EL CRIMEN DEL 71 Y LA TRAYECTORIA DE MARTÍ
—I—
Si fuera dable afirmar con absoluta legitimidad que el hombre está hecho por los acontecimientos —la circunstancia que diría Ortega—, yo no vacilaría en declarar que José Martí, en la medida en que un hombre puede ser sustituido por su expresión es, en cierto sentido, la ecuación final de dos hechos de similar factura.
Si un dolor dio el toque final a su alma, otro dolor habría de definir los cauces de su acción política. Si un dolor habría de crear en el adolescente imberbe[1] al hombre maduro para la lucha y ávido de ella (en 1873 ofrecía a la Junta Revolucionaria de Nueva York “toda la pobreza de mis esfuerzos, y toda la energía de mi voluntad, triste por no tener esfera real en que moverse”),[2] otro dolor habría de decirle a ese hombre la dirección y el sentido de la lucha.
Si el dolor del presidio político (“el más devastador de los dolores —decía él—, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás),[3] si ese dolor dio a su espíritu la temperatura en que habrían de caldearse para siempre los moldes de su personalidad, otro dolor, el dolor de sus hermanos asesinados el 27 de noviembre de 1871, el dolor de la Patria prisionera y envilecida y ultrajada en la persona de sus mejores hijos habría de devolver a su inteligencia el pleno dominio de una voluntad de lucha que la lealtad mal entendida acercaba peligrosamente al reformismo.
Es a partir de la vergüenza y la ira y el insulto, imborrables del presidio político, que Martí encuentra la expresión de su singular solidaridad con la miseria y el dolor y la injusticia que sufren los demás hombres. Era preciso este dolor, la comunidad de este dolor por otra parte absurdamente personal e intransferible, para que tomara viva conciencia de los otros dolores, para que comprendiera la estupidez innoble de todo dolor estéril, la insania incalificable de todo dolor no concebido como un sacrificio; es a través de la inmediatez de una miseria que de modo arbitrario le humilla y le ofende y le rebaja de su condición de ser humano que la arbitrariedad de toda miseria será en él una realidad viva y militante; es por la injusticia irredimible que le ultraja y ha marcado sus carnes que la monstruosidad existente en toda injusticia adquirirá ante sus ojos rasgos abominables.
Es bajo el impacto tremendo de esta realidad durísima del presidio político que la realidad de los que comparten con él idéntico destino encuentra una resonancia extraordinaria en su corazón:
Hasta allí, yo lo había comprendido todo, yo me lo había explicado todo, yo había llegado a explicarme el absurdo de mí mismo; pero ante aquel rostro inocente, y aquella figura delicada, y aquellos ojos serenísimos y puros, la razón se me extraviaba, yo no encontraba mi razón, y era que se me había ido despavorida a llorar a los pies de Dios. ¡Pobre razón mía! ¡Y cuántas veces la han hecho llorar así por los demás!
Las horas pasaban; la fatiga se pintaba en aquel rostro; los pequeños brazos se movían pesadamente; la rosa suave de las mejillas desaparecía; la vida de los ojos se escapaba; la fuerza de los miembros debilísimos huía. Y mi pobre corazón lloraba.[4]
Estos párrafos habían sido escritos por Martí solo unos meses antes del fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, en 1871.
Era que en el niño Lino Figueredo encontraba el casi niño que era José Martí la expresión exacerbada de sus propias miserias, de sus dolores absurdos, de la injusticia que igualaba sus carnes a las de las bestias. Era horrible condenar a presidio político y a trabajos forzados al niño de 17 años endebles que era Martí, pero resistía todo calificativo aplicar igual condena al niño Lino Figueredo, que solo contaba doce años.
El estúpido crimen del 27 de Noviembre habría de desnudar ante sus ojos, ya para siempre, la política artera que en España alentaba libertades retóricas y en Cuba ejercía el terror para que nadie pudiera reclamarlas, que allí hablaba de justicia y cultivaba aquí la arbitrariedad y el abuso; el crimen cobarde habría de mostrarle en vivo la inconsecuencia histórica de todo imperialismo; pero sobre todo haría consciente en él la inutilidad de toda gestión pacífica y reformadora, la esterilidad de toda demanda que no estuviera respaldada por la fuerza y la decisión inquebrantable de luchar por ella.
“[…] los derechos se toman, no se piden: se arrancan, no se mendigan”,[5] dirá más tarde.
—II—
Hace unos meses que Martí está en Madrid. Todavía los acentos dramáticos de El presidio político en Cuba encuentran fórmulas de ceremoniosa y circunstancial simpatía en los republicanos, más de panfleto que de práctica leal. Será por poco tiempo. En unos años, muy pocos, estos mismos declamadores de la democracia se declararán “primero españoles que republicanos” y negarán lo que antes afirmaron y se volverán contra ellos mismos negando a otros pueblos la libertad que reclamaron para sí y es la cusa profunda de su existencia. Martí les lanzará en el rostro esta inconsecuencia.
Y si Cuba proclama su independencia por el mismo derecho que se proclama la República, ¿cómo ha de negar la República a Cuba su derecho de ser libre, que es el mismo que ella usó para serlo? ¿Cómo ha de negarse a sí misma la República? ¿Cómo ha de disponer de la suerte de un pueblo imponiéndole una vida en la que no entra su completa y libre y evidentísima voluntad?[6]
Pero el momento no ha llegado aún.
“Cuba llora”[7] ha unido a los cubanos deportados, pero lo ha hecho en el sentimiento, en la conciencia lacerante de una injusticia estrictamente personal. La Patria es todavía el paisaje y la costumbre, la mano amiga, el recuerdo que cada hombre tiene de sí y un tiempo y un ritmo individuales; deberá ser aún una entidad política, una comunidad de ambición y de destino, una Patria.
Martí convalece. Los males adquiridos en el presidio han vuelto a postrarle. Algunos amigos acortan las horas y entretienen el sufrimiento.
Hace días que las noticias de Cuba son alarmantes. Se habla de tumbas profanadas, de voluntarios enardecidos, de estudiantes presos. A partir del día 28 no hay noticias. Martí, misteriosamente lúcido, teme lo peor. Él conoce el monstruo, ha sentido en su carne y en su alma la mordida feroz. Él sabe de la soldadesca innoble que nada respeta, salvo sus odios animales, sabe de los egoísmos de los privilegios y de la insania de los cómplices; y sabe también del temple de los suyos, y de su amor y de su desinterés, y de la inerme belleza de su valor ante el sable español, sabe de su generación que espera graduarse en la manigua.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Rojo, como en el desierto,
Salió el sol al horizonte:
Y alumbró a un esclavo muerto,
Colgado a un seibo del monte.
Un niño lo vio: tembló
De pasión por los que gimen:
Y, al pie del muerto, juró
Lavar con su vida el crimen!
(JM: “Poema XXX”, Versos sencillos, Nueva York, 1891, OCEC, t. 14, p. 335).
[2] JM: “Carta a Néstor Ponce de León”, Madrid, 15 de abril de 1873, OCEC, t. 1, p. 112.
[3] JM: El presidio político en Cuba, Madrid, 1871, OCEC, t. 1, p. 63.
[4] Ibíd., p. 82.
[5] JM: “[Brindis en el banquete en honor a Adolfo Márquez Sterling]”, La Discusión. Diario democrático, La Habana, 26 de abril de 1879, OCEC, t. 6, pp. 59-60.
[6] JM: La República española ante la Revolución cubana, Madrid, 1873, OCEC, t. 1, p. 104.
[7] “¿Quién le dice que los mismos argumentos con que Vd. se opone a la creación de una mera Sociedad de Recreo, son exactamente los mismos con que derribé yo en Madrid el proyecto de un casino semejante, un casino de diversión, cuando nos moríamos en Cuba y nos pudríamos en las cárceles? No quedó más que un voto en pie, el del que quería ser Secretario; pero esta vez, el Secretario está del lado del desinterés, que es la virtud que funda y salva, sin la cual es pernicioso el talento, temible el valor y abominable el genio. Recuerdo que en la sesión de los casinistas empecé un arranque en algo como ‘Cuba llora’, y desde entonces me quedó el apodo entre los cubanos madrileños: ‘Cuba llora’”. (JM: “Carta a Rafael Serra”, [Nueva York, mayo de 1889], EJM, t. II, p. 107).