PRÓLOGO
Este libro recoge una pequeña selección de crónicas sobre arte, escritas entre 1944 y 1959 por Luis Amado Blanco (Riberas de Pravia, Asturias, 4 de abril de 1903 — Roma, 9 de marzo de 1975) para diversas publicaciones habaneras, fundamentalmente, el periódico Información, en el cual trabajó por aquella época como redactor.
Escoger entre la enorme cantidad de artículos (en total, más de 2 500) un grupo más o menos representativo de cada tema para ofrecerlo a la atención del lector, no ha sido tarea fácil por diversas razones. Como explica el propio Amado Blanco: “muy pocos periodistas se atreven con esa recopilación de su obra transida de prisas y sinsabores. Al ponerse a ordenarlas se encuentran con que la actualidad se ha comido sus artículos como obra de ratones. No queda nada de ellas, sino la buena prosa cuando existe…”.[1]
Sin embargo, en honor a la verdad hay que decir que, en su caso, la dificultad ha obedecido a una causa de carácter opuesto: su periodicidad no ha afectado para nada, sino acrecentado su vigencia. Acaso porque el autor escribía tarde en la noche, cuando la ausencia de luz y el perfecto silencio hacen que la atención sosegada se focalice en el presente, cada una de sus crónicas parece vivir en la actualidad de un único día interminable, equivalente a la totalidad de la existencia. Sabía que el libro por su propio formato invitaba a leer varias páginas en una jornada, mientras que la crónica periodística, pese a las apariencias, tenía la virtud de concentrar la atención del lector y convertir cada tema en el objeto de reflexión de todo un día. Así, paradójicamente, la limitación espacio-temporal de la columna periodística se convierte en las crónicas de Amado Blanco en premisa y no en obstáculo de la profundidad y amplitud de sus visiones. En ellas, la página y el día revelan su verdadera inagotabilidad interior.
Cada suceso, cada hombre es ubicado por el autor en su circunstancia, y su reflexión, de lo universal a lo singular, tiene siempre un carácter filosófico que le confiere gran vigencia a su pensamiento y relevancia a cada fenómeno por efímero o insignificante que parezca, imposibilitando de esta manera al compilador asumir la importancia o la actualidad de las figuras y los temas como criterios definitivos de selección. Porque basta con que ubiquemos al ser humano en su mundo para que lo grande se vuelva pequeño y lo pequeño, grande, ante el diálogo de Dios y el Hombre, de la cultura y la vida. “Al fin y al cabo —escribe Amado Blanco— el hombre solo no es nada, no dice nada: un trozo de barro sin el soplo divino. Porque el ser es algo en función de obra, en actividad, machacando la piedra o portando una flor, levantando un castillo o tirando un guijarro en el fondo de un arroyuelo. O pensando, pensando su vida y sus amores, imaginándose un rumbo entre las montañas de su destino. Es así y únicamente así, en esa comunión del hombre y de su mundo, donde se despeja la tremenda incógnita de la personalidad, donde se da entera la respiración de un alma sentada ante lo eterno en la sillita baja de sus agonías”.[2]
Si hemos querido hablar primero de la obra y el estilo antes que del hombre Luis Amado Blanco, ha sido justamente por esto. Sobre todo, con la intención de que el lector más joven, que es a quien va dirigido esencialmente este libro, pueda conocer al hombre por lo que mejor puede representarle, como solían conocerse antaño los caballeros que regresaban tras larga ausencia y eran precedidos en su llegada por las noticias de sus buenas acciones.
Pero siendo como él era, seguro, hubiera preferido que se hablara primero de su esposa, que de su labor y su persona, porque una mujer, “esa agua de espejo que no llora ni se lamenta, pero guarda fiel el contorno querido”,[3] es siempre más importante para un hombre que su propia obra. Y es el caso que a Isabel Fernández (1910-1999), con quien se casó el autor en el año 30 y fue su compañera a lo largo de su vida, debe también el lector la posibilidad de leer hoy estas crónicas, porque fue precisamente ella quien las reunió con cuidado y amor en varias carpetas en el curso de varios años.
¿Qué representó para Don Luis aquella mujer hermosa y culta, amante de la belleza, estudiosa de la moda y las buenas costumbres, que llegó a ser presidenta de la sociedad Lyceum y profesora de protocolo y cortesía diplomática? Sin dudas, “la que le dio amor y ternura y comprensión santificada, para que sus penas e infortunios de español peregrino no laceraran irremediablemente su pobre carne tierna de poeta”; “una santa protectora del débil, que así de débil es la auténtica poesía. Fuerza por fuera, debilidad por dentro. Rosa para el jardín, lluvia en la tarde…”,[4] como escribe el poeta sobre la esposa fallecida de un amigo cercano con palabras tan sentidas como las que alcanzamos a decir solo poniéndonos en el lugar de los otros. Porque, en inversa circunstancia, de Isabel también le habría podido decir con verdad su amigo y hermano: “Ella te hizo posible la nube, porque te cuidó el muro salobre de tu distanciamiento”.[5]
Sin embargo, aunque nació en Asturias, España, país que amó siempre entrañablemente, la condición humana de Luis Amado Blanco va mucho más allá de lo español y aun de la hispanidad. Ya con la Guerra Civil Española, las fronteras de su mundo y su circunstancia se extienden hacia el otro lado del Atlántico. Pero más que los movimientos intercontinentales fue precisamente su peculiar formación cultural la que expandió su espíritu.
El médico, el cristiano, el poeta y el diplomático son quizás las principales hipóstasis de su ser. Todas equivalentes, aunque distintas. ¿Acaso es solo en él el médico quien cura a los pacientes? ¿No es también el cristiano el que comparte su dolor y el poeta el que les reconforta con palabras hermosas? ¿Y quién es el que escribe? ¿El poeta? ¿No está también a la pluma el diplomático cultivando la paz entre los hombres? ¿Y qué otro, sino el médico, con su certera visión humanística y científica, está allí, tras el bisturí de la crítica artística, cortando para ayudar a sanar? ¿No está asimismo el cristiano marcando constantemente el tono general de la existencia, porque en una vida de bajo tono y régimen apenas si es necesario hablar de Dios?
El tema fundamental de Amado Blanco, el que subyace en cada una de sus crónicas, novelas, cuentos, ensayos, testimonios, es el tema que ocupa siempre al médico, al cristiano, al diplomático y al poeta: el tema eterno de la vida, de su sentido, protección y salvación. “La vida —escribe— está siempre en marcha, atropellando gentes, moliendo circunstancias, edificando, en piedra, castillos que estaban en el aire, y tirando al aire, castillos que eran de sólida, dura, pesada piedra. No vale rebelarse, poner el grito en el cielo…”.[6]
Mostrar la belleza de ese torrente irrefrenable en el que nacen y mueren los mundos y las culturas fue su capacidad más legítima. Como Ortega[7] sabía estar a tono con su tiempo y “someter la razón a la vitalidad, localizarla dentro de lo biológico, supeditarla a lo espontáneo”.[8] Esta orientación espiritual, tan lógica en el médico y el poeta, tan necesaria en el diplomático y tan loable en el cristiano, es acaso la causa de su perfecta inserción en Cuba, esta “isla azul del Caribe asomada a las inquietudes del presente”,[9] de la que él esperaba tanto. Desde su dinámico equilibrio sabía lo que suele suceder cuando entre los diferentes componentes, materiales y espirituales, de un pueblo no existe o se pierde la equidistancia: es “como si la Historia hubiera roto su índice y no se pudiera, luego, encontrar el capítulo por donde andábamos”.[10]
En este libro, en estas crónicas, joven amigo lector, Don Luis Amado Blanco, médico, cristiano, poeta y diplomático cubano, vuelve sobre la riqueza insondable de tu historia, para que al escribirla en la parte que te toca no olvides por qué capitulo andas.
Gustavo Pita Céspedes
Profesor del Instituto Superior de Arte
Luis Amado Blanco: Juzgar a primera vista,[11] prólogo de Gustavo Pita Céspedes, Centro de Investigación y desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello y Oficina del Historiador de la Ciudad Ediciones Boloña, 2003, pp. 5-7.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Luis Amado Blanco: “Mi suma ideológica”, Información, “Blancos”, 7 de febrero de 1957.
[2] Luis Amado Blanco: “Justa soledad”, Información, “Blancos”, 3 de octubre de 1950.
[3] Luis Amado Blanco: “Los misterios”, Información, “Blancos”, 15 de agosto de 1951.
[4] Luis Amado Blanco: “Zenobia Camprubí”, Información, “Blancos”, 1 de noviembre de 1956.
[5] Luis Amado Blanco: “Despedida a Juan Ramón”, Información, “Blancos”, l de junio de l958.
[6] Luis Amado Blanco: “Fancy free”, Información, “Guión”, 3 de junio de 1947.
[7] Véase José Lezama Lima: “La muerte de José Ortega Gasset”, Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, 1956, año XIII, no. 40, pp. 76-78. (N. del E. del sitio web).
[8] Luis Amado Blanco: “Retorno”, Información, “Blancos”, 24 de agosto de 1945.
[9] Luis Amado Blanco: “I. Stravinsky”, Información, l de septiembre de 1953.
[10] Ibíd.
[11] “Juzgar a primera vista, es cosa de mucha monta; presupone un entrenamiento constante del ánimo, una humildad permanente de la propia capacidad”. Luis Amado Blanco.