningún instante ha olvidado a sus compañeros muertos. Es su gran deseo recuperar los restos de sus amigos y construir un monumento en su memoria para que el crimen no sea jamás olvidado.
Fernando Castañón (un joven de unos veinticinco años, como se lee en la noticia que reproduce Valdés-Domínguez, aparecida en el periódico La Lucha, del 19 de enero de 1887), hijo del periodista Gonzalo Castañón, había viajado a La Habana a exhumar los restos de su padre para llevárselos a su ciudad natal, y Valdés-Domínguez aprovecha su presencia para pedirle que confirmara que la tumba de su padre nunca había sido profanada.
Señor Castañón: No en nombre de los que como yo sobrevivimos a los sucesos del 27 de noviembre de 1871, sino en memoria de mis compañeros muertos, vengo a suplicarle que tenga la bondad de darme una carta en donde conste que ha encontrado Ud. sano el cristal y sana la lápida que cubre el nicho de su señor padre, desmintiendo este hecho el estigma de profanadores que llevó a la muerte a niños inocentes.[35]
La exhumación se llevó a cabo el 14 de enero de 1887:
Comenzaron los trabajos de la exhumación, por desprender el cristal que cubría la lápida, y todos vieron en él tres rayas que la mayor no medía más de seis centímetros; luego se desprendió la lápida, que no contenía ninguna señal de violencia […]. Abierto el nicho […] se extrajo un sarcófago de hierro, completamente cerrado por gruesos tornillos. Separada la tapa de hierro que cubría el cristal, y limpio este de polvo, operación que comenzó el mismo Valdés-Domínguez, quien fue el primero que pudo ver los restos, todos los presentes observaron que estos y las vestiduras se encontraban en correcto estado.[36]
Luego de comprobar que la tumba estaba intacta, el joven Castañón le firma la carta a Valdés-Domínguez y, en un gesto de gran delicadeza, lo recibe en su casa. Ya Valdés-Domínguez tenía la prueba que necesitaba y que echaba por tierra todas las mentiras fabricadas. Si el hijo de Gonzalo Castañón, el hijo del “ofendido”, había podido comprobar que la tumba de su padre no había sido violentada en ningún momento ni de ninguna manera, quién podría ya dudarlo nunca más.
En su libro, una versión ampliada de los dos primeros folletos que vieron la luz en Madrid, incluye documentos, cartas, archivos, periódicos, que avalan toda su investigación. Su denuncia es sin odio ni revanchismo, y por eso reproduce toda la información que ha ido acumulando a través de los años, para que sean los hechos los que hablen.
Con algunos elementos de ficción que no cambian la esencia del asunto, en el filme se cuenta todo lo que hizo Valdés-Domínguez para rescatar los restos de sus compañeros muertos. Después de hablar con los familiares de los fusilados y con algunos de sus compañeros de prisión, se fija la fecha de la exhumación de los ocho estudiantes. En el ‘Acta de Hechos’ se registró que los fusilados habían sido enterrados en un terreno cercado con maderas, “contiguo, por el lado derecho, al Cementerio Cristóbal Colón,[37] cuyo terreno es conocido en dicho Cementerio por ‘no católico’”: “A los cadáveres se les condujo al Cementerio provisional conocido por San Antonio Chiquito, y se inhumaron en terrenos que hoy están fuera del consagrado posteriormente para la Necrópolis de Colón. Una Compañía de Voluntarios los acompañó hasta allí”.[38]
Y más adelante, en la nota a pie de página, aclara:
En el libro 6to. de defunciones de blancos, del Cementerio de Colón, a los folios 235, 236 y 237, se encuentran asentadas las partidas números 949, 950, 951, 952, 953, 954, 955 y 956 en las que consta que en 27 de noviembre de 1871 fueron inhumados mis ocho compañeros, como pobres, por haber sido fusilados. Se inscribieron estos asientos en 14 de febrero de 1872 y los firma el Pbro. D. Juan Bautista Peraza.[39]
Con la ayuda de sus amigos, encuentra los restos de sus compañeros muertos:
El concurso del Dr. D. Miguel Franca y Mazorra ―mi amigo queridísimo, esposo de la Sra. Doña Cecilia Álvarez de la Campa, hermana de nuestro compañero Alonsito, cuya muerte ha dejado en mí profunda tristeza― y el desprendimiento y largueza con que supo obviar todos los obstáculos, así como el empeño de mis compañeros supervivientes, me ayudaron a sacar aquellos restos del fondo de una fosa común, situada fuera de la tapia del Cementerio, en la que no había una cruz, un recuerdo ni señal alguna que indicara el lugar donde reposaban.[40]
Y para que quedara constancia de todo, solicitó que se redactara un Acta, en presencia de testigos, entre ellos médicos forenses, familiares y amigos de los fusilados. El 8 de marzo de 1887 se congregaron en el lugar que había indicado el celador del Cementerio, Claudio Suárez, como el sitio donde se habían enterrado los cuerpos de los fusilados. Abrieron un metro diez centímetros y se encontraron seis cuerpos que no eran de los estudiantes. Se excavaron ocho fosas cercanas y tampoco estaban allí. Se continuó al día siguiente, se encontraron otros restos y, finalmente, a una profundidad de dos metros y cincuenta centímetros: “…se encontraron bajo una gruesa capa de tierra, y en el fondo de la fosa, como había indicado Suárez, cuatro esqueletos colocados de Norte a Sur, e inmediatamente sobre ellos otros cuatro de Sur a Norte, y procedieron todos los señores facultativos a su reconocimiento”.[41]
El acta detalla, con la crudeza del lenguaje forense, el estado en que se encontraban los restos, y menciona una serie de objetos personales que estaban en el lugar, enumeración que resulta sumamente triste y perturbadora.
Igualmente, Valdés-Domínguez solicitó se describiera la fosa, con medidas exactas de ancho, alto y profundidad, y la distancia en que se encontraba del muro del Cementerio.
A partir de ese momento, se convocó una colecta popular para recaudar fondos con la idea de construir un mausoleo donde depositar los restos de los ocho estudiantes. Valdés-Domínguez que fue nombrado presidente de esa comisión, destinó, íntegramente, los derechos de autor de su libro para ese fin.
En el Cementerio de Colón existen dos monumentos dedicados a conmemorar los sangrientos acontecimientos de noviembre de 1871. El primero,[42] ubicado en la zona noreste, a pocas cuadras de la entrada principal, a la izquierda: un obelisco de diez metros de altura, con un ángel que protege la entrada, descansan los restos de los jóvenes inmolados. Junto a ellos, años más tarde, se colocaron los restos de Valdés-Domínguez (el 7 de julio de 1910), del defensor de los adolescentes, Federico Capdevila (27 de noviembre de 1904), así como los del abnegado profesor, Dr. Domingo Fernández Cubas (el 27 de noviembre de 1908).
El otro, también en la zona noreste, está, al entrar, a la izquierda, hacia arriba. Consiste en un fragmento de pared o muro que marca el límite del cementerio en 1871. El fragmento de muro tiene ocho orlas negras con los nombres de los fusilados. Detrás, ocho copas negras enfrentadas de cuatro en cuatro. Al fondo, ocho rectángulos de cemento, en posición vertical, también enfrentados de cuatro en cuatro y, en el centro, un ángel y una cruz; al pie de la cruz, una fecha: 1871. Detrás de la cruz, un muro con una inscripción casi ilegible por el paso del tiempo, que dice: “En este lugar extramuros del cementerio estuvieron sepultados anónimamente los ocho estudiantes de Medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871 y aquí permanecieron hasta el 9 de marzo de 1887 en que los exhumó su compañero y reivindicador de su memoria Fermín Valdés-Domínguez”. Debajo de la inscripción, los nombres de los ocho inocentes y unos datos: “Construido, develado y donado a la Universidad de La Habana el 27 de noviembre de 1959 por Carlos de la Torre y Díaz, contador‑colector general de esta necrópolis C. Colón”.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[25] La carta circuló en La Habana antes de que el General encargado de enviarla al rey Amadeo pudiese hacerlo. Los Voluntarios implicados en el crimen y nombrados por Álvarez de la Campa lo obligaron, tanto a él como al padre de otro de los ejecutados, José de Marcos Llera, peninsular y Voluntario, que también había escrito al Rey, a retractarse y esconderse en el vapor alemán Germania para abandonar el país.
[26] Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, ob. cit., p. 98.
[27] “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., p. 240.
[28] Teodoro de la Cerra y Dieppa, uno de los estudiantes que estaba preso.
[29] Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, ob. cit., pp. 62‑67.
[30] Véase Mario Castillo: “Los ñáñigos y los sucesos del 27 de noviembre de 1871; memoria histórica, dinámicas populares y proyecto socialista en Cuba”, Caminos, La Habana, enero-marzo de 2008; y Lázara Menéndez: “Los abakuá en Inocencia y las provocaciones a la Historia, la memoria y la justicia”, “Con un himno en la garganta” …, ob. cit., pp. 193-200. (N. del E. del sitio web).
[31] Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, ob. cit., p. 8.
[32] Martí, hombre, La Habana, Talleres de Seoane, Fernández y compañía, 1940, p. 49.
[33] Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, ob. cit., p. 120.
[34] Ibíd., pp. 133‑134.
[35] Ibíd., p. 157.
[36] Ibíd., p. 158.
[37] “El 30 de octubre de 1871, como símbolo del inicio de las construcciones, es colocada en ceremonia oficial, la primera piedra de la Necrópolis de Cristóbal Colón en el lugar que hoy ocupa la Puerta de la Paz, la monumental portada de estilo románico bizantino, diseñada por el arquitecto español Calixto de Loira y Cardoso, autor del proyecto original de la Necrópolis”. (Datos tomados de Necrópolis Cristóbal Colón. Mapa turístico).
[38] Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, ob. cit., p. 62.
[39] Ibíd., p. 68.
[40] Ibíd., p. 195.
[41] Ibíd., p. 199.
[42] Aparece registrado por la historiadora Teresita Labarca en su artículo “Presencia italiana en la Necrópolis Cristóbal Colón”, en Migrazione e presenza italiana en Cuba, Italia, Circolo Culturale B. G. Duns Scoto, Roccarainola, 2009: “Monumento grandioso con tres figuras, obelisco, paño y urna de mármol. Lleva la inscripción JOSÉ VILALTA DE SAAVEDRA INVENTÓ. ANDREA & ALESSANDRO BARATTA EJECUTARON. CARRARA”.