Ignacio Cervantes Kawanagh (1847-1905)

Célebre músico cubano, virtuoso del piano y extraordinario compositor, el más importante del siglo XIX cubano. Nació en La Habana, el 31 de julio de 1847. Niño prodigio, fue iniciado en la música por el reconocido pianista Juan Miguel Joval y más tarde, en 1859, continuó su formación profesional con el compositor Nicolás Ruiz Espadero —el profesor más caro y mejor considerado de entonces—.

     En 1865, animado por el músico norteamericano Louis Moreau Gottschalk marchó a París, donde ingresó en el Conservatorio Imperial hasta 1870. Estudió con Marmontel[1] y Alkan[2] y obtuvo los primeros premios de Composición en 1866 y de Armonía en 1867. No fue admitido al Premio de Roma, en 1868, por ser extranjero.

     Cervantes nunca fue víctima, ni en su juventud siquiera, del amor al virtuosismo que envenenaba su época. Con un tacto muy seguro, iba hacia la música medular, exenta de oropeles. Fue muy amigo de Rossini,[3] Liszt[4] lo estimaba grandemente como pianista y recibió los elogios de Paderewsky.[5] De vuelta a Cuba, después de una breve estancia en Madrid,  hizo una formidable labor de divulgación  de la obra de Beethoven,[6] interpretando casi todas sus sonatas.

     En diciembre de 1872 se casó con María Amparo Sánchez Richeaux, que habría de darle catorce hijos. En 1875 Cervantes y el músico José White fueron conminados a abandonar Cuba, rumbo a México, expulsados por el Capitán General de la Isla, por haber realizado una serie de conciertos a lo largo del país recaudando dinero para la causa separatista de la Guerra de los Diez Años. Se estableció en los Estados Unidos, donde dio numerosos conciertos muy exitosos, que le aseguraron una brillante situación artística y económica, sin abandonar jamás su labor proselitista y de cooperación económica a favor de la causa independentista cubana.

     Después del Pacto del Zanjón y con la amnistía general regresó a Cuba en 1878, urgido por la grave dolencia de su querido padre, al que alcanzó a ver antes de morir.  Partió nuevamente al exilio en 1891.

     En los primeros meses de 1892, junto con el violinista Rafael Díaz-Albertini, ofreció varios conciertos a los tabaqueros en los propios talleres, en Cayo Hueso y Tampa. José Martí dejó constancia de este suceso extraordinario en Patria, en los artículos “En los talleres” y “Albertini y Cervantes”, de 7 y 21 de mayo de ese año, respectivamente. Emocionado por el calor patriótico con que fue recibido en Cayo Hueso, exclamó: “Solo he tenido dos orgullos en mi vida: el primero, haber nacido en Cuba, y el segundo, haber obtenido el Primer Premio en el Conservatorio de París para poder ofrecérselo como tributo de amor a mi patria querida, y de hoy más el tercero, por esta visita al taller donde se me acoge de este modo por mis amados compatriotas, los honrados obreros que aquí se encuentran”.

     Al iniciarse, en 1895, la Guerra de Independencia se estableció en México y allí fue objeto de grandes honores. Permaneció en el hermano país hasta 1900 que regresó a la patria. Ejerció como conductor de la Compañía Cubana de Ópera del Teatro Payret junto a su hija, la pianista y cantante María Cervantes. Hizo un último viaje a los Estados Unidos, en 1902, como “Embajador de la música cubana” a la Exposición de Charleston. Falleció el 29 de abril de 1905, en La Habana, víctima de una rara y cruel enfermedad cerebral.

     Su obra comprende: una Sinfonía en do (1879); el delicadísimo Scherzo Capriccioso (1866), una pequeña obra maestra de finura y buen gusto, es la mejor página para orquesta que haya salido de manos de un compositor cubano en el siglo XIX; Maledetto (1895), ópera cómica en tres actos, cuyo final ha quedado sin instrumentar. Además, dos valses para gran orquesta; un scherzo para trío de cuerdas, dos zarzuelas Los saltimbanquis y El submarino Peral; un intermezzo para orquesta, y gran número de obras para piano.

     Sus célebres Danzas para piano que hasta ahora conocemos (muchas se han perdido), disfrutaron de una justa celebridad en toda América Latina. Son pequeñas maravillas de buen gusto, de gracia, de donaire y tienen el más auténtico sabor criollo, a pesar de que no recurren nunca a un tema del folklore. En ellas, el nacionalismo se debe a una cuestión de idiosincrasia, de sensibilidad, de manera de hablar. Se asemeja al nacionalismo medular, profundo, de un Grieg[7] o un Albéniz.[8] Y por ello, precisamente, sus Danzas cubanas, objeto de verdadero culto por parte de las nuevas generaciones de músicos cubanos, tan limpias de factura, tan finas de inspiración, tienen ese garbo un poco femenino e inquieto que se desprende de todo lo criollo y constituyen un pequeño mundo sonoro que solo puede pertenecer a Ignacio Cervantes. Lograr esto, para un músico de nuestro continente, es hazaña digna de ser considerada.

     Ignacio Cervantes fue uno de los primeros músicos en el continente americano en identificar su obra musical con el sentimiento nacionalista,[9] enfocándola concienzudamente en favor de su patria y utilizándola como arma de lucha, pues consideraba el nacionalismo como una consecuencia natural de los pueblos a distinguirse y a emanciparse. Es, sin duda alguna, una de las figuras más importantes de la música latinoamericana en el siglo XIX.

[Tomado de Alejo Carpentier: La música en Cuba. Temas de la lira y el bongó, prólogo de Graziella Pogolotti, selección de Radamés Giro, La Habana, Ediciones Museo de la Música, 2012, pp. 153-164 y 312-314. (Nota modificada por el E. del sitio web. Fuente: Wikipedia 2012, EM, p. 63 y MC, p. 56)].


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Antoine François Marmontel (1816-1898).

[2] Charles-Valentin Alkan (1813-1888).

[3] Gioachino Rossini (1792-1868).

[4] Franz Liszt (1811-1886).

[5] Ignacy Jan Paderewski (1860-1941).

[6] Ludwig van Beethoven (1790-1827).

[7] Edvard Hagerup Grieg (1843-1907).

[8] Isaac Manuel Francisco Albéniz y Pascual (1860-1909).

[9] “Cervantes, con su obra personal, fue uno de los músicos que más contribuyó a caracterizar un estilo de música cubana, que, con el tiempo, y en expresiones cada vez más populares, se haría del domino universal”. (Alejo Carpentier: “La música cubana (de la habanera a Saumell y Cervantes”, 24 de junio de 1966, La cultura en Cuba y en el mundo, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2003, p. 161).