LAS TRES FILOSOFÍAS DE ORÍGENES[1]

Para abordar el tema de la filosofía en la revista Orígenes es indispen­sable rozar problemas tales como la natu­raleza específica de la filosofía, la especi­ficidad del pensamiento filosófico cuba­no, la evolución de la cultura cubana y sus símbolos o misterios más hondos. Porque si de hablar de los méritos de ese grupo se traía hay que subrayar de inmediato que uno de los principales es precisamente el de haber conquistado para nuestra alma co­lectiva ese estrato de los símbolos o enig­mas que —a veces como traumas, a veces como revelaciones históricas— tenemos que interpretar en el proceso de nuestro autoconocimiento como pueblo. Para nues­tro pensamiento filosófico nacional no ha sido habitual explorar ese mundo de nues­tros arquetipos que ha quedado sin embar­go atrapado en la obra de los poetas filó­sofos de Orígenes, desde cuyas páginas nos sigue atrayendo, fascinando e intrigando no ya como sombra, sino como nebuloso resplandor.[2]

     Y es que, realmente, existe esa pro­funda dimensión del alma nacional, que uno sin ser religioso se siente tentado a llamar mística, y que es la patria real del Hombre cubano, del cubano Hombre, el espacio auténtico en el que el Hombre “acontece” en nuestra cultura para conver­tirla en un hecho irreversible merced al cual el Hombre ya no puede volver a ser en nuestra historia fantasía o mito y es reto viviente, noticia escandalizadora, es­pejo intranquilizador.

     La existencia de esa dimensión es tes­timonio de la capacidad “antropopoiética” de un pueblo cuando es crisol en que cris­taliza el Hombre. Y esa cristalización solo ocurre en el campo de tensión que gene­ran los “símbolos” como insólitos espa­cios de proeza en los que lo infinito existe —o pugna por existir— en lo finito. De modo que los símbolos marcan las posibi­lidades de una cultura, su fertilidad humana y también el alcance de su filoso­fía; porque en esencia la filosofía de un pueblo descubre, contempla y explora constantemente esos símbolos y es un cuestionamiento progresivo de los mismos. Sin los símbolos la filosofía no puede balbu­cear siquiera su primera palabra. De ellos toma sus más hondas intuiciones y sin ellos resulta hueca, descolorida, poco convin­cente. palabra muerta desenterrada de las bibliotecas. Es que los símbolos son un estrato del Ser, no del arte, de la ilusión o la fantasía. Se hace filosofía cuando se cae en el campo de la tensión que generan los símbolos, cuando se vive con ellos, en ellos o a través de ellos, pero nunca cuando se está fuera del alcance de su influencia ontológica.

     Solo cuando los símbolos trasmiten su “carga” al espacio vital del hombre, su vida se “electriza” de filosofía y el hom­bre “polarizado” por esa carga crece filó­sofo más que por educación, por induc­ción. De modo que, una filosofía cuando es auténtica lleva dentro de sí sus símbo­los, sus experiencias del Ser.

     En Orígenes encontramos dos filo­sofías. Una que sigue la inercia de una forma de conciencia devenida profesión y otra que es en sí impulso y origen, lozano renacer del alma ante enigmas siempre fres­cos. La primera usa un lenguaje que la distingue de inmediato como “filosofía” y no es obligatoriamente de producción nacional. A pesar de la profundidad de sus términos y la celebridad de los nombres, conforma el estrato más externo de la filo­sofía en la obra; ese estrato cuyo sentido se pierde si no lo valida otro más profun­do. En la segunda, que proporciona ese sostén y es esencialmente poesía se siente el alma buscando un lenguaje para sus cuestionamientos. Si no se reconoce su esen­cia filosófica es porque no hereda ni te­mas ni lenguaje, pero en ella vive ya la premisa de toda filosofía que es la exis­tencia del “alma” en su propia dimensión, la cristalización de un nuevo “topos” —que pudiéramos denominar lo “interior”, campo “sustraído” del espacio habitual con sus contraposiciones de lo interno y lo externo, escenario de “la experiencia”, que es, además, el alma misma. (Porque si bien el alma inmadura es aun como un niño agazapado en su armario que disfruta su oscuridad desde la rendija, el alma acaeci­da, el alma-hecho, “la experiencia”, es un eterno extrañarse de la chata intimidad con sus rendijas y abrirse al campo. Entonces ni se vive, ni se muere, ni se es inmortal para sí y la propia idea de “mi” inmorta­lidad deviene un contrasentido. Ni el vi­vir, ni el morir, ni el ser inmortal impor­tan ya como vivencias del armario, pues vida, muerte e inmortalidad para los otros es el alma. Y acaso como en los árboles estáticos, hay vida en el recuerdo…).

     En ese vibrante campo de la expe­riencia nace la filosofía bañada de poesía. Así en Orígenes la poética es el núcleo, el centro ardiente, enceguecedor, pero vivo. Mas el núcleo del núcleo, la singularidad, la magia del vacío está en el acto de crea­ción y en la necesidad de la entrega, primerísimo testimonio del alma. Quiere de­cir que la filosofía de Orígenes está ya la­tente en la nada de Orígenes o en su inten­ción primera que nuevamente nos retro­trae al bullente campo donde lo filosófi­co no es aun filosofía, ni poesía, sino ex­periencia.  Tal es la triestratificación de la filosofía de la revista que es a su vez un modelo de la triestratificación del pensa­miento filosófico nacional en la época.

     Para comprender el sentido de la fi­losofía en Orígenes es imprescindible comprender la especificidad del periodo de la historia de la cultura cubana en que aque­lla se gesta.

     La cultura, desde determinado pun­to de vista y en determinada etapa de su conocimiento, puede ser definida como “el contenido humano de la historia”.[3] Es la historia concebida ante todo como el pro­ceso de formación del hombre cual sujeto libre, es decir, la historia vista desde el ángulo en que el hombre no es instrumen­to o medio del devenir histórico, sino su fuente original y su fin último. Es la his­toria del hombre entendido incluso en un sentido muy concreto, como individuo, pero es la historia del individuo en la me­dida en que este deja de ser individualidad ensimismada, existente a través de sí misma, y, de la misma manera, es la historia de la sociedad, pero solo dentro de los marcos en que esta no es éter difuso en el que la silueta peculiar del individuo se bo­rra, disuelta en un colosal maremágnum de interacciones anónimas. Es la historia de la sociedad en las fronteras de la “co­munidad, de la sociedad como individua­lidad sui generis, como pueblo”. De tal manera que, las fronteras de la cultura son definidas por el ámbito de un modo espe­cífico de comunicación o trato que apare­ce en un momento determinado del deve­nir histórico.

     Para comprender la especificidad y el sentido del pensamiento filosófico cu­bano es entonces fundamental estudiar la historia de Cuba desde la perspectiva de su evolución como pueblo, o lo que es lo mismo, estudiarla desde el punto de vista de cómo evolucionan en ella a lo largo de los siglos las formas de comunidad y comunicación. Porque la filosofía en su fun­cionamiento real solo puede surgir cuan­do la conciencia del individuo adquiere determinada amplitud sin que se desper­sonalice y la personalidad alcanza el ran­go de microcosmos. La forma de concien­cia de ese microcosmos es la filosofía, pues la inquietud filosófica solo existe cuando se tiene ese “horizonte”, esa línea entre mundos, a la vez cercana y distante, níti­da y borrosa, familiar y misteriosa en que la recta se hace curva, la tierra toma como prolongación el cielo y lo real deviene posible.

     Siempre se ha dicho que la filoso­fía se ocupa de problemas universales, y es cierto, pero es importante precisar que en su existencia real la filosofía es “con­ciencia real” que se gesta en las entrañas mismas de la vida, es espíritu que circula entre las mentes y se oxigena y concentra en sí una preocupación por colectiva, uni­versal. La filosofía se ocupa, pues, de lo universal, pero recuperado en el mundo humano, de lo universal más que reflejado, “focalizado” en ese microcosmos que es su imagen y semejanza, de lo contra­rio es contenido sin forma, frío espíritu sin carne, sombra condenada a vagar en casa deshabitada. Pero esa recuperación concreta de lo universal en lo humano no es un simple episodio intelectual, sino que se da además como hecho histórico y es “fenómeno particular” cuando no singu­lar. Es algo que “acaece” y trastorna y puede ser leído en los “signos de los tiem­pos”. Su aparición “carga” el campo de la historia y crea un foco de tensión cuya manifestación ética es un comprometi­miento que puede llegar a convertirse en compromiso.

     Mas, la inquietud por lo universal solo puede despertarla en el hombre el Hombre, y el Hombre nace y existe en el pueblo. Porque bien miradas las cosas, el Hombre solo puede nacer en cierto espa­cio bien definido de comunicación, con su horizonte, en ese espacio de comunicación que hoy en día, siguiendo a los antiguos tiende cada vez más a definirse como ágo­ra y que es la extensión donde la concien­cia vive y fluye y se une el pueblo. El hombre no es más que la condensación de ese continuum en un punto específico del espacio-tiempo. La inquietud por lo uni­versal surge cuando el Hombre enciende en el hombre el sentimiento de su infini­tud interior. Y al asomarse a ese abismo interno, a ese océano interior, el hombre siente euforia, vértigo o pavor. Pero ese sublime panorama solo se divisa desde el ágora.


Notas:

[1] En la elaboración y discusión de las ideas de este escrito han participado mis amigos Iván González Cruz, Wilfredo Domínguez, Emilio Ichikawa, Said de la Cruz y Royds Fuentes Imbert, que pueden considerarse coautores.

[2] “No le interesa a Orígenes formular un programa, sino ir lanzando las flechas de su propia estela. Como no cambiamos con las estaciones, no tenemos que justificar en extensos alegatos una piel de camaleón. No nos interesan superficiales mutaciones, sino ir subrayando la toma de posesión del ser. Queremos situarnos cerca de aquellas fuerzas de creación, de todo fuerte nacimiento, donde hay que ir a buscar la pureza o impureza, la cualidad o descalificación de todo arte. Toda obra ofrecida dentro del tipo humanista de cultura, o es una creación en la que el hombre muestra su tensión, su fiebre, sus momentos más vigilados y valiosos, o es, por el contrario, una manifestación banal de decorativa simpleza. Nos interesa fundamentalmente aquellos momentos de creación en los que el germen se convierte en criatura y lo desconocido va siendo poseído en la medida en que esto es posible y en que no engendra una desdichada arrogancia”. (José Lezama Lima: Orígenes, Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, primavera de 1944, año I, núm. 1, p. 5).

Orígenes es algo más que una generación literaria o artística, es un estado organizado frente al tiempo. Representa un mínimum de criterios operantes en lo artístico y en las relaciones de la persona con su circunstancia. Será siempre, o intentará serlo en forma que por lo menos sus deseos sean a la postre sus realizaciones, un estado de concurrencia, liberado de esa dependencia cronológica que parece ser el marchamo de lo generacional. Desde hace más de quince años, eso que ahora se llama Orígenes, y que antaño se llamó Verbum, Espuela de Plata, Clavileño, Nadie Parecía, se muestra en su fase de riesgo y creación, olvidando el disfrute de todo declive crítico y el regusto de lo adquirido y acariciado. Esa concurrencia operada en Orígenes, se debía a su especial manera de trabajar la historia secreta, que existirá siempre que entre nosotros existan cuadrilleros, momentáneamente invisibles, que laboren dentro de la visión poética del acto naciente, de la poesía como búsqueda de la sustancia irradiante, o del protón pseudos”. (José Lezama Lima: “Alrededores de una Antología, Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, 1952, año 9, no. 31, p. 64).

“Un hecho como el de la revista Orígenes constituye una forma suprema de heroísmo donde todo invita a no seguir, a cambiar de rumbo, a ‘ganarse la vida’ haciendo cualesquiera de esas incultas y anti-inteligentes tareas remunerativas: periodismo, televisión, radio. Y quien dice revista Orígenes dice José Lezama Lima. Encarna él una actitud incomprensible por ahora y en el ahora que vivimos, ya que lo cómodo es lo otro, halagar las pasiones públicas, unirse a los gobiernos y a las oposiciones, bailar al son del pandero que en un sitio o en otro pueda atraernos las miradas y los aplausos de la mayoría. […] / Ignorar que de una actitud así están hechas las páginas mejores de la historia cultural de cualquier país es ignorar demasiado. […] / Cuando todo paree igualmente pasar y morir, se advierte que hay algo resistente, extraño a la desaparición y al polvo de la tumba. Ese algo es el fruto del espíritu, el producto de la obra realizada con los materiales indestructibles de la pura inteligencia y la pura creación”. (Gastón Baquero: “De la continuidad en el esfuerzo cultural: Orígenes” (Diario de la Marina, 6 de marzo de 1955), Paginario disperso, selección e introducción de Carlos Espinosa Domínguez, La Habana, Ediciones UNIÓN, 2014, pp. 75-76).

“Más que una revista, un grupo literario o un círculo intelectual, Orígenes fue una forma de pensar, un modo de hacer y creer y hasta una actitud ante la vida durante varias décadas. El escritor prefirió llamarlo ‘estado de concurrencia poética’ o ‘taller renacentista’ y destacó, como su mérito esencial, la coralidad del empeño. En la presentación del primer número de la revista homónima, el poeta escribía: ‘Queremos situarnos cerca de aquellas fuerzas de creación, de todo fuerte nacimiento, donde hay que ir a buscar la pureza o la impureza, la cualidad o descalificación de todo arte’. Esta vuelta a lo fundacional está presidida por una visión humanista del arte, asumido a la vez como revelación de la más alta belleza y como perfeccionamiento del hombre en el ejercicio del bien”. (Roberto Méndez Martínez: “Orígenes, destino y expresión poética”, Espacio Laical, La Habana, 2009, no. 4, p. 103).

Otros textos relacionados:

  • Cintio Vitier: “Palabras de apertura”, Coloquio Internacional Cincuentenario de Orígenes, Casa de las Américas, La Habana, junio de 1994; Credo, año I, núm. 3, La Habana, octubre de 1994.
  • Cintio Vitier: Para llegar a Orígenes, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Cintio Vitier: “La aventura de Orígenes”, Fascinación de la memoria, transcripción, selección y prólogo de Iván González Cruz, La Habana-Madrid, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Fina García-Marruz: La familia de Orígenes, La Habana, Ediciones Unión, 1997.
  • Cintio Vitier: “Orígenes es una fábula”, entrevista de Ciro Bianchi Ross, Oficio de intruso, La Habana, Ediciones Unión, 1999, pp. 87-101.
  • Jorge Luis Arcos: Orígenes: la pobreza irradiante, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Reynaldo González: “Orígenes y un debate necesario”, Espiral de interrogantes, La Habana, Ediciones Boloña, 2004, pp. 341-358.

[3] Véase V. M. Mezhuev: La cultura y la historia.